Sábado, 8 de abril
TAL COMO SOY
Aunque nada me gusta más que hablar mal de mí mismo, procuro no hacerlo demasiado a menudo porque lo considero de pésima educación: obliga a quienes te escuchan a rebatirte y a elogiarte.
Pero a veces no tengo más remedio. Soy bastante buen improvisador, pero a condición de que haya tenido tiempo de preparar bien la improvisación. La naturalidad, es lo menos natural del mundo, es siempre un trabajado artificio. Al menos en mi caso.
El martes 18 se estrena en Avilés el documental que me han dedicado. Me gusta el título, “Un lugar propicio a la felicidad. Alrededores de José Luis García Martín”, me gustan las imágenes de mi pueblo, Aldeanueva del Camino, y del valle de Ambróz, pero en cuanto aparezco se estropea todo.
Si yo fuera el productor ejecutivo (o sea, el que paga y manda, que es lo que me gusta ser), le ordenaría al director repetir todas esas escenas. Fueron rodadas en distintos veranos, improvisadamente, no tomándome yo demasiado en serio la idea. Creí que era uno de esos proyectos que nunca se llevan a cabo.
Por eso procuro disuadir a mis amigos y aconsejarles que no aparezcan por el local de la calle de la Ferrería la tarde del martes.
“¿Pero tan mal te ves?”, me preguntan algunos que no saben si creerme o si todo no es más que una retorcida manera de despertar su curiosidad para que el salón avilesino se encuentre lleno.
“Tan mal o peor. El arte es fingimiento, pero en este documental, por descuido mío (no por culpa del director), no hay fingimiento ninguno. Me veo de la peor manera posible. Me veo sin máscara, sin trampa ni cartón, exactamente tal como soy”.
Domingo, 9 de abril
LA LEY ANTE TODO
Qué maravillosos actores son los animales. En Cantábrico, el prodigioso documental de Joaquín Gutiérrez Acha, hacen de sí mismos con absoluta naturalidad y además nos ofrecen a ratos una caricatura y a ratos un retrato idealizado de la humanidad.
Esto es lo que somos, qué razón tenían los viejos fabulistas: la madre que alimenta a sus crías, las fraternales peleas de los oseznos, los lobos al acecho del tierno cervatillo, la larva de mariposa que engaña a las hormigas, los urogallos en celo que se pavonean ante las hembras… Me voy viendo a mí mismo en el comportamiento de las criaturas del bosque y a veces me ruborizo un poco ante la exactitud del parecido.
Mi favorito es el sapo fanfarrón, que no sé por qué me hace pensar en Donald Trump. La vieja Europa miraba por encima del hombro a esa especie de Gil y Gil (el exitoso alcalde de Marbella) que con sus patochadas y sus millones (y ayudado por un arcaico sistema electoral dudosamente democrático) había llegado a la Casa Blanca. Exactamente igual contemplaba la sigilosa serpiente al sapo torpón que se ha puesto a su alcance.
Pero de repente el sapo comienza a hincharse, se hincha más y más, y la serpiente duda un momento si tomarse en serio o no a ese imprevisto monstruo; finalmente, por si las moscas, se da la vuelta y se aleja arrastrándose.
El quimérico inquilino de la Casa Blanca lanza de improviso +dos o tres misiles y se acabaron la bromas. Los líderes europeos que critican al gobierno inglés, y tratan de ponerle todas las trabas que pueden por hacer lo que dicen sus votantes se ponen a aplaudir al sapo fanfarrón que dispara primero y luego pide que le busquen las pruebas de que fue el gobierno sirio, y no la oposición más o menos democrática y menos o más terrorista, quien usó las armas químicas.
“La ley ante todo, sin ley no hay democracia” es el mantra del gobierno de España ante las reivindicaciones catalanas. Y yo, después de ver Cantábrico y de ver aplaudir los misiles de Trump, pienso; “Exacto. La ley ante todo, pero la única ley que al final importa: la del más fuerte”.
O del más astuto, como demuestra cumplidamente el documental de Joaquín Gutiérrez Acha.
Lunes, 10 de abril
LA NOSTALGIA ES UN ERROR
En el más reciente número de El Ciervo, que sigue siendo un ejemplo del mejor periodismo, se publica una encuesta titulada “¿Adiós a la carta postal?”. La mayoría de las respuestas adoptan un tono elegíaco y un tanto tontorrón ( incluso hay quien lamenta que nuestra intimidad sea saqueada en la red, ya que la protección que daba el sobre “ha desaparecido por completo”).
Menos mal que Anna Caballé pone un punto de sensatez en el asunto: “Las cartas viajaron de todas las formas imaginables. Fueron en manos de un mensajero a pie o a caballo, en recuas de acémilas, diligencias, carruajes de tiro, trenes, aviones, barcos… Metidas en sacas, perfumadas y con bellos adornos, en una botella al mar por pura desesperación. El siglo XXI ha revolucionado una vez más el formato del correo. Las nuevas tecnologías conceden a la escritura un espacio impensable hace unos años, cuando el teléfono era el medio hegemónico de comunicación. El correo digital con su inmensa variedad de recursos es fruto de una creativa mutación que nos permite mantener viva la esperanza de contactar con el ausente y de construir lazos con él”.
