Sábado, 7 de marzo
LA REDONDEZ DE UN FRUTO
Hay imágenes que se quedan flotando en la memoria, desconectadas de todo, como aquel encuentro en el tren nocturno que me llevaba de Laussane a Ginebra. Iba yo distraído, hojeando un libro, cuando alguien me pidió permiso para sentarse frente a mí. Alcé la vista y contemplé extrañado a un frailecillo joven con el hábito blanco y la cabeza rapada. Iba descalzo y con una especie de zurrón que desentonaba del hábito. Traté de continuar leyendo, pero no podía dejar de seguir mirándole, avergonzándome un poco de mi curiosidad. Del zurrón sacó una manzana, que limpió con la manga y luego me ofreció. Yo la rechacé dándole las gracias y él comenzó a morderla con sonriente voluptuosidad, como de Eva en un paraíso gay.
No creo que fuera un fraile verdadero, quizá viniera de una fiesta. Me levanté cuando el tren detenía su marcha al entrar en la estación de Cornavin y él entonces, sin que yo lo notara, debió de dejar otra manzana en la bolsa en que yo llevaba los libros. Me di cuenta ya en la habitación del hotel. La manzana la puse sobre el montón de libros que había ido comprando aquellos días y luego se quedó en la habitación. No me atreví a comerla, aunque brillaba tentadoramente, incluso, o sobre todo, cuando por la noche apagaba la luz.
No sé por qué (o sí) me ha venido a la memoria esa historia al entrar esta tarde en una frutería. Esa historia y unos versos de Porfirio Barba-Jacob: “Hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos / que nos depara en vano su carne la mujer; / tras de ceñir un talle y acariciar un seno, / la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer”.
Domingo, 8 de marzo
EL ACENTO DE PÉREZ-REVERTE
Reconozco que siento cierta debilidad por Pérez-Reverte. No por sus novelas, sin duda entretenidas (pero yo, como siempre digo en estos casos, conozco formas más agradables de perder el tiempo), sino por sus artículos y declaraciones, siempre muy en su papel de caballero andante sin pelos en la lengua. Hoy se fotografía delante de su biblioteca (que parece un decorado) y habla de la Academia con motivo de su nuevo libro, protagonizado por académicos: “Hay debates muy vivos y de mucha altura; igual se encuentran una autoridad lingüística y una autoridad práctica. Yo puedo defender la necesidad del acento en las palabras ‘sólo’, ‘éste’ o ‘aquél’ frente a un teórico que dice que hay que quitarlo. Yo trabajo todos los días con la lengua y sé que necesito el acento para trabajar. Ese debate entre la práctica y la teoría es muy frecuente”.
¡Necesita el acento para trabajar! ¡Qué cosas! ¿O sea que, cuando escribe “quiero aquel”, si no pone tilde en “aquel” no puede seguir escribiendo? ¿No será simplemente que la pone porque eso fue lo que le enseñaron en la escuela y, a cierta edad, cuesta modificar los hábitos adquiridos en la infancia?
Yo le aconsejaría que dejara en paz a los colegas lingüistas de la Academia y siguiera escribiendo como aprendió de niño, sin meterse en berenjenales presuntamente teóricos. La adecuación ortográfica de su escritura ya la harán los correctores de la editorial, que para eso los pagan.
Lunes, 9 de marzo
ELOCUENTES SILENCIOS
No en lo que uno dice, sino en lo que calla, en lo que tenazmente calla, se encuentra su más preciso autorretrato.
Martes, 10 de marzo
MARÍAS MORALIZA
Mi debilidad por Pérez-Reverte solo tiene parangón con la que siento por Javier Marías. El otro día moralizaba en su sermón dominical y yo, aunque he tratado de resistirme no puedo dejar de poner los puntos sobre algunas calumniosas íes: “El cobro de 425.000 euros por parte de Monedero, dirigente de Podemos, y su posterior puesta al dia con Hacienda, han hecho correr ríos de tinta y saliva escandalizadas, sin que apenas nadie reparara en lo más turbio de ese asunto, a saber: que al parecer dicho político dispusiera de despacho en el Palacio de Hugo Chávez, un militar golpisa (es decir, como Franco, Videla o Pinochet), y que percibiera una porción de esos emolumentos sirviendo a un régimen cuasi dictatorial. No de todo el mundo se pueden aceptar encargos y retribuciones si se quiere luego presumir de ser gente decente”.
