Sábado, 31 de enero
SILBAN LAS BALAS
Domingo, 1 de febrero
LA DESCONOCIDA DE CAPRI
No tenía ganas de volver a casa, tampoco de hablar con nadie, y paseaba en el atardecer desapacible por las calles nuevas que han surgido más allá de mi casa, en los alrededores del centro comercial Los Prados. Me gustaba esa sensación de extrañeza, de encontrarme muy cerca y a la vez en un lugar desconocido que podría estar en cualquier parte. Me veía a mí mismo con la misma extrañeza que al lugar. “Qué rara, y a la vez qué trivial mi vida, cualquier vida”, pensé. Y entonces una mujer que salía del portal con la bolsa de basura en la mano se me quedó mirando. “¿Eres tú?”, dijo. “Sí, soy yo –respondí--. ¿Quién iba a ser si no?”. “Anda, sube”. Y sin pensarlo dos veces subí al piso de aquella mujer a la que veía por primera vez. Mientras ella abría la puerta, estuve a punto de darme la vuelta y marcharme de allí. Pero no lo hice. La seguí hasta una habitación llena de libros, me indicó con un gesto un sillón confortable junto a una lámpara de lectura encendida y me dijo: “En seguida vuelvo. Voy a la cocina y te traigo algo de beber”. “No te molestes”, respondí, pero no sé si me oyó. Yo estaba ya más tranquilo. Seguramente me conocía de haberme leído o se trataba de una antigua alumna. Tardaba en volver. Cogí el libro que estaba abierto y boca abajo sobre una mesita cercana. Era una obra de Alberto Bevilacqua, Carta a mi madre sobre la felicidad, publicada por Tusquets, y que yo recordaba vagamente. Había un párrafo subrayado en la página donde al parecer se había interrumpido la lectura: “Estoy en Capri. En el hotel Punta Tragara. Tú siempre has soñado con venir aquí. Toda Capri se halla contenida en este hotel, desde los Faraglioni, a los que da la suite que normalmente me asignan, al revoque rojo siena de la construcción y los peldaños que bajan hasta el mar. Uno de sus lados da a la callecita que conduce al Arco Natural. No existe ningún lugar en el mundo que me produzca con tanta fuerza la sensación de que determinados lugares se hallan dotados de una fatalidad misteriosa, de que tienen un alma que se corresponde a la nuestra, un pasado de recuerdos, nostalgias, sueños, que es el reflejo exacto de nuestro pasado emocional. Son lugares-mujer de los que uno se enamora como de una mujer a la que descubrimos a la medida de nuestro deseo”.
Apareció entonces la desconocida con una bandeja en la que había dos tazas de café y unas pastas. “¿Sigues sin probar el alcohol? Si quieres te traigo otra cosa”. Recordé entonces de qué trataba el libro de Bevilacqua, de cómo su vida se vino abajo cuando fue acosado y acusado por una presunta admiradora. De pronto, me entró el pánico, un pánico absurdo y me fui de aquella casa sin apenas despedirme, farfullando una excusa. Y, ya en la calle, recordé de qué conocía a aquella mujer. Pero todo ocurrió hace muchos años, demasiados, y yo no me porté precisamente como se comporta un caballero. Si hubiera echado cianuro en el café que me servía, no me habría extrañado nada. De pronto, crucé una calle y ya estaba junto al centro comercial, en un lugar conocido. Respiré aliviado. El mundo volvía a ser un lugar familiar. En cuanto me salgo de la rutina, la realidad comienza a obedecer a leyes distintas. O así me lo parece. Por eso me esfuerzo en hacer todos los días lo mismo y a la misma hora; en ir a los mismo sitios repitiendo exactamente los pasos del día anterior. Más allá hay monstruos, me digo. Y ninguno más peligroso que una inocente bestia herida.
Lunes, 2 de febrero
UNA CURIOSIDAD GRAMATICAL
No te empeñes, no insistas. El verbo amar no admite el imperativo.
Miércoles, 4 de febrero
PARA HACER CAJA
No apetece salir de casa, pero nieve o truene yo no soy persona capaz de quedarse mucho tiempo encerrado. Me abrigo bien y salgo huyendo de no sé qué fantasmas, esos que siempre acechan a un hombre que vive solo en cuando comienza a oscurecer.
