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Revelación de secretos: La que se avecina

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Sábado, 8 de diciembre
LA CAJA CHINA

Los años me van cambiando en muchas cosas, pero no me hacen más crédulo. Las historias de platillos volantes, abducciones, fenómenos paranormales, que veo a menudo en la televisión, siempre antes de irme a dormir, me ayudan a desconectar con la áspera realidad, a relajarme, a reírme de la estupidez humana y sentirme un poco superior (algo que se me da bastante bien, debo reconocerlo).
            No creo en milagros ni en alienígenas, pero sí en lo que un filósofo de Avilés, Estanislao Sánchez Calvo llamaba “lo maravilloso positivo”, los hechos que –al menos de momento– no tienen explicación científica.
            En el santuario de Mevlana, el de los derviches giróvagos, donde se venera al poeta Rumi, me encontré con una arqueta nacarada en la que, según me dijeron, se guardaba la barba de Mahoma. Protegía el recipiente una especie de urna de cristal con unos pequeños agujeros. Vi una larga cola de fieles que aguardaba para acercar a ellos su nariz. “Es que esa reliquia despide un olor semejante al de las rosas del paraíso”, me explicaron. Y yo, sin dudarlo un momento, me puse en la cola a ver lo que había de verdad en ello. Aunque soy muy impaciente, esperé todo el tiempo que hizo falta. Y valió la pena: aspiré fuerte y me sentí embriagado por el más maravilloso olor que haya sentido nunca. Cerré los ojos: me pareció estar en el paraíso. No sé cuánto duró aquella maravilla. Mis amigos dicen que apenas un instante, pero a mí me parecieron horas, un tiempo sin tiempo. Incluso me pareció sentir el rumor acariciador de una fuente cercana y voces frescas que cantaban entre la fresca arboleda.
            Cuando estuve en Pekín, hace ya algunos años, me regalaron un pequeña caja de madera, un recuerdo de la Universidad de Renmin, según se lee en la tapa junto a la fecha de 1937.  Pensé que la había olvidado en la Residencia en que me alojé porque no la encontré en el equipaje al llegar a Asturias. Pero hace unas semanas, tratando de poner un poco de orden en la leonera en que se había convertido mi casa (ahora sede de una fundación) reapareció. La abrí antes de irme a dormir y esa noche, tras una desagradable temporada de insomnio, dormí profundamente. A partir de entonces, me acostumbré a juguetear un poco con ella antes de irme a dormir. Y no es que yo creyera que tenía poderes especiales, pero el caso es que me relajaba y me ayudaba a conciliar el sueño.
            Últimamente me ha dado por pensar que es un talismán y que quizá si tenga algún poder especial. No es que yo crea tal cosa. Soy demasiado racionalista para creer en semejantes tonterías. Pero podría ser un buen argumento para un cuento, pensé. Ya me ha concedido un primer deseo, dormir bien, de un tirón, toda la noche, algo poco frecuente a mi edad. ¿Qué otro podría pedirle? Se me ocurrió –medio en broma, medio en serio– que podía ayudarme a buscar pareja. Siempre he vivido muy bien solo, sin relaciones duraderas, aunque no todas fueran de una sola noche, las hubo que duraron todo un fin de semana. Pero uno se va haciendo viejo y empiezan a visitarle pesadillas de enfermedad, caídas, necesidad de cuidados.
            Fue ayer viernes, al volver de la tertulia, mientras la acariciaba para conciliar el sueño, cuando se me ocurrió formular –medio en broma, medio en serio, ya dije– ese deseo que las mocitas de antes dirigían a un santo casamentero y los solitarios de hoy a Tinder o a cualquier otra aplicación milagrera.
            Fue ayer y esta noche soñé que la caja me hablaba: “¿Hombre o mujer? Rellene la casilla correspondiente”. Y yo, tras dudar un momento, respondía: “Para lo que yo quiero la pareja, mejor mujer”.
            Fue ayer, repito, y hoy cuando tomaba mi café en el Atrio apareció una antigua compañera de la Universidad, muy cariñosa, extrañamente amable. “Fíjate qué cosas, esta noche soñé contigo y luego voy y te encuentro aquí, no sabía que seguías viniendo por Avilés”.
            Y yo me puse a temblar. ¿Sería la caja china verdaderamente mágica? ¿No puede uno, en ese caso, volverse atrás en sus peticiones? Porque hay deseos que uno formula en un momento de debilidad y de los que luego se arrepiente durante toda la vida.


Domingo, 9 de diciembre
AHÍ QUEDA ESO

Ningún género literario más propicio para la tontería que el aforismo (a no ser el haiku). Abro Los pensamientos del té, de Guido Ceronetti –“filósofo, poeta, traductor, narrador y sagaz cronista de hechos culturales y sociales”--, según leo en la solapa, y me encuentro con esta perla: “La mujer, al no ser más que imagen, no muere. El que sí muere es el hombre”.
            Ahí queda eso. No solo es una tontería se mire por donde se mire, sino una tontería vintage, del tiempo en que mujeres y hombres se consideraban de distinta especie.
            “No es posible leer la obra de Ceronetti –escribió Emil Cioran– sin preguntarse quién es el admirable monstruo que la ha concebido”.
            Completamente de acuerdo, salvo en lo de “admirable”.


