Sábado, 4 de noviembre
DÓNDE ESTABAS TÚ
Cuenta una anécdota –quizá apócrifa– que cuando Nikita Kruschev pronunciaba, en febrero de 1956, su famoso discurso ante el congreso del partido comunista denunciando los crímenes de Stalin, una brusca voz le interrumpió: “¿Y dónde estabas tú, camarada Kruschev, cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?”. Kruschev se detuvo, recorrió con su mirada la enorme sala, los cientos de cabezas expectantes, y luego suavemente dijo: “Agradecería a quien ha formulado esa pregunta tuviera la bondad de ponerse en pie”.
Esperó unos minutos, nadie se levantó: “Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo estaba exactamente en el mismo lugar en el que tú está ahora”.
Me gusta imaginarme que yo me habría levantado, pero no estoy nada seguro.
Domingo, 5 de noviembre
LÍNEAS AL VUELO
Ser tan rutinario tiene sus ventajas: Cualquier mínimo cambio se convierte en una aventura.
Voy por la mañana a Gijón, media hora escasa de autobús, y antes de encontrarme con los amigos que me acompañarán a ver un par de exposiciones, me doy un paseo por la playa de San Lorenzo, entre lluvia y sol, casi desierta, con el arco iris a un lado sobre la iglesia de San Pedro. Corretea un grupo de surfistas, algún perro pasea a su amo, las siluetas se reflejan en los charcos que ha dejado la marea. Esta plácida mañana de domingo sabe a de verdad a domingo, a infancia y lejanía.
La exposición dedicada a la ilustración y al diseño gráfico asturiano, Líneas al vuelo, llena varias salas del Antiguo Instituto. Se clausura hoy y por eso he roto mi costumbre dominical del paseo por el Fontán y el Campillín.
Abarca poco más de medio siglo: las últimas décadas del XIX, las primeras del XX, hasta 1937, cuando Gijón cae en manos franquistas. Ilustraciones de viejas revistas, carteles de fiestas, portadas de libros, vitolas de puros: arte aplicado, el que yo prefiero. Un viaje en el tiempo, desde los años del Madrid Cómico, con sus prohombres cabezones en la portada, hasta los clarines contra el fascismo en los días de la guerra civil. En medio, las nostalgias burguesas de Blanco y negro, las portadas de El cuento semanal, las postales entre el folclore y la picardía que firman Valle o Piñole.
Volutas lánguidas del modernismo, nítidas geometrías de los años treinta. Arte utilitario, arte al servicio de la cotidianidad, una espléndida lección de la historia que no suele aparecer en los libros de historia.
Y de pronto, como inesperado fin de fiesta, Nueva York, el Nueva York de Paul Morand ilustrado por Vaquero Palacios. No conocía esta edición norteamericana de un libro que yo leí por primera vez, con fascinación adolescente, en la colección Austral.
Escritor y pintor aparecen en el primero de los grabados ante la línea de rascacielos. ¿Llegaron a conocerse? Joaquín Vaquero Palacios era un joven becario recién llegado a la ciudad; Paul Morand, el escritor de moda, el que supo reflejar como nadie el espíritu de entreguerras. En el blanco y negro de los grabados, las escaleras de incendios, los depósitos de agua, las vías del tren elevado, los anuncios luminosos, las apresuradas gabardinas, los faros de los coches. El mundo del cine negro, el Nueva York que yo llevo para siempre al fondo de la memoria.
Esta edición ilustrada se publicó en 1930. Yo no había oído hablar de ella. Como vivimos en un tiempo prodigioso, allí mismo, frente a la vitrina, me entero de que en Amazon tienen a la venta un ejemplar usado por catorce dólares. Lo encargo de inmediato. Hablo luego con Abelardo Linares, que lo sabe todo de libros viejos en general y de Paul Morand en particular. No la conocía. Está interesado en reeditar la obra y va a ver si puede utilizarlos. ¿Querría yo hacer el prólogo? Nada me gustaría más.
Hace un cuarto de hora no sabía que existía este libro ilustrado por Vaquero Palacios. Ya viene de camino hacía mí desde una remota librería norteamericana, ya me ha encargado un editor sevillano que prologue una nueva edición, ya estoy dándole vueltas a mis ideas sobre el Nueva York de Paul Morand, que era también la ciudad automática de Julio Camba y la angustiosa geometría de Lorca.
El lema de Paul Morand era “vite et bien”, rápido y bien. Es también mi lema y creo que la primera parte la cumplo a la perfección, la segunda me cuesta algo más.
Martes, 7 de noviembre
AYER Y HOY
Me encuentro en un mercadillo el libro Casos comunicantes, que recoge una serie de coloquios sobre la información celebrados en la Casa de Cultura de Avilés en 1983. Asistieron primeros nombres del periodismo de entonces (algunos de ellos también de ahora): Miguel Ángel Aguiler, César Alonso de los Ríos, José Luis Balbín, Rafael Conte, Máximo, Fernando Onega, Peridis, Fernando Savater.
Qué lejana, casi medieval, nos parece aquella modernidad. Todo eran loas a El País, ejemplo de rigor informativo. Habla Rafael Conte, que entonces dirigía el suplemento “Libros”: “Influencias económicas en El País no existen porque va muy bien y tiene mucha publicidad. Si un editor dice: ‘Voy a contratar una página de publicidad si usted me hace una crítica’, esa es una forma de presión inoperante, porque El País deja todos los días publicidad sin colocar, no le cabe”.
