Sábado, 8 de diciembre
CRIATURAS DE LOS BOSQUES
Estos días de otoño, frescos y soleados, sueño con ponerme a caminar sin rumbo fijo, salirme de los caminos trillados, internarme por sendas del bosque que no sé a dónde me llevarán.
Me gusta sentir las hojas secas bajo mis pies, ir dando nombre al canto de los pájaros, sentir el leve crujido que anuncia la cercanía de alguna alimaña.
Comienzo a caminar con el sol en lo alto, lleno de entusiasmo, pero la luz tiene cada vez más prisa por desaparecer. Pronto tengo que alumbrarme con la linterna.
A veces, entre las ramas de los árboles, sobre una colina, distingo un caserón con las ventanas iluminadas y el humo saliendo de la chimenea. Me dan ganas de acercarme, llamar a la puerta, pedir permiso para pasar allí la noche y luego, al día siguiente, seguir mi camino con el alba.
Seguir mi camino hasta ninguna parte, siempre con la esperanza de encontrar lo que busco, imprevistamente, a la vuelta de cualquier recodo, en un claro del bosque. Lo que busco, sin saber qué es.
A veces, en estos viajes solitarios, he creído oír el aullido de los lobos, como en los cuentos de la infancia. He sentido miedo, un terror antiguo, pero he seguido andando.
Yo sí que debía dar miedo al que me viera caminar así en medio de la noche y de los bosques, como un enfebrecido vagabundo.
En verano he llegado a dormir al raso, acariciado por la luna, vigilado por los ojos abiertos de todas las estrellas. Ahora vuelvo a casa, agotado y con frío, pero decidido a seguir buscando.
No han desaparecido las criaturas del bosque que pueblan las fábulas antiguas y los relatos infantiles.
No han desaparecido, solo se han escondido.
Y vienen a visitarme en sueños. A veces finjo que estoy dormido, finjo muy bien, hasta yo mismo me lo creo, y abro de pronto los ojos para sorprenderlas. He llegado a ver el revoloteo de una túnica blanca, unos pies de chivo, un zapato de cristal, el resplandor de la llama en la boca del dragón, una corona de muérdago que deja caer algunas hojas…
Las encuentro luego, al hacer la cama, y sonrío: algún día, antes de que vuelva a escapar hacia ninguna parte, lograré sujetar por un pie a la dama que huye y resplandece en medio de las criaturas de la noche y de los bosques.
Domingo, 9 de diciembre
UNA CARTA ESCONDIDA
Me gustan las historias en las que hay que encontrar un tesoro. En realidad creo que todas las historias son de ese tipo, aunque al final no haya ningún tesoro. Al pie de un árbol, en las afueras de mi pueblo, pasado el puente romano, camino de Valdelamatanza, escondí yo una vez una caja de lata con dos o tres monedas, el casquillo de una bala, procedente de la guerra civil, que había encontrado cerca de la escuela (no se la había enseñado a nadie), y una carta contando lo que era entonces mi vida y lo que quería que fuera. Quizá hubiera alguna cosa más que he olvidado.
Siempre que vuelvo al pueblo busco ese árbol, pero hasta ahora no he sido capaz de dar con él. No se trata de ningún tesoro, pero para mí valdría más que cualquier tesoro.
¿Qué le diría con su clara letra –luego se hizo ininteligible– el niño que fui al adulto que soy? Trivialidades, sin duda. Pero cómo me gustaría volver a tener en las manos esa carta.
Lunes, 10 de diciembre
NO CUMPLIR UN DEBER
“Qué placer / no cumplir un deber, / tener un libro por leer / y dejarlo de hacer”, exclamaba Fernando Pessoa disfrazado del ingeniero futurista Álvaro de Campos.
A mí, en cambio, no cumplir un deber no me produce ningún placer. Nunca, salvo por causas de fuerza mayor, había faltado a un compromiso hasta hoy. El viernes tenía que participar en un seminario sobre Miguel Labordeta en Zaragoza. Cuando acepté, no caí en la cuenta de que Zaragoza está más lejos de Oviedo que Pekín o Nueva York y casi tanto como Badajoz. Son ocho horas de autobús y alguna más si se opta por el tren. Lo más cómodo parece ir hasta Madrid en avión y luego de allí a Zaragoza en tren, aunque no parece que se tarde menos tiempo. Estaba decidido a hacerlo así, y ya me habían enviado los billetes, cuando se convocó la huelga de Iberia. Un día de viaje, hablar una hora ante oyentes desatentos (son tres días de ponencia tras ponencia sobre el poeta) y luego, tras mal dormir en el hotel, otro día entero de viaje. Y las clases que hay que anticipar y el artículo que entrego los viernes y que habría de redactar un día antes.
Pero el deber es el deber. Me he comprometido y debo cumplir mi palabra. El cuerpo, sin embargo, es más sabio. Hoy me levanté con fiebre y mareos y no tuve más remedio que escribir a José Luis Calvo Carilla, organizador del encuentro, pidiéndole que cancelara mi intervención.
Una vez librado del compromiso comencé a sentirme mejor. Me temo que mi malestar no era más que una argucia psicosomática.
Pero resulta que al pasar, ya feliz, por la librería de Valdés y contarles mi peripecia, me dicen que acaban de oír que se ha desconvocado la huelga de Iberia. Y vuelvo a sentirme mal por haber faltado a mi compromiso.
