Domingo, 12 de abril
CUESTIONARIO DE URGENCIA
––Un libro famoso que no ha leído ni tiene intención de leer.
––El Ulises de Joyce, como la mayoría de la gente.
––El autor que más le irrita.
––Dios mismo en algunos pasajes de la Biblia
––¿Qué frase se tatuaría si le obligaran?
––La más breve.
––Un ejemplo de belleza.
––Cualquier amanecer.
––Un ejemplo de elegancia.
––Cualquier gato.
––Un ejemplo de fealdad.
––Hay tantos que no se me ocurre ninguno en especial.
––¿En qué país le gustaría haber nacido?
––En España, Portugal, Italia. Por este orden.
––¿En qué país le gustaría morir?
––Prefiero no pensar en eso
––¿A qué político no daría nunca su voto?
––Hay tantos que se ofenderían los demás si solo nombro, por ejemplo, a Rosa Díez o Mariano Rajoy.
––¿De que tiene envidia?
––De la inteligencia. Y de la paciencia de mis amigos.
––¿Un paseo en el parque o una noche en la ópera?
––En caso de coincidencia trasladaría el paseo para el día siguiente, siempre que la ópera fuera de mi gusto y no interviniera en ella Mariame Clément.
––¿Cerveza, vino o whisky?
––Agua del tiempo.
––La música que prefiere.
––El silencio.
––Una palabra malsonante que use a veces.
––Político.
––Un fin de semana ideal
––Cualquiera que discurra con el plan previsto, no me gustan las sorpresas ni siquiera si son para bien.
––Un lugar para pasar las vacaciones.
––Detesto las vacaciones. Es un trauma de infancia.
––La mejor época de su vida.
––La que estoy viviendo.
––Un jugador de fútbol.
––No uso.
––Lo que escogería para la última cena.
––No saber que era la última. Si lo supiera, cualquier cosa se me atragantaría.
––¿Qué libros le han impresionado más recientemente?
––Memoria por correspondencia de Emma Reyes, este misma tarde. Y siempre que vuelvo a ella, la poesía de Álvaro de Campos.
––Un cuadro que tendría en casa para verlo todos los días.
––Los únicos cuadros de los que no me canso nunca son las ventanas.
––Una película que le gustaría ver una y otra vez.
––Ninguna. Sería como estar casado con ella, la mejor manera de detestarla.
––Un epitafio.
––Solo las dos abstractas fechas (1950-2050) y el olvido, como en el poema de Borges
Lunes, 14 de abril
UNA REVOLUCIÓN TRANQUILA
Algunos amigos de cierta edad se muestran inquietos con lo que está pasando, con lo que va a pasar en las próximas elecciones y se extrañan de verme a mí menos preocupado que ilusionado. Pero no pasa nada que no haya ocurrido otras veces: un desajuste entre el país oficial y el país real. El parlamento, que sigue teniendo toda la legalidad del mundo, ha perdido su legitimidad. Como en la época de Carlos Arias, el Jefe del Estado está más cerca del sentir de la calle que del gobierno. El PP y el PSOE, tal como los hemos conocido hasta ahora, ya son historia. El cuento de la transición se ha acabado. Ya solo falta el epílogo: mandar a los últimos figurones de entonces a casa o a la cárcel. Y todo, al contrario de lo que ha ocurrido siempre en la historia de España, conseguido solo con la fuerza de los votos. ¿Cómo quieren que no esté ilusionado?
Miércoles, 15 de abril
JUEGO DE TRONOS
Charlamos un rato, después de la presentación de la revista Anáfora, en el café-librería La Revoltosa, junto a la playa de Gijón. Inés Illán, que ya estaba a la izquierda de la izquierda cuando era mi profesora de latín en la Facultad, pierde los papeles cada vez que me le mencionan a Podemos; Ángel Alonso dice que han mostrado lo que de verdad son, unos oportunistas, al saludar al rey en Bruselas y hacerle un regalo; Carlos González Espina, el veterano editor de las publicaciones de la tertulia, tampoco les tiene mucha simpatía. Yo acabo de exasperarlos al contarles que me han invitado a la comida del 22 de abril en el Palacio Real y que no solo pienso asistir, sino que estoy tan contento como un adulto al que le hubieran regalado el tren eléctrico con el que soñó de niño. Y no por el hecho de comer con los reyes, un incómodo honor, sino por el lugar, lleno de historias y centro de la historia de España durante los últimos tres siglos.
