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Sin trampa ni cartón: La realidad y otras novelas

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Sábado, 28 de enero
MUERTE EN PALACIO

Empezar a leer una novela y encontrarse uno en el primer capítulo no ocurre todos los días. El informe Casabona, de Sergio Vila-Sanjuán, comienza en el Palacio Real durante la recepción de cada 22 de abril. Ese día los reyes ofrecen una comida a diversos representantes del mundo cultural en la que es invitado de honor el premio Cervantes, que se entrega al día siguiente. Vila-Sanjuán caricaturiza a unos cuantos invitados y entre ellos al “Dietarista de Provincia, de aspecto funcionarial, cáustico y atento a la minucia, que sobre todo si es malvada reproducirá muy pronto en su blog”.
            No me parece que haya muchas dudas sobre a quién se refiere. En la primera de esas comidas, en 2015 (se trata de una costumbre iniciada por Felipe VI), me colocaron junto a Vila-Sanjuán en una esquina de la gran mesa del comedor de gala. Apenas nos sentamos, comenzó a echarme en cara lo que yo había dicho de él en mi blog a propósito de ya no recuerdo qué. Tras el desahogo, quedamos tan amigos. Es buena persona, sospecho que mejor persona que novelista.
            El invitado de honor, que no es el premio Cervantes, como en la realidad, sino un destacado empresario, mientras el rey lee su discurso se desploma sobre la “crema de guisantes a la menta” que constituía el primer plato. ¿Pero dónde se vio que el rey se ponga a discursear con la comida servida y enfriándose?
            En nota final, nos indica el autor que ha modificado detalles del protocolo “por necesidades narrativas”. No veo esa necesidad por ninguna parte. La comida comienza a servirse una vez que el rey ha leído su breve discurso.
            Luego el “diaterista” (qué palabreja) ya no pinta nada en la novela, una novela realista que sin embargo no parece cuidar mucho los pequeños detalles que hacen verosímil la ficción.  A mí me habría gustado ser el detective que aclara el enigma tras averiguar que la mayoría de los invitados, comenzando por los reyes, estaban interesados en la muerte del empresario Casabona. Me divierto tras leer los primeros capítulos imaginando esa otra novela que estaría a medio camino entre Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie y Asesinato en el Comité Central de Vázquez Montalbán.


Domingo, 29 de enero
SAN PEDRO Y LA CALAVERA

Lo he contado tantas veces que a mí mismo ha acabado pareciéndome una historia inventada. Allá por 1970, durante un curso, di clases como profesor en prácticas en el colegio de San Pedro de los Arcos (guardo todavía un ejemplar de Naranco, la revista que editada con los niños en borroso ciclostil). Situado junto a la iglesia de la que tomaba el nombre, el patio del colegio, todavía a medio construir, carecía de muro y más de una vez los niños se iban a corretear entre las tumbas del antiguo cementerio. Un día me dijo uno de ellos: “Maestro, maestro, están jugando al fútbol con una calavera”. Y efectivamente, como en una parodia de Hamlet, me encontré a varios niños dándole patadas a una. 
            En el diario El Comercio dedican un reportaje a conmemorar los cincuenta años de ese colegio. Entrevistan al primer alumno matriculado, José Vázquez, y resulta que él es, si no el que me avisó,  sí uno de los niños que jugaban con la calavera: “Rememora también cómo, hace cincuenta años, entre el antiguo cementerio de San Pedro de los Arcos y el patio, había una pared que muchos escolares saltaban cuando tenían un rato libre.  En el recreo, algunos de ellos traspasaban esa barrera para jugar con los huesos que desenterraban. Tal era la afición que tenían que un día lanzaron una calavera desde el otro lado y cayó a los pies de Vázquez”.



Lunes, 30 de enero
MIS LIMITACIONES

No soy la única persona que lee todos los días el horóscopo en el periódico, pero debe ser la única que lo reconoce. Me divierte. Y a veces me da buenos consejos. “Trate de sacar todo el partido posible a sus limitaciones”, leo esta mañana. Es lo que llevo haciendo desde hace bastantes años.


