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Nadie lo diría: Eso lo fastidia todo

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Sábado, 14 de febrero
UNA APARICIÓN

Se hablaba de milagros y de falsos milagros y entonces aquel desconocido, que se había pesentado en la tertulia matinal de los sábados por primera vez, dijo: “A mí, hace algún tiempo, me ocurrió una historia singular. Me acababa de separar de mi primera mujer y vivía solo en un pequeño apartamento en uno de los nuevos barrios madrileños, lo más lejos posible del piso que habíamos compartido y en el que se quedó ella, con nuestra hija. De sobra está decir que mi estado de ánimo no era el mejor de los posibles. No había sido una separación amistosa ni de mutuo acuerdo. Un día me encontré con las maletas en la puerta, sin más explicación. Pero no es de eso de lo que queria hablar ahora, perdonad, sino del milagro, o lo que sea, del que fui protagonista. Yo estaba de baja, tomaba bastantes pastillas y las mezclaba con más alcohol del habitual. Me había quedado además sin amigos. Todos los amigos comunes se pusieron de parte de mi mujer, que era la que tenía el trabajo más vistoso –periodista, había comenzado a colaborar en El País—y la más sociable. Una tarde fui a la presentación de un poemario en la librería Alberti. De los asistentes, media docena, solo conocía a José Cereijo, con el que había coincidido en alguna tertulia. Él fue quien me dijo, cuando supo que me destinaban a Avilés, que pasara a verte, que estabas en el Atrio todos los sábados. Al volver a casa, bastante tarde, después de estar con Cereijo, que me comentó su último libro de poemas, y luego dando tumbos por garitos de mala muerte, me di cuenta de que había olvidado la llave del portal. Llamé a varios vecinos, pero no me abrían. No conocía a nadie en el edificio. Algunos amenazaron con llamar a la policía si no los dejaba en paz. No tuve más remedio que esperar a que entrara o saliera alguien. Tuve suerte, no era una noche desapacible. Me quedé dormido. Entre sueños oí una voz que me llamaba por mi nombre y al abrir los ojos allí estaba ella. Sonreía, vestía un túnica blanca, me pareció que sus pies no tocaban la tierra. Se me pasó la borrachera de golpe, me puse en pie de un salto, aunque de lo que tenía ganas era de ponerme de rodillas. “Señora”, dije. Y ella seguía sonriendo mientras que su figura se iba volviendo transparente. Me alargó la flor que llevaba en la mano y se desvaneció. Entonces abrió el portal un vecino madrugador. Aproveché para entrar. Afortunadamente, no había olvidado la llave del apartamento. Puse la flor en una jarra de agua. Ahí sigue, sin marchitarse. Y yo descubrí de pronto que no estaba enamorado de mi exmujer, que hacía tiempo que había dejado de quererla, que separarnos era lo mejor que me podía haber ocurrido. En lugar de medicarme, comencé a correr por las mañanas. Volví a escribir poemas, Cereijo me animó mucho.  Todavía no he publicado nada, pero quedé finalista en varios concursos. ¿Fue un milagro lo que me ocurrió? Lo más probable es que se tratara solo de una alucinación. Pero lo fuera o no, los efectos para mí fueron los mismos”. Nos enseñó la flor que no se marchitaba en el móvil. Se trataba de una rosa blanca. “Al fundador del Opus también se le apareció la Virgen y le entregó una rosa, es la que aparece como emblema en los libros de la editorial Rialp”, dije yo. Mi tono era burlón, como siempre que oigo hablar de vírgenes y milagros. El desconocido –nos había dicho su nombre al llegar, pero lo recuerdo--, quizá algo molesto por mi tono, pidió disculpas por haber hablado tanto, se quedó en silencio el resto de la tertulia.


Domingo, 15 de febrero
EL DIVINO DEMENTE

“¿Es el universo obra de un demente?”, se pregunta Ignacio Darnaude en su último libro. “Fallos del diseño planetario que imposibilitan una convivencia civilizada” titula uno de los capítulos.
            Resulta curioso que hasta ahora ha nadie se le hubiera ocurrido poner en cuestión la estabilidad mental de Dios. Quizá solo a Woody Allen.


Lunes, 16 de febrero
EL ARTE DE LA TERTULIA

En Vidas contadas (Renacimiento), la nueva selección de las espléndidas entrevistas literarias que Marino Gómez-Santos publicó en los años cincuenta y sesenta, me encuentro con unas palabras de Eugenio Montes: “La tertulia es una reunión a la que puede acercarse todo el que quiera y al mismo tiempo es un círculo cerrado. El arte de dirigir una tertulia es muy difícil, más que el de presidir un salón. A un salón van solamente los convidados, y uno ya sabe a quién convida; pero a la tertulia no se puede impedir que vayan advenedizos. Es delicado dirigir una tertulia. El cortar una discusión que se puede poner violenta, el orientar la charla de modo que el que está deseando contar una anécdota graciosa tenga ocasión de ello... Es como tocar un instrumento musical”. Pone como ejemplo a Pedro Mourlane Michelena: “No conocí a nadie que tuviera tal arte para dirigir una tertulia como él. Era el Rubenstein de las tertulias”.
            Si me hubiera conocido a mí, Eugenio Montes me pondría como ejemplo de todo lo contrario. En una discusión que se puede poner violenta, lo único que sé es echar más leña al fuego. Yo el arte tocar un instrumento musical o de templar gaitas lo domino poco. Lo único que sé hacer bien es tocar son las narices.