¿Hugo Chávez un militar golpista como Franco, Videla o Pinochet? Cierto que en 1992, junto con otros militares, intentó un golpe de Estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Fracasó y fue encarcelado. Salió de la cárcel dos años después, tras ser indultado por el presidente Rafael Caldera. En 1998 se presentó a las elecciones a Presidente de la República. Las ganó y desde comienzos del año siguiente fue Presidente de la República de Venezuela. En el 2002 un golpe de Estado (alentado por diversos países extranjeros, quizá por el de España) le derribó del poder, al que fue restituido a los pocos días. Sucesivas elecciones le mantuvieron en el gobierno hasta su muerte en 2013. A mitad de uno de sus mandatos, caso único en la historia de la democracia, organizó, a instancias de la oposición, un referendum revocatorio, que también ganó.
Estos son los hechos. Los aciertos o desaciertos como gobernante de Hugo Chávez son otra cosa. Gobiernos dictatoriales, moralista Marías, no cuasi dictatoriales, los puedes encontrar en China y Arabia Saudí, y con ambos hacen negocios gente muy decente e incluso, en el segundo caso, con la eficaz y muy activa mediación, parece que desinteresada, del anterior Jefe del Estado.
Miércoles, 11 de marzo
LLORAR JUNTOS
Un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas de aquel once de marzo. ¡Cuánto dice de la historia de España –o quizá de la condición humana?—que ni siquiera tantos años después sus familiares hayan sido capaces de ponerse de acuerdo para llorarles juntos!
Jueves, 12 de marzo
DIGO VIVIR
Nunca he entendido a los que hablan de una dicotomía entre vivir y escribir o entre leer y vivir. No conozco a nadie que escribiera después de muerto.
La verdad es que para vivir, se entienda lo que se entienda por vivir, yo siempre he tenido tiempo. La vida puede ser corta pero los días son demasiado largos. Todos tienen nada menos que veinticuatro horas y yo jamás he sido capaz de dedicar más de una a escribir y no más de tres o cuatro a leer. A veces me gusta, en las tardes en que no tengo nada que hacer, como esta tarde, como casi todas las tardes, apuntar cómo se distribuiría mi tiempo si yo pudiera distribuirlo a mi antojo.
Me levantaría a las ocho. A las nueve me pondría ante el ordenador. A las diez me iría a clase. A las doce tomaría un café hojeando el periódico, los libros que acabo de recibir, consultando el correo en el teléfono. A la una pasaría por el despacho de la Facultad, atendería al correo, recibiría a algún alumno, corregiría trabajos. Comería a las dos, por supuesto, escuchando las noticias de Radio Nacional (ya lo hacía en tiempos de aquel general). Luego me echaría un rato a descansar, no a dormir, sino a leer El País (lo hago siempre a esa hora desde 1976), volvería luego al despacho a quitarme de delante algún enredo burocrático y a las siete me iría a tomar café con nuevos libros (los de la mañana nunca me sirven para la tarde) que acabo de encontrar en la librería Ojanguren o en la de Valdés.
Cuando aparece algún amigo o es día de tertulia, me dedico a mi deporte favorito: perorar y llevar la contraria sobre cualquier tema. Si por la tarde no he leído la dosis necesaria, lo hago por la noche, después de cenar; si he leído lo suficiente, hojeo distraído algún libro mientras veo la televisión.
Suelo dormir bien, unas siete horas, salvo algunas noches que las carga el diablo (las más de las veces) o todo lo contrario (algunas pocas veces). Y de vez en cuando, sin razón ninguna, me gusta hacer lo mismo que hago en Oviedo en alguna de esas dos tres ciudades a las que siempre vuelvo. Detesto el campo, hacer deporte, no hacer nada, leer novelones, enamorarme y las personas que se empeñan, como yo, en tener siempre razón.
Viernes, 13 de marzo
EL RECHAZO DEL MUNDO
¿Era el rechazo del mundo por amor de Dios una patología a la que los psiquiatras ya han dado nombre? No lo sé. Hoy, después de leer a Miguel de Molinos, me identifico con los místicos que para ir al cielo tomaban a veces el atajo de las hogueras de la Inquisición.
También puede cansarnos la hermosura.
Cierro los ojos y es como si nada
de lo que ve la luz enamorada
manchara de la sombra la dulzura.
Ya estoy cansado de admirar Tu rastro:
el lago helado, el cerco de montañas,
la luna y los jardines, las extrañas
criaturas de oro y carne y alabastro.
No ver es ver, y ver del mejor modo:
no la hermosura que enamora y llena
de error el alma, el corazón de pena,
que nubla el claro rostro del gran Todo.
De la piedad de Dios espero un día