Domingo, 15 de octubre
VENCEREMOS
Al salir del cine, donde he ido a ver una distraída nadería, Canción de Nueva York, me encuentro con un amigo, eufórico por la marcha de los acontecimientos, que me reprocha mi pesimismo.
––¿Qué es eso de repetir “tengo miedo” como un niño asustado, amigo Martín, tú que no tienes miedo a nada? Antes habrás tenido que tenerlo, cuando España iba rodando hacia el abismo mientras Rajoy se fumaba un puro, leía el Marca y repetía que aquí no pasaba nada. ¿Ahora que, gracias a algunos líderes como Albert Ribera, se han tomado por fin las medidas necesarias es cuándo tú tienes miedo? ¿Ahora que el rey ha dejado de ser rey de todos para serlo solo de los verdaderos españoles, la inmensa mayoría, es cuando tienes miedo? ¿No le elogiabas tú por ser muy distinto de su padre? Pues ya ves, hasta en eso ha demostrado ser distinto. Los buenos españoles, amparado por el rey, los jueces, las fuerzas de orden público, el ejército y toda la inmensa fuerza del Estado ya no tenemos que tener miedo. Por fin se ha hecho caso al líder de nuestro partido, por fin se va a poner en marcha el artículo 155, ese artículo que muchos dicen no tener muy claro, pero que el líder de Ciudadanos tuvo muy claro desde el principio. Permite algo tan sencillo como destituir al actual gobierno de la Generalitat y convocar elecciones. Los que envenenaron al pueblo se irán a su casa o a la cárcel. Y en esas nuevas elecciones no votarían solo los catalanes. ¿De qué servirían entonces? La inmensa mayoría de ellos han sido envenenados por décadas de educación intoxicadora y volvería a votar a los mismos o quizá a otros peores. Habríamos hecho entonces un pan como unas hostias. En las próximas elecciones catalanes, tienen que votar todos los españoles. Y si la ley no lo permite, se cambia la ley, que para eso tenemos mayoría en el Congreso y un Tribunal Constitucional formado por patriotas a los que no es necesario decir lo que hay que hacer para que hagan lo que hay que hacer. Ya ves que hasta ese Pedro Sánchez, que tú tanto defendiste, en una situación como esta ha bajado la cabeza y susurrado “a mandar”. Y es que es un patriota, como todos los buenos españoles, con su rey al frente.
Lunes 16 de octubre
NO AMANECE
El día de hoy parece que no quiere amanecer. Me levanto a la hora de costumbre: es de noche. Me siento al ordenador a escribir la reseña de esta semana y cuando termino compruebo que sigue siendo de noche. Miro el reloj por si está estropeado. Pero funciona perfectamente y marca las once. Me asomo a la terraza: una luz amarillenta, enfermiza, lo cubre todo. Comienzo a asustarme. Pienso por un momento (siento, más bien, sin pensar) que es un aviso de los cielos ante los malos tiempos que se avecinan para toda la “espaciosa y triste España”.
Es tal mi supersticiosa congoja que, cuando pongo la radio y escucho las noticias, siento un cierto alivio. No se trata de una señal del fin de los tiempos, del fin de la democracia en España y el comienzo de una época de violencia e incertidumbre. Es algo más natural, aunque trágicamente criminal: la coincidencia de varios incendios forestales, al parecer intencionados. Luego, cuando me entero de su dimensión, mi preocupación aumenta, pero es de distinto signo.
La oscuridad del día, su lastimosa luz, no es anuncio del Apocalipsis. ¿O lo es también? Recuerdo la frase de Pessoa: todo es símbolo y alegoría.
Martes, 17 de octubre
METEDURAS DE PATA
En un número de la Revista de Occidente (septiembre de 1967), leo un pormenorizado y ponderado elogio que Antonio Elorza (primero fue comunista, luego militó en las filas de Rosa Díez y hoy es uno de los paladines intelectuales del antinacionalismo y el antiislamismo) hace de la revolución cultural china. Termina con esta frase: “Como el viejo Yukong de su célebre relato, Mao Tse-Tung se propuso hace ya tiempo, seguido por las masas trabajadoras, acabar con las dos grandes montañas –el feudalismo y el imperialismo– que pesaban sobre el pueblo chino. En la problemática situación en que hoy se encuentra, tal vez fuera la revolución cultural, el único camino objetivamente adecuado para proseguir aquella tarea”.
Claro que es muy fácil juzgar los errores ajenos a medio siglo de distancia. Entonces los mejores intelectuales de Europa estaban fascinados con la bárbara estupidez de la llamada –en llamativo oxímoron– “revolución cultural”.
¿De qué tendré que arrepentirme yo cuando pase el tiempo? Ya me avergüenzo cada día de haber votado a un tal Fernández, pero por mucho que deteste a los traidores y me guste exagerar, debo reconocer que mi metedura de pata no puede compararse a haber sido paladín intelectual de los delirios maoístas.
Miércoles, 18 de octubre
MENUDO HONOR
¿Qué siente uno cuando se ve convertido en personaje de novela? El protagonista de El rinoceronte y el poeta, de Miguel Barrero, es un experto en la obra de Fernando Pessoa, profesor en una universidad de provincias, no muy apreciado por sus colegas, que vive solo, que visita todos los años Portugal, que tiene más de sesenta años, muy apegado a sus costumbres, que recuerda con emoción el 25 de abril, que nunca ha sentido necesidad de “compañía femenina” (parece que tampoco masculina) y etc., etc.
