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Revelación de secretos: Y no digo más

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Sábado, 1 de junio
YO, PECADOR

Me avergüenza confesarlo. Es una mala costumbre impropia de la edad que ya tengo, bien lo sé. Pero no puedo evitarlo: de vez en cuando, aunque trate de disimular para no perder el poco respeto que aún conservo, soy feliz.
             ¿Cómo podría soportar la vida sin estos momentos de inconsciencia, de olvido del dolor ajeno y la injusticia del mundo, de dejarme acariciar por la brisa y por tus manos, de cerrar los ojos y no pensar en nada, de sentir los latidos del corazón y sentirlo acompasado con el universo?


Domingo, 2 de junio
EL FASCISMO EN COLORES

En Roma, en Berlín, en Madrid, en Helsinki, qué bien lo pasaba Agustín de Foxá, Conde de Foxá, falangista y diplomático. Fueron los mejores días de su vida. Releo su diario y las cartas a la familia de 1939, 1940, 1941, años que siempre se nos pintan en blanco y negro, pero que para él relucían con todos los colores..
            “Voy con José Antonio a Ranieri. Viejos espejos y cuadros del XIX. Las dos Embajadas, con los agregados aeronáuticos, naval y militar. Navarro canta jotas y yo recito. A Apolo, cerrado. En Vía Veneto, cogemos dos muchachas. Las llevamos al piso. Luna y auto. Con moneda del Papa he comprado un periódico. Me acuesto”.
            “Con Pedro Laín y su mujer a cenar en Alfredo. Hablan de Alemania. Se dice en ese país que cada vez es más pequeño el extranjero”.
            “No encuentro mi camisa de Falange. Llego algo tarde a la Embajada. Rutilante (banda roja en oros bordados), el embajador. Las señoras, con mantilla”.
            “En Tiergarten, melancólicas praderas con ardillas de cuentos ybosques. Un soldado tierno es retratado por su padre con un pajarito comiéndole en la misma mano que arroja las bombas y sostiene los lanzallamas”.
            “En un banco verde, Nicht für Juden: prohibido para judíos”.
            “Voy por la mañana a la embajada. Van llegando los invitados. Ridruejo, de verde, de soldado alemán. Muñoz Grandes, con una franja roja en el pantalón y el águila de plata del Reich sobre el uniforme gris verdoso. Durante la comida, dice imprudentemente Ridruejo: ‘Mi general, usted pasará a la historia según lo que digamos nosotros, los poetas’. No le hace ninguna gracia”.
            “Con Rafael Morales voy a un cine y veo la hipócrita entrevista del ordinario Churchill con Roosevelt. Este, imposibilitado (símbolo de la democracia) se tiene que apoyar en un oficial. Ternezas (simplezas) de Churchill acariciando un gato. Luego cantan salmos presbiterianos, bajo los cañones que trabajan para los sin Dios”.
            ¡Los buenos días perdidos! El 15 de enero de 1941, Agustín de Foxá escribe a sus padres: “Ahora me dedico a ver anticuarios. Se puede comprar muy barato, porque los comerciantes de Campo de’Fiori y Via del Babuino pertenecen al pueblo de Jehová y van a ser expulsados en breve”, Y unos meses después, desde Estocolmo: “Voy con unos amigos españoles a comer al barrio viejo, pintoresco, marinero, con tiendas de efectos marítimos, timones, cordeles, fanales, brújulas. Nos dan una mantequilla fabulosa, cangrejos, salmón ahumado, jamón, mortadela, queso, rábanos, arenques, sardinas, carne, coles, etc (como entremés). Luego los ‘skol’ de los brindis, con un abrasador licor de marineros. Después, carne en una hoja de col, café, etc. Total, siete coronas, o sea, catorce pesetas. Es maravilloso”.
            Se nos hace la boca agua oyéndole enumerar el menú de la comida que ofrece en honor del representante de Hítler en Finlandia: “Les di consomé, salmón del lago Ladoga, rostbeef con patatas, helado y tarta; además, vinos españoles y del Rhin, Murrieta y champagne francés, café, benedictino, whisky escocés, puros habanos y pitillos americanos”.


Lunes, 3 de junio
LA VIDA DE LA FAMA

“La muerte no es un acontecimiento de la vida”, afirma Wittgenstein en su Tractatus Logicus-Philosoficus.
            ¡Qué tontería!, pienso yo, que cuando hablo conmigo mismo no guardo demasiado respeto a ninguna eminencia.
            La muerte entra pronto en la vida de cualquier persona y nos ocupa durante toda la vida.
            “No se vive la muerte”, continúa el bueno de Wittgenstein.
            ¡Que bobada! Se vive y se teme la muerte de los que queremos (y también la trágica de los desconocidos: nos amarga el café del desayuno cada mañana al hojear el periódico).
            La que no se vive es la muerte propia. Quizá Wittgenstein se refería solo a ella. En ese caso, debería decirlo.
            Pero ¿de verdad no se vive la muerte propia? Se vive anticipadamente, como tantas otras cosas. Por eso la gente común hace testamento y la gente importante se preocupa de su legado, de la imagen que ha de dejar.
            Seguiremos vivos después de muertos –unos más tiempo, otros menos– y por eso la propia muerte es también un acontecimiento de nuestra vida, puede y debe ser prevista.
            Yo cuido mucho mi imagen para esa segunda vida de la que hablaba Manrique, la vida de la fama, que continúa después de esta “terrenal, perecedera”. Y por eso jamás le daría la mano al Rey Presunto ni al Príncipe Asesino (salvo por imperativo legal, claro está, que a la fuerza ahorcan).
            Mientras pienso en estas cosas, se me ocurre el argumento de una entretenida novela: en un país imaginario, un simpático pícaro, encaramado en la jefatura del Estado por un dictador algo menos campechano, hace de las suyas mientras quienes debían velar por la legalidad miran para otro lado.
            Y siguen mirando. Y no digo más, que hay golpes de Estado sin piedra ni palo, como afirma nuestro fiscal general (o generalísimo).


