Domingo, 28 de septiembre
TECNOLOGÍAS Y TONTERÍAS
¡Qué fácil darse cuenta cuando los demás hacen el ridículo, qué difícil cuando se trata de uno mismo! Leo una entrevista con mi antiguo amigo Juan Manuel de Prada (se enfadó porque tardé más de un día en responderle si publicaba o no una larga conferencia sobre Aleixandre), en la que razona su rechazo a las nuevas tecnologías: “A mí me gusta disfrutar de la amistad a través de la vida. La tecnología, en general, te aparta de la vida. Acabas como un gilipollas hablando con un amigo a través de Skype… cuando podrías hacerlo en el bar de la esquina”.
No sé yo si eso ha ocurrido en alguna ocasión; sospecho que no, pero si ha ocurrido la culpa no sería de las tecnologías, sino del par de hipotéticos gilipollas. La última vez que vi utilizar Skype fue en la cafetería de un centro comercial a una mujer que lloraba y daba besos a unos niños que estaban al otro lado de la pantalla, en su país, creo que Bulgaria. Juan Manuel de Prada le habría dicho: “Pues yo a mis hijos prefiero besarlos directamente, no en la pantalla”. Y la emigrante le habría dado al ilustre escritor con el portátil en la cabeza. Se lo merecía, sin duda.
Lunes, 29 de septiembre
ENVIDIA INSANA
El próximo mes se cumplen veinte años de la muerte de Víctor Botas. Con ese motivo se inaugurará una exposición sobre su vida y su obra en la biblioteca del Fontán. Vuelven de nuevo a pasar por mis manos las viejas fotos de la tertulia Óliver, los irreverentes cuadernillos de entonces, los manuscritos de los poemas de Botas, sus cartas, sus papeles íntimos, los libros dedicados. Y siento, junto a la esperada melancolía, algo que no me esperaba: envidia.
“Ya es inmortal como los dioses”, dijo Borges de un pintor amigo fallecido. Botas sigue aquí, entre nosotros, pero ya nada puede afectarle.
Estar muerto es la manera más normal de estar en el mundo. Así están Homero y Virgilio, Cervantes y Garcilaso, Galdós y Cernuda. A mí me no me importaría nada llevar ya treinta, cuarenta o cien años muerto, aunque no me hicieran ninguna exposición ni nadie se acordara de mí.
El tiempo, el mejor cirujano, calma cualquier dolor, cura cualquier enfermedad, pone todas las cosas en su sitio. Ya la ausencia del amigo no nos duele, ha dejado de ser ausencia para ser otra forma de estar presente.
Seguimos riéndonos con sus cosas en la tertulia. Seguimos emocionándonos cada vez que leemos sus poemas, y sorprendiéndonos de que su autor sea el mismo disparatado, maniático, a ratos insoportable personaje con el que acabamos de discutir sobre esto o aquello.
Quién como tú, amigo Víctor, ahora ya por encima de todo, tomando el sol, fumando un apacible cigarrillo junto a Ángel González y encogiéndote de hombros ante la omnipresente cuestión catalana.
¿Encogiéndote de hombros? No creo. Parece que estoy oyendo tu comentario indignado:
–¡Yo hace tiempo que habría mandado los tanques a Barcelona!
–Eso, y después formamos un gobierno colaboracionista como el de Vichy con la señora Sánchez Camacho como presidente.
Martes, 30 de septiembre
NARCISO CASCARRABIAS
Cómo desprecian la religión los creyentes. Para ellos, las religiones no son más que una sarta de patrañas. Apenas si hacen una excepción cada uno con la suya. Yo soy más respetuoso. No es que yo crea que la religiones son verdaderas, pero sí que están llena de verdades.
Cuánta sabiduría en lo de que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Todos los días me lo repito. Los defectos de los demás saltan a la vista, los propios tienen una curiosa tendencia a volverse invisibles.
