Sábado, 20 de abril
TRANSPARENCIAS
Llegará lejos: dice siempre lo que su interlocutor quiere escuchar.
Me gusta el éxito, pero no lo valoro tanto como para esforzarme en conseguirlo.
Soñó que sus sueños se hacían realidad y se convertían en pesadillas.
Amaba tanto a España que no la distinguía de sus queridas propiedades privadas.
Todo el mundo sabía el secreto que él ni siquiera se atrevía a confesarse a sí mismo.
Vivía en una casa con paredes de cristal, pero dormía vestido.
Aquel político era un encantador de serpientes, pero perdió las elecciones porque en su país los reptiles no tenían derecho al voto.
Pagaba a un periodista para que difundiera falsos rumores sobre él porque no quería avergonzar a los demás con su honestidad sin tacha.
Sabía de sobra lo que le cuesta a un político triunfar en democracia. A él le había costado la mitad de la fortuna de su mujer.
Habría que acabar con el voto secreto para no favorecer la impunidad de los votantes.
En política el que manda solo manda mientras manda.
Era tan vanidoso que no quería ser más que nadie, se conformaba con no ser inferior a sí mismo.
Las leyes no se hicieron para quien hace las leyes.
Los pobres casi nunca son honrados, y esa es una de las pocas cosas que tienen en común con los ricos.
El que se deja engañar a menudo no es más honesto que el que engaña, es solo más tonto.
En aquel país los electores tenían tanta puntería que siempre acertaban con el peor.
Era tan patriota que procuraba que el bien de su país coincidiera siempre con el suyo propio.
Recientes estudios de la Universidad de Harvard han demostrado que todo político, cuando deja el cargo, experimenta una disminución de su estatura que oscila entre los dos y los diez centímetros.
Quienes añadieron a los lemas de Libertad e Igualdad el de Fraternidad, ¿no habían oído nunca contar la historia de Caín y Abel?
Si no sabes disimular que eres más inteligente que tu jefe es que eres muy poco inteligente.
A los buenos políticos no los vota nadie porque nos dicen lo que hay que decir, no lo que queremos escuchar.
Estaba en contra del gobierno y era el único habitante de aquella isla desierta.
Domingo, 21 de abril
HAGO CASO A MIS LECTORES
––Últimamente siempre hablas de lo mismo, amigo Martín. Ya aburres. Deja al rey en paz.
––Por mi parte, bien dejado está. Y tienes razón. No eres el único que se queja. Ya sabes cómo son los lectores. Si algo les gusta, no dicen nada, pero si no les gusta, no te preocupes que te lo harán saber. Y lo que me hacen saber es que ando un poco obsesionado con que si la Constitución esto y la Constitución lo otro y que era más divertido cuando contaba mis aventuras amorosas.
––Todas falsas, por cierto.
––Casi todas. Y no tengo más remedio que reconocer que tienen razón. Por eso no he hablado de las elecciones de Venezuela. Y bien que me cuesta. Porque yo soy de esas personas que no pueden no pensar. Sería como no respirar.
––Una vergüenza esas elecciones. Todo el mundo está de acuerdo. En eso es en lo único en que El País coincide con La Razón. No hace falta que digas nada.
––Una vergüenza, sí. Resulta que fueron antidemocráticas porque la diferencia entre el vencedor y el ganador fue de poco más de un punto. ¿Y cuál fue la diferencia entre Hollande y Sarkozy en las últimas elecciones francesas? ¿Y cuál suele ser la diferencia en cualquier país democrático cuando solo se presentan dos candidatos? En Estados Unidos, no es que el perdedor esté casi siempre muy cerca del ganador, es que a veces incluso le supera en votos, como ocurrió en la primera elección de George Bush. Y con abundantes indicios de pucherazo en el estado de Florida. En cualquier elección puede haber irregularidades, pero han de resolverse de acuerdo con la ley electoral de cada país. No pidiendo a gritos y con violencia que se vuelvan a contar todos los votos, los de las mesas dudosas y los de las que no. ¿Tú te imaginas que, después de la elección de Bush, un grupo de senadores demócratas se hubiera ido en gira por Europa para pedir que no reconocieran al gobierno de su país? Eso lo hacen los venezolanos de la oposición, dicen que democrática, y no solo no pasa nada, sino que hasta los elogian en periódicos democráticos y de izquierdas, como El País. Pero yo de estas cosas no puedo hablar. Porque se aburren mis lectores y porque mi única amiga venezolana, la escritora Marina Gasparini, no simpatiza precisamente con los chavistas. No hablo de esto ni del distinto tratamiento que se ha dado a las elecciones en Paraguay. ¿Tú has visto algún editorial de El País sobre ese vencedor que parece que ha comprado al partido, los votos y lo que haya que comprar? No, los editoriales los dejan para arremeter contra Maduro e incitar, más o menos veladamente, al golpismo contra un gobierno democrático que no nos gusta. Lo mismo de siempre. Pero yo de estas cosas no hablo. Yo respeto mucho a mis lectores. Me dedicaré a escribir haikus, que eso no molesta a nadie.