Martes, 17 de febrero
SEMANAS ENTERAS

La edad nos alcanza a todos. Me temo que estoy dejando de ser un adolescente. Cada vez necesito más tiempo para recuperarme entre un amor y otro. A veces incluso paso semanas enteras sin  encontrar a nadie que me haga perder la cabeza.


Miércoles, 18 de febrero
VOY  A IR AL INFIERNO

“Eso se llama morir con las botas puestas”, me dice mi amigo Ángel ¡ mientras me alarga el último número de El cultural con la reseña que Ricardo Senabre escribió poco antes de morir inesperadamente.
            ----No es una mala manera de acabar la vida, leyendo y escribiendo hasta el último minuto. Aunque no sé yo si sus lecturas eran las mejores. Se nota que este último novelón de Gustavo Martín Garzo no le gustó demasiado. Inverosímil, lleno de detalles innecesarios, de misterios gratuitamente complicados y de frases “poéticas” en el peor sentido de la palabra: “Estaba muy guapo, con esa belleza que tienen las cosas cuando nadie las mira”. Triste oficio leerse cada semana un libraco y luego redactar sobre él un desganado folio.
            ----Exactamente lo que llevas haciendo tú todas las semanas desde hace no sé cuántos años, por lo menos treinta.
            ----Pero yo no reseño novelas.
            ----Reseñas tochos peores, mamotretos académicos de esos que nadie lee. Pero a veces da la impresión de que, cuanto peor sea el libro, mejor te lo pasas. Tienes un punto sádico. Te gusta hacer sangre. Y eres vengativo. Como no te pusieron en el comité editorial o científico de esa revista de la Universidad de Oviedo dedicada al estudio de la poesía contemporánea, Prosemas, te vengas haciendo lo que nadie hace, ni siquiera sus directores, leer atentamente las colaboraciones para luego cachondearte inmisericordemente de los disparates de un benemérito hispanista.
            ----No tengo perdón de Dios. Voy a ir derechito al infierno.
            ----Al infierno no sé, pero de lo que estoy seguro es que, cuando te jubiles, tus colegas no te van a dedicar ninguno de esos tomos de homenaje a los que son tan aficionados. Más bien respirarán con alivio.
            ----Me sobrevaloras. A veces tengo la impresión de que la única persona que me lee es Susana Rivera para contrarrestar cualquier mención mía a Ángel González y la nonata Fundación con una andanada de enlaces a todo lo que yo dije o dejé de decir sobre el poeta en las últimas décadas.
            ----Nonata ¿por culpa de quién?
            ----Permíteme que sea un caballero y no añada una palabra más.


Jueves, 19 de febrero
TRISTE OFICIO

Unos trescientos mil argentinos se manifiestan en Buenos Aires para que se respete la investigación de la muerte de Alberto Nisman, que cada vez “se aleja más de la hipótesis inicial del suicidio”. Parece que una joven que entró como testigo junto con el operativo policial en el apartamento del fiscal relató al diario Clarín–a cuál si no-- los nuevos datos que llevan a pensar en el homicidio: “los agentes repasaron la documentación esparcida sobre la mesa de Nisman, tocaron su teléfono y usaron los baños y la cafetera”.
            La razón por la que esa falta de pulcritud de los agentes y la urgencia urinaria de alguno pueda hacer descartar la hipótesis del suicidio y sustituirla por la de asesinato es algo que yo no acabo de comprender. Nadie desmiente que el fiscal apareció muerto de un disparo en el interior de su cuarto de baño, apoyado contra la puerta, con la pistola a un lado (pistola que le había prestado el día anterior un amigo), en un piso con la puerta cerrada con la llave puesta por dentro en la cerradura. ¿Había o no ventana en ese cuarto de baño? ¿Cabía o no por ella un hombre? Dado que el apartamento estaba en un piso 13, ¿existía una escalera de incendios que permitiera llegar a ella desde el exterior? ¿Y cómo es que el asesino ni siquiera llevaba un arma consigo y tuvo que rebuscar en los cajones para encontrar la que le habían prestado al fiscal?
            Estas cuestiones elementales no se las plantean los periodistas de Clarín o de El País. ¿No se las plantean o no dejan sus jefes que se las planteen? Triste oficio el vuestro, Leila Guerriero, Martín Caparrós.


