Sábado, 5 de octubre
MI FRUSTRACIÓN MAYOR
Decía Gabriela Mistral que se sentía maestra antes que poeta, pero que había que tener cuidado con la enseñanza porque los profesores tienen a volverse pedantes, dogmáticos y autoritarios.
¿Soy yo pedante? Un poco. ¿Dogmático? Algo. ¿Autoritario? Bastante. Me gusta mandar, no puedo negarlo. Habría sido un buen monarca en los tiempos del despotismo ilustrado. No habría desterrado a Jovellanos, le habría cambiado de ministerio. Y también habría nombrado ministros a Campomanes, a Moratín, a Meléndez Valdés e incluso a Godoy, pero atándole corto.
Me gusta mandar, pero he tenido pocas ocasiones de hacerlo. Nunca he tenido mando sobre nadie, salvo sobre mí mismo. Y si me gusta mandar, detesto obedecer, así que no siempre he sido un súbdito disciplinado.
Esa ha sido una de mis frustraciones. ¿Y qué cargo me habría gustado ocupar, aparte del de déspota ilustrado, hace siglos extinguido? Un cargo político no, que dependen siempre del capricho de alguien y, en última instancia, de la voluntad no menos caprichosa e impredecible (aunque manipulable) de los electores.
Me habría gustado tener poder de verdad, esto es, ser una de las primeras fortunas del mundo. Financiar generosamente películas, pero tener la última palabra sobre ellas (poder obligarle a Tarantino a cortar los últimos diez minutos de Érase una vez en Hollywood, por ejemplo). Crear ayudas a la creación y conceder una renta vitalicia a determinados poetas a condición de que no escriban novelas (Andrés Trapiello), no escriban poesía (César Antonio Molina) o no escriban en absoluto (Antonio Gamoneda). También ayudas a la edición: una de ellas se la habría concedido a Jorge Guillén para que no publicara sus últimos quinientos o mil poemas, aunque entretuviera su jubilación escribiéndolos.
Compraría la edición entera de algunos libros –por ejemplo, Tan pronto ayer, las reconstruidas memorias de Guillermo de Torre–, la destruiría y financiaría una edición mejor, dejando solo lo inédito o perdido en minoritarias revistas y eliminando los capítulos de obras ya publicados.
Financiaría a un comité de expertos para que evaluaran de verdad el trabajo de los profesores universitarios y eliminara la basura curricular que –en el campo de las Humanidades, que es el que conozco– deja pasar la Aneca, sin siquiera tomarse el trabajo de olerla, solo porque sus autores han logrado financiación, o se han rascado el bolsillo, para publicarla en determinadas editoriales.
No sigo. No quiero meterme en más jardines.
Queda claro que me gusta mandar y que soy un dictador frustrado. Pero el que me haya ganado la vida dando clases no tiene nada que ver con eso, estimada Gabriela Mistral.
Domingo, 6 de octubre
DOS PALABRAS
Bastan dos palabras para calificar a la película que acabo de ver: brutal, genial.
Salgo del cine aturdido por los golpes emocionales y por el talento de Todd Philips y Joaquin Phoenix. Pero antes de volver a ver Jokerpreferiría una visita al dentista para que me extrajera todas las muelas del juicio sin anestesia o un recital de poesía.
Lunes, 7 de octubre
BORGES Y YO
Para leer esta tarde mientras tomo el café –no me ha llegado ningún libro nuevo–, me llevo un número de la revista Sur, el 18, que corresponde a marzo de 1936. Colaboran, en la parte principal, Waldo Frank, Igor Stravinsky, Eduardo Mallea (traduce a Franz Kafka),Vicente Huidobro, Virginia Woolf, pero todos esos nombres se quedan en nada ante una de las notas finales, el folio y medio que Jorge Luis Borges dedica a un olvidado libro de Adolfo Bioy Casares, La estatua casera.
Lo que más admiro de Borges –y lo que más envidio– no son los relatos que le dieron la fama ni sus poemas más tópicamente famosos, sino las notas breves que fue dejando por revistas y periódicos, los prologuillos, lo que en cualquier otro escritor es trabajo venal y olvidable. Borges no puede escribir cuatro líneas ocasionales sin dejarnos una frase feliz, una muestra de ingenio e inteligencia.
Sueño con que alguien, dentro de muchos años, dé con un viejo periódico o un número de alguna olvidada revista literaria, lo hojee distraído y de pronto me encuentre entero y verdadero en unas líneas que solo podría haber escrito yo.
Un sueño imposible, ya lo sé, pero que como todos los sueños ayuda a vivir.
Martes, 8 de octubre
PREMIOS Y COSAS RARAS
Tengo una vieja antipatía a los premios literarios, que mis amigos conocen muy bien y que irrita a alguno, como a Felipe Benítez Reyes, que ha de recurrir continuamente a ellos para sostener su economía doméstica.
Nunca se me ocurriría concursar a un premio ni aceptar ninguno de los que no es necesario presentarse. Y sin embargo, cuando me lo proponen, acepto formar parte de un jurado. Una contradicción, lo sé. Afortunadamente, me llaman pocas veces, cada vez menos.