Martes, 4 de junio
AHÍ QUEDA ESO

Mientras espero para pagar el café de la mañana en Las Salesas, me entretengo un rato mirando el televisor. El fiscal del más vergonzoso espectáculo del mundo está leyendo su alegato final. No le presto mucha atención, no creo que difiera del escrito de acusación. Creo escuchar frases como “ese es el peor de todos”, referida a Oriol Junqueras, “fue un auténtico golpe de estado”, “no se trata de presos políticos” (excusatio non petita…) y otras lindezas del mismo rigor jurídico, y pienso: “¿Pero quién le redacta los informes a este hombre? ¿Inés Arrimada? Andrés Trapiello seguro que no porque tendrían mejor prosa”
            Llego luego a casa, pongo la noticias de Radio Nacional (las llevo escuchando, puntualmente a las dos, desde antes de que muriera Franco), y me entero de que la sección no sé cuántos del Tribunal Supremo ha decidido suspender provisionalmente el traslado de los restos del dictador, atendiendo a un recurso de sus familiares; en un párrafo de la resolución, afirman que Franco fue Jefe del Estado desde octubre del 36.
            Pero en 1936, tras el golpe de Estado que se convirtió en guerra civil, solo reconocían a Franco como jefe de Estado la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Ahora me entero de que también cuenta con el reconocimiento del Tribunal Supremo español de 2019. Ahí queda eso.


Miércoles, 5 de junio
UNA ESTATUA

Han pasado los años. ¿Pocos o muchos? No sabría decirlo. Dos estudiantes, que estudian poco pero se pasan el día escribiendo versos y hablando de literatura, entran en una librería de viejo y, entre un montón de libros, todos a dos euros, encuentran uno cuyo título les llama la atención: Revelación de secretos, de José Luis García Martín. Lo hojean. “Parece un diario”, dice uno de ellos. “Por aquel tiempo, a comienzos del siglo pasado, estaban muy de moda”, “¿Quién sería este José Luis García Martín?”, “Ni idea”.
            Leen la entrada correspondiente al 4 de junio de 2019. “¿Ese Oriol Junqueras no es el mismo que tiene una estatua en la plaza de Cataluña, al comienzo de las Ramblas?”, “No sé, yo de política entiendo poco”, “Yo menos, pero quedaba citado allí con mi novia cuando vivía en Barcelona”.


Jueves, 6 de junio
LOS LIBROS LIBRES

Mi amigo el poeta Álvaro Valverde habla de su biblioteca en la revista El Ciervo. Afirma que, en el último expurgo, desaparecieron de ella casi todos los libros de narrativa y alguien, en su blog, le pregunta que a dónde fueron a parar. “A cajas que guardo en la cochera”, responde.
            A mí esa me parece la peor de las opciones, un secuestro. Los libros que tienen que salir de mi casa, y lo hacen en tandas semanales, para que entren otros van a una librería de viejo. Como se los dejo gratis al librero, Xurde Blanco, puede venderlos muy baratos.
            A los libros, como a los pájaros volar de rama en rama, les gusta ir de mano en mano.
            Ese poeta que a mí no me interesa nada, pero que nada, yo no me atrevería a encerrarlo en una caja y llevarlo al trastero (aunque se lo mereciera). Es posible que fascine a otros (la reina Letizia acaba de decir que uno de sus poetas favoritos es Raúl Zurita).
            Y esa novela que me ha divertido durante unas horas, y que no pienso releer, ¿dónde está mejor que posada en un escaparate o en una estantería esperando a algún otro lector?
            Claro que hay algo peor que meter los libros que no interesan en cajas y amontonarlos en un garaje: sentirse generoso y tratar de donarlos a una biblioteca.
            Qué razón tenía Eugenio d’Ors cuando, en el reglamento de las bibliotecas públicas de Cataluña, escribió aquello de “donativos, solo en metálico”.
            Y luego están esos descendientes de escritores, o simplemente de buenos lectores, que venden los libros heredados pero arrancando la página con la dedicatoria para que se ignore la procedencia de los volúmenes. ¡Habría que imponer una multa a esos bárbaros que venden previa mutilación para que no se descubra que gente de su categoría tiene que andar en tan vulgares trapicheos!


Viernes, 7 de junio
ME SOBRA TIEMPO

Ya ha dejado de preocuparme mi jubilación, que tendrá lugar en el cercano 2020. “Fue bonito mientras duró”, diré al despedirme. Y a otra cosa, mariposa.
            Pero no faltan los buenos amigos que no saben que ya he superado el duelo (soy así de rápido) y se esfuerzan por consolarme. “Tendrás más tiempo para todo”, me dice Ricardo Labra. “¿Y para qué quiero yo más tiempo? Yo no necesito más tiempo, necesito más talento”.
            No soy el único al que le ocurre eso (sobra de tiempo, falta de talento), pero me parece que soy el único que se atreve a decirlo.




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