Viernes, 20 de febrero
NO ME CONFORMO

Me paso la vida quejándome, en eso es casi en lo único que soy como todo el mundo, y sin embargo si me dieran a escoger un lugar para vivir, una época, escogería exactamente el lugar en que vivo –el planeta Tierra-- y este siglo XXI, y si me preguntaran por la edad que me gustaría tener respondería sin dudarlo: la que ahora tengo. Pero si me hablan de amores... Ese punto es el único en el que no me conformo con lo que tengo. Y eso lo fastidia todo.





Nadie lo diría: Cosas de las que no habla un caballero

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Domingo, 21 de septiembre
ELOGIO DEL PERIÓDICO

“¿Cuándo comienza de nuevo su diario?”, me pregunta cada día algún desconocido que se acerca a mi mesa en la cafetería o me para en la calle. “Ya ha comenzado, se publica cada semana en mi blog”, contesto. “Digo que cuándo comienza de verdad, en el periódico; a mí no me va el Facebook ni cosas de esas”.
            Leer el periódico es una costumbre, una buena costumbre que todavía tiene mucha gente. Y el aroma del café, el tacto del papel, el rumor de la cafetería, el demorado cigarrillo, el frescor de la mañana en el parque forman parte de ese placer.
            En estos prodigiosos tiempos en que vivimos se han multiplicado las maneras en que la información y la literatura lleguen a los lectores. Pero esas maneras no son intercambiables, cada uno tiene sus favoritas o su amante exclusiva.
            Algunos no podemos prescindir del periódico nuestro de cada día, que no solo nos trae, bien ordenadas, las noticias, sino muchas cosas más para satisfacer el capricho de cada lector. Pocas veces nos dan tanto por tan poco como cuando compramos el periódico en el quiosco.


Lunes, 22 de septiembre
BREVE HISTORIA

¿Qué distingue al lenguaje humano del lenguaje animal? La capacidad de chismorrear, la de hablar de cosas que no existen. Leo De animales a dioses, la “breve historia de la humanidad” que ha escrito Yuval Noah Harari y voy de asombro en asombro, como quien escucha un cuento fascinante. ¿Cuál fue el mayor descubrimiento del hombre, el que permitió el avance prodigioso de los últimos siglos? El descubrimiento de la ignorancia.
            Como las buenas paradojas, las de Yuval Noah Harari despiertan en primer lugar nuestra incredulidad. ¿El chismorreo nos hace humanos? ¿Disfrutar con Sálvame y otros programas por el estilo no es entonces un vicio inconfesable? Una abeja puede transmitir a otra sofisticada información: en qué dirección y a qué distancia se encuentran unas determinadas flores. Lo que no puede es comentar la vida privada de otra abeja ni criticar a un zangano. El chismorreo contribuyó a la configuración de los primeros grupos humanos más allá de la relación del macho con la hembra y de la hembra, o de ambos, con la prole. Y la posibilidad de hablar de cosas que no existen –espíritus, dioses, patrias–, la capacidad de inventar cuentos y de creerse los cuentos que inventaba puso en marcha la historia, nos permitió llegar a lo que somos hoy.
            Hasta el Renacimiento había ignorantes, pero no había ignorancia en sentido estricto: todas las preguntas tenían respuesta en algún libro sagrado (o en las obras de Aristóteles). Dios había revelado a la humanidad cuando la humanidad necesitaba saber. La ciencia moderna comenzó en el momento en que el hombre se dio cuenta de que no lo sabía todo, de que nunca llegaría a saberlo todo.


Martes, 23 de septiembre
LOS AMAÑOS DE LA CASTA

Como soy un pesado, de vez en cuando vuelvo sobre el mismo asunto, para mí incomprensible: “La Universidad no tiene dinero para pagar los gastos corrientes, como la luz o la calefacción, pero se gasta cientos de miles de euros al mes para que un numeroso grupo de profesores se quede en su casa en lugar de dar clases”.
            “Eso es legal, se ha hecho en multitud de empresas”, me responde un admirado poeta y dirigente de Izquierda Unida.
            “Supongo que tan legal como los sueldos millonarios de los ejecutivos de los bancos en crisis. Legalidades así justifican a Podemos”.
            “¿También tú estás ahora en Podemos?”, se escandaliza el poeta.
            “Me lo estoy pensando. Ciertas cosas que parecían normales deben dejar de parecernos normales”.


