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Después y todavía: El crimen fue en Oviedo

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Domingo, 1 de noviembre
UN AUDIO DE WHASTAPP


Fui al cine con el tomo de Obras escogidas de Jean Cocteau publicado por Aguilar con espléndido prólogo de Gil-Albert. No quería releer “La voz humana” antes de ver la adaptación de Almodóvar. Claro que ya la había leído, pero hace tiempo, y no la recordaba más que en líneas generales. La releo luego, sentado en el McDonald’s con un café, aprovechando que esta película dura poquito.
            No cabe duda de que Almodóvar sabe decorar, escoger y vestir a las actrices, encargar la música a un buen compositor y los títulos de crédito al mejor. Algo queda de la fuerza del texto de Cocteau en su adaptación, pero sus pegotes son un poco ridículos. ¡Ese hacha para partir por la mitad un traje, ese bidón de gasolina para incendiar un apartamento sin pensar en los vecinos! Y lo más divertido, ese perro que añora a su amo (el amante de la mujer) y que de pronto, en la última secuencia, se vuelve feminista como su dueña y se larga con ella a vivir una nueva vida después de tanta desesperación.
            Me divierte ver la diferencia entre los teléfonos de antes y de ahora. En la obra de Cocteau, hay continuas interferencias de otras conversaciones: una mujer que quiere hablar con su médico, otra que escucha la conversación y recrimina al amante. Son el elemento cómico, que desaparece como el cable que la mujer , mientras habla, se enreda premonitoriamente al cuello. Tilda Swinton utiliza unos elegantes auriculares inalámbricos que le permiten moverse a su aire por el decorado como si el teléfono, abandonado en una mesa, no existiese..
            Pero hay algo de inverosímil, ya en el texto de Cocteau: esa larga conversación que el amante desertor escucha estoicamente. Corre el riesgo de sentirse conmovido, como nos sentimos nosotros los espectadores a poco talento que tenga la actriz (y Tilda Swinton tiene mucho). De haber adaptado yo la obra, habría hecho que el hombre colgara de inmediato el teléfono y luego todo lo que viene fuera un audio de WhatsApp. Lo descubrimos porque, en las últimas imágenes, un hombre sentado de espaldas en un restaurante, frente a una hermosa joven, mira su teléfono y borra el audio sin escucharlo.
            La mujer ha hablado al vacío. Eso me parece más impactante que el bidón y el hacha. Pero quién soy yo para enmendarle la plana a Almodóvar.

 


Lunes, 2 de noviembre
SALVADOS POR LA CAMPANA


Cuando todos los asturianos no despedíamos ya de familiares y amigos, de parques y saludables paseos al aire libre, cuando nos resignábamos como mansos corderitos a ser encerrados de nuevo por el mayoral que nos tiene a su cargo, resulta que de pronto comienza a circular la noticia de que un mandamás superior se lo ha impedido. Puedo confirmar el rumor de que en muchas casas se brindó con champán, como cuando la muerte de Franco, pero estoy en condiciones de desmentir y desmiento que la siguiente transcripción de una conversación telefónica responda, palabra por palabra, a la realidad.
            ----Presidente, Presidente, que tu ministro no me deja encerrar a los asturianos, que dice no sé qué de la purga de Benito.
            ----Tranquilo, Adrianín, tranquilo, que aquí está como siempre papá Sánchez para echarte una mano. Habla despacito, para que te entienda, y dime qué te pasa.
            ----Pues lo que pasa, Presidente, es que a esta gente no hay manera de meterla en cintura. Como me están fastidiando las estadísticas, con lo bonitas que me habían quedado este verano, que éramos la envidia de España, voy a encerrarlos en casita un mes o dos o tres a ver si aprenden. Y va el ministro y me dice que si he creído que las medidas contra la Covid son la purga de Benito. ¿Qué es la purga de Benito, Presidente?
            ----Te lo voy a explicar, Adrianín, que tú eres muy joven para conocer estas expresiones viejunas. La purga de Benito era un laxante que se decía que hacía efecto ya antes de tomarse.
            ----¡Como mis tuiters! ¡Como mis ruedas de prensa! Que es hablar yo y se agota el papel higiénico en todos los supermercados. ¡Voy a llamar así a ese programa diario que estoy preparando “La purga de Benito”! Arrasaré en audiencia.
            ----No te pases, Adrianín, que la gente es muy mala y luego pone motes. Probablemente lo que quería decir mi ministro, es que si acabas de tomar unas medidas, como impedir que la gente salga de Oviedo, de Gijón, de Avilés y no sé cuántas medidas restrictivas más (creo que incluso has cerrado la ópera, aunque hasta los cantantes llevaban mascarilla y se hacían  pruebas de PCR hasta a las ratas que alguna vez aparecían en el sótano), pues entonces debes esperar un tiempo prudencial, al menos quince días, antes de tomar otras.
            ----Pero la curva sigue subiendo, Presidente. ¡Déjame que los encierre desde ya! Presi, por fa, déjame que los meta en cintura.
            ----Calma, chiquillo, calma. El próximo lunes volvemos a evaluar la situación y decidimos.
            ----¡Y hasta entonces tendré que soportar ver a la gente caminar tranquilamente por la calle, sentarse en un banco del parque, subir al Naranco a respirar aire puro! Me pone frenético cuando me asomo a las ventanas de la Presidencia y veo atravesar tranquilamente el Campo de San Francisco! ¡Irresponsables!, me dan ganas de gritarles. ¿Pero es que no leéis los periódicos? ¿Es que no veis los telediarios? La curva sube y vosotros tan tranquilos. Menos mal que los hospitales me hacen caso y centran todos sus esfuerzos en que baje la curva. Si la gente enferma, allá ellos, que son unos irresponsables, y se mueren que se mueran, pero no de la Covid, que me arruinan las estadísticas.
            ---Calma, Adrianín, calma. A ver si el próximo lunes estamos en situación de darte ese caramelito.
            ---Por fa, Presi, por fa, que me muero de ganas.