Miércoles, 1 de febrero
PERIODISTAS SUICIDAS

Los periodistas ya no saben qué hacer para denigrar los periódicos. El último en sumarse a la campaña ha sido mi admirado Manuel Jabois. Sospecho que a partir de ahora le admiraré un poco menos. Y no por sumarse a esa campaña suicida para su oficio, sino por el poco ingenio que ha demostrado al hacerlo.
            Así comienza su columna de este miércoles el columnista estrella del diario antaño de referencia: “Hoy entré en un bar a comer, pregunté por pura melancolía si tenían prensa y tras la respuesta salí a la calle a buscar periódicos, no sin antes dejar encargados espaguetis con carbonara”.
            Amigo Jabois: si en un bar no hay prensa, es la excepción, no la regla. Nada le gusta más al personal que hojear gratis el periódico. Donde puede no haberla es en los restaurantes, sobre todo si son de alguna categoría. Sentarse a comer leyendo el periódico es una estampa de otro tiempo, de viajantes llenos de caspa y melancolía.          
“No era la primera vez que me ocurría”, continúa. Pues si no es la primera vez que te ocurría y te gusta comer leyendo el periódico, ¿no se te ha ocurrido comprarlo? Por un euro y medio (que es lo que cuesta en el que tú escribes), te ahorrarías el tener que estar pendiente, no solo de si hay o no prensa en el bar, sino de si está ocupada, porque me imagino que no esperarás que tengan un ejemplar para cada cliente.
            Su mala costumbre es heredada: “Yo como delante de un periódico de papel de la misma manera que come mi padre y comía mi abuelo”. No nos dice si son viudos o están divorciados o si su madre y su abuela eran unas santas de infinita paciencia. ¡Debe de ser duro comer día tras día con un señor que se tapa la cara con el periódico!           
Continúa la historia: sale a la calle, camina quince minutos y no encuentra un quiosco. Y podía haber caminado una hora. Los quioscos no son como las farolas que se colocan cada pocos metros. Debería haber preguntado primero dónde había uno. O mejor, haber comprado el periódico antes, si es que le gusta leerlo mientras come.           
            La columna es breve, pero a Jabois no se le ha acabado el catálogo de tonterías. En lugar de disfrutar de los espaguetis a la carbonara, pide algo atrasado que tuvieran por ahí, como si estuviera en la consulta del dentista o fuera a ir al baño. Le traen una revista de 2015 y aprovecha para hacer un chiste: cree reconocer a Donald Trump y resulta que es Terele Campos.
            Tras comerse los espaguetis mirando una revista atrasada (y no la televisión como se hace en los restaurantes cutres), regresa al hotel, escribe el primer párrafo de su artículo y se pone a leerlo “con el consiguiente pitillo y la consiguiente alarma, que me obligó a dar explicaciones penosas en pijama al resto de clientes”. O sea que Jabois. después de comer, se pone el pijama, escribe unas líneas en un folio, enciende luego un cigarrillo y automáticamente todos los clientes del hotel entran en su habitación para pedirle explicaciones (suponemos que llamarían antes).    
            ¿Vale la pena seguir? Sigamos: “La evolución del negocio, su traslado general a la pantalla, me ha llevado a situaciones que hace años serían surrealistas”. Antes, cuando veía a alguien en la calle con un periódico bajo el brazo pensaba: “Ahí va un lector”. Ahora: “Ahí va un periodista”. Cito: “La imagen del diario bajo el brazo me resulta tan llamativa que la explicación es que esa persona viene –o va– a su Redacción; nunca he preguntado por si me responde que sí”.
            Pues pregunta, pregunta antes de hablar. ¿Desde cuándo los periodistas compran un ejemplar del diario en que trabajan y lo llevan a la redacción?
            Claro que el artículo no es autobiográfico, pero inventarse algo así para decirle a quien lee esos disparates “qué haces, eres un dinosaurio, alguien a extinguir, deja de comprar en el quiosco el periódico para el que trabajo”, me parece todo un penoso autorretrato intelectual.
            Pero como la historia de la comida sin periódico se le acaba y aún no ha terminado la columna, cuenta una anécdota: “Mourlene Michelena llegó un día de invierno al Café Comercial y le dijeron al entrar: ‘¿Ha visto qué frío, don Pedro?’. ‘Si’, contestó, ‘lo he leído en el Ya’. Hoy don Pedro, si lee eso antes de salir de casa, baja en bañador”.
            ¿Qué tendrá que ver el que se lean o no los periódicos en papel con su credibilidad? ¿Un periódico es menos creíble en versión digital?
            ¡Cuántas tonterías tienen que escribir los columnistas para ganarse la vida! Afortunadamente, y a pesar de todos los Jabois de este mundo (o del Cebrián que los mande), los periódicos y los libros en papel siguen teniendo (como siempre han tenido) una mala salud de hierro. Todavía hay mucha gente que disfruta con ellos y que está dispuesto a pagar por ellos. Sin que eso suponga negar que las noticias también se escuchan en la radio (yo, si estoy en casa, como siempre a las dos y escuchando las noticias de Radio Nacional), se ven en la televisión, se leen en el teléfono (yo, los titulares y poco más), en el ordenador o en la tablet. Medios complementarios, cada uno con sus ventajas y sus inconvenientes, cada uno el mejor de todos si es al que estamos acostumbrados. (Pido disculpas por estas obviedades: yo no podría ser columnista, amo más la sencilla verdad que la apocalíptica tontería,)


Jueves, 2 de febrero
REPÚBLICA BANANERA

No hablo de política, ¿para qué? Ya se habla demasiado. Pero me extraña que nadie haya dicho que Estados Unidos, que se ha pasado la historia dando lecciones de democracia, no es más que una república bananera. Y no lo digo porque hayan elegido a un impresentable (podía ser un nuevo Lincoln y daría igual), sino porque en ningún país democrático se aceptaría que, si se presentan dos candidatos para un cargo, lo obtenga el menos votado. Vamos a suponer que Maduro, en las elecciones presidenciales de Venezuela, obtiene dos o tres millones de votos menos que el candidato de la oposición, pero que sin embargo es nombrado presidente porque según la constitución son los departamentos los que deciden y da la casualidad de que los de mayor fidelidad al bolivarismo cuentan con más peso electoral. Nadie reconocería a un gobernante así. Y Felipe González sería el primero en justificar una intervención armada para derrocarle.
            Estados Unidos, en lo que se refiere a la elección de su presidente, no puede darle lecciones de democracia, no ya a la Rusia de Putin o a China, sino ni siquiera a la República de Guinea.





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