Miércoles, 24 de septiembre
UN PREMIO DE POESÍA

Tengo una cierta fama de indiscreto, no sé si del todo inmerecida. Pero yo jamás suelo contar ninguna de las cosas que me cuentan, y no por qué haya prometido guardar el secreto (mi relación con las promesas se parece a la de los políticos), sino porque carecen de interés. Han pasado unas horas y ya me he olvidado de todas las íntimas trivialidades sobre este o aquel más o menos ilustre poeta que amenizaron mesa y sobremesa durante la concesión hoy del premio Alarcos.
            Entre mis cinco favoritos (aunque no era mi favorito), estaba el libro que se llevó finalmente el premio, Saber de grillos. En mis notas había escrito: “Mejoraría con una selección; brevedad e intensidad a ratos; en algunos casos, nadería”. Cuando las votaciones dejaron fuera a mi candidato, ya me daba igual que ganara ese libro o Destilaciones, el otro finalista, del que había apuntado: “Necesita una buena selección; mejora a medida que avanza; excelente poema el último”. En el debate entre un libro y otro, leí en voz alta un poema de Saber de grillos, “Vocación de amor”: “La flor que sin un nombre / estalla en la cuneta / y nos pone perdidos de luz rara; / el sueño laborioso de la hormiga / que nos encuentra niños, boquiabiertos. / Todo este desafuero en el que bullen / como carbón los ojos, / no hace falta decirlo, aunque nos haga / tanta falta que suene”. Luego comenté: “Parece de un buen discípulo de Vicente Gallego”. Al abrirse la plica resulta que era de Vicente Gallego. No supe ni alegrarme o no. Parecía un amaño más de la factoría Visor, pero en este caso perfectamente legal, no como la otra vez que quisieron darle el premio y yo lo impedí. Ese año, antes de la reunión del jurado, me llamó Ángel González: “Me ha dicho Luis que entre los preseleccionados no está un libro de Vicente y que él tiene constancia de que ese libro se ha presentado; cree que debemos pedir que se añada, y a mí me parece bien”.
             “Pues a mí no, va contra las bases”.
            “El jurado puede añadir cualquier libro, la preselección es solo una ayuda”.
            El libro apareció sobre la mesa; yo me negué a tomarlo en cuenta. La discusión fue larga.
            “Es lo que se hace siempre –repetía una y otra vez Luis García Montero–, casi ninguno de los premiados en el Loewe estaba preseleccionado”.
            “Claro –le repliqué yo, teniendo buena prueba de ello–, porque en varias de las ocasiones, comenzando por cuando ganó Juan Luis Panero, el libro fue presentado fuera de plazo y no pudo pasar por la preselección”.
            Al final, y gracias a la ayuda del funcionario que hacía de secretario, logré que el libro no se admitiera. Mis razones: “El jurado puede añadir cualquier libro, pero para ello ha de seleccionarlo de entre los presentados, no pedirlo directamente. Todos los concursantes deben ser tratados de la misma manera, no puede tener preferencia ningún amigo. O los leemos todos o nos fiamos de los preseleccionadores”.
            Esta vez se han cumplido rigurosamente todos los requisitos legales. Y yo estoy muy contento del resultado, aunque me parece que Vicente Gallego, uno de los poetas que yo más admiro, no debería rodar por concursos. “Prestigio no necesita –me responde García Montero–, se lo aporta él al premio. Pero la crisis no perdona a nadie, y menos que a nadie a los poetas que no tienen la suerte, como tú y como yo, de ser funcionarios”.


Jueves, 25 de septiembre
TENORIO VIRTUAL

Sonrío al recordar la afirmación de Manuel Machado: “¿Las mujeres? Sin ser un Tenorio –eso no–, tengo una que me quiere y otra a la que quiero yo”.
            Mi caso no sé si es más o menos afortunado. Tengo muchas que me quieren –o eso me dicen en el Messenger– y ninguna a la que quiera yo.
            O casi ninguna. Pero de estas cosas no habla un caballero.