Qué remota aquella España, donde para recibir información inmediata era necesario salir de casa con un transistor, donde en la mayoría de las provincias los únicos periódicos existentes eran propiedad del gobierno, donde no había más que una televisión.
Pero no todo ha cambiado: los jueces de la Audiencia Nacional siguen siendo los jueces de la Audiencia Nacional. Tras el coloquio sobre la crónica política, un “obrero metalúrgico de Gijón” –así se presenta– pregunta por qué no se ha hablado del caso Vinader. Yo lo había olvidado por completo. Xavier Vinader era un periodista de Interviú que se dedicaba a investigar a los grupos violentos de extrema derecha y a las fuerzas parapoliciales que actuaban en el País Vasco. Tras publicar varios reportajes sobre el tema, ETA asesinó a dos de las personas mencionadas en ellos y como consecuencia el periodista fue procesado, se exilió Francia, acabó entregándose con la promesa de un juicio justo. Se le condenó a siete años de cárcel por “imprudencia temeraria profesional con resultado de dos asesinatos”. Hubo una gran campaña a su favor. Terminó siendo indultado por el gobierno de Felipe González.
No conocía el libro, pero sí asistido a los coloquios. Mientras lo leo ahora, unas veces viajo a la España ilusionada del primer gobierno de González y otras soy el joven de entonces que se asoma sorprendido al cada vez más amenazante presente de ahora.
Miércoles, 8 de noviembre
POR QUÉ SOY TAN ANTIPÁTICO
No pensaba asistir a la presentación del premio Ángel González de investigación literaria, pero me entero de que allí estará Gabriele Morelli, el hispanista italiano, al que me gustaría saludar. Le leo y le admiro desde hace años y me alegra poder charlar con él por vez primera. Me cuenta cómo conoció a Neruda. Era todavía estudiante y preparaba un trabajo sobre Miguel Hernández. Un profesor se lo contó a Neruda, entonces en Milán, y este le invitó a cenar para hablarle del poeta. Ahora está preparando una antología de la poesía política de Neruda.
No pensaba asistir porque sospecho que a los responsables de la Cátedra no les resultó demasiado simpático, y tienen sus razones para ello. Soy un poco aliens en el mundo universitario: carezco del espíritu de cuerpo, de la solidaridad gremial, no practico el habitual intercambio de favores. Si el primer premio Ángel González de investigación (El sujeto boscoso, de Vicente Luis Mora) era un indigesto bodrio, pues yo no tengo inconveniente en señalarlo así; si en la revista que publican aparece un artículo poco afortunado de algún hispanista norteamericano, pues no dejo de subrayarlo en la reseña correspondiente.
Ya sé que esas cosas no se hacen: que la crítica académica es un intercambio de flores y gratitudes. ¿Quién va a ponerle peros al libro de un catedrático que mañana puede estar en el tribunal de su oposición? Para entrar en la docencia universitaria es necesario un largo camino en el que sucesivas pruebas van determinando la capacidad y, sobre todo, docilidad del aspirante. Lo primero que aprende el doctorando es a quien debe adular, con quien conviene tener trato y con quién no.
Yo soy un cuerpo extraño: trabajaba mientras estudiaba, discutía con los profesores (e incluso en la defensa de la tesis doctoral), seguí otro camino y ahora puedo permitirme el lujo de ir a mi aire. Y lo curioso es que si estoy donde estoy fue precisamente gracias a Ángel González: él conoció mi revista Jugar con fuego, le habló de ella a Jesús Neira, que había sido profesor mío; su mujer, Rosario Neira, que también me había dado clase, sabía que había una vacante de interino, hizo gestiones para dar conmigo, logró enterarse de la aldea perdida en que yo daba clases, me escribió, llegué a tiempo de presentar mis papeles y etc, etc.
La verdad es que es un lujo llevar cuarenta años en la universidad y poder seguir a mi aire, al margen del más o menos mafioso gremialismo. Algo tiene que ver el carecer de ambiciones y conformarme con el último puesto del escalafón.
Jueves, 9 de noviembre
CASAS DE ACOGIDA
Primero, cuando no tenía dinero para comprar libros, mi casa fueron las bibliotecas públicas; luego, las bibliotecas y las librerías. No todas. Hay algunas frías y distantes, funcionariales, en las que solo se entra para pedir un libro concreto. En las que yo prefiero, se entra también para pasar el rato, para estar a gusto, aunque luego siempre salga uno con algún libro que le estaba esperando y que ni siquiera sabía que existía.
Solitario en alguna ciudad extranjera, entrar en ellas era como acogerse a un refugio, a una embajada del reino remoto de la felicidad.
Recuerdo ahora la Feltrinelli de Catania, en la Via Etna, las frías tardes de invierno, o el Barnes & Noble, de Union Square, escenario de tantas jornadas de felicidad, o la cotidiana Cervantes. Hoy añado la Casa del Libro, en Gijón, que había frecuentado poco: cruzo la puerta y es como si entrara en un laberinto sonriente en cuyo centro no acecha ningún Minotauro, sino que aguarda un inagotable tesoro.
Viernes, 10 de noviembre
MI PLATO FAVORITO
Recordaba hace poco una anécdota de Kruschev y hoy me la encuentro en un libro de Anthony de Mello. Junto a ella, esta otra.
Estaba un día el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía muy lujosamente gracias a su costumbre de adular a los poderosos.
––Si aprendieras a ser sumiso al rey –le dijo Aristipo–, no tendrías que conformarte con esas lentejas.
––Si aprendieras a comer lentejas –le replicó Diógenes–, no tendrías tú que besarle la mano, y lo que haga falta, al rey.