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Nadie lo diría: Algo cambia, todo sigue igual

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Sábado, 21 de febrero
LA MEJOR MANERA

“Hacer confidencias es dar armas al enemigo --me repito a menudo--, y no guardar secretos la mejor manera de que no descubran nunca tus secretos”.
           
Domingo, 22 de febrero
CULTURETAS

Me divierten esas personas –todavía quedan algunas-- que presumen de no tener televisor o de no usar el teléfono móvil. Se creen seres superiores y lo que único que hacen es confesar su falta de voluntad. Son como los ludópatas que se inscriben en un registro para que no los dejen entrar en los casinos.


Lunes, 23 de febrero
CADÁVERES EN EL ARMARIO

Tuve una pesadilla. Después de ser un don Nadie toda la vida, al final me convertía en un hombre importante: me daban el premio Nobel o me nombraban papa (en el sueño ambas cosas se confundían) y todos los periódicos del mundo se dedicaron  a hablar de mí y a indagar sobre mi pasado. Aparecieron cosas tan vergonzosas que me retiraron el premio y tuve que dimitir del papado. Me desperté sudoroso y abochornado.
            “Qué sueño tan absurdo –pensé luego, ya más tranquilo--, ni me darán el Nobel ni me nombrarán Papa, ni siquiera seré dirigente de Podemos. La basura que guardo en el sótano seguirá ahí escondida por toda la eternidad”.


Martes, 24 de febrero
CAFFÈ FARNESE

A veces leyendo un libro ajeno se encuentra uno con historias propias que había olvidado. En uno de los capítulos de Las cosas que me gustan (Unas poucas cousas guapas es el título original), se refiere Xuan Bello a aquella tarde romana –él disfrutaba entonces de una beca en la Academia de España, yo estaba en la ciudad por asuntos que no vienen al caso-- en que quedamos en el café Farnese, en la plaza del mismo nombre. Llegó tarde a la cita, más tarde de lo habitual en él, y cuando llegó yo ya me había marchado. Todavía no se habían generalizado los teléfonos móviles así que no pudimos volver a vernos hasta el día siguiente. En el capítulo de su libro, recuerda nuestro demorado paseo por el jardín botánico creado por Cristina de Suecia. Hablamos de la poesía de Leopardi, de las razones del suicidio de Pavese y de otros asuntos más personales. No los menciona en su libro. Yo le escuché atentamente, pero sin atreverme a dar ningún consejo, que es lo mejor que se puede hacer en estos casos. Tampoco cuenta, no podía hacerlo porque la ignoraba, la razón por la que no le esperé aquella tarde en el café Farnese. Yo tampoco lo he contado nunca, no me siento muy orgulloso de esa historia. Afortunadamente soy bastante despistado y aquella tarde había salido con poco dinero y me había dejado las tarjetas de crédito en la habitación del hotel. Con Xuan Bello, paseando entre las sombras exóticas del jardín botánico, recordé las palabras finales del diario de Pavese: “No escribiré más. Un gesto”. Pero ni él ni yo somos hombres de gestos y sí de seguir escribiendo más, mucho más. La escritura interminable que disimula el sinsentido de vivir y tapa todas las humillaciones. ¿Las sacará algún día a la luz un erudito minucioso o un descerebrado cantamañanas? ¿Acabaré yo, como Jaime Gil de Biedma, sórdidamente embadurnado por algún Dalmau? Afortunadamente, he tomado la precaución de no ser importante.


Miércoles, 25 de febrero
DECÍAMOS AYER

¿Había muchas diferencias entre la España de 1972 y la de ahora? ¿Tantas como entre la de 1900 y 1943, que casi nada tenían en común? Hay quien dice que los cambios han sido incluso mayores, pero yo no acabo de creérmelo. Llego al colegio de Ventanielles cuando los niños alborotan todavía en el patio. En 1972 era yo quien les daba clase, ahora solo vengo a hacer una visita a los alumnos de magisterio en prácticas. Me da la impresión de que podría quedarme aquí dando clases como entonces. Ha pasado casi medio siglo, ha dado cien volteretas la historia del mundo, y yo tengo la impresión que que no he cambiado nada. Ni los alumnos, tan despiertos e inteligentes como entonces, tampoco.
            ¿No he cambiado nada? ¿Qué pensaría el maestro de 1972 de las pizarras digitales, de las clases en inglés, del niño marroquí o subsahariano que aprende lengua asturiana?
            He cambiado a la vez que cambiaba el mundo y por eso tengo la impresión de que nada ha cambiado, de que casi medio siglo después yo podría entrar en una de estas clases de primaria y ponerme a enseñar –“decíamos ayer”, repetiría con Fray Luis-- cualquiera de las cosas fundamentales que se enseñaban entonces y que se siguen enseñando todavía.