Viernes, 26 de septiembre
EDIPO Y LOS SOLDADOS

Subo hacia la redacción de La Nueva España para dejarle a la directora, como regalo de despedida, mi último libro (a partir del domingo comienzo a colaborar en otro diario), y de pronto me encuentro una calle llena de soldados.
            Me distrae cualquier espectáculo callejero, así que me detengo a ver qué pasa. Se trata de un homenaje a Luis Noval Ferrao, soldado español muerto el año 1909 en Marruecos y nacido en esta ciudad, el cabo Noval que da nombre al Regimiento de Infantería acuartelado en Oviedo.
            De sobra sé lo que hay tras esa historia. Poco antes había ocurrido la Semana Trágica en Barcelona, los jóvenes españoles de las clases más humildes estaban hartos de servir de carne de cañón para las ambiciones de los militares africanistas, que en Marruecos ganaban medallas y hacían lucrativos negocios (en las minas del Rif tenía acciones el propio Alfonso XIII). Hacía falta crear un mito patriótico para que siguieran dejándose humillar, maltratar y matar en aquellas tierras del norte de África.
            Capturado por los rebeldes rifeños, el cabo Noval fue obligado a llevarles hasta la entrada del campamento español. Los centinelas abren las puertas al reconocerlo, pero entonces el cabo grita: “Disparad, soldados. Aquí están los moros”. Y él es el primero en morir en la refriega que se desencadena a continuación.
            ¿Merecía ese acto los homenajes que vinieron a continuación, la estatua que se encarga a Mariano Benlliure y que se coloca en la Plaza de Oriente? Quizá no, pero había que crear un mito, deslumbrar a los soldados con la gloria que les esperaba si morían en combate.
            Yo sabía de sobra todo eso y, sin embargo, no puedo dejar de sentirme emocionado al escuchar el himno de infantería, al contemplar el ritual ballet de las banderas y los fusiles. El cabo Noval –escucho decir– representa a todos los que dieron su vida por la patria. Pero a menudo la patria no es más que una patraña interesada –como ahora nos dicen de Cataluña– para defender intereses particulares de la casta militar, determinados empresarios, ciertos políticos. Pero los que murieron, aunque murieran engañados, murieron de verdad por algo en lo que creían . Por eso yo también les rindo mi homenaje. Y aplaudo al final a estos soldados, buenos profesionales, que nada tienen que ver con los jóvenes secuestrados en la mili de mi juventud.
            Por la mañana, aplaudo al ejército español; por la tarde, gracias a los privilegios de Internet, asisto en directo a la intervención de Jordi Pujol en el parlamento catalán. Como español que se precia de serlo, nada catalán me es ajeno y soy el primero en defender el derecho que tienen, en democracia, a decidir su destino. Pero en seguida dejo de lado mis simpatías políticas, mi indignación ante los corruptos, sean del partido que sean (y muy especialmente si son del mío) y me dejo seducir por la fuerza dramática del espectáculo. Pocas veces he asistido a una obra  teatral tan apasionante. A ratos me daba la impresión de estar asistiendo a una nueva versión de la tragedia de Edipo, el rey de Tebas que encarga al adivino Tiresias que averigüe cuál es la causa de los males de su pueblo y descubre que es él mismo. Abandona el trono, se arranca los ojos y se aleja de la ciudad a mendigar por los caminos. Jordi Pujol, que lo fue todo, como Edipo; que lo perdió todo, como Edipo, a causa de un antiguo conflicto con el padre; que él mismo, como Edipo, buscó su ruina haciendo una confesión que nadie le pedía, tiene a ratos la grandeza de un personaje trágico (ya lo fue cómico, en alguna farsa de Boadella). Y tiene, como Edipo, siete hijos. Los siete contra Tebas se titula la continuación de su historia.
            Pero yo hoy no quiero entrar en política ni en polémicas. No hay día que no nos traiga una sorpresa, un regalo inesperado. El de este viernes ha sido doble: el desfile militar y su emoción patriótica; la sesión del parlamento catalán y su emoción trágica, su aristotélica catarsis. Al final, en un caso y en otro, tenía los ojos húmedos. De la actualidad se puede decir cualquier cosa, salvo que es aburrida. No conozco nada más apasionante.






Nadie lo diría: Algo cambia, todo sigue igual

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Sábado, 21 de febrero
LA MEJOR MANERA

“Hacer confidencias es dar armas al enemigo --me repito a menudo--, y no guardar secretos la mejor manera de que no descubran nunca tus secretos”.
           
Domingo, 22 de febrero
CULTURETAS

Me divierten esas personas –todavía quedan algunas-- que presumen de no tener televisor o de no usar el teléfono móvil. Se creen seres superiores y lo que único que hacen es confesar su falta de voluntad. Son como los ludópatas que se inscriben en un registro para que no los dejen entrar en los casinos.


Lunes, 23 de febrero
CADÁVERES EN EL ARMARIO

Tuve una pesadilla. Después de ser un don Nadie toda la vida, al final me convertía en un hombre importante: me daban el premio Nobel o me nombraban papa (en el sueño ambas cosas se confundían) y todos los periódicos del mundo se dedicaron  a hablar de mí y a indagar sobre mi pasado. Aparecieron cosas tan vergonzosas que me retiraron el premio y tuve que dimitir del papado. Me desperté sudoroso y abochornado.
            “Qué sueño tan absurdo –pensé luego, ya más tranquilo--, ni me darán el Nobel ni me nombrarán Papa, ni siquiera seré dirigente de Podemos. La basura que guardo en el sótano seguirá ahí escondida por toda la eternidad”.


Martes, 24 de febrero
CAFFÈ FARNESE

A veces leyendo un libro ajeno se encuentra uno con historias propias que había olvidado. En uno de los capítulos de Las cosas que me gustan (Unas poucas cousas guapas es el título original), se refiere Xuan Bello a aquella tarde romana –él disfrutaba entonces de una beca en la Academia de España, yo estaba en la ciudad por asuntos que no vienen al caso-- en que quedamos en el café Farnese, en la plaza del mismo nombre. Llegó tarde a la cita, más tarde de lo habitual en él, y cuando llegó yo ya me había marchado. Todavía no se habían generalizado los teléfonos móviles así que no pudimos volver a vernos hasta el día siguiente. En el capítulo de su libro, recuerda nuestro demorado paseo por el jardín botánico creado por Cristina de Suecia. Hablamos de la poesía de Leopardi, de las razones del suicidio de Pavese y de otros asuntos más personales. No los menciona en su libro. Yo le escuché atentamente, pero sin atreverme a dar ningún consejo, que es lo mejor que se puede hacer en estos casos. Tampoco cuenta, no podía hacerlo porque la ignoraba, la razón por la que no le esperé aquella tarde en el café Farnese. Yo tampoco lo he contado nunca, no me siento muy orgulloso de esa historia. Afortunadamente soy bastante despistado y aquella tarde había salido con poco dinero y me había dejado las tarjetas de crédito en la habitación del hotel. Con Xuan Bello, paseando entre las sombras exóticas del jardín botánico, recordé las palabras finales del diario de Pavese: “No escribiré más. Un gesto”. Pero ni él ni yo somos hombres de gestos y sí de seguir escribiendo más, mucho más. La escritura interminable que disimula el sinsentido de vivir y tapa todas las humillaciones. ¿Las sacará algún día a la luz un erudito minucioso o un descerebrado cantamañanas? ¿Acabaré yo, como Jaime Gil de Biedma, sórdidamente embadurnado por algún Dalmau? Afortunadamente, he tomado la precaución de no ser importante.


