November 21, 2020, 12:51 am
Sábado, 14 de noviembre
SOMBRAS EN MI PASADO
“O paga usted quinientos euros o difundo la información que obra en mi poder”, leo en el correo electrónico. ¿Una broma o un nuevo intento de chantaje? Si es lo primero, no tiene gracia; si es lo segundo, me hace ilusión. Como he vivido una vida roma y rutinaria, aburridamente gris, nada me molestaría que de pronto comenzaran a descubrirse zonas de sombra en mi pasado, algo así como que fui espía de la Unión Soviética, agente de la CIAo que me dediqué al tráfico de obras de arte falsificadas.
Pregunto de qué va esa información que tanto me podría perjudicar. Al parecer se trata de mi pasado falangista. “Bueno --le respondo a mi anónimo comunicante--, eso no vale quinientos euros, a fin de cuentas muchos ilustres demócratas del franquismo y del posfranquismo fueron antes falangistas, comenzando por quien da nombre al aeropuerto de Barajas”.
Al final, resulta que todo se basaba en que en una librería de viejo había encontrado el libro Poemas falangistas, de Alfonso López Gradolí, con esta dedicatoria: “a José Luis García Martín con la cordialidad de varios años con preocupaciones comunes”. El libro, cuando lo hojeé al recibirlo, me pareció que no valía nada y por eso salió de casa, como tantos otros, dedicados o no.
A Alfonso López Gradolí le conocí en Burgos allá por 1971, cuando fui a recoger el premio de la revista Artesa a Marineros perdidos en los puertos. Era un premio para poetas jóvenes; había otro, no para libros sino para poemas, que había ganado López Gradolí. El director de la revista, Antonio L. Bouza, un militar ilustrado que había sido compañero del rey Juan Carlos en la Academia, me lo enseñó. “¿Qué te parece?”, “Me parece muy bien. Pero no cumple las bases, no es un poema inédito. Se ha publicado en la revista Papeles de son Armadans”. “¿De veras? Pues calla, calla, no digas nada”.
Alfonso López Gradolí no era mal poeta, al menos en sus primeros libros, prologados muy elogiosamente por José Hierro y Claudio Rodríguez. En los años setenta ganaba todos los premios y estaba en todas las revistas. Luego se fue difuminando, aunque tuvo un cierto reconocimiento en el campo de la poesía experimental. Uno de sus libros-collage, Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche, sigue teniendo cierta gracia. Yo no supe de su trasnochada militancia hasta que recibí este libro, no tan desdeñable como me pareció al principio.
“Quinientos euros me parece demasiado; te doy diez. De sobra, teniendo en cuenta que a ti no te costaría más que tres o cuatro”. Después de regatear un tiempo, me lo dejó en cincuenta. Hay algún poema que no está mal, como el titulado “Rafael de León, poeta”.
¿Yo falangista? ¡Qué cosas! Aunque tampoco sería tan disparatado: a fin de cuentas en la escuela me hicieron cantar el “Cara al sol” y gritar “Arriba España” y levantar el brazo (yo a menudo me equivocaba y levantaba el izquierdo y el maestro tenía que llamarme la atención). También recuerdo el amarillo queso de bola y la leche en polvo, regalo de los americanos, que nos daban en el recreo.
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Domingo, 15 de noviembre
ELOGIO DE LA CODICIA
Un amigo, que sabe de estas cosas, me pide que invierta en bolsa, que compre acciones de no sé industria farmacéutica. “Están subiendo como la espuma y van a subir más, mucho más. Las farmacéuticas son el nuevo el dorado, más que Google o Amazon. Los que saben –te asombrarías de los nombres-- ya están poniendo ahí todo su dinero. Un negocio redondo el de las vacunas. Durante años será mayor la demanda que la oferta. Ni siquiera será necesario hacerla obligatoria: no habrá vacunas para todos los que quieran ponérsela. Se incluirá en la Seguridad Social, pero las esperas serán de meses. Los que puedan acudirán a la medicina privada donde los precios serán libres, o incluso al mercado negro. Un negocio redondo, ya te digo. La industria farmacéutica será la dueña del mundo. ¿Dónde crees que irán a dar tantos políticos que ahora solo son eficaces en propagar el miedo y hundir la economía? Las puertas giratorias los colocarán como consejeros de alguna gran empresa productora de vacunas en agradecimiento a los servicios prestados.”
“Eso son teorías conspiratorias”, le respondo.
“Fáciles de comprobar a muy corto plazo. No como las afirmaciones de nuestro presidente autonómico que dice que si no hubiera tomado las medidas que ha tomado (permitir comprar sartenes, pero no zapatos, por ejemplo, o impedir que la gente se beba un café sentada en una terraza, pero no que se lo beba de pie) han impedido miles de muertes. Pensamiento mágico se llama esa figura”.
