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Después y todavía: ¡Indignaos!

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Sábado, 16 de enero
ADIÓS, MAR
 

El azar, que todavía tiene la costumbre de jugar en mi equipo, me lleva esta soleada mañana de invierno hasta la desembocadura de la ría de Avilés y las dunas de San Juan de Nieva, Nadie esperaría, tras la desolada zona industrial, encontrarse con este paraíso. Respiro hondo, dejo que me acaricie el fresco olor atlántico y a la memoria me viene aquel día tan remoto en el que, en este mismo rincón del mundo, descubrí el mar.

            Me sigue asombrando como en aquel remoto entonces. Qué ganas de embarcarme, de irme lejos, de subirme a esa galera que en el romance del infante Arnaldos “a tierra quiere llegar”.

            De embarcarme, sí, de dar la vuelta al mundo, pero para desembarcar aquí, en estos mismos arenales, convencido de que, al menos mientras dura la luz de esta mañana, no hay lugar más hermoso.

            Como luego, igual que cada sábado, en el Atrio. Al terminar, Denis, el camarero, me dice: “Parece que tardaremos en vernos. La camarera acaba de oír que el lunes nos cierran”.

            Yo no podré volver a Avilés, pero los de Avilés tampoco podrán asomarse al mar. Lo tienen a dos pasos, a media hora de camino, pero por azares de la división administrativa (cosas del caciquil siglo XIX), está ya en otro concejo. ¡Qué paradoja! Avilés es el único puerto de mar del mundo cuyos habitantes no pueden ver el mar.

            Las autoridades sanitarias –lo de sanitarias es un decir: nunca nadie se preocupó menos por la salud integral del los ciudadanos-- les prohíben pasear a solas, como yo esta mañana, por la playa de San Juan mientras. Tendrán que amontonarse en el paseo de la ría.

            Y hay quien aplaude tan sabia decisión. Somos como las mujeres maltratadas que, tras cada paliza del marido, se niegan a denunciar –en este caso a exigir la dimisión entre abucheos de don Ordeno y Mando-- y afirman entre sollozos: “Lo hace por mi bien; en el fondo, me quiere”.

Domingo, 17 de enero
EN EL FONTÁN

Menos mal que de momento todavía nuestro maltratador nos deja el mercadillo del Fontán. Compro las Cartas trascendentales a un amigo de confianza de José de Castro y Serrano. No había oído hablar ni del libro ni del autor, pero en seguida me entero de que es un bienhumorado periodista del siglo XIX y uno de nuestros primeros gastrónomos. El libro se editó en 1871 en la imprenta de T. Fortanet, la misma en la que ese año se editaron las obras de Bécquer. Esas cartas que aparecieron antes en un periódico, La América, el año 1862, en pleno reinado isabelino. Las tres partes del libro plantean otros tantos problemas: “¿Por qué razón vivía yo en Madrid hace quince años como un potentado con veinte mil reales de renta y ahora que tengo treinta y cinco mil vivo como un pordiosero?”, “¿Tenemos obligación los españoles de hacer algo en favor de nuestras mujeres?”, “ El hombre del siglo XIX, ¿debe casarse?”

El mundo que retrata Castro y Serrano es el de las novelas de Galdós La de Bringas o Lo prohibido. ¡Cuántos prodigiosos detalles exactos, que faltan en los libros de historia, en este libro! Lo que dice sobre el trabajo de las guanteras y bordadoras, por ejemplo. La obsesión por el lujo que caracterizó a la clase media española durante el reinado de Isabel II queda aquí caracterizada de primera mano. Incluso se alude al origen de ciertas riquezas, a esos comerciantes que declaraban embarcar emigrantes en Galicia, pero desembarcaban negros bozales en Cuba (entonces la esclavitud seguía siendo legal en España –lo sería bastantes años más--, pero ya estaba prohibido el tráfico de esclavos).

            Compruebo que este raro libro se puede comprar en una librería americana por quinientos dólares más gastos de envío, mientras que yo lo he comprado por quince euros. Eso, naturalmente, acrecienta el placer de la lectura.

Lunes, 18 de enero
PLAZA DE LA POESÍA

Junto al cartel con el nombre de Oviedo, en el Gran Bulevar del Vasco, se abre un nuevo supermercado y es como si de pronto el hosco ceño de estos días se hubiera iluminado con una sonrisa. Recuerdo el deslumbramiento que sentían ante los centros comerciales quienes llegaba de la Europa del Este o de la Cuba desabastecida. El llamado mundo libre mostraba en ellos su mejor rostro, su más seductor canto de sirenas.

            En estos malos meses últimos, han sido el hilo que nos ha mantenido siempre unidos a la normalidad. Prohibieron los paseos solitarios por el campo, cerraron los cafés, los abrieron, los volvieron a abrir, nos encerraron en casa a las once de la noche, luego a las diez, toda una prolongada sesión de ducha escocesa capaz de acabar con el equilibrio de cualquiera. En cuanto uno se adaptaba a las nuevas normas (tan inútiles como las anteriores), las cambiaban por otras. No me he vuelto loco (ni me volveré, cabrón, no te hagas ilusiones), porque cada día iba a hacer la compra al Carrefour o a Hipercor o a Alimerka o a Mercadona y mientras paseaba entre las estanterías coloreadas e iluminadas, mientras escogía la fruta, mientras me cruzaba con los demás compradores –nunca escasos, por suerte--, me hacía la ilusión de que el mundo no se había derrumbado del todo y de que, más pronto o más tarde (parece que más tarde que pronto), se iba a volver a poner en pie.