Miércoles, 25 de febrero
DECÍAMOS AYER

¿Había muchas diferencias entre la España de 1972 y la de ahora? ¿Tantas como entre la de 1900 y 1943, que casi nada tenían en común? Hay quien dice que los cambios han sido incluso mayores, pero yo no acabo de creérmelo. Llego al colegio de Ventanielles cuando los niños alborotan todavía en el patio. En 1972 era yo quien les daba clase, ahora solo vengo a hacer una visita a los alumnos de magisterio en prácticas. Me da la impresión de que podría quedarme aquí dando clases como entonces. Ha pasado casi medio siglo, ha dado cien volteretas la historia del mundo, y yo tengo la impresión que que no he cambiado nada. Ni los alumnos, tan despiertos e inteligentes como entonces, tampoco.
            ¿No he cambiado nada? ¿Qué pensaría el maestro de 1972 de las pizarras digitales, de las clases en inglés, del niño marroquí o subsahariano que aprende lengua asturiana?
            He cambiado a la vez que cambiaba el mundo y por eso tengo la impresión de que nada ha cambiado, de que casi medio siglo después yo podría entrar en una de estas clases de primaria y ponerme a enseñar –“decíamos ayer”, repetiría con Fray Luis-- cualquiera de las cosas fundamentales que se enseñaban entonces y que se siguen enseñando todavía.


Jueves, 26 de febrero
ACELERANDO

"Ah, si yo fuera tan libre como tú...", se lamenta un amigo casado, con dos hijos y dos o tres semitrabajos. Siempre ajetreado, siempre con la lengua fuera, y sin embargo hay días en que soy yo quien envidia su suerte. Hoy, por ejemplo. Todo lo que tengo que hacer lo acabo antes de la diez de la mañana. A veces me siento como el guionista de una telecomedia que se emite las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año. Y menos mal que, a partir de la noche, el personaje al que yo le escribo el papel, suele meterse en la cama y así puedo descansar un poco. Pero poco antes de las ocho, a las siete y cincuenta y cinco ya está en pie, sea invierno o verano, laboral o festivo, y yo tengo que estrujarme el cerebro para tenerle ocupado. Las clases, el papeleo administrativo, las tertulias, le llevan algún tiempo, pero siempre, siempre, y no solo los domingos y durante las vacaciones, le sobra tiempo. Con la lectura le mantengo entretenido un tiempo, pero nunca lee más de una hora por la mañana, otra por la tarde y otra por la noche. También escribe, pero detesta las novelas. Si fuera un novelista, de esos que dedican la mañana y la tarde enteras a un libro durante varios años, no habría problemas. Pero escribe poemas y nunca es capaz de dedicar más de media hora a uno (en media hora puede escribir treinta haikus y cuarenta aforismos). Si empleara más tiempo, ¿saldrían mejor? Eso es lo que me dicen, pero yo no estoy tan seguro. Todo lo que tengo que hacer lo hago en la mitad de tiempo que emplearía cualquiera y no soporto no tener nada que hacer. Me da por pensar en cosas en las que prefiero no pensar. Me angustian los días que son como un cuaderno en blanco, sin renglones, sin señal de por dónde tirar. Me siento como si cada día me pusieran en la mano una fortuna –mil cuatrocientas cuarenta monedas de oro-- para que haga con ella lo que quiera, con la única condición de que no la malgaste, y al final del día tengo siempre la sensación de que eso es precisamente lo que he hecho: malgastarla.


