Viernes, 19 de abril
OTRAS SON LAS TRAGEDIAS
Cada viernes, a partir de las siete de la tarde, desde hace casi cuarenta años, aún seguimos reuniéndonos reunimos unos cuantos amigos para charlar de todo lo divino y lo humano, como se decía antes, y nunca mejor dicho, porque la Teología y la astrología son dos de mis entretenimientos favoritos.
Esta tarde se hablaba del incendio de Notre Dame, entre otros tópicos del momento, y yo dije:
––No fue una tragedia, fue un espectáculo. Una tragedia es que arda un piso en cualquier suburbio y que muera una anciana o una familia o que muera un bombero tratando de sofocar el incendio.
––¿Y a ti no te importa que se destruya una obra maestra de la arquitectura y un montón de reliquias?
––Reliquias más falsas que Judas, en la mayor parte de los casos, como esa corona de espinas que al parecer se salvó en el último momento. ¡Cuánto se han aprovechado algunos de la credulidad de las gentes! Se habla mucho ahora de las fake news. Sin fake news, cierto, Trump no sería presidente, pero tampoco la iglesia católica sería la poderosa multinacional que es.
––¡Irreverente estáis!
––La torre de la catedral de Oviedo no es del siglo XVI, sino de los oscuros años cuarenta del pasado siglo. La aguja que se derrumbó en Notre Dame no era precisamente del siglo XII, sino del XIX, como la mayoría de las fascinantes gárgolas que desde lo alto de sus torres vigilan el cielo de París. Nada que pueda solucionarse con dinero es una tragedia. Los generosos mecenas que han puesto dinero para que vuelva a ser como era, o mejor, cuanto antes, recuperarán su inversión, que tiene más que ver con el lavado de imagen de sus oscuros negocios que con el amor al arte. Notre Dame es una máquina de hacer dinero. Basta subir un euro el precio de las entradas, que ya están solicitándose por adelantado.
Sábado, 20 de abril
UN JARDÍN
En él se come durante el verano, se tiende la ropa, se arrancan las malas hierbas, se medita, se pasea. Es en él donde se entierra a quienesw han fallecido, se recoge miel, se cosechan manzanas y peras y donde cada día la hermana Ruth va a buscar las flores que sirven para adornar los altares de la iglesia.
El jardín del monasterio Mariazell-Wuemabach, en el extremo superior del lago de Zurich, no es especialmente grande ni se ajusta al modelo tradicional, pero está lleno de vida. Yo me los encuentro en las páginas de un libro, Los jardines de los monjes, de Peter Seewald y Regula Freuler, y paso en él la tarde melancólica de este sábado en que a uno le apetecería estar lejos, muy lejos del mundo, pero sin dejar de estar en el centro del mundo que de verdad vale la pena.
Lunes, 22 de abril
CASI INSUPERABLE
Día de desencuentros con la gente que uno quiere, los peores desencuentros. Y carta de Miguel d’Ors en la que acepta mis tardías disculpas por lo que dije en uno de mis diarios –yo había olvidado en cuál, él me precisa que en Fuego amigo, del 2000–, aunque no por eso deja de considerarlas “de una miseria moral casi insuperable”.
¿Qué habré dicho? Cualquier torpeza. No me atrevo a revisar el volumen para comprobarlo. Ya se sabe que las ofensas que uno hace, aunque sean involuntarias, se olvidan primero que las que recibe.
¡Una miseria moral casi insuperable! Ahí es nada.
Pero cristianamente acepta mis disculpas y perdona, aunque no olvida. Me alegran sus palabras, a pesar de lo de la miseria moral, que me deja un poco estupefacto, todo hay que decirlo.
Yo nunca he dejado de admirar al gran poeta que descubrí en las páginas de la revista Poesía española allá por los primeros años setenta.
Martes, 23 de abril
TODOS LOS DÍAS
––Tú, con tal de llevar la contraria –me dice un amigo–, eres capaz de comprar libros todos los días, menos el día del libro.
––Qué bien me conoces.
Miércoles, 24 de abril
UNA PERSONA ENCANTADORA
En la comida del Palacio Real, más concurrida que de costumbre, me toca sentarme entre Carmen Posada y Blanca Berasátegui. A nuestro lado está Eva García Sáenz de Urturi, de quien yo ni había oído hablar y que resulta ser una de las novelistas más vendidas de la actualidad. Con su Trilogía de la Ciudad Blanca va ya por más de un millón de ejemplares (no sé yo si Juan Marsé alcanzará esa cifra con todas su novelas juntas, incluida la peor, que fue premio Planeta).
La Ciudad Blanca es Vitoria y, según nos cuenta Eva, gracias a sus libros se ha multiplicado por cuatro el turismo y ya hay rutas que recorren los lugares en que se sitúa la acción de sus novelas. Y aumentarán las visitas cuando se estrene la película de Atresmedia El silencio de la Ciudad Blanca, dirigida por Daniel Calparsoro y protagonizada por Javier Rey y Belén Rueda.
Los escritores exquisitos tendemos a mirar por encima del hombro a los bestselleristas, como si serlo estuviera al alcance de cualquiera. Por mi confidente particular, el teléfono móvil, me entero de qué va esa exitosa trilogía: asesinatos rituales, restos arqueológicos, leyendas ancestrales, un joven inspector experto en perfiles criminales y con drama familiar incluido, una subinspectora con la que mantiene una complicada relación… Todo eso me suena, y mucho. Es el esquema de Asesinato en La Rochelle, Asesinato en Saint Malo y cualquier otro episodio de la serie de France 3, con la colaboración de la televisión belga, que yo veo a veces para desconectar antes de irme a dormir. Me gusta por los escenarios, sobre todo cuando reconozco lugares que he visitado. De la intriga, me desentiendo antes de que llegue al final.
