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Acción de gracias: Un español que razona

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Sábado, 30 de septiembre
INTRANSCENDENTES TRASCENDENCIAS

Como con algunos buenos amigos en Avilés. Aunque todos pensamos en lo mismo, en lo que pueda pasar mañana, tácitamente decidimos hablar de otra cosa para tener la fiesta en paz.
            ¿En paz? Si estoy yo presente, ninguna reunión puede transcurrir sin un encendido debate sobre cualquier tema. El sosegado y apacible intercambio de opiniones parece que no está hecho para mí.
            No hablamos de política, pero acabamos hablando de religión (uno de los contertulios es José Manuel Feito, que lleva más de medio siglo de párroco en Miranda). La verdad es que siempre me ha interesado mucho el absurdo razonado de la teología.
            Comprendo que alguien pueda creer que existe un Ser misterioso y poderoso que ha creado el mundo y del que apenas sabemos nada. Pero que ese Dios se divida, sin dividirse, en tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ya me parece más difícil de tragar por alguien con uso de razón. Y sin embargo son millones los que comulgan con eso y con otras ruedas de molino.
            Yo tengo un remedio infalible para hacerle ver a cualquier persona religiosa lo ridículas que son las creencias religiosas. Le digo que analice las de otra religión distinta de la suya. Qué claro resulta entonces su divertido o cruel disparate. “Pues las tuyas –le digo– resultan igual de absurdas para los millones de fieles de una religión distinta”.
            Pero ningún creyente –ni los que creen en los alienígenas ni los creen en el ángel Maroni o en la Santísima Trinidad– se ha desanimado nunca por lo absurdo de sus creencias, más bien reafirmado.
            “Yo quiero creer, quiero tener esperanza de que hay otra vida después de esta”, dice la poeta Marian.
            Y yo le digo que, si lo piensa bien, otra vida después de esta, una vida eterna, se conciba como se conciba, sería la peor de las pesadillas. Vamos a suponer que nos morimos, hemos sido buenos, y vamos al cielo. ¿Tenemos allí conciencia de lo que hemos dejado en la tierra o no la tenemos? Si la tenemos, ¿cómo podemos ser felices viendo las desgracias que les ocurren a los seres queridos sin poder hacer nada para evitarlas o consolarles? Y si no la tenemos, ¿qué pervivencia es esa con olvido de todo lo que ha llenado nuestro corazón?
            La naturaleza es más sabia que nuestras fantasías y la nada, la consoladora nada, mejor que cualquier edén que podamos imaginarnos.
            También me divierte pensar en un Dios creador del universo. Muy inteligente no debía ser, más bien un poco torpón. La de millones y millones de galaxias, aguejeros negros y estrellas que tuvo que ir sacando de la nada hasta que por venturoso azar apareció un planeta (de momento parece que solo uno) en el que fue posible la vida humana para que pudiera encarnarse su Hijo y redimirnos de no sé que cosas.
            En fin, de estas cosas intranscendentes hablamos para no hablar de lo único que nos preocupa ahora: la situación de Cataluña.   



Domingo, 1 de octubre
ARDE BABILONIA

Para no estar pendiente todo el día de las noticias, para no pensar en lo único que me preocupa ahora, acompaño a mi ahijado y a sus padres a una fiesta infantil en el Muséu del Pueblu d’Asturies y luego a dar una vuelta por Gijón. Acaba de cumplir un año, da sus primeros pasos vacilantes, y casi cada segundo hace un nuevo descubrimiento. Todo lo mira, todo lo toca, cualquier sonido le sorprende. Pronto comenzará, como Adán en el paraíso, a poner nombre a las cosas.
            Decía Aristóteles que la mente humana, al nacer, es “tamquam tabula rasa” (bueno, él lo decía en griego), que nada había en ella que no hubiera pasado antes por los sentido. Yo miro al pequeño Martín y pienso que, más que una tabla rasa, sin nada escrito en su superficie encerada, es una tablet o un smartphone antes de que los llenemos con nuestros datos; los programas ya están ahí, solo hace falta que los dotemos de contenido para que desplieguen toda su prodigiosa capacidad.
            Miro a Martín jugando con la arena, acariciando la corteza de un árbol, observando a un orgulloso gallo que pasea por el parque de Isabel la Católica como Pedro por su casa, y pienso que los mejores informáticos del mundo no serían capaces de inventar un ordenador tan prodigioso. Y en cuanto al diseño, para qué hablar. Hasta Steve Jobs se avergonzaría de sus elegantes e irresistibles Macs de última generación si los compara con él.
            Arde Babilonia y yo haciendo el Adán antes de ser expulsado del paraíso. La verdad es que soy un maldito egoísta. ¿Cómo llegar a viejo, si no?