Viernes, 27 de febrero
EL QUE PIERDE GANA

Como quienes juegan consigo mismo al ajedrez, yo todas las noches, antes de irme para la cama, me planteo un debate sobre algún tema que me interesa. Y lo bueno de debatir con uno mismo es que, aunque siempre pierda, siempre gano.
            ---¡Tan celoso de tu intimidad y luego resulta que estás todo el día navegando por Internet! Facebook y las compañías de telefonía móvil saben más de ti que tú mismo. Todo lo que cuelgas en la red queda ahí para siempre y cualquiera puede aprovecharlo y sacar partido de ello.
            A veces, cuando debato conmigo mismo, me lo pongo demasiado fácil. Primero hago como si me creyera los tópicos que circulan por ahí y luego me entretengo echándolos abajo.
            ----Yo no tengo problemas con mi intimidad. Lo que no quiero que nadie sepa no se lo cuento a nadie y menos que a nadie a un amigo, que para estas cosas es siempre de quien más se debe desconfiar. Ahora, el que me ofrezcan publicidad de hoteles en Roma, en Nueva York o en Nápoles porque una vez busqué alojamientos en esas localidades no es cosa que me moleste. Todo tiene un coste y lo que no cuesta nada hay que pagarlo con publicidad.
            ----Y el que otros se aprovechen comercialmente de las fotos y de los poemas que cuelgas en tu página de Facebook todos los días y sin fallar uno, ¿también te parece bien?
            ----No es que me parezca bien es que me parece un milagro que alguien pueda sacar provecho comercial de mis fotos y de mis poemas. Si conoces a alguien que lo haga, dímelo; me darás una gran alegría. Compartir es un placer. Lo malo es que, con frecuencia, lo que uno tiene para compartir no le interesa a nadie. Lo sé por experiencia propia.


Sábado, 28 de febrero
LA BUENA VIDA

No sé si la historia la leí en alguna parte o si la escuché en uno de esos programas de televisión que uno ve ya medio dormido: “Te levantas a las ocho. Te tomas tu zumo de naranja y tus vitaminas. Das un paseo con el perro antes del desayuno. Lees la prensa y el correo. Vas luego a la piscina hasta la hora de la comida. Comes en un agradable restaurante con algún amigo. Por la tarde hay también muchas cosas que hacer: la sesión de fitness, el tenis, otro rato en la piscina, el estreno de una película. Y nunca falta, después de la comida, una cabezadita. Y de pronto, el día menos pensado, cuando te despiertas de la siesta, resulta que tienes ochenta años”.



Nadie lo diría: Diatribas y homenajes

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Domingo, 1 de marzo
TODAVÍA

Todavía me levanto cada mañana como si fuera el primer día de la creación. ¿Por cuánto tiempo?

Lunes, 2 de marzo
TONTERÍAS VIRALES

Abro al azar el nuevo tomo de la poesía de José Emilio Pacheco y lo primero que me encuentro es su "Defensa de la eñe". Recuerdo bien el momento en que la eñe se convirtió en símbolo de las esencias patrias, como el toro de Osborne. Fue hace no muchos años. Resulta que la Unión Europea decidió que la prohibición que existía en España de vender ordenadores en cuyo teclado no figurara la letra eñe no se ajustaba a la legislación comunitaria. Esa noticia desencadenó casi un nuevo Dos de Mayo. "¡Europa nos quiere quitar la eñe!", gritaron al unísono todos los periódicos. "A partir de ahora vamos a tener que decir Espana y cono", proclamaron ingeniosos columnistas. Todavía no estaba generalizado Internet, pero ninguna tontería viral se difundió con tanta rapidez. En los programas de radio o televisión se preguntaba a gente de la calle o ilustres catedráticos: "¿Qué opina usted de que Europa nos prohíba usar la eñe?". Y todos respondían llenos de indignación sin pararse a averiguar lo que podía haber de verdad en esa disparatada noticia. A nadie se le ocurrió explicar que –dejando aparte de que lo que se pedía era que en España pudieran venderse ordenadores con el teclado inglés-- una cosa es la grafía "ñ" y otra el sonido o fonema correspondiente, que aunque se escribiera "nh" como en portugués, "gn" como en italiano o "ny" como en catalán, España seguiría diciéndose España y coño seguiría sonando igual de rotundo. Compruebo ahora que José Emilio Pacheco, un poeta al que admiré más que admiro, sigue confundiendo la casual grafía (una abreviatura de la doble ene) que el español adoptó para representar un sonido que no existía en latín con el propio sonido. Su poema dice: "Este animal que gruñe con eñe de uña / es por completo intraducible. / Perdería la ferocidad de su voz / y la elocuencia de sus garras / en cualquier lengua extranjera". Pues no, estimado poeta (ser poeta, diga lo que diga Gamoneda, no deber ser nunca una licencia para no pensar), ese animal gruñiría igual en multitud de lenguas extranjeras, lo único que cambiaría es que su gruñido no lo representaría una ene con sombrero que gracias a esta polémica (quién se lo iba a decir a los apresurados copistas que abreviaban así la doble ene) se convirtió nada menos que en símbolo del Cervantes y de la lengua española.