 


Martes, 3 de noviembre
SIN CANSARSE NUNCA
 


Detesto la despedidas, por eso procuro que hoy sea un día como los otros y no pensar en el mañana. Me levanto, escribo hasta las diez y luego atravesando el parque desierto me acerco hasta la cafetería Noor. Allí, en la mesa de costumbre, leo La rama verde, de Eloy Sánchez Rosillo. Me envió ya dedicado su primer libro, Maneras de estar solo, de 1978. Desde entonces me ha hecho llegar todos los suyos y yo los he ido comentando puntualmente. De vez en cuando, le ponía algún reparo, como hago siempre (si no, no sería yo), y es el único poeta, de los muchos que he tratado, que jamás se lo ha tomado a mal, que ha mantenido sin altas y sin bajas su amistad desde entonces. Yo leo cada nuevo libro suyo con algún recelo. Lleva insistiendo en los mismos temas y en la misma manera de hacer desde hace más de cuarenta años; pocos poetas menos amigos de novedades y de buscar nuevos caminos. Comienzo, ya digo, sin demasiadas expectativas, dispuesto a encontrarme con lo mismo de siempre. Y poco a poco me va ganando la emoción. En dos o tres momentos, he de dejar la lectura con los ojos llenos de lágrimas. Pero la impresión final es de serenidad y aceptación y asombro ante la maravilla del mundo, porque por mucho que nos robe el tiempo es más lo que de nuevo nos entrega cada día sin cansarse nunca.

 


Miércoles, 4 de noviembre
CERCANÍAS
 


Siempre creí yo que la naturaleza era una cosa un poco bárbara, lejos de la civilización, a la que había que acercarse en automóvil. Descubro ahora –no hay mal que por bien no venga-- que la Asturias rural está a dos pasos del centro de Oviedo. La cafetería Noor, como vende periódicos y pan, cierra solo a medias. Compro un café para llevar y lo voy bebiendo mientras salgo al campo (el primer sorbo lo doy, y con qué placer me quito la mascarilla, frente a un acechante vehículo de la policía nacional). La avenida de Torrelavega termina bruscamente en el campo. Sigo por un camino en cuesta y llego hasta una ermita que no había visto nunca dedicada a Santa Ana de Abuli. Hay un cruce de caminos: una flecha indica Cerdeño, otra Mercadín. En sentido contrario, están Nonín, Monterrey y San Cipriano de Pando. Salvo Cerdeño, nunca había oído ninguno de estos nombres, pero muy cerca, sobre los árboles, veo dibujarse el skyline de Oviedo. En un alto prado, pastan caballos; cerca del camino filosóficas vacas. Muy de tarde en tarde, me cruzo con un caminante. Se escucha el silencio.
            Si no puedo recorrer las callejuelas de Estambul, esas que todavía guardan un eco de Pierre Loti (qué digo las callejuelas de Estambul, ni siquiera puedo pisar el parque de Ferrera en Avilés), pues descubro Mercadín y Nonín y San Cipriano de Pando. El mundo es más hondo que extenso, como dijo Pessoa o le hice yo decir  yo en algún texto apócrifo, que ya no sé bien.