Martes, 11 de abril
RELIQUIAS
Abro un libro de poemas recién llegado y lo primero que encuentro, sorprendentemente, es el Café Arcadia: “No imaginaba que las sillas de la Arcadia iban a ser tan duras, / ni que la gente iba a pasar la mañana del domingo / leyendo periódicos y tomando café. / Tampoco imaginaba que la gente iba a ser comprando lotería / y que el cansancio iba a ser tan grande al llegar aquí”.
Y yo vuelvo a remotas mañanas de domingo y a aquel café con sus pequeñas mesas apretujadas y las cristaleras temblando cuando el tranvía pasaba delante de ellas por la estrecha rúa Ferreira Borges, en Coimbra.
No sé si Alfonso Armada se referirá a ese mismo local, donde yo sufrí de amores y escribí versos en un tiempo remoto que quizá no ha existido nunca. Su libro, lo leo de un tirón en Los Prados, vale poco. Más bien no vale nada. Lo fecha entre 1991 y 1996 y seguramente ni se ha atrevido a releerlo al enviar los viejos poemas al editor, que tampoco lo habrá leído con mucha atención. ¿Y por qué lo publica entonces? Pues porque su autor es un excelente periodista, que ha mandado crónicas desde Sarajevo y desde otros lugares en conflicto, y actualmente dirige un suplemento cultural.
La poesía es un género peculiar. Los borradores o los poemas adolescentes que el autor rompe avergonzado con el tiempo se convierten en reliquias que la mayor parte de los estudiosos no distinguen de los verdaderos poemas.
A lo mejor me equivoco y este Cuaderno ruso vale más que el papel en que está impreso. Hay un poema, “Quintana de Mortos”, que no está mal.
Afortunadamente no tengo que hacer ninguna reseña del libro (si fuera así, me cerraría las puertas del suplemento del ABC por un tiempo, al menos hasta que cambiara de director). Mis impresiones me las guardo para mí.
Miércoles, 12 de abril
VIEJOS TERRORES
No sé distribuir el trabajo. O tengo mucho que hacer o nada. Esta tarde tocaba lo segundo, pero del aburrimiento (y de escribir haikus) me salvó una llamada de Marisa Fanjul: “¿Te apetecería acompañarnos a Ferroñes a visitar el estudio de Benjamín Menéndez?”
Claro que me apetece. Cuando hace años venía en tren de Avilés a Oviedo todos los días, pasaba siempre por el apeadero de Ferroñes, un lugar entre prados, sin ninguna casa a la vista, que a mí siempre me parecía el lugar más desolado del mundo.
¿Quién puede vivir aquí?, me preguntaba. A veces el tren se detenía y subía o bajaba un solitario viajero. Y yo me imaginaba alguna historia gótica con institutrices que llegan de la ciudad y han de dirigirse a un caserón en ruinas del que los han llamado para educar a unos niños muertos hace cien años.
Recuerdo que una vez, tras cruzar como siempre en ferry hasta Staten Island, se nos ocurrió a Martín López-Vega y a mí subir al tren que atravesaba la isla. Bajaríamos en cualquier estación para explorar un poco. Pero todo eran apeaderos en medio del campo. “Qué horror –dije yo–, es como si pasáramos por Ferroñes una y otra vez”.
Ahora por fin tenía ocasión de conocer al Ferroñes verdadero. Antes de ir lo busqué en Wikipedia: es una parroquia de Llanera formada por una aldea y tres lugares, paradójicamente más habitados que la aldea. Esta cerca de Oviedo, pero nos perdimos en el coche y aparecimos frente a una residencia de ancianos agazapada en un rincón, perfecto escenario para el comienzo de una película de terror o de festival.
Benjamín Menéndez es el autor de la escultura en el paseo de la ría de Avilés, esos tres gigantescos conos de acero corten que a mí siempre me recuerdan los mástiles inclinados del Bigo de Renzo Piano en el puerto de Génova. Siempre he admirado a los arquitectos y a los escultores que son capaces de cambiar el rostro de la ciudad.
Ferroñes tiene una pequeña iglesia junto a la cual se acurrucan las tumbas de un cementerio como las ovejas que temen el asalto del lobo. Y Benjamín Menéndez trabaja en un estudio construido por Andrés Diego Llaca que algo tiene de escultura habitable hecha con materiales pobres, con tabiques palomeros, como los que se utilizan en cualquier tendejón. Cuando se hace de noche, se convierte en ordenado y áureamente proporcionado refugio contra el caos de la naturaleza.
En el campo, me siento siempre como un náufrago. Soy de los que piensan que solo en la ciudad es posible una vida plenamente humana.
Jueves, 13 de abril
LOS AÑOS
Los años le vuelven a uno más benévolo con los defectos de los demás. ¿Cómo enfadarse con quienes hablan y no escuchan si yo también tengo esa costumbre? ¿A qué irritarse por la vanidad, el egoísmo, el narcisismo, la terquedad de este o de aquel si nada hay más humano y a mí nada humano me es ajeno?