“Negocio o no, ¿tú crees que las vacunas nos permitirán volver a la vida normal, evitarán que Garzón consiga su propósito de encerrarnos en casa y cerrar las escuelas?”
“Sin duda. Para unos pocos serán el negocio del siglo, pero beneficiarán a la mayoría. La codicia de unos cuantos va a salvarnos de la estulticia de nuestros politiquillos. La economía tiene que volver a ponerse en marcha.. Si quiebra la Seguridad Social, el negocio de la industria farmacéutica se tambalea, aunque la gente se arruine para comprar vacunas a cualquier precio como ahora lo hace para comprar droga. Así que la consigna es clara: vacúnate y haz lo que quieras y, si esta vacuna falla, no te preocupes que periódicos no le darán importancia, por la cuenta que les tiene (sobrevivirán gracias a nuestra publicidad) y además ya inventaremos otra”.
Lunes, 16 de noviembre
A TI, FIEL CAMARADA
Pues va a resultar que el anónimo chantajista estaba en lo cierto y que yo tengo un pasado falangista. Me vuelve a la memoria al leer Capital de tercer orden, de Ángel María Pascual, un libro esperpéntico, feísta, una sucesión de estampas solanescas de las que se despega por su tono el soneto final. Comienzo a leerlo e imágenes olvidadas se levantan en mi memoria: “A ti, fiel camarada, que padeces / el cerco del olvido atormentado. / A ti que gimes sin oír al lado / aquella voz segura de otras veces…”
Tenía yo dieciocho años, estudiaba Magisterio y para obtener el título debíamos hacer durante el verano un curso de monitores de aire libre, o algo así, organizado por el Frente de Juventudes. Tiendas de campaña, fuegos de campamento, izado de banderas, consignas y gritos de rigor, toda la parafernalia del falangismo o del fascismo un tanto diluido. Una de las canciones que allí cantábamos era precisamente “A ti, fiel camarada, que padeces / el cerco del olvido atormentado”. La vuelvo a escuchar ahora en una página de Internet. Tenía yo dieciocho años y ese coro de voces viriles, con su lento empaque tan arriba España, fue la banda sonora de una historia que prefiero no recordar.
Recuerdo otra, de muy distinto tono. Habíamos regresado ya del campamento y nos alojábamos en un colegio mayor. Recibíamos las clases, más bien charlas doctrinales, en el salón de actos. Estábamos allí unos cien alumnos cuando de pronto entro el profesor gritando “Franco, hijoputa”. Quedamos todos aterrados. Tambaleándose y farfullando se subió a la tarima y allí le oímos incrédulos seguir despotricando: “¡Vuelven otra vez los reyes felones! ¡De nuevo tendremos el Conde de la Real Bacinilla y el Marqués del Besapiés! ¡Nos has traicionado, cabrón!”
Pasaron unos inmensos minutos hasta que otros profesores entraron en el salón y se lo llevaron de allí a empellones mientras seguía farfullando incoherencias. Aquel día se había dado la noticia de que Franco había nombrado a Juan Carlos de Borbón sucesor a título de rey. Parece que a algunos viejos falangistas no les había sentado muy bien.
No volvimos a ver a aquel profesor de Formación del Espíritu Nacional. No volvimos a saber nada de él. Entre nosotros corrió el rumor de que lo habían fusilado.
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Martes, 17 de noviembre
AMARGA NAVIDAD
----Martín, ya te veo pasando la Nochebuena solo en casa. Parece que Barbón ha dicho que no le temblará la mano si tenemos que pasar la Nochebuena y la Nochevieja con toque de queda y confinamientos perimetrales y todo lo que se ocurra de aquí a entonces. No podrás desplazarte hasta Avilés como todos los años. ¿Por qué no te vienes a mi casa y la pasas con nosotros? Eso sí, tendrás que quedarte a dormir porque aunque vivamos a dos calles ya ha advertido que será especialmente riguroso y no le temblará la mano con quienes se atrevan a asomar la nariz después de las diez.
----No creo que ocurra, Xuan, pero si ocurriera sería mi segunda Nochebuena solitaria. Una fue allá por 1974, en las postrimerías de la dictadura militar; esta otra tendría lugar en los primeros meses de la dictadura sanitaria.
Miércoles, 18 de noviembre
LA MANO AL CUELLO
Benavente tituló una de sus comedias Los malhechores del bien y yo pienso que se adecúa perfectamente a las autoridades político-sanitarias que nos han puesto la mano al cuello y aprietan y aprietan y no tienen intención de soltarla. “Al menos hasta que baje la curva”, farfullan. Sin duda –es un decir--, quieren hacer el bien, librarnos de la enfermedad con mayúscula, la estrella de los telediarios, aunque para ello nos hagan la pascua y nos vuelvan más vulnerables a ella y a otras enfermedades bastante peores.