Con los premios pasan cosas raras. La pasada semana presenté el libro de Emilio Martín Vargas Todo el mundo me mira, ganador del XVII Premio Emilio Alarcos. Hoy me envía Antonio Manilla una reseña en que pone al libro que ganó ese premio por las nubes. Le recuerda al primer González Iglesias (que santa Lucía le conserve la vista). Pero no es eso lo que me llama la atención, sino que, a juzgar por la portada, en un libro completamente distinto. Ahora se titula Lumpen Supernova.
Vivir para ver: hubo al parecer una edición de compromiso que yo presenté y se entrego gratuitamente a los asistentes a la presentación y otra de un libro distinto, pero que se presenta como ganador del mismo premio, que circula por librerías y elogian los críticos.
Sea cual sea la explicación, yo sigo en mis trece de que la administración debería emplear los dineros públicos en algo más útil y menos perjudicial para la literatura.
Miércoles, 9 de octubre
HAMBRE Y SED
Sigo con los viejos números de la revista Sur. Uno de ellos, enero del 36, comienza con estas líneas de Aldous Huxley: “El hambre y la sed de racionalidad son por lo menos tan características del alma humana como el hambre y la sed de justicia. Vivir en un mundo que no tenga sentido resulta intolerable. Sentimos la necesidad abrumadora de explicar el universo y de explicarnos a nosotros mismos.”
En mi caso, al menos, así es: tengo hambre y sed de racionalidad. Pero no estoy seguro de que esa sea una característica de los seres humanos. La mayoría parecen estar más de acuerdo con Unamuno: “Dios nos dio el pensamiento como prueba. / Dichoso el que no sabe que lo lleva”.
La única verdad que interesa a la mayoría es la que les conviene. Todos somos un poco como ese tribunal –no miro para nadie– que decide primero que los acusados son culpables y luego dedica meses y meses a encontrar de qué delitos y cómo puede dar apariencias de legalidad a su decisión previa.
Siento contradecir a Huxley, pero yo creo que el hambre y la sed de justicia son tan escasos como el hambre y la sed de racionalidad. Me temo que la justicia y la racionalidad a la mayoría solo nos interesan cuando nos convienen.
Jueves, 10 de octubre
LAS PRUEBAS DEL DELITO
Quedo en el Rialto con José Luna Borge y Antonio Manilla, que han venido desde León para escuchar a Miguel d’Ors en la cátedra Ángel González. Al ir a entrar, aparece en la puerta Luna Borge. “Está con nosotros, Miguel, no sé si te apetecerá pasar”, “Mejor me voy, no quiero que me ponga mala cara como la directora de la cátedra cada vez que me da por asistir a alguna conferencia”, “No, si él no tiene ningún inconveniente en verte”. “Pues yo tampoco”.
Le encuentro más delgado, más frágil, con una tenue vocecita. La verdad es que siento un poco de mala conciencia por haber enfadado a uno de los poetas que he admirado desde siempre, desde que leí sus versos en la revista Poesía española, allá por 1973 o 1974. Y me deprime pensar que a mí, para ser como él, un anciano venerable, ya solo me falta ser venerable.
Se enemistó conmigo por no sé que ofensa que le hice hace no sé cuántos años. Yo ni la recuerdo, pero él la recuerda muy bien. Me ha perdonado (por imperativo cristiano), pero no ha olvidado. Cuando salimos del café, vuelve a recordarme aquel pasaje de uno de mis diarios que muestra “una miseria moral casi insuperable”.
––De mí puedes decir lo que quieres, incluso ese chistecito que corre por ahí, que Aquilino Duque y yo somos poetas con vox propia, pero por qué tuviste que meterte con mi mujer y mis hijos, ¿qué te han hecho ellos?
Luego, al llegar a casa después de la lectura (apenas se oyeron sus poemas, debería haberlos leído Javier Almuzara), en la que me aludió varias veces (me costó no entrar al trapo en el coloquio, pero he aprendido a resistir la tentación), decidí buscar el tomo de mi diario en que había cometido aquella terrible ofensa que tardó veinte años en perdonarme (y eso solo por imperativo legal).
Me costó encontrarla, pero dí con ella. Está en Fuego amigo, en la anotación del 26 de febrero del 2000. Me cuenta d’Ors que se ha separado, me pregunta cómo me las arreglo para vivir solo: “Y yo pienso en sus poemas, tan entrañablemente familiares, tan llenos de cantos a la santa esposa y la bíblica multiplicación de los panes, los hijos y los peces, y siento, no sé por qué, una extraña congoja. La vida a veces no nos muestra su rostro más amable. Debería darle ánimos y un abrazo, pero he perdido la costumbre”.
Viernes, 11 de octubre
EL DELITO MAYOR
“Porque el delito mayor / del hombre es haber nacido”. Del hombre y de la mujer: haber nacido libres –“libre nací y en libertad me fundo”– y querer seguir siéndolo.