Jueves, 5 de noviembre
HISTORIA DE TERROR


Abelardo Linares me encarga la edición de Huellas de las Constituyentes, el único libro editado por Luis de Sirval. Quiere añadirle como apéndice el recurso de casación que Eduardo Ortega y Gasset interpuso contra la sentencia que condenó a su asesino a unos pocos meses de cárcel.
            Luis de Sirval era un periodista valenciano que vino a Asturias para informar de la Revolución de Octubre y de la represión posterior. Le dio tiempo a enviar dos crónicas. Iba a mandar la tercera cuando le detuvieron. Tras su asesinato, se la devolvieron a sus familiares con algunas páginas arrancadas. Sirval se alojaba en la Fonda de Flora, donde estaban también algunos huéspedes del Hotel Covadonga, incendiado por los revolucionarios. En la mesa comunal, intervino alguna vez para negar que ciertas atrocidades que se contaban de los mineros fueran ciertas: curas descuartizados y puestos en venta, hijos de guardias civiles con los ojos arrancados. El dudar de esas patrañas fue bastante para que uno de los contertulios le denunciara. Había cometido además otra imprudencia: en el café Peñalba dio a entender que unos legionarios le habían contado cómo habían muerto Aida La Fuente y otros revolucionarios en San Pedro de Los Arcos y que él lo referiría en su próxima crónica. Le detuvieron y cuando estaba en la comisaría de Oviedo, tres legionarios –Dimitri Ivanoff, Ramón Pando Caballero y Rafael Florit de Tagores-- fueron a buscarle sin orden judicial alguna, le sacaron al estrecho patio de la comisaria, le golpearon para que les dijera con qué legionarios había hablado y luego le acribillaron a tiros. A aquel patio daban varias ventanas de otros edificios, hubo testigos presenciales, pero ninguno fue aceptado en el juicio. Abelardo me envía también la sentencia contra la que se efectúa el recurso de casación. La firman los señores don Cayetano Álvarez Osorio, don Francisco García Ruiz y don José Fernández Ruiz. Queden aquí sus nombres para oprobio eterno. Su relato de los hechos es que el preso quiso huir, que los tres legionarios le siguieron, que uno de ellos –el búlgaro Dimitri Ivanoff-- disparó al aire para que se detuviera con el resultado imprevisto de que ocho balas impactaran en el cuerpo de Sirval –una en el corazón, otra en la frente, también es mala suerte-- y le causaran una muerte instantánea. Se le condenó por imprudencia temeraria (aunque con varios atenuantes) a seis meses y un día de cárcel. También al pago de quince mil pesetas a los herederos de la víctima, pago que no se llegaría a hacer por declararse el condenado insolvente.
            Hubo un gran escándalo con esa sentencia, acentuado cuando el tribunal supremo rechazó el recurso y la confirmó en todos sus términos. Luego llegó la guerra y aquella barbarie fue olvidada.
            Llamo a Abelardo para decirle que ya tengo el libro ¡Acusamos!, que se publicó en 1935 con textos de, entre otros, Manuel Azaña, Antonio Espina, Indalecio Prieto, Ramon J. Sender (me lo ha pasado, con su generosidad habitual, Antonio Insuela, que sigue trabajando en su despacho del Milán), y hablamos luego de la situación político-sanitaria de Asturias, que podrá ser grave, pero no es seria (como diría Karl Kraus), y de que yo soy casi la única voz que protesta públicamente ante el disparate generalizado.
            ---Pues cuidado con lo que dices, no te vaya a ocurrir lo que a Sirval.
            Y esa noche tengo una pesadilla. Sueño que me caigo, que tienen que llevarme al hospital y que una enfermera me reconoce y hace correr la voz: “Aquí está el negacionista ese que se burla de los esfuerzos de nuestro presidente para contener la pandemia impidiendo que los ovetenses vean el mar o pongan el pie en la calle después de las diez de la noche”. Un doctor con la cara tapada, al que todos miran con reverencia (se rumorea que es el más estrecho asesor sanitario del presidente), se acerca entonces empuñando una larga jeringuilla y dice: “Dejádmelo a mí”.

 


Viernes, 6 de noviembre
LA LECCIÓN DE GOEBBELS


“El virus no piensa, tú sí”, leo en los carteles que la propaganda oficial del Principado ha colocado por las calles. Ganas me dan de denunciarla por publicidad engañosa.
            Más adecuado sería que dijeran: “El virus no piensa, nosotros tampoco”. Y luego la firma: Gobierno del Principado de Asturias.
            También se podría personalizar el eslogan: “El virus no piensa, haz tú como él y deja que Adrián Barbón piense por ti”.


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