Mi capacidad para la autocrítica, nunca excesiva, me temo que está decreciendo con los años. Llegará un momento en que yo me seguiré viendo como un perpetuo adolescente que juega a la provocación y a la seducción mientras que los demás me verán solo como un viejo cascarrabias.
Me aterra pensar que ese momento pueda haber llegado ya y yo no me haya dado cuenta. Quizá por eso huyo cada vez más de los espejos y no soporto que me hagan fotos.
Miércoles, 1 de octubre
TAMBIÉN EN CHINA CUECEN HABAS
“Lo primero que hay que hacer es respetar la ley”, “No puede haber democracia sin respeto a la ley”, “Las manifestaciones en la calle no van a alterar el pulso de este gobierno en lo que se refiere al respeto a la ley”.
¿Declaraciones de Mariano Rajoy o de María Dolores de Cospedal? No, sino de Hua Chunying, portavoz del gobierno Chino respondiendo a los estudiantes de Hong Kong que se manifiestan en las calles exigiendo poder votar en libertad.
Jueves, 2 de octubre
MIS MAESTROS MEJORES
Por la mañana, antes de coger el avión para Sevilla paso por la librería en busca de mi admirado Feijoo. Qué placer tomarse un café en su compañía.
Yo, que tantas veces he despotricado contra la basura curricular que suelen publicar las Universidades, esta vez tengo que quitarme el sombrero. Lidiendo con sombras es la antología que a Feijoo le hubiera gustado que se hiciera de su obra y la que yo habría hecho si tuviera la erudición de Elena de Lorenzo, Rodrigo Olay y Noelia García.
Cada uno tiene sus modelos, su galería de personajes ejemplares a los que le gustaría parecerse. Yo tengo a dos por encima de todos y los dos vivieron en el admirable siglo XVIII. Uno es Benito Feijoo; el otro, Giacomo Casanova.
Viernes, 3 de octubre
UN HOMBRE AFORTUNADO
Soy un hombre afortunado, inmerecidamente afortunado. Ya sé que no debería decirlo, pero no puedo evitar pensarlo mientras escucho a Abelardo Linares hablar de su fabulosa biblioteca. Le conocí allá por 1978, la primera vez que vine a Sevilla. Fernando Ortiz, con quién mantenía correspondencia, me dijo: "Te voy a presentar al mejor poeta joven que hay hoy en España". Y me llevó a casa de Abelardo, que aún no había publicado nada, y allí, en una terraza desde la que la Giralda parecía estar al alcance de la mano, escuché, comentados por su autor, los poemas de Mitos,que me gustaron mucho, pero no tanto como las precisas e inteligentes observaciones de su autor. Descubrí entonces que a Abelardo Linares le gustaba tanto hablar de literatura como a mí y comenzó una apasionada conversación que aún no ha terminado. Pueden pasar años entre uno de nuestros encuentros y el otro, pero de inmediato reanudamos la charla en el punto en que la habíamos dejado y podemos pasarnos tres o cuatro horas seguidas hablando de la vida y los libros, de los libros y la vida. Y esta última tarde financia nuestra discusión perpetua la Universidad de Sevilla y se realiza ante el público, como a mí me gusta. El coloquio empieza a las ocho, continúa durante la cena, termina a la una. En ese tiempo divertimos al público, aburrimos a los amigos, acabamos solos a la puerta del hotel y aún no nos habíamos cansado de encontrar argumentos nuevos para rebatirnos el uno al otro.
Hemos quedado para comer hoy viernes y seguir debatiendo. Yo espero ser capaz de no sacar a colación el tema de Cataluña, aunque no sé si podré resistir la tentación. Bastantes motivos de discrepancia tenemos ya sin abandonar la literatura.
Soy un hombre afortunado. Me pagan por hacer lo que pagaría por hacer: leer, escribir, dar clases y ahora, quién lo iba a pensar, por charlar con mi interlocutor favorito en la Sevilla que se dora voluptuosa al sol de Otoño.