Lunes, 22 de abril
PARA NO MOLESTAR
Dejo a un lado los periódicos, y abro el cuaderno para anotar algunas reflexiones sobre la actuación de la Fiscalía en el caso de la infanta y en el llamado caso Faisán, pero me acuerdo de que a mis lectores no les gusta que me meta en política, me callo lo que pienso (tenía veinticinco años cuando murió Franco, estoy acostumbrado) y me pongo a escribir haikus, que es algo que no molesta nadie.
Noche de agosto. / En el jardín, desnudos, / la luna y yo.
Cuántas estrellas. / Miro y no encuentro / la que me guíe.
Salgo de casa. / ¿Quién podría decirme / si he de volver?
El niño juega / y el anciano sonríe / mientras se mira.
¿A dónde voy / con tanta prisa / sin despedirme?
Junto al camino / la casa con sus luces / siempre apagadas.
Cantan sirenas. / El puerto, la neblina, / irse muy lejos.
Martes, 23 de abril
EL POETA BURLÓN
Cuando un poeta habla de sí mismo, no hay que hacerle demasiado caso. Antonio Machado decía que nunca corregía sus poemas “porque es muy frecuente, casi la regla, que el poeta eche a perder su obra al corregirla”. Pero Dámaso Alonso demostró que había corregido una y otra vez su primer libro. Víctor Botas afirmaba que había vivido ajeno a la poesía hasta que, pasados los treinta años, había comenzado a escribir los versos de Las cosas que me acechan, que a todos sorprendieron. Ahora sabemos que esos primeros versos tan distintos, tan personales, no cayeron del cielo, sino que venían precedidos de cientos y cientos de borradores y poemas desechados.
Hoy, día del libro, Paulina Cervero dona a la biblioteca de Asturias el archivo del poeta. Algunos de estos papeles yo ya los conocía, los tuve en la mano a poco de haber sido escritos, incluso hice alguna sugerencia, a veces aceptada. Pero mucho otros no los había visto nunca. Víctor Botas tenía la coquetería de disimular su cultura literaria; presumía de lo mucho que sabía de economía o de derecho, pero en literatura le gustaba aparentar que era el buen salvaje. A veces pienso que nos tomaba el pelo. Como aquella vez que entramos en una librería, se acercó a un estante, cogió un libro grueso y me dijo: “He oído hablar mucho de esta novela. ¿Qué tal está?”. Yo me acerqué solícito, dispuesto a dar mi pequeña lección, como siempre hago, y resulta que el libro que tenía en la mano era el Quijote.
Al fondo de la sala Clarín, donde tiene lugar la donación, creo entrever por un momento a Víctor Botas que me hace señas, como en tantos actos literarios, para que termine de una vez porque quiere salir fuera a fumarse un cigarrillo. Hay quien nos deja para no dejarnos nunca.
Miércoles, 24 de abril
REGRESOS
En más de una ocasión me han preguntado si creo en los fantasmas. Pues claro que creo. No creer en ellos sería como no creer en mis propios ojos. Camino siempre muy de prisa. Termino la clase y, antes de que los alumnos terminen de guardar sus apuntes, ya estoy en marcha hacia la clase siguiente. Esta tarde me encontraba a mitad del pasillo, en el segundo piso de la antigua Escuela de Magisterio, cuando oí que me llamaba un alumno. Me volví y me detuve a esperarle. Y entonces ocurrió. Fue como el flash de una vieja película en blanco y negro. Yo recorro aquel mismo pasillo, al final de una clase, y de pronto un compañero se me acerca corriendo. Al pasar junto a mí deja caer los papeles que lleva en la mano. Cuando extrañado voy a agacharme a recogerlos, en el otro extremo, corriendo tras él, aparecen dos policías, dos grises con cara de pocos amigos. Los papeles del suelo no son apuntes, como yo pensé en un primer momento (distingo claramente la hoz y el martillo). Estamos en 1970. Se celebra el juicio de Burgos, hay protestas en todas las universidades, se ha declarado el Estado de Excepción. Me he puesto pálido, he comenzado a sudar, súbitamente me cae encima todo el terror de entonces. “¿Le pasa algo, profesor?”, “No, nada, gracias”. Me recupero en seguida y sigo mi camino.
Sí, yo creo en los fantasmas. Aterradores una veces, otras simplemente burlones. Doy ahora clases en las mismas aulas en que me senté, día tras día, entre 1968 y 1971. A veces, mientras dicto un poema, escucho la voz de mi profesor de entonces, Jesús Neira, y me veo a mí mismo mirándome con ojos curiosos: “Olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida”. Los poemas de Antonio Machado nos los dictaba de memoria, como yo mismo hago; los de Ángel González de un libro, lo recuerdo bien, que tenía en la portada una foto del poeta, todavía sin barba, bastante más joven de lo que yo soy ahora.
¿Cómo no voy a creer en los fantasmas? En estas aulas me aguarda el que fui hace casi medio siglo. “Yo mismo me encontré frente a mí mismo / en una encrucijada”, escucho dictar al profesor Neira.
En estas aulas yo también estoy frente a mí mismo; distingo bien mis ojos burlones entre los distraídos, atentos o aburridos de los alumnos.
¿Qué pensará de mí el joven que fui? Temo haberle defraudado.