El comedor donde se celebrará el almuerzo en homenaje a Goytisolo, premio Cervantes, tiene una curiosa historia. Ocupa lo que fueron las habitaciones de la reina Mercedes. Cuando ella muríó, a los diecinueve años y a los cinco meses de casarse, Alfonso XII mandó cerrarlas y conservar allí todas sus cosas como un homenaje perpetuo a su memoria. Pero ya se sabe que la perpetuidad, en cuestiones de amor, dura poco. Razones de Estado obligaron al rey al matrimonio con María Cristina. Lo primero que hizo la nueva reina fue abrir las habitaciones precintadas, sacar fuera las cosas de la anterior reina, tirar tabiques y crear una amplia estancia que serviría como salón de baile o comedor de gala. El suelo, antes de frío mármol, lo cubrió de parquet, el primer parquet que hubo en Madrid. Al rey aquel hacer tabla rasa con sus recuerdos de amor, no le importó demasiado: ya se había consolado del loco amor por su prima en los brazos de la cantante Elena Sanz.
Conservo una fascinación infantil por castillos, palacios, caserones llenos de fantasmas. Podría escribir un grueso libro con todas las historias que he leído o me han contado sobre el Palacio de Oriente. En su planta superior comienza una de mis novelas favoritas de Galdós, La de Bringas. Ese piso es un laberinto con pasillos que parecen calles y se cruzan y se entrecruzan formando plazuelas; ahí habitada la servidumbre y había peleas y rencillas y cantes y bailes y podía considerarse como un barrio más de Madrid. “una real república que los monarcas se han puesto por corona”.
Otra de mis historias favoritas del Palacio es la de la noche del 14 de abril, cuando en el inmenso caserón, abandonados de todos, duermen, o tratan de dormir, la reina Victoria Eugenia, el príncipe de Asturias, que se encuentra enfermo, y los infantes. El rey ha escapado por el Campo del Moro y entre la muchedumbre jubilosa que celebra la llegada de la República hay exaltados que pretenden dar un escarmiento a la real familia. La reina, abrazada a sus hijos, ha oído los golpes con que trataban de derribar uno de los grandes portones de palacio. Los cortesanos han huido, la guardia real ha quedado reducida a la mínima expresión. Y es entonces cuando las juventudes socialistas, con brazalete rojo, rodean el palacio y lo protegen hasta que al día siguiente María Victoria y sus hijos suben a los coches que los llevarán hasta la estación de El Escorial. Cuando el tren llega a París, allí está esperándoles el rey. Y es fama que la reina, harta de aguantar sus calaveradas, tras el protocolario saludo ante los fotógrafos, le dice: “No quiero volver a ver tu fea geta en la vida”. Y cumplirá su palabra.
Pero el último jefe de Estado que vivió en este palacio, parece que no demasiado confortable, no fue un rey, sino un presidente de la República. Alcalá Zamora prefirió seguir en su casa particular y aquí solo tenía lo que él llamaba “la oficina”, en las habitaciones del duque de Génova. Pero Manuel Azaña, que quería darle toda su dignidad protocolaria al cargo de Presidente, trasladó al palacio su residencia, alternándola con la Quinta del Pardo. A su cuñado Rivas Cherif, tras el estallido de la sublevación militar, lo recibió “en una de aquellas lóbregas habitaciones del Príncipe, tapizadas de rojo oscuro, con una luz alta y triste”. Hubo quien atribuyó el pesimismo del Presidente desde aquellos primeros días del inicio de la guerra “a la abrumadora tristeza que caía de aquella luz angustiosa”. Acompañó luego Azaña a Rivas Cherif a uno de los balcones que daban sobre el Campo del Moro. Le señaló la línea azul de la sierra, hacia el Alto del León: “¿Ves aquel humo? Ahí están ellos. No tardaremos en encontrárnoslos en la Plaza de Oriente”.
Y toda la tragedia de la República, de aquella ilusionada República de abril, “antes de tiempo y casi en flor cortada”, se resume en una escena que tuvo lugar en este mismo palacio. Tras un intento de fuga en la Cárcel Modelo, la multitud asalta la prisión, matando a todos lo que allí se encuentran. Rivas Cherif se entera al día siguiente, al ir a visitar al Presidente. Lo encuentra en las habitaciones del Duque de Génova, tapizadas de amarillo y con cuadros de Tiépolo, sentado junto a una mesa de mármol de colores, la cabeza apretada entre las manos. Al saludo de su cuñado, también su mejor amigo (“¿Cómo está, Presidente?”), levantó el rostro desencajado: “¡Cómo quiere que esté! ¡Han asesinado a Melquíades!”
A Melquíades Álvarez, su mentor político, y a tantos otros, los asesinaron aquel día sin que ni siquiera el Presidente pudiera hacer nada por impedirlo.
Viernes, 17 de abril
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