Soy un hombre afortunado. De sobra sé que mi fortuna y yo mismo tenemos fecha de caducidad, pero mientras tanto... Claro que estas cosas no se las digo a nadie. He aprendido a quejarme como todo el mundo para no despertar envidia. "Malos tiempos estos", digo incorporándome al coro general. Pero yo los he conocido peores, bastante peores. Y también mi país.
Sábado, 4 de octubre
DIVINAS PATRAÑAS
Al final de mi charla en Sevilla, se me acerca uno de los oyentes y me pide que le firme un libro. Intercambiamos unas cuantas palabras. Es un anciano amable y culto. Al día siguiente, me hace llegar su última obra, La vida después de la muerte, y descubro que se trata de Ignacio Darnaude Rojas-Marcos, uno de los mayores expertos españoles en ovnis y extraterrestres, más de una vez invitado en Cuarto milenio y en otros programas por el estilo.
Busco un lugar tranquilo para leerla de inmediato y lo encuentro en la vieja fábrica de cigarros, la de Carmen y Merimée, un edificio que siempre me ha fascinado con su geométrica sucesión de galerías y patios.
El primer capítulo se titula “La vida cotidiana en el más allá”. Con total seriedad, como quien tiene pruebas ciertas de ello, mi amable interlocutor del otro día nos refiere “algunas de las nuevas ocupaciones” a las que podremos dedicarnos después de muertos: “llevar a buen término vocaciones nunca consumadas, estudiar alguna suerte de carrera universitaria, especializarse en una determinada disciplina, emprender una larga investigación, cultivar aficiones, aprender idiomas, dominar instrumentos musicales, gozar relaciones de parejas, ayuda humanitaria, conocer mundo”. Parece que la otra vida es la vida del perfecto jubilado. Incluso habría también el equivalente a los viajes del Inserso, claro que esos viajes no serían a Canarias o Benidorm, sino “exploración de planetas habitados, excursiones a Marte, Venus, la Vía Láctea con sus cuatrocientos mil millones de soles”.
Un chiflado, me digo. Pero luego lo pienso mejor. Tengo amigos, buenos amigos, catedrátricos, ingenieros, empresarios de éxito, de los que nadie dirían que están chiflados, que se reúnen cada semana en recintos especiales para celebrar extraños ritos en los que el oficiente se bebe presuntamente la sangre de un carpintero muerto hace dos mil años mientras que buena parte de los asistentes comen, o creen comer, su carne, no sé si fresca o desangrada y amojamada. Ellos también conocen bien la vida que hay después de la muerte, lo mal que lo van a pasar unos y las supremas delicias de otros. ¿Diría yo por eso que están chiflados? Los chiflados no dan clases de matemáticas, presentan ponencias en congresos universitarios, contruyen puentes, ganan con sus inversiones más dinero en un mes de lo que yo ganaría en una década.
Me sorprenden las fantasías ufológicas de Ignacio Darnaude, no las de mis amigos católicos. Nos sorprende solo aquello a lo que no estamos acostumbrados. Inventar cuentos, y luego creernos nuestros propios cuentos, es lo que nos hace humanos.
En el frescor de la cafetería, absorto en el libro de Ignacio Darnaude, casi me olvido de Sevilla y de sus iglesias barrocas y de las maravillas que me esperan fuera. Uno de los capítulos se titula “Extravaganza histórica o exótico anecdotario de cielos y tierra” y es una antología de rarezas que podría haber firmado Borges; en otro, glosa el decálogo de Noam Chomsky para evitar la manipulación mediática.
¿Qué hay después de la muerte? Lo que tú creas que haya, eso es lo que hay para ti. Porque de la vida después de la muerte, como de cualquier otra cosa, solo se puede disfrutar en esta vida. Dios, que es eterno, muere con cada uno de los creyentes y morirá para siempre con el último. Los extraterrestres, al igual que Dios, existen, y existen verdaderamente, mientras haya alguien que de verdad crea en ellos.