Lunes, 2 de octubre
ELOGIO DEL PERIODISMO

En cualquier conflicto la primera víctima, ya se sabe, es la verdad. Leo los grandes titulares de todos los periódicos españoles y me entero del fracaso de la farsa independentista de ayer. Uno de ellos, no diré cuál, nos informa con grandes letras en primera página: “El simulacro de referéndum, improvisado a última hora, sin sobres y con papeletas llevadas de casa, estuvo marcado por las protestas, la tensión y las cargas policiales”.
            Los independentistas ha hecho el ridículo, piensa uno leyendo los titulares. Pero para saber la verdad no hace falta recurrir a otras fuentes. Basta con pasar a las páginas interiores. “Los mandos de la Guardia Civil que desde hace medio año han vivido por y para desmantelar el 1-O no podían ocultar su cansancio y su desilusión. Las urnas llegaron con total puntualidad a todos los colegios en un operativo que implicó a millares de voluntarios (organizados en comités de barrio y pueblos). Aparte de sospechar su existencia, nunca estuvieron sobre la pista de las urnas ‘made in China’. Es más, admiten en el instituto armado que siguen sin saber cómo, y sobre todo, cuándo se distribuyeron desde Francia”.
            Lee uno la crónica de M. Sáiz-Pardo y la impresión que saca es completamente distinta de la del titular. Las empresas periodísticas podrán ir a lo suyo (hacer negocio, adular al que manda), pero la mayor parte de los periodistas de a pie –no de los opinadores de oficio– continúan cumpliendo con su función: informar a la gente de lo que le pasa a la gente, no de lo que a sus jefes les interesaría que pasara.
            (Por cierto, una precisión: buena parte de los electores lleva siempre las papeletas de casa y los partidos despilfarran mucho dinero público en enviárnoslas a casa, pero parece que, eso tan normal, en Cataluña es un delito más.)


Martes, 3 de octubre
HABLANDO DE OTRA COSA

Ningún amigo aparece hoy a la hora de tomar el café y es una suerte, porque así me desentiendo del único tema que parece preocupar a todos estos días. Aprovecho para leer, no hacer nada (mi ocupación favorita) y anotar unas cuantas ocurrencias, no sé sí demasiado originales.
            La mala intención suele tener muy buena puntería.
            El amor no es más que una amistad con tropezones.
            Tres fracasos equivalen a un acierto.
            Aspiraba a ser muy famoso en el futuro y a pasar esta vida en confortable incógnito.
            Nunca sé a quién me voy a encontrar cuando me miro al espejo.
            “Eres para mí como un libro abierto –le dijo la mujer a su marido–. Un libro muy aburrido, por cierto.”


Miércoles, 4 de octubre
ADIÓS A TODO ESO

Estoy más acostumbrado a defraudar que a ser defraudado. Soy –o eso creía– alguien bastante escéptico que rara vez se hace ilusiones. Por eso es difícil que me desilusione. Pienso siempre lo peor –de mí y de los demás–, así que cuando me equivoco con alguien suele ser para bien.
            Esta noche no he podido dormir. La situación política es alarmante –la más grave, pero también la más ilusionante, de los últimos cuarenta años–, pero a mí lo que no me ha dejado dormir es lo mucho que me ha defraudado una persona concreta.
            Una persona de la que hasta ayer mismo pensaba que era el mejor jefe del Estado que había tenido España (tampoco es que hubiera mucha competencia).
            Cuando le escucho leer solemnemente el papelito que le ha redactado el gobierno; no censurar la violencia contra súbditos suyos que pretendían ejercer el más elemental de los derechos democráticos; no dejar ni un resquicio a la esperanza, se me cayó –qué expresivas resultan a veces las frases más tópicas– el alma a los pies.
            Lo de menos es que haya ligado la suerte de la Institución que representa a la de la minoría mayoritaria que sustenta al gobierno (a fin de cuentas, contando con el apoyo de los socialistas andaluces, eso le garantiza una o dos legislaturas).
            No ha dado la talla de estadista que yo creí ver en él. se ha olvidado de que es el rey de todos los españoles (también de los que votan a Pedro Sánchez o a Pablo Iglesias, también de los que en Cataluña no quieren ser españoles, pero todavía lo son y por ello les debe tanto respeto como a cualquier otro ciudadano); ha hablado solo para unos pocos (o quizá muchos, pero solo una parte de la ciudadanía), como el líder de una facción.
            Al menos eso es lo que yo creo. Puedo estar equivocado. No sería la primera vez. Era tal mi confianza en el actual jefe del Estado que hasta el último momento confié en que unas palabras suyas, aunque fueran solo unos pocos matices añadidos al guion que le había preparado el gobierno, ayudarían a desatascar la situación.
            Me equivoqué. Si de humanos es errar, yo muy humano debo ser. Me imagino que quienes, si alguno había, confiaban algo en mis opiniones políticas a partir de ahora dejarán de hacerlo.
            A pesar de mis convicciones republicanas, he defendido siempre al actual Rey, que me parecía honesto, cabal, trabajador y bien aconsejado. Pero a la hora de la verdad no ha sabido estar a la altura de las circunstancias.

Jueves, 5 de octubre
NADA MÁS, NADA MENOS

Mientras leo en Los Prados el libro que he de comentar la próxima semana, me llama Abelardo Linares. Le cuento mi decepción felipista y lo mucho que me ha costado tener que rechazar este año la invitación a los Premios Princesa de Asturias.
            ––¡Con lo que yo disfrutaba escuchando las citas poéticas del rey y sus palabras tan minuciosamente didácticas! Pero mi conciencia ciudadana y mi patriotismo me impide asistir; no puedo aparecer como cómplice de determinados comportamientos. Alguien tiene que salvar el honor de España.
            Escucho sus carcajadas a través del teléfono.
            ––¿Pero tú has perdido el juicio? ¿Quién te crees que eres? ¿Ortega y Gasset redactando de nuevo el “Delenda est monarchia”?
            –-Solo soy un español que razona. Nada más. Pero también nada menos.



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