No está al alcance de cualquiera ser escribir de best seller, pero no sé yo si me decidiría a escribir una entretenida novela de quinientas páginas, aunque me garantizarán que se iba a vender mucho. Seguro que me aburriría antes de terminarla, como me aburriría de leerla antes de llegar al final. En este tipo de libros, soy de los que prefieren ver la película o la serie de televisión. Se acaba primero.
Enfrente de mí, está otra escritora, Ayanta Barilli, que al parecer acaba de regresar de un viaje a Irán junto a su hija, y que también vende mucho y de la que no he oído ni hablar (luego me entero de que es hija de Fernando Sánchez Dragó, colaboradora de Jiménez Losantos y finalista del Planeta). A quien sí reconozco es a Boris Izaguirre, sonriente, encantador y feliz. Le comentó que me gustó mucho la crónica que hizo del primero de estos encuentros, en el que coincidimos. “Además de un personaje, es un excelente escritor”, le digo a Alejandro Garmón Izquierdo, el joven poeta que me acompaña.
Yo no soy de los que desprecian a los escritores que venden mucho, pero tampoco los envidio demasiado. A fin de cuentas, para ganarme la vida tengo un trabajo más agradable. Y que no requiere dedicarse al chalaneo y a la promoción, dos actividades que detesto especialmente. Soy incapaz de andar por ahí diciendo lo bueno que es mi último libro. aunque lo sea.
Durante el café en el Salón Chino, tengo ocasión de charlar con gente más de mi mundo. Por allí anda mi admirado Enrique García-Máiquez, católico, apostólico y romano, pero también generoso, inteligente y cordial. “Me alegra ver por aquí a los viejos republicanos –me dice–, acabaréis todos cayendo del guindo”. “Hombre yo, monárquico, precisamente monárquico, no soy. El rey de España que prefiero es Amadeo de Saboya, elegido por el parlamento, y al que unos y otros hicieron la vida imposible. Pero siento afecto por Felipe de Borbón. La culpa la tiene Graciano García. Me ha hablado tanto de él, que ya es como de la familia. En cierto modo, le he visto crecer. Siempre supe que era una persona capaz y cabal, y eso es lo que importa. De su padre, no habría aceptado ni agua. Importan las personas, no el título que llevan”.
“No necesitas disculparte tanto”, me dice que Martín López-Vega que también anda por allí. “Tú vienes porque te encantan los fastos monárquicos, yo por razones de trabajo. Por cierto, para la feria del libro sale mi poesía completa. Espero que cumplas tu palabra y no la reseñes, que de sobra sé lo mal que tratas a tus amigos”.
Discutir un poco con Javier Gomá, el director de la fundación Juan March, es una de mis ocupaciones favoritas en estas sobremesas. “Diré a los de Pre-Textos que te envíen mi comedia, que este domingo anticipa El Mundo, seguro que te va a gustar. ¿Tú has publicado algo?”, “Un libro que se distribuye a principios de mayo, pero no lo leas, seguro que te va a irritar”, “¿Hablas de mí?” (ese es el tema que más importa a cualquier escritor, por mucha filosofía de la ejemplaridad que practique), “No, no, de nuestro anfitrión –digo bajando la voz charla en el corrillo de al lado–.Y tampoco es que hable mal, discrepo solo de cierta acción política suya poco acertada”.
La verdad es que la irritación ya se me ha pasado. Vivimos entonces momentos complicados, que no tienen solución fácil, y no siempre se puede acertar. Yo le veo ir y venir entre los invitados, siempre atento y cordial, acercarse a acompañar a Luis María Anson, que está derrengado y solo en una silla (ya parece que no es el hombre poderoso de antes), despedirse cordialmente al final de la velada (la reina desaparece antes) y pienso –pero no se lo digo a nadie, no quiero pasar por un adulador– que es una suerte que esté ahí en estos momentos complicados..
“Bueno, le digo a Javier Luzán, no estoy muy seguro de que no hable también de ti en mi libro, creo que algo digo a propósito de un artículo en el que afirmabas que la prosa española era chabacana y vulgar por seguir el ejemplo de la picaresca y no el de de Fray Luis de León, para ti nuestro mayor prosista, superior a Cervantes”. “¿Yo dije ese disparate?”. “Lo dijiste o lo diste a entender en dos páginas de Babelia”. (Ya tengo asegurado un lector para mi libro: yo también se vender.)
“No he leído ni un poema suyo –me dice Luis Alberto de Cuenca señalando a la Premio Cervantes, escoltada por Vargas Llosa–.¿Qué tal poeta es?”, “Una persona encantadora –le respondo–. Quién pudiera llegar a su edad con esa energía y esa cabeza”.
Jueves, 25 de abril
CON RAZÓN
No he tenido mucha suerte en mis intentos de reconciliación. Con Villena ni lo he intentado. ¿Para qué? Volvería a enfadarse en cuanto le comentara su borrosa colaboración en La figura escurridiza, el reciente homenaje a Juan Bonilla.
Escribí a nueve amigos perdidos, contestaron menos de la mitad. Dos se limitaron a decir secamente “gracias”, otro habló de mi miseria moral, ninguno dio muestras de querer reanudar la antigua relación.
Y es que mis delitos son de los que no prescriben: reseñas poco elogiosas, indiscreciones en el diario que incluso han roto matrimonios o eso dice Andrés Trapiello.
Además, por muy sinceras que sean mis disculpas (y lo son, sin duda), quizá sospechan que no hay verdadero propósito de enmienda. Y me temo que con razón.