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Revelación de secretos: Contra este y aquel

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Sábado, 1 de septiembre
LO ESTOY DEJANDO

Enamorarse es una costumbre que suele tener la gente. Una mala costumbre. Yo ya casi la he dejado del todo. Casi, amor mío.
            Recuerdo unos versos del Cancionero de Palacioque escuché cantar una noche restallante de estrellas en el patio renacentista del museo Machado de Castro, en Coimbra, y que nunca he podido olvidar: “Mal que no puede sufrirse / imposible es que se encubra, / forzado será decirse / o que muerte lo descubra”.


Domingo, 2 de septiembre
YO, JUDÍO

Al comprar el periódico en el quiosco del Fontán, como cada domingo, me encuentro abiertas las puertas de la pequeña sinagoga de enfrente, habitualmente cerrada y sin ningún signo identificativo exterior, como en los peores tiempos de la clandestinidad. Hoy es jornada de puertas abiertas.
            Entro, tomo un sorbo de vino kosher, asisto a una charla sobre la cultura judía, escucho la lectura de algunos cuentos. Sonrío cuando oigo decir que “el judío está siempre discutiendo, a los judíos le gustan las discusiones; en el judaísmo, salvo que hay un solo Dios, todo lo demás es discutible”.
            De ser así, yo sería un perfecto judío. Me gusta ponerlo todo en cuestión. Por principio, no me creo nada de lo que leo o me cuentan si no viene de fuentes fiables o no se prueba adecuadamente. Mis amigos lo saben bien.
            Me gusta discutir como jugar al ajedrez. Para ganar, para derrotar al contrincante. Pero sin hacer trampas. Nada detesto más que al sofista, al que defiende hoy una cosa y mañana la contraria.
            Me gusta tener la razón, no creer que la tengo, aunque de sobra sé que todos los paranoicos creen tenerla.
            Me gusta rectificar, que me señalen un dato erróneo (algo relativamente fácil) o un razonamiento erróneo (ahí lo tienen más difícil). Esa es la demostración de que mi búsqueda de la verdad es verdadera, que no se me reveló –como a los fanáticos de cualquier religión– de una vez y para siempre. Yo me esfuerzo en encontrarla en cada asunto concreto.
            Pero quizá amo más la verdad que a mis semejantes. Soy cruel, no tengo piedad con el interlocutor, trato siempre de aplastarle contra el suelo con el peso de mis razonamientos. Se me da mejor el uso y abuso de la razón que la delicadeza en el trato con los demás.
            A veces pienso que yo habría sido un buen rabino, si fuera posible un rabino ateo. A fin de cuentas, yo todo lo pongo en cuestión –como buen judío–, salvo que, de haber Dios, habría –por definición– un solo Dios.


Lunes, 3 de septiembre
INCONSCIENCIA

Tras enterarme de la brutal catástrofe en Avilés, que me afecta especialmente porque ha ocurrido en la compañía de autobuses y en la ruta que yo frecuento desde hace medio siglo, mientras camino hacia Las Salesas, me encuentro detenido ante un semáforo a uno de los vehículos de Alsa y tengo que frotarme los ojos ante el mensaje que aparece en su parte de atrás.
            Sobre el hashtag“viajamosjuntos”, se lee “puede ser el último”. ¿Figuraba ese anuncio –al parecer financiado por la Dirección General de Tráfico– en el Alsa que se aplastó brutalmente contra un poste al salir de Avilés? En ese caso, los viajeros estaban advertidos.
            Cualquier viaje, cualquier día puede ser el último, pienso mientras camino pesaroso por mi ruta habitual. Pero ¿cómo podríamos vivir si no lo olvidáramos? Bendita inconsciencia.


