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Acción de gracias: Historia y vida

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Viernes, 23 de marzo
UN DÍA NORMAL

Temía, tras la operación de cataratas de ayer, que tuviera que quedarme sin leer un tiempo, pero en la revisión de la mañana me dijo el doctor Bascarán que podía hacer vida normal, que solo tenía que evitar cualquier esfuerzo físico (algo que he evitado toda la vida, la verdad), y eso me puso de buen humor.
            Para mantenerlo, trato de no seguir las noticias nacionales, progresivamente más tenebrosas (aunque es difícil no escuchar los alaridos de gozo de mis compatriotas cada vez que un nuevo mandoble más o menos judicial cae sobre los independistas), y viajar a otros tiempos, bastante más infelices, pero limadas sus aristas por la pátina de la historia: el pasado es ese extraño país donde ya nada malo puede ocurrirnos.
            Rebuscando en la parte selvática de mi biblioteca (hay otra alfabéticamente ajardinada), me encuentro con el diario de Joseph Goebbels. Sin duda lo leí en su momento, pero lo tenía olvidado.
            Por muy siniestros que sean los personajes de ahora, esos que con las mejores intenciones nos llevan a todos a la catástrofe, seguro que no pueden competir con el lugarteniente de Hitler. Hojeo al azar el volumen y en seguida quedo fascinado por el personaje, algo más que el malvado de una pieza del imaginario colectivo.
            El 25 de septiembre de 1943 anota: “Ingleses y americanos se jactan de haber incendiado Nápoles. Todos deberíamos entristecernos por los actos de barbarie contra la cultura que implica este género de guerra. Indudablemente las generaciones futuras nos maldecirán por haber traído esta ruina a los pueblos de Europa”.
            ¡Las generaciones futuras nos maldecirán! No se excluye de esa maldición. Poco después equipara a Hitler y a Stalin, dejando a un lado al blandengue y teatrero Mussolini porque no es un verdadero revolucionario como ellos, porque “le falta la visión universalista de un gran espíritu transformador”.
            Por Hitler siente, como es bien sabido, devoción y ternura casi maternales. Le agrada “que tenga junto a sí constantemente un ser vivo que le adora”. Pero ese ser que le adora, no es Eva Braun, sino “su perro Blondi, que se ha convertido en el más leal de los compañeros. Es sorprendente cómo le quiere el animal”.
            El diario de Goebbels se lee como una novela, según afirma el tópico (como si buena parte de la novelística que procede del Ulises no tuviera el tedio como uno de sus ingredientes fundamentales). El prólogo nos cuenta la habitual historia del manuscrito encontrado, lo que acentúa su carácter novelero: “Cuando los rusos ocuparon Berlín en 1945, penetraron en los archivos oficiales germanos con más energía que inteligencia, enviando algún material documental a Rusia, destrozando algún otro y dejando el resto esparcido y pisoteado. Frecuentemente siguieron el sistema, difícilmente comprensible, de tirar los documentos al suelo y mandar a Rusia los cajones que los habían contenido”.
            Páginas del diario de Goebbels, con otros documentos privados y oficiales, fueron quemadas en el patio de su ministerio; el resto se vendió como papel viejo. El azar hizo que cayeran bajo los ojos de un corresponsal de prensa que había sido agregado militar en Berlín y gracias a eso se salvaron estas anotaciones, que se refieren a unos pocos meses de 1942 y 1943.
            No hay ningún hombre de una pieza, quizá ni el demonio lo sea, y el doctor Joseph Goebbels entremezcla, de inextricable manera, fanatismo e inteligencia. Era un maestro de la propaganda, pero en estás páginas para la historia quiere limitarse a contar la verdad, su verdad, y por eso no duda en referir los éxitos del enemigo y no intenta atenuar los fallos propios. Apasionan sobre todo las páginas que cuentan la traición de Italia tras la defenestración de Mussolini. La historia adquiere entonces empaque de tragedia clásica.
            En esos días trepidantes de 1943 paso la tarde, olvidado de mi país, hasta que llega la hora de ir a la tertulia. Aparece por allí Xaime Martínez, uno de los patarrealistas salvajes, y tengo ocasión de decirle personalmente lo que pienso del falso documental del pasado sábado. Él me replica que no he entendido nada y pasamos un buen rato en animada esgrima verbal, mi deporte favorito.
            No sé si eso le irá bien al ojo recién operado, pero el oculista me dijo que podía hacer vida normal y sin una buena discusión de la que salten chispas ningún día es para mí normal.


Sábado, 24 de marzo
NO PUEDO QUEDAR EN CASA

La lluvia y el vendaval tratan de encerrarme en casa, pero sospecho que eso es imposible. Nunca he sido capaz de pasar un día entero, por mal tiempo que hiciera, por mucho trabajo y entretenimiento que tuviera dentro, sin salir de casa.
            La razón hace tiempo que la sé, pero no me gusta comentarla con nadie. Podían haberme quedado secuelas peores de haber estado interminables días aislado en una celda de la Dirección General de Seguridad.


