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Sin propóposito de enmienda: Misión cumplida

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Sábado, 2 de mayo
COMO EN LA ANTIGUA ROMA

A las ocho en punto de la tarde, ni un minuto antes (por si acaso), pero ni un segundo después, salgo de casa para disfrutar del tiempo de recreo que ha tenido a bien concedernos a los adultos el Amado Líder.
            Solo puedo alejarme un quilómetro de casa. He descargado una aplicación en el teléfono para que me avise en cuando lo sobrepase, aunque sea medio metro escaso. Subo, a buen paso, que es mi paso normal, hasta el Campo de San Francisco, alegrándoseme el corazón con las sonrisas de felicidad que veo en los rostros de los viandantes –todavía numerosos-- que aún no se han decidido a usar mascarillas en todas las ocasiones, incluso en las que son necesarias. 
Cruzo el paso de peatones en la plaza de la Escandalera, pongo el pie en el paseo de los Álamos y en ese mismo momento suena la alarma. Acabo de sobrepasar el quilómetro o retrocedo o los agentes de Marlaska están autorizados para ponerme una multa de, como mínimo, seiscientos euros. 
            Contemplo un rato el parque como Moisés contemplaba la tierra prometida o como Tántalo, muerto de hambre y sed, la comida y el agua que no podía tomar, y luego continúo hacia la izquierda.
            Decido caminar en círculos, trazar una circunferencia en torno de mi casa, y también tiene su encanto este paseo extraño. En Oviedo, a pocos minutos, hay maravillosos caminos rurales. El dictador, para “proteger” mejor nuestra salud y para que quede claro el poder absoluto que le ha sido otorgado, ha decidido que los habitantes del centro de Oviedo no podemos pisar los alrededores solitarios, tenemos que amontonarnos en las mismas calles
            Mis amigos me dicen que exagero cuando llamo dictador a Pedro Sánchez. No es así. No le llamo dictador metafórica e hiperbólicamente, sino con etimológica precisión. En la antigua Roma, un dictador era aquel magistrado al que el senado, en una situación de peligro para la República, concedía todos los poderes. Era un cargo temporal, pero entonces y ahora el magistrado que podía convertir en ley cualquier capricho se sentía tentado a hacer que esa situación se prolongara indefinidamente.
            Exactamente eso es lo que hace Pedro Sánchez con la prórroga del Estado de Alarma. Siempre habrá algún peligro, nunca estará controlada del todo la situación sanitaria (al menos hasta que haya una vacuna, dice con la boca chica). Si el congreso no le para los pies, tendremos Estado de Alarma por tiempo indefinido.
            Es un dictador Pedro Sánchez, pero eso no quiere decir que se parezca en nada a Francisco Franco, por supuesto. A quien sí se parece es al Miguel Primo de Rivera que, en septiembre de 1923, asumió todos los poderes por encargo real  y con el aplauso de la mayoría de la población. Dijo que no tenía ambiciones políticas, que venía solo a arreglar las cosas y que luego se iría a su casa. Arregló la guerra de Marruecos, tomó algunas medidas acertadas, mejoró la economía. No tuvo que confinar a nadie, solo a don Miguel de Unamuno, que fue el único que protestó.
            Pasaron uno o dos años, media docena de prórrogas del Estado de Alarma, le gustó el cargo y decidió crear, no un partido, sino un movimiento ciudadano, la Unión Patriótica, para permanecer en él indefinidamente.
            ¡Qué buena idea esa de la Unión Patriótica, Pedro Sánchez! Hasta el nombre el bonito. Con esa masa que ahora, gracias a la incansable labor de las televisiones generalistas, se queda en casa y aplaude cualquier arbitrariedad, ¿no se podría hacer algo semejante?
            En estas cosas pienso, mientras doy vueltas y vueltas atado por una cuerda imaginaria (pero muy real, Marlaska mediante) a mi domicilio.