Jueves, 19 de noviembre
NUEVAS COSTUMBRES
Tengo ahora, cerradas las cafeterías en Asturias por capricho caligulesco y sin esperanza de que vuelvan a abrir pronto, una nueva costumbre para las tardes. El café lo tomo en una máquina cercana al antiguo colegio Hispania, frente al Campillín. Hay soportales para cuando llueve y una repisa en que apoyar el vaso y los libros que siempre llevo conmigo. Suelo coincidir con la salida de clase de la academia de inglés. Me alegran las voces infantiles y las correrías antes de que los padres consigan poner un poco de orden. “Disfrutad, disfrutad, pequeños, que Calígula no duerme en su palacio maquinando la manera de encerraros en casa. Cerró la Universidad, pero no le han dejado cerrar las escuelas y le entran temblores de rabia cuando ve por la mañana a los niños de la mano de sus padres camino del colegio. Si yo lo cierro todo –se dice--, de las zapaterías a las salas de conciertos, ¿cómo es que no puedo cerrar las aulas? Y no me digan que toman todas las medidas de seguridad que yo he visto como durante el recreo en el patio del colegio los niños corretean y se empujan unos a otros. Eso no puede ser, no puede ser, que me fastidian las estadísticas. Todos a casita con el bozal bien puesto y la puerta bien trancada”.
Yo escucho abajo las risas de los niños, tomo un trago de café, respiro el aire libre de la noche –esto es salud-- sin trapo interpuesto, sonrío y tarareo una canción de Hombres G. Con qué placer alzo la voz en el estribillo: “¡Sufre, Barbón!”
Paronomasia in absentia se llama esa figura.
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Viernes, 20 de noviembre
PODÍA SER PEOR
Como no hay mal que por bien no venga, disfruto esta soleada mañana de otoño en mi nuevo rincón de lectura, en los altos de Santa Ana de Abuli, sentado junto a la ermita o ante el palaciego caserón, rodeado de verdes campos y con el perfil de la ciudad a lo lejos. Leo el nuevo número de la revista El Ciervo, que cumple setenta años y yo sigo desde hace ya medio siglo, desde que la hojeaba cada mes en la biblioteca Bances Candamo. Una buena parte la dedica a la poesía y a mí me sorprende el escaso interés que suelen tener los poetas cuando hablan de poesía: solo se salvan Guillermo Carnero, que acierta a subrayar la importancia que “el pensamiento reflexivo” tiene en la práctica poética (como en todas las actividades humanas) y Olga Novo con “La pequeña poeta y el papagayo de Humbolt” donde cuenta una historia que vale como parábola y hace autobiografía: “Yo fui una niña sin libros criada en una casa humilde de labriegos del fin del mundo, con el quejido lanar de siete ovejas debajo de mi cuarto y el bramido de una baca a punto de parir”.
De regreso a la ciudad por el solitario y sombreado camino, se me ocurre pensar que si puedo disfrutar de este rincón de paz es porque alguien –el alcalde de esta ciudad-- fue capaz de hacerle torcer el brazo a Calígula. Cuando se le ocurrió confinarnos perimetral e ilegalmente (solo dos días después el estado de alarma le permitía hacerlo), decidió que el límite debería estar en el casco urbano, sin posibilidad de salir a pasear o a correr, a respirar aire puro por los alrededores; vetado incluso, con retenes policiales en los accesos, el monte Naranco, el llamado “pulmón de Oviedo”.
Alguien fue capaz de parar semejante disparate, tan contrario a nuestra salud, y yo por eso puedo respirar y leer libremente en Santa María de Abuli. Pero nadie parece capaz de impedir que Calígula siga haciendo de las suyas. El miedo que difunden todos los medios de comunicación es como el veneno que ciertas arañas inoculan a sus víctimas para dejarlas inermes. Ahora me dicen que un partido político va a presentar una demanda contra el cierre de los bares por carecer de justificación sanitaria. ¿Pero hay alguna ocurrencia de Adrián Barbón que tenga justificación sanitaria? Cuando nos obligó a usar la mascarilla incluso cuando no servía para nada, al aire libre y con distancia de seguridad, lo justificó diciendo que es que alguna gente la llevaba “en la barbilla”. Yo me reí públicamente de semejante estupidez y me imaginaba que esa disposición de la consejería de Sanidad del gobierno de Asturias –menudo papelón están haciendo-- sería recurrida de inmediato. Pero nadie lo hizo. Y así estamos, con la barbarie al cuello, sin posibilidad de escapatoria. Seguiremos por mucho tiempo a merced de los caprichos de Calígula. Y encima habrá quien le de las gracias por lo bien que nos maltrata.
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