Ser un maldito puritano es lo que tiene. Mi placer, amigo Álvaro de Campos, es cumplir un deber, tener un libro por leer y no dejarlo de hacer. Bueno, esto último solo si el libro vale la pena; los bodrios me basta con hojearlos para darlos por leídos y releídos y, si son de algún amigo, elogiarlos hiperbólicamente por carta. Y es que a mentir, al menos en privado, ya he aprendido; a incumplir mi palabra cuando me conviene comienzo hoy a aprender. Aún no pierdo la esperanza de convertirme algún día en una persona normal.
Martes, 11 de diciembre
VENTAJAS DE NO SER NADIE
Como todos los escritores, me paso la vida quejándome de que nadie me lee, o de que no se me lee tanto como me gustaría.
Pero que no nos lean demasiado también tiene sus ventajas. Es la mejor manera de decir lo que uno quiere sin que nadie se escandalice ni proteste en exceso para no dar mayor publicidad a las afirmaciones irreverentes. De esa ventaja yo siempre creo que he sabido sacar todo el provecho posible.
Miércoles, 12 de diciembre
CONSEJOS
Busco una cita para incluir en mis felicitaciones navideñas (al final uno acaba cogiéndole gusto a las viejas tradiciones) y me decido por Natalia Ginzburg:
“No el ahorro, / sino la indiferencia ante el dinero; / no la prudencia, / sino el desprecio por el peligro; / no la astucia, / sino el amor por la verdad; / no la diplomacia, / sino el amor al prójimo; / no el éxito, / sino el gusto por la vida”.
Son consejos que no sé si garantizan conservar el gusto por la vida, pero lo que está claro es que resultan los más adecuados para evitar el éxito.
Viernes, 14 de diciembre
PERDER EL TIEMPO
Llevo a la tertulia de este viernes, que comienza a las siete en punto como todos los viernes desde hace más de treinta años, el nuevo número de la revista Clarín, el 102, recién aparecido. Pero resulta que no es la única novedad. También acaban de llegar de la imprenta los Cantos guaraníes, que he preparado junto Cristian David López, y que es el primer libro en guaraní que se publica en Asturias y no sé si en España.
Y no es solo eso. Alfonso López Alfonso me entrega De La Habana , Nueva York y México a Gijón, las cartas que un emigrante asturiano le escribió a su hermana entre 1913 y 1932; tienen todo el encanto y la emoción de esa intrahistoria que tanto fascinaba a Unamuno.
Y aún hay más. Otro contertulio (y autor de un libro sobre la tertulia), Martín López-Vega publica Extravagante tripulación y antes que el autor, e incluso que el editor, ya tenemos aquí el primer ejemplar. Se trata de una recopilación de entrevistas con escritores. El primero es el poeta Eugénio de Andrade. Recuerdo bien cuándo se hizo esa entrevista en una casa del Paseo Alegre, en la Foz del Duero, en Oporto; recuerdo bien cómo, mientras el poeta hablaba, el sol se desangraba lentamente tras los ventanales, sobre la desembocadura del río.
Pero no terminan aquí las novedades de la tertulia. Jaime Martínez trae el CD que con su grupo, La Bande du Poulet Fou, acaba de grabar. La letra y la música de las canciones son suyas; también les pone voz y toca el teclado y la guitarra acústica. El título de una de las canciones, “Brevísima historia de la eternidad”, homenajea a Borges y el estribillo procede de Víctor Botas: “Porque embiste el corazón / como un rinoceronte enloquecido”.
Los curiosos ocasionales piensan que lo único que hacemos en la tertulia es charlar de esto y de aquello, discutir y perder el tiempo. Quizá tengan razón. Pero, permitiéndome por una sola vez un cierto orgullo, pienso que es la nuestra una de las más provechosas maneras de perder el tiempo.
Sábado, 15 de diciembre
ME FALTA TODO
Los tesoros escondidos, las casas abandonadas, el árbol inmenso que extiende sus ramas en medio del bosque. Ninguna historia que a mí me interese puede prescindir de esos elementos. Siempre he tenido la sensación de vivir en un cuento de hadas, donde todo es posible, lo mejor y lo peor, imprevistamente y sin por qué.
Leo las Memorias inmemoriales de Azorín en la cafetería de costumbre. Hay muy pocos clientes, nadie pasa a saludarme. Leo una o dos horas, no sé bien, deteniéndome un rato entre capítulo y capítulo, distrayéndome un poco con mis ensoñaciones antes de volver al libro. Conozco la obra, la tengo en varias ediciones. Nunca me había parecido gran cosa. Los capítulos estrictamente autobiográficos se entremezclan con imprecisos relatos. La leo ahora en la hermosa primera edición completa, de 1946, que encontré en Valdés. Y resulta una obra distinta, con su sabiduría sin énfasis, con su imaginación desleída, con su paladeo de ciertas palabras, unas raras y otras muy antiguas.
Vuelvo luego a casa, en la noche clara, iluminada de estrellas que apenas se entreven en las luces de la ciudad, con la sensación de haber recuperado un viejo tesoro.
Me detengo ante el semáforo de costumbre y como de costumbre, mientras espero la luz verde, trato de resumir el día en las diecisiete sílabas de un haiku: “Ya nada es mío, / salvo la soledad / y el mundo entero”. Al atravesar el parque, intento alguna variación: “No tengo nada, / y no me falta nada / de lo que quiero”.
Pero entro en casa, cierro la puerta y me falta todo. Los cuentos de hada son así, como la vida misma, cosa de brujería y encantamiento.