Domingo, 3 de mayo
COSAS QUE PASAN

El  jefe del Estado de un país de cuyo nombre no quiero acordarme visita a su abogado en Ginebra con una maleta que contiene no sé cuántos millones de dólares y le pide que lo ingrese en su banco.
            ---¿Puedo preguntarle de dónde ha salido este dinero, Majestad? Es por si me lo preguntan en el banco.
            ----Es un regalito de un amigo. Yo no podía rechazarlo, sería hacerle un feo.
            ----Comprendo, Majestad. Pero habrá que ser discreto, que a lo mejor en su país algunos no lo entienden.
            ----En mi país todos saben que puedo hacer lo que me da la gana, que la Constitución me lo permite, y quien lo dude que se lo pregunte a los catedráticos de Derecho constitucional. Si a mí ahora me apeteciera pegarte un tiro, je je, pues te lo pegaría y la policía no podría intervenir y ningún juez decir nada. ¿No te lo crees? ¿Quieres que probemos?
            ----No, por favor, Majestad, que estamos en Suiza y aquí a lo mejor la policía y los jueces no son tan complacientes como en su país.



Lunes, 4 de mayo
ME CONFORMO CON POCO

Hojeo el cuaderno de notas en el que todos los días suelo trazar algunos garabatos: “El amor siempre sabe a poco”. 
Como solo hay una cosa que me gusta más que llevar la contraria a mis interlocutores, llevármela a mí mismo, de inmediato pienso: “¿Seguro? Yo, en el amor, con muy poco ya tengo bastante. Me pasa con casi todas las cosas. Solo hay dos de las que no me canso nunca: la conversación (siempre que sea yo el que lleva la voz cantante, por supuesto) y los libros (siempre que tenga muchos donde escoger).



Martes, 5 de mayo
NO ERA PARA TANTO

Llegó por fin –parecía que no iba a llegar nunca, que el tiempo se había interrumpido a mediados de marzo-- el día tan temido. Por la mañana di mi última clase de “Literatura y periodismo” (hablé de los “articuentos” de Juan José Millás), por la tarde la última de Literatura en Magisterio: glosamos un poema de Jon Juaristi, “Comentario de texto”, y un aforismo de Oscar Wilde: “Lo  malo de la educación es que nada que merezca la pena aprender puede ser enseñado”.
            A las ocho de la tarde, dije adiós y gracias a los alumnos, les deseé buena suerte en los exámenes, apagué el ordenador y pensé con una sonrisa: misión cumplida.
            Comenzó exactamente el 20 de marzo de 1972. Para poder tomar posesión de mi plaza, tuve que jurar fidelidad a los principios fundamentales del Movimiento y aportar un certificado de buena conducta expedido por el párroco. Eran otros tiempos, todavía en España duraba la Edad Media. 
Empiezo y termino en época de recorte de libertades, pero debo reconocer que en materia de dictadura hemos decaído mucho: la que tenemos ahora –temporal, pero perpetuamente revisable-- no le llega ni a la suela de los zapatos a la de entonces.