Lunes, 10 de diciembre
ME ABURRO

Me paso la vida tratando de engañar a los demás y no consigo engañarme ni a mí mismo. ¿De dónde habré sacado esa peregrina idea de que soy más listo que nadie? “Las personas inteligentes no se aburren nunca”, dicen, y yo me aburro mucho. Soy de los que no es que dejen para mañana lo que tienen que hacer hoy, sino que hacen hoy lo que deberían hacer mañana. Y luego, claro, al día siguiente se aburren al no tener nada que hacer.
            Todo lo hago demasiado rápido: hablar, comer, pensar, escribir, rebatir al contrario. ¿Y para qué? Para que luego no haya día en que no me sobre tiempo para estar mano sobre mano, para pensar en lo que no quiero pensar, para emborracharme de melancolía.
            Si soy tan inteligente, ¿cómo es que no consigo tomarme las cosas con más calma, comer más despacio, masticar mejor lo que leo, tardar un poco más en encontrar las falacias argumentales del contrario para no dar la impresión de que no le dejo terminar de hablar?
            Me sobra tiempo y la mayor parte de mi tiempo la ocupo en inventarme ocupaciones con las que entretenerme. Porque de todo me aburro en seguida, como un niño caprichoso, y a la media hora o a la hora ya tengo que dedicarme a otra cosa.


Martes, 11 de diciembre
YA NO SOY TAN SINCERO

Encuentro, entre los papeles viejos que estoy revisando para archivar unos y enviar la mayor parte de ellos a la papelera, un recorte del ABC, fechado el 3 de enero del 84, con el siguiente titular “El Ministerio de Cultura malgasta el dinero”.
            Es una información de la agencia Efe que dice así: “El dinero que se gasta en premios literarios en España es el más absurdo, declaró el poeta y crítico literario José Luis García Martín durante la presentación de Poesía española 1982-83, que recoge los comentarios críticos de los libros aparecidos durante ese período. José Luis García Martín, que manifestó su total desacuerdo con los premios literarios, criticó especialmente el premio Cervantes, que se concede –dijo– "a la longevidad de las viejas glorias que cuentan con una obra dilatada y el mérito de no haberse muerto todavía".
            Hace más de treinta años ya pensaba yo como pienso ahora, pero ya no me atrevería a hacer declaraciones semejantes. Los años me han enseñado a ser un poco más cauto y a disimular lo que pienso.
            (Si no lo fuera, y vista la nadería de su último libro, Contestaciones, que apenas es suyo, me atrevería a profetizar que el próximo Cervantes será para el poeta venezolano Rafael Cadenas.)



Miércoles, 12 de diciembre
COSAS QUE PASAN

Siempre he tenido pasión por explicarlo todo, pero hay cosas que no tienen explicación, o que yo aún no he sabido encontrársela.
             “Yo mismo me encontré frente a mí mismo en una encrucijada”, escribió Ángel González. Hay muchos testimonios de una experiencia semejante. Esta mañana, mientras tomaba un café en Las Salesas, en la gran mesa redonda y común que me gusta utilizar, alguien que se me parecía bastante llegó un poco más tarde y se sentó frente a mí.
            Al principio, daba la impresión de que incluso me imitaba los gestos, como si estuviera ante un espejo. Yo trataba de concentrarme en el libro que llevaba conmigo –la Comedia de Dante en la traducción de José María Micó–, pero no podía dejar de levantar la vista y fijarme en él. Se dio cuenta y comenzó a sentirse molesto. Por fin, no pudo por menos de dirigirme la palabra:
            ––¿Nos conocemos?
            ––Perdona, pero es que te pareces mucho a alguien que conozco bien –y, tras una pausa, añadí sonriendo–, a José Luis García Martín.
            Sonrió también, como si estuviera en el secreto. “Son cosas que pasan”, dijo, y luego se levantó, sin dejar la sonrisa, al mismo tiempo que yo me levantaba.


Jueves, 13 de diciembre
ESPERO EQUIVOCARME

A mis amigos andaluces les ha molestado un poco que yo dijera que los rojos de aquella tierra son más rojigualdas que rojos, como si eso fuera exclusivo de Andalucía. Tampoco es exclusividad suya el evidente resentimiento que sienten hacia Cataluña (un psicólogo social casi se atrevería a hablar de complejo de inferioridad).
            Pero de esos asuntos prefiero no hablar. Tengamos la fiesta en paz mientras podemos. Esta noche soñé –no tiene relación con ello, pero uno no manda en sus sueños– con los años anteriores a la Gran Guerra. Las organizaciones obreras, cada vez más poderosas, decían que no habría más guerras en Europa, que las guerras eran cosa de los Estados burgueses, que si una nación declaraba la guerra a otra, los obreros de ambos países se negarían a tomar las armas y se abrazarían como hermanos.
            Comenzó el conflicto de la más estúpida manera y allá se fueron cantando alegres a la carnicería los obreros de Francia y los de Alemania, que antes que obreros eran franceses y alemanes y debían dar su vida por la patria y arrebatársela antes a todo el que pudieran.
            También los españoles de izquierda, antes que de izquierda, antes que demócratas, son españoles. Que Dios nos coja confesados.



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