            Tras el derribo de la estación del Vasco, un inmenso socavón recibía a quienes llegaba a Oviedo. Luego hubo proyectos y proyectos para llenarlo, incluso anduvo por allí Calatrava con uno de sus llamativos disparates. Por fin se construyeron los blancos edificios, la ancha terraza superior, el ascensor junto al nombre de la ciudad, pero todo seguía esperando una voz que le dijera, como en la rima de Bécquer, “levántate y anda”..

            Y hoy abren un acristalado Mercadona que ha puesto una sonrisa al ceño fruncido del día. Nunca me imaginé que me iba a alegrar tanto la apertura de un supermercado. Frente a él, como un símbolo, la Plaza de la Poesía a pleno sol. Mientras espero mi turno en una de las cajas, yo imagino los versos que se grabarán pronto junto a su nombre: “La palabra amor no abraza, / la palabra mar no tiene olas, / la palabra fuego no quema. / Salvo en el poema”.

Martes, 19 de enero
PERMANECE Y DURA

María Victoria Atencia, que este año cumple noventa años, me hace llegar su último libro, Semilla del Antiguo Testamento, y de pronto me viene a la memoria la vez que estuvo en mi casa. Fue en 1988. Yo acababa de mudarme a esta casa de la calle Murillo en la que vivo desde entonces. Había venido la poeta a Oviedo a una de las lecturas que organizaba en la biblioteca del Fontán el infortunado Eduardo Errasti. Por la mañana, la acompañó a visitar San Julián de los Prados. Y luego se le ocurrió hacerme una visita. Todavía casi nada estaba en su sitio y recuerdo a María Victoria sentada en una silla en medio de aquel desorden con la elegancia de una reina en una recepción palaciega. “Huele a nuevo, a vida por estrenar”, dijo. Treinta y tres años han pasado desde entonces y ella sigue acordándose de mí y me envía su último libro dedicado con su letra puntiaguda. Cuando tengo la sensación de caminar sobre arenas movedizas, me alegrar comprobar que algo permanece, que aún puedo evitar hundirme sujetándome a las ramas de la admiración y la amistad.

Miércoles, 20 de enero
HISTORIA VIVA

Para no pensar en lo que está pasando, en lo que nos están haciendo –dicen que por nuestro bien--, abro un tomo de Mundo gráfico y doy un salto a la España de 1915. Son los tiempos de la Gran Guerra y las imágenes de las ciudades europeas devastadas alternan con las de Alfonso XIII yendo de cacería. Galdós, con la cabeza caída, escucha la lectura de sus palabras en un homenaje al semanario La Esfera, de la misma empresa que Mundo gráfico y el gran éxito de entonces. Muere Francisco Giner de los Ríos y yo busco a Antonio Machado entre los asistentes a su funeral. La escuadra aliada no ha logrado atravesar el estrecho de los Dardanelos. No mencionan a quien luego recibiría el nombre de Ataturk, el artífice de la victoria. Luego intentarían llegar a Estambul por tierra y la consecuencia sería la hecatombe de Galípoli (recuerdo bien los miles de tumbas alineadas).

Ataturk volvió del revés lo que quedaba del imperio otomano para crear la nación turca, que quiso europea y laica. Concedió el voto a la mujer por los mismos años que la España republicana. Ahora Erdogan vuelve del revés la Turquía de Ataturk. Pero yo todavía pude ver, paseando por la orilla de los Dardanelos –Asia a un lado, al otro Europa--, en la luminosa Çanakkale, a dos amigas cogidas de la mano e intercambiando miradas amorosas como en un poema de Safo.

 

Jueves, 21 de enero
HUMILLADOS Y OFENDIDOS

El tiempo está tan cambiante e irritable como estamos todos. Por la mañana, temperatura agradable, lluvia y sol, grandes claros que yo aprovecho para pasear por mi ruta favorita hasta Santa Ana de Abuli. Caballos que pastan; las esquilas de las vacas, que siempre me recuerdan unos versos de Juan Ramón Jiménez; incluso una oronda mamá cerdo seguida de dos juguetones cerditos.

            Por la tarde, el día frunce el ceño. Ráfagas de viento agitan y en algunos casos derriban peligrosamente los toldos de las terrazas. Las cafeterías están abiertas, iluminadas, sonríen acogedoras, pero nadie puede penetrar en ellas. Como náufragos, unos pocos valientes se sientan bien arropaditos en las terrazas. Una señora anciana no se acaba de creer que no pueda entrar y se enfada con la camarera, como si ella tuviera la culpa. Parece una escena de El ángel exterminador, de Luis Buñuel, pero vuelta del revés. Me llegan frases sueltas: “Primero nos prohíben las terrazas, ahora solo podemos servir en las terrazas. Que me expliquen por qué”. La camarera por un momento se deja llevar por la ira: “¡Ese hijoputa!”, la oigo decir. Una clienta trata de calmarla: “En todas partes es lo mismo”.

            Sí, en todas partes es lo mismo o peor. Una o dos bofetadas de vez en cuando tampoco es para tanto. “Mi marido me pega lo normal, no puedo quejarme”, decían las mujeres hasta hace pocos años.

            Ahora las mujeres han dicho basta ya, pero los ciudadanos maltratados aún no se deciden a decirlo y plantar cara. Se conforman con agachar la cabeza ante cada nuevo bastonazo y consolarse diciendo: “En la Rioja están peor, no me puedo quejar, mi Presidente me maltrata lo normal”.



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