Miércoles, 6 de mayo
LIBRERICIDIO

Después de casi dos meses, vuelvo a la librería Cervantes, por la que antes pasaba todos los días. ¿Vuelvo? Es un decir. No se puede entrar en ella. Han abierto solo la puerta de emergencia y ante ella han puesto una mesa. Los libros han de pedirse por Internet y no se pueden recoger –en esa puerta que hace como de ventanilla-- hasta el día siguiente. Muestro mi extrañeza. 
----Es que los libros tienen que irse desinfectando ejemplar por ejemplar y a nosotros nos llegan más de cien títulos diarios y no tenemos personal. A partir del lunes se podrá entrar, pero solo un cliente por empleado. El cliente podrá mirar los libros, pero no tocarlos. Si quiere coger alguno, se lo entrega el empleado, que luego ha de desinfectarlo antes de dejarlo en su sitio. Hay que colocar también mamparas en los mostradores. 
Todo esto me lo cuenta el dueño, que aparece en ese momento.
----Amazon se está poniendo l botas, las librería no levantaremos cabeza. ¿Sabe lo que nos cuestan estas medidas? ¿Y cuántos clientes van a querer entrar en una librería en esas condiciones? Las librerías están para que los buenos lectores, los que no se conforman con el bestseller de turno, puedan entretenerse en las mesas de novedades, para hojear diez libros antes de llevarse uno, para pedir consejo al librero de confianza.
            Yo le cuento que acabo de venir de Mas, mi quiosco habitual, donde también se vende pan, bebidas, juguetes. Ahora solo se entra de uno en uno, pero hasta hace poco podía haber varios clientes en la tienda, que es amplia, guardando la distancia de seguridad. Y he visto a gente hojeando las revistas o los periódicos antes de llevarse uno. Y no iba la empleada a desinfectarlo después de eso, ni antes. Al parecer los periódicos no transmiten ninguna enfermedad, pero los libros sí, aunque vengan retractilados. 
            Primero fueron los niños el gran peligro, ahora son los libros. Bueno, en España siempre los fueron. Ya se había muerto Franco y todavía me registraron la maleta al volver de París por si traía algún libro prohibido. En el subconsciente de quienes nos gobiernan parecen perdurar las palabras de un personaje de Cervantes contra los libros “que llevan a los hombres al brasero / y a las mujeres a la casa llana”, a los hombres a las hogueras de la Inquisición, por pensar demasiado, y a las mujeres al prostíbulo, por fantasear en exceso.
            ¿Volveré alguna vez a poder pasearme por la librería Cervantes como en los viejos tiempos? ¿Volveré alguna vez a salir de ella feliz con el hallazgo de ese libro de una pequeña editorial que había sido escrito precisamente para mí y que yo ni siquiera sabía que existía?
            El actual gobierno de España, siguiendo los consejos de anónimos expertos, hará todo lo posible para que eso tarde lo más posible en ocurrir.
            Yo espero que en algún momento se nos dé el nombre de los expertos que aconsejaron abrir los quioscos desde el primer día del confinamiento y que ponen todas las trabas posibles para que las librerías puedan abrir dos meses después. Merecen quedar grabados con letras de oro en la historia universal de la estupidez, si lo han hecho sin pensar (no parece ser lo suyo), y en la de la infamia si lo han hecho con otras intenciones.



Jueves, 7 de mayo
EL DÍA DE LA IRA

Releo Mario y el mago de Thomas Mann. Una familia alemana veranea en un pueblo costero italiano. Estamos en 1930, la xenofobia y el nacionalismo asoman acá y allá. Nadie se imagina que en Alemania pudiera ocurrir algo semejante. Un hipnotizador llega al pueblo. Se divierte humillando a quienes hace subir al escenario, todo se ríen de ellos que es como reírse de si mismos. La concurrencia entera está hipnotizada. Pocos dejaron de ver en ese hipnotizador al Mussolini que entonces era admirado por el mundo entero. Alfonso XIII, cuando viajó a Italia con Primo de Rivera, se lo presentó al monarca italiano diciéndole: “He aquí mi Mussolini”. El relato de Thomas Mann –una novela corta-- termina de trágica manera, anticipando los sucesos de la milanesa plaza Loreto en 1945.
            No se puede engañar a demasiada gente demasiado tiempo. Y la reacción de los engañados suele ser tanto más furibunda cuanto más colaboraron ellos mismos con su acrítica sumisión en el engaño.



Viernes, 8 de mayo
JARDINES DE LA RODRIGA

He decidido desconectar la alarma del teléfono que me avisa cuando me aleja un quilómetro de mi casa y adentrarme en los Jardines de la Rodriga, en el centro de la ciudad, pero como fuera del mundo. Mientras paseo por un por sendero arbolado y solitario, me voy repitiendo unos versos de Baroja que a la memoria me vienen con frecuencia: “Si tenía alguna suerte, / la tiré por la ventana; / si tenía algún talento, / se lo ha llevado la trampa. / Soy como el agua de un río / que donde quiera que pasa, / ve solo hierbas malditas, / jaramagos y espadañas. / Ya nada me preocupa / ni el dinero ni la fama / y solo aspiro a dar fin / con decencia a la jornada”.

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