Una súbita y violenta granizada me obliga a refugiarme en un portal. En cuando amaina un poco, me dirijo a la cafetería de costumbre. Está casi desierta, como era de esperar en esta tarde de perros. Abro el libro que me ha llegado esta mañana, Saber de grillos, de Vicente Gallego, que yo mismo contribuí a premiar hace unos meses. Releídos ahora, estos poemas sapienciales me dejan la misma impresión contradictoria. De tan simples, a veces parecen quedarse en nada. "Del natural", subtitulado "Homenaje a Ramón Gaya", se reduce a estos cuatro versos: "Por no hacerlo de menos, / lo dejo aquí tal cual: / el llanto del rocío / sobre la telaraña". Picoteo acá y allá. Por un poema que se salva, un montón de naderías. Los versos finales tratan de dar trascendencia a una observación trivial. "En el horno" puede servir de ejemplo: "Quema aún en las manos. / Me lo han dado crujiente / --como la hoja de otoño--, / mi pan de cada día. / ¡Si ahora toco verdad, / si al tocar este pan toco mi espanto!"
¿Habría escrito este libro Vicente Gallego si no existieran los concursos literarios, si no tuviera muchas posibilidades --Chus Visor y García Montero en el jurado-- de ganar uno? Habría escrito unos pocos poemas, habría roto la mitad, habría dejado reposar un tiempo los restantes. Pero no hay tiempo para el reposo ni para la autocrítica cuando la poesía se convierte en una precaria manera de hacer caja. ¿Y podría serlo sin concursos literarios? No, un libro de poemas cada tres o cuatro años, que suele ser el tiempo medio que lleva su escritura, aunque se venda bien, no da para comer ni para cenar ni siquiera para desayunar.
Quizá en esta tarde gris y desapacible me deje llevar por mi animadversión hacia los concursos literarios, en los que yo nunca participo. Como concursante, quiero decir. Como jurado, algunas veces.
Sé que hay poemas atinados en el libro de Vicente Gallego, mínimas maravillas, los subrayé en el original anónimo que finalmente voté. Pero ahora solo encuentro los otros. "De amanecida", por ejemplo: "No le apena al rocío lo que llores: / él sabe que tu llanto es su frescura, / tu noche su alborada".
Cierro el libro, con el que probablemente soy injusto. Me divierte más escribir poemas de Vicente Gallego que seguir leyendo. De los malos escribo media docena en un cuarto de hora; de los buenos, solo uno (en el mismo cuarto de hora):
Cómo se cuentan su secreto,
cuando nadie las mira,
las palabras.
No manzanas de oro,
no pomas mitológicas,
todo el sol del verano
feliz de aquella infancia
que no he vivido nunca
de nuevo aquí conmigo
en forma de naranja.
No se quiebra esa rama,
tan leve
como hilo de araña
y que sostiene el mundo.
La hora de la siesta
y ese rayo de sol
en el que danzan
su inquietante ballet
las musarañas.
Míralos. En el charco
del río chapotean
felices y desnudos
mi reflejo y el tuyo.
Tu nombre es un insulto,
babosa, y sin embargo
con envidia te miro,
indiferente a todo,
deshaciéndote en gozo.
Cuánta palabrería
para no decir nada.
A la noche le basta
un poco de silencio
para decirlo todo.
Jueves, 5 de febrero
DOS GOTAS DE AGUA
----Martín, Martín, lo aguantaste todo, Filesa, los Gal, Roldán, el remiendo constitucional con Zapatero. ¿Y ahora me dices que no los piensas votar, que te vas con Podemos? No lo entiendo, Martín.
----Fueron dos las gotas que colmaron el vaso. Una, Cataluña; yo no puedo votar a un partido que está de acuerdo con que se impida a los ciudadanos de Cataluña expresar libre y democráticamente su opinión. Dos, yo no puedo votar a un partido que esté de acuerdo con una lectura de la Constitución (no avalada, por cierto, por el Tribunal Constitucional) que permitiría a un delincuente ser Jefe del Estado sin que la justicia pudiera intervenir.
----¿Quieres decir que el anterior Jefe del Estado tiene en el extranjero dinero obtenido en negocios de dudosa legalidad como un Pujol cualquiera?
----Yo no digo eso, yo digo que, si así fuera, la justicia, según la interpretación comúnmente aceptada, no podría ni siquiera investigar porque habría obtenido ese dinero sucio cuando era “inviolable”. Con Podemos, el pacto mafioso que garantiza la impunidad se vendría abajo.