Jueves, 26 de febrero
ACELERANDO

"Ah, si yo fuera tan libre como tú...", se lamenta un amigo casado, con dos hijos y dos o tres semitrabajos. Siempre ajetreado, siempre con la lengua fuera, y sin embargo hay días en que soy yo quien envidia su suerte. Hoy, por ejemplo. Todo lo que tengo que hacer lo acabo antes de la diez de la mañana. A veces me siento como el guionista de una telecomedia que se emite las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año. Y menos mal que, a partir de la noche, el personaje al que yo le escribo el papel, suele meterse en la cama y así puedo descansar un poco. Pero poco antes de las ocho, a las siete y cincuenta y cinco ya está en pie, sea invierno o verano, laboral o festivo, y yo tengo que estrujarme el cerebro para tenerle ocupado. Las clases, el papeleo administrativo, las tertulias, le llevan algún tiempo, pero siempre, siempre, y no solo los domingos y durante las vacaciones, le sobra tiempo. Con la lectura le mantengo entretenido un tiempo, pero nunca lee más de una hora por la mañana, otra por la tarde y otra por la noche. También escribe, pero detesta las novelas. Si fuera un novelista, de esos que dedican la mañana y la tarde enteras a un libro durante varios años, no habría problemas. Pero escribe poemas y nunca es capaz de dedicar más de media hora a uno (en media hora puede escribir treinta haikus y cuarenta aforismos). Si empleara más tiempo, ¿saldrían mejor? Eso es lo que me dicen, pero yo no estoy tan seguro. Todo lo que tengo que hacer lo hago en la mitad de tiempo que emplearía cualquiera y no soporto no tener nada que hacer. Me da por pensar en cosas en las que prefiero no pensar. Me angustian los días que son como un cuaderno en blanco, sin renglones, sin señal de por dónde tirar. Me siento como si cada día me pusieran en la mano una fortuna –mil cuatrocientas cuarenta monedas de oro-- para que haga con ella lo que quiera, con la única condición de que no la malgaste, y al final del día tengo siempre la sensación de que eso es precisamente lo que he hecho: malgastarla.


Viernes, 27 de febrero
EL QUE PIERDE GANA

Como quienes juegan consigo mismo al ajedrez, yo todas las noches, antes de irme para la cama, me planteo un debate sobre algún tema que me interesa. Y lo bueno de debatir con uno mismo es que, aunque siempre pierda, siempre gano.
            ---¡Tan celoso de tu intimidad y luego resulta que estás todo el día navegando por Internet! Facebook y las compañías de telefonía móvil saben más de ti que tú mismo. Todo lo que cuelgas en la red queda ahí para siempre y cualquiera puede aprovecharlo y sacar partido de ello.
            A veces, cuando debato conmigo mismo, me lo pongo demasiado fácil. Primero hago como si me creyera los tópicos que circulan por ahí y luego me entretengo echándolos abajo.
            ----Yo no tengo problemas con mi intimidad. Lo que no quiero que nadie sepa no se lo cuento a nadie y menos que a nadie a un amigo, que para estas cosas es siempre de quien más se debe desconfiar. Ahora, el que me ofrezcan publicidad de hoteles en Roma, en Nueva York o en Nápoles porque una vez busqué alojamientos en esas localidades no es cosa que me moleste. Todo tiene un coste y lo que no cuesta nada hay que pagarlo con publicidad.
            ----Y el que otros se aprovechen comercialmente de las fotos y de los poemas que cuelgas en tu página de Facebook todos los días y sin fallar uno, ¿también te parece bien?
            ----No es que me parezca bien es que me parece un milagro que alguien pueda sacar provecho comercial de mis fotos y de mis poemas. Si conoces a alguien que lo haga, dímelo; me darás una gran alegría. Compartir es un placer. Lo malo es que, con frecuencia, lo que uno tiene para compartir no le interesa a nadie. Lo sé por experiencia propia.


Sábado, 28 de febrero
LA BUENA VIDA

No sé si la historia la leí en alguna parte o si la escuché en uno de esos programas de televisión que uno ve ya medio dormido: “Te levantas a las ocho. Te tomas tu zumo de naranja y tus vitaminas. Das un paseo con el perro antes del desayuno. Lees la prensa y el correo. Vas luego a la piscina hasta la hora de la comida. Comes en un agradable restaurante con algún amigo. Por la tarde hay también muchas cosas que hacer: la sesión de fitness, el tenis, otro rato en la piscina, el estreno de una película. Y nunca falta, después de la comida, una cabezadita. Y de pronto, el día menos pensado, cuando te despiertas de la siesta, resulta que tienes ochenta años”.




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