Martes, 4 de septiembre
UN ESCRITOR PROFESIONAL

Con los años, uno aprende estrategias de supervivencia. A engañar, por ejemplo. A decirle a cada uno lo que quiere oír.
            A lo que yo aún no he aprendido –y bien que lo lamento– es a mentir por escrito, a engañar a los muchos o pocos lectores que pueda tener. Hojeo el último número de Mercurio, la a medias revista literaria y a medias boletín promocional del grupo Planeta, y siento un poco de vergüenza ajena ante los elogios que Jesús Aguado le dedica a una bien intencionada y desastrosa antología del aforismo. Habla de “extraordinario trabajo”, de perfecta selección, de “palabras inteligentes y sensibles puestas al servicio de la vida”.
            Pero si hubiera tenido la curiosidad de leer el libro que reseña, Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI, de Carmen Camacho, se habría encontrado, no ya con vaciedades como  “la unidad de la trinidad es la trinidad de la unidad” (Cirlot), sino con frases del estilo de “El poeta inglés Peter Redgrove, en 1981, recordando un viejo sueño” (Jordi Doce, el autor, afirmó que había sido recortada de un texto más amplio). Y hay otras cosas estupendas en esta antología de lo mejor del aforismo poético español de los siglos XX y XXI. Por ejemplo, esta eutrapelia de Fernando Arrabal: “No consigue hablar español, pero ya ha aprendido a no tirar de la cadena después de orinar”.
            ¿Seguimos? No vale la pena. Carmen Camacho es tan buena conocedora del aforismo español que olvida los que escribió Eugenio d’Ors (ni siquiera sabe que la mayor parte de su obra está en español), pero no los de los hermanos Álvarez Quintero.
            El final de la reseña es un ejemplo de literatura en el peor sentido de la palabra, en el que la identifica con la vacua retórica: “Así que Carmen Camacho ha conseguido susurrarle al oído a cada uno de los aforismos de este libro para que no corran, para que se calmen, para que dejen de dar coces a sus vecinos. Se les ve tranquilos, en paz, ocupando sus respectivos huecos. Algo les habrá dicho. Algo les habrá prometido. Algo les habrá contado. Pero qué. Me temo que tendré que volver a comenzar desde el principio para averiguarlo. Es lo que tienen por otra parte los libros infinitos”.
            Qué cosas. ¿Seguro que lo ha leído desde el principio? ¿Y no se ha dado cuenta del barullo conceptual, de la ensalada pseudopoética del prólogo?
            Pero Jesús Aguado –excelente poeta, por otra parte, y buen conocedor de la cultura hindú– es un escritor profesional y sabe de sobra que no le pagan –en Mercurio o en Babelia– para orientar a los lectores sobre las novedades literarias, sino para elogiar los libros que le envían. Y sabe también que para elogiar un bodrio que te encargan reseñar conviene no leerlo con demasiada atención.
            Él es un escritor profesional, se justificaría, y el suyo es un trabajo tan digno como otro cualquiera. ¿Tan digno como otro cualquiera? No estoy yo muy seguro de que la publicidad encubierta sea un trabajo del todo decente. Está demasiado cerca de la estafa.
            Afortunadamente, yo no tengo que ganarme la vida escribiendo.


Miércoles, 5 de septiembre
EL CORAZÓN BLINDADO

El próximo lunes es el Día Internacional para la Prevención del Suicidio. Me invitan a participar en una mesa redonda sobre la literatura y el dolor y hoy asisto a la inauguración de las jornadas, al aire libre y bajo la lluvia, ante un Mupi en la calle Pelayo. Me parece muy adecuada la frase, de Shakespeare, escogida como lema: “El dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”. Y la ilustración que la acompaña: un corazón blindado.
            Como está el mío. Nunca he sido capaz de llorar sobre el hombro de nadie, nunca he sido capaz de abrazar a nadie para tratar de aliviar su dolor. Entre los demás y yo, siempre una distancia de seguridad.
            Escribo poesía porque no sé cantar, he dicho a veces. Escribo porque no sé llorar, podría decir ahora. Solo llorar a solas, como avergonzándome.
            Me siento un impostor interviniendo en estos actos. ¿Cómo puedo yo aconsejar a los demás que hablen de su dolor, que no dejen que se pudra en el corazón, si yo no sé hablar del mío?
            No hago confidencias, hago literatura y en literatura un corazón al desnudo no está nunca desnudo. Está blindado, como el mío, guarda su dolor como en una caja fuerte de la que he acabado por olvidar la clave.


Jueves, 6 de septiembre
NO TENGO ENMIENDA

“Las personas inteligentes no se aburren nunca”, oigo decir. Pues yo debo de ser bien poco inteligente porque todos los días me sobra tiempo para aburrirme. Me consuela pensar que Sherlock Holmes a nada le temía más que al monstruo insaciable del aburrimiento que continuamente le acechaba.
            “Siempre hay un roto para un descosido”, leo en un escaparate. ¿Y qué necesidad tiene un descosido de ningún roto? Lo que le hace falta es aguja e hilo. ¡Y luego hablan de la sabiduría popular!
            Los amores no correspondidos se diferencian de los amores correspondidos en que si los primeros acaban mal los segundos acaban peor. Y no lo digo por experiencia. Soy de los que escarmientan en cabeza ajena.
            Nada me levanta tanto el ánimo, cuando estoy deprimido o aburrido, como una buena discusión o un bodrio bien promocionado que destrozar en dos folios.


Viernes, 7 de septiembre
GRACIAS, ANDRÉS

Andrés Trapiello, con quien desde que he dejado de ser amigo tengo una relación menos conflictiva, trata de consolarme ante mi inminente –apenas dos cursos– jubilación.
            “Sé de tu melancolía por lo que vienes escribiendo estos últimos años de ese momento que imaginas peor de lo que es: ingresarás en el mundo de los que tienen que inventar la vida cada mañana. Bienvenido al club. En tu caso, ni siquiera tendrás que ganarte el pan de cada día (como otros falsos jubilados), porque tendrás una jubilación aceptable. Leerás (más), viajarás (más), escribirás (más), en definitiva, como siempre, pero mejor”.
            Estoy completamente de acuerdo con todo lo que dice, salvo la última palabra: seguiré leyendo (más), viajando (más), escribiendo (de más), en definitiva, como siempre, pero peor.






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