Me veo completamente reflejado. Las obras suyas que se citan no son en cambio mías: una edición de El libro del desasosiego y la antología El poeta es un fingidor. Esos títulos son de Ángel Crespo (según aclara la nota final), pero el investigador que un verano viaja a Lisboa llamado por el mayor especialista mundial en el poeta de los heterónimos que quiere revelarle un secreto, soy yo.
¿Me halaga esta identificación? Por supuesto, salvo en un pequeño detalle: además de solitario, maniático y etc, etc, el protagonista de la última novela de Miguel Barrero es tonto, completamente tonto. Y esa tontería –que se manifiesta en todos los pequeños detalles de la trama– no es accesoria: sin ella lo que la novela tiene de novela, que no es demasiado, carecería de sentido.
El gran secreto que el prócer luso le revela es que Pessoa nunca existió (o que existió, pero fue un simple oficinista aficionado al alcohol), que toda su obra se debe a un grupo de escritores confabulados para dotar de sentido a la profecía de un Quinto Imperio cultural. La ocurrencia no es nueva: José Ángel Cilleruelo la desarrolló en un cuento publicado hace años. Lo que es nuevo es que mi tontorrón alter egola dé por buena sin ninguna prueba y sienta que ha dedicado su vida a una farsa. ¡Sí, menuda farsa de investigador que estaba hecho! ¿Pero no había visto los manuscritos de Pessoa, las cartas a las que adjuntaba poemas mucho antes de ser conocido, no comenta incluso el narrador su primera cuarteta, escrita a los siete años? ¿También eso fue falsificado?
En fin, que el honor de ser protagonista de una novela queda un poco empañado cuando ese protagonista es un pobre majadero. Mi modestia habitual (más falsa que Judas) me lleva a añadir que a lo mejor es que también yo lo soy y aún no me he dado cuenta.
Jueves, 19 de octubre
EL HUEVO DE LA SERPIENTE
En la feria del libro viejo de Madrid, compré el Viaje a México de Paul Morand, traducido y prologado por Xavier Villaurrutia. Me fascina desde las primeras páginas. Parte de Saint-Nazaire en uno de los barcos correos de la Trasatlántica. Estamos en el año 1927. En las escalas españolas –Santander, Gijón, La Coruña– “como una ventosa el barco acaba de aspirar a los emigrantes vascos, asturianos, gallegos para depositarlos en los campos de caña de azúcar. Llegan a nuestro encuentro, en plena noche, de pie sobre las barcas, semejantes a los condenados de los primitivos flamencos; otras barcas los siguen, llenas de naranjas alumbradas por una bujía”.
Paul Morand es un incansable “juglar de imágenes”, como afirma Villaurrutia en el prólogo, el mejor representante de la literatura efervescente y cosmopolita de entreguerras. Luego cometió el error de ponerse del lado de la Francia de Vichy y su brillo se eclipsó.
¿Cometió el error? La semilla del fascismo ya estaba en el Morand de 1927. Qué terribles páginas las que dedica al control de las fronteras este escritor que anda por el ancho mundo como Pedro por su casa. Pero esa libertad de la que él disfruta no la quiere para todos, solo para las razas superiores.
Francia, como Estados Unidos –nos dice–, debe defender su raza y olvidar “pretextos sentimentales y pasados de moda, tales como el derecho de asilo”. Hay que contralar la emigración: “Necesitamos sangre celta, sangre sajona y germánica, sangre alpina. Miremos las estadísticas: entran eslavos, semitas, poloneses, latinos del Sur, que no necesitamos, agricultores mediocres, razas de intermediarios y de políticos futuros”. Pone el ejemplo de Chile: “En 1920 –le contó un ministro– no hemos dejado entrar sino escandinavos. En ese momento teníamos necesidad de sangre densa, laboriosa, tranquila, para la región Sur, principalmente”.
El huevo de la serpiente ya estaba ahí. ¿Ya está aquí? Me aterra leer lo que dicen sobre Cataluña los intelectuales que yo creía de izquierdas. ¿Todos guardaban, como un alien al acecho de circunstancias propicias, a un Félix de Azúa en su interior?
Viernes, 20 de octubre
LA GUERRA NI EN BROMA
¿Quién puede creerse hoy que la Segunda Guerra Mundial, con sus masacres sin fin, al principio se veía como una broma? Pues así, la “drôle de guerre”, una guerra de broma, se la llamó durante los primeros meses. Los alemanes ocuparon Polonia, ingleses y franceses se vieron obligados, casi contra su voluntad, a declararles formalmente la guerra, y ahí acabó todo. Desde septiembre del 39 a mayo del 40, franceses e ingleses movilizados se dedicaron a mirar las musarañas mientras los alemanes hacían músculo. Por fin, cansados de jugar al gato y al ratón, ocuparon Bélgica y devoraron Francia (con gran placer de muchos de los franceses) en unos pocos días.
Lo que en la historia ocurre primero como tragedia, se repite luego como farsa, afirman los optimistas. “Si no me decís quién ha sido antes de que cuente hasta tres, os vais a enterar”, amenaza el maestro a los alumnos díscolos. Nadie dice nada. “Voy a contar hasta seis, no me obliguéis a tomar medidas que no quiero tomar”. Los rebeldes siguen a lo suyo. “Os doy de plazo hasta el sábado”, concluye.
El sábado –mañana– veremos qué pasa. Yo creo que el maestro ha perdido su autoridad para siempre, aunque el director del colegio haya tenido que salir en su ayuda.