Domingo, 25 de marzo
GOEBBELS Y YO

Busco algunos datos sobre el diario de Goebbels y me entero de que el montón de papeles editados en los años cuarenta no era todo lo conservado, que los rusos no se llevaban los archivos y tiraban los documentos, como decía el ingenuo prologuista.
            En 1992, aparecieron en Moscú mil seiscientas negativos en cristal con la filmación que Goebbels había querido hacer de su diario para salvarlo de la destrucción. Lo había escrito, día por día, desde 1923 hasta mayo de 1945, poco antes de su muerte (más de setenta mil páginas, de las que ya se han publicado veintitantos tomos). Al principio escribía a mano, luego dictaba a su secretaria y le pedía que hiciera copia.
            ¿Qué lleva a un hombre a esforzarse por dejar minuciosa constancia de su vida?  Los hipocondríacos, cuando leen sobre una enfermedad, en seguida empiezan a creer ver en sí mismos los síntomas. Es lo que me pasa a mí cuando leo alguna biografía, aunque sea de alguien tan siniestro como el doctorcillo alemán. ¿Tengo yo también, como han dicho sus biógrafos, “los síntomas clásicos de un trastorno narcisista de la personalidad”? ¿Tengo, como él, “una necesidad patológica de reconocimiento ajeno”? ¿Son mi vanidad y mi ambición tan desmesuradas como la suya?
            La vanidad puede, aunque por grande que sea me parece algo inferior a la de la mayoría de los poetastros de tercera fila que conozco, pero la ambición seguro que no: a mí no me molesta en absoluto jubilarme –ocurrirá dentro de dos cursos– siendo el último del escalafón.
            No me parece que tenga yo excesiva necesidad de reconocimiento ajeno: con el propio –que no es fácil de conseguir, por cierto– me basta y sobra; y la devoción por un líder no es lo mío, yo soy más bien, como buen español, de los que prefieren ser cabeza de ratón que cola de león; queda la costumbre del diario, pero Goebbels lo escribía para dejar constancia de su vida, yo lo hago más bien para escamotear la mía.
            Respiro aliviado: todo era una falsa alarma, no tenemos nada en común. ¿Tampoco un cierto gusto en manipular a los otros? Tampoco, tampoco, me digo sin demasiada seguridad.

Lunes, 26 de marzo
UN HOMBRE CUALQUIERA

¿Qué tienen de extraordinario Hítler o Stalin si se los mira de cerca? Un monstruo no es más que un hombre cualquiera con la capacidad de hacer realidad todos sus deseos.


Martes, 27 de marzo
LUGARES CON AURA

Nunca deja de sorprenderme lo rara que es la gente normal. Está visto que unos tenemos la fama y otros cardan la lana. Se inaugura el primer Starbucks en Oviedo y dos horas antes de que abra ya comienza a formarse la cola. Durante todo el día es imposible tomar allí un café, salvo que seas muy, muy paciente.
            Cuando yo lo descubrí en Nueva York, eran locales amplios y cómodos, donde se podía charlar sin prisas, leer o escribir. En España, años después, me gustaba el de los bajos del Palace, frente al Prado, porque era un lugar libre de humos (todavía se fumaba en los locales cerrados) y porque lo frecuentaban sobre todo foráneos que hablaban más bajo que mis compatriotas.
            En Nueva York fueron proliferando, vulgarizándose, haciéndose cada vez más pequeños; la mayoría acabaron siendo solo aptos para pedir la consumición e ir a tomársela, si el tiempo acompaña, a un parquecito cercano. Ahora, cerrada la librería del Citicorp center, solo me gusta el del Barnes & Noble de Unión Square. ¡Cuántos buenos ratos he pasado allí, hojeando algún libro, que luego casi nunca compraba, borroneando la traducción de algún poema, contemplando el mercadillo de productos orgánicos que acostumbra a celebrarse en la plaza!
            Durante mi último viaje descubrí el de la 7ª Avenida de Brooklyn, donde solía desayunar con mi amigo Hilario Barrero, acompañados por el tibio sol matinal; su tranquilidad provinciana nada tenía que ver con el ajetreo de Manhattan. Aparte de esos dos neoyorquinos, mi otro Starbucks favorito está en Lausanne, en la Place St-Francois, a medio camino entre el lago y la encumbrada catedral.
            Los lugares, como las personas, tienen su aura y su magia. Entras por primera vez y es como si estuvieras en casa; te presentan a alguien y es como si lo conocieras de toda la vida.
            El Starbucks de Oviedo está en una hermosa esquina, frente al Campoamor y la Escandalera, pero no me parece a mí que vaya a desbancar ni a la mesa redonda de la mañana en Las Salesas, ni al Vetusta a las ocho de la tarde ni, por supuesto, a mi rincón de trabajo favorito, siempre a las cinco en punto, en el McDonald's de Los Prados


Miércoles, 28 de marzo
AYER MAÑANA

Me pasa el profesor Insuela la fotocopia de un artículo de Lluis Companys publicado en El diluvio el 26 de abril de 1928. Se titula “La pena de muerte” y se dedica a rebatir los argumentos de quienes se oponen a su desaparición: “Rechazamos la pena de muerte porque es un sacrilegio, una monstruosa aberración que repugna a nuestra conciencia y a nuestro sentimiento. Y nos asombra que existan en estos tiempos civilizados personas que no lo sientan así”.
            El 13 de agosto de 1940, Lluis Companys, presidente de la Generalitat en el exilio (o fugado, según dirían hoy los periódicos) fue detenido por la policía alemana a petición de la española. El día 29 lo entregaron a la policía en la frontera de Irún. Fue trasladado a la Dirección General de Seguridad, donde le interrogaron y torturaron. El 3 de octubre fue enviado al castillo de Montjuic para ser juzgado en consejo de guerra. Se le condenó a muerte el 14 de octubre por el delito de “Adhesión a la rebelión militar”. Fue fusilado al amanecer del día siguiente.

Jueves, 29 de marzo
NADA ES LO MISMO

Pienso en las desventuras de ayer para no pensar en lo que se avecina. A la memoria me vienen, como un ominoso ritornello, versos de Ángel González: “Nada es lo mismo, nada permanece. / Menos la historia y la morcilla de mi tierra. / se hacen las dos con sangre, se repiten”.




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