Martes, 3 de marzo
MÁS DE LO MISMO

Hacía veinte o treinta años que no nos veíamos. Tras contarme su vida en ese tiempo (dos matrimonios, la quiebra de un negocio, una enfermedad grave de la que salió con bien), se interesa por la mía.
            ----¿Sigues tomando café cada mañana en los Porches? ¿Sigues yendo los sábados a Avilés? ¿Sigues peleándote de vez en cuando con tus amigos Trapiello y Abelardo? ¿Sigues con tus clases? ¿Sigues recibiendo media docena de libros al día y reseñando uno cada semana? ¿Sigues con la tertulia de Oliver?
            ----Sigo. Y así me hago la ilusión de que no pasa el tiempo.
            ----Pues no debes escribir tu biografía, sería el libro más aburrido del mundo. Ni mucho menos llevar un diario; cada página parecería fotocopia de la anterior.


Miércoles, 4 de marzo
BREVIARIO POLÍTICO

(Mientras tomo un café, en la mesa del fondo un grupo de jóvenes discuten lo que parece el programa que van a llevar a las próximas elecciones. Yo hojeo el libro que acabo de encontrar en Valdés, el Breviario de política experimental del conde de Romanones, y anoto en el iPad algunas de las frases del viejo cacique. Creo que les vendría bien conocerlas a estos ilusos que confunden queremos y podemos. Hay cosas que nunca cambian, como bien sabía Maquiavelo.)
            El gobernante que no cree equivocarse nunca es el más funesto y peligroso.
            No digas a nadie a dónde te encaminas si quieres llegar a dónde te has propuesto.
            Economiza cuanto puedas consejos y amenazas; si te ves obligado a darlos, procura que no lo parezcan.
            No abras tu corazón a nadie.
            No prometas nada que no puedas cumplir y no olvides jamás una promesa; pero ten en cuenta que hay promesas que no deben cumplirse.
            Para un gobernante, como para un conductor, es necesario conocer la marcha atrás.
            En politica, quien carece de ambiciones no pasa de jefe de Negociado.
            No hay poder sin fuerza que lo sostenga.
            El camino más corto no siempre es el mejor, y casi nunca en política; con frecuencia hace falta dar rodeos para llegar a dónde se quiere ir.
            Los grandes hombres le deben más al odio del adversario que al afecto del amigo.
            A veces se debe perdonar y olvidar; otras, perdonar sin olvidar; algunas, ni perdonar ni olvidar.
            Quien es incapaz de odiar es incapaz de amar.
            No se puede gobernar contra la opinión pública, pero a menudo hay que hacerlo contra la opinión de la calle, mera y fácilmente cambiante vocinglería.
            Un hombre elocuente con inteligencia mediocre es una gran calamidad.
            Los viejos de hoy no son más que los jóvenes de ayer.
            No hay enemistad tan feroz como la de los enemigos íntimos que dejan de serlo.
            En política, todos los hombres son aprovechables; unos, por sus méritos; otros, por sus defectos.
            Para un político, mejor parecer honrado que serlo sin parecerlo.
            Hace falta conocer muy bien la ley para poder saltársela cuando sea necesario.
            En política, solo es fácil hacer profecías cuando se refieren al pasado.
            En política, tener razón no basta para tener razón.

   
Jueves, 5 de marzo
PESSOA Y YO

Han pasado un año y un siglo desde aquel día glorioso de marzo en que nació Alberto Caeiro, para quien ser poeta no era una ambición, sino su manera de estar solo. Nació ya adulto y de un tirón: en una sola tarde escribió treinta poemas de su primer libro. Eso es al menos lo que cuenta quien le sirvió de amanuense, un joven de veinticinco años que había recibido una educación bilingüe en Durban, coqueteaba con el espiritismo y con el futurismo y gustaba de perder su tiempo en los cafés de Lisboa. ¿Hemos de creerle? ¿Fueron así las cosas? Mixtificar, falsificar, crear personajes que se hacen pasar por verdaderos no lo inventó Pessoa. Se dio antes, se seguiría dando después, incluso en quienes nunca lo han leído. En 1975 --tenía yo la misma edad que Pessoa cuando Caeiro--, apareció el primer número de Jugar con fuego, una revista redactada íntegramente por diversos heterónimos: Bernardo Delgado, Alfonso Sanz Echevarría y otros cuyos nombres no recuerdo. Por entonces no había oído hablar de Fernando Pessoa (lo descubriría al año siguiente en el tomo de las poesías de Álvaro de Campos publicado por Ática) y me parecía una gran originalidad que esas ficciones mías escribieran no solo poemas, sino también crítica. Recuerdo que en el primer número Bernardo Delgado, que yo me había imaginado como un dogmático crítico marxista, reseñaba la poesía completa de Francisco Brines y le reprochaba su despreocupación burguesa ante la opresión franquista y la situación de los trabajadores. Mi intención era caricaturizar cierta crítica, pero Brines se tomó muy en serio esos reproches y nunca acabó de perdonármelos, como tampoco que en otro número de Jugar con fuego aparecieran dos presuntos poemas suyos, uno de los cuales, según me contó Bousoño, le había gustado mucho a Aleixandre. Hace tiempo que he abandonado juegos y fingimientos y ahora me irrito mucho cuando, en las redes sociales, me encuentro con quienes se escudan, no siempre para insultar, tras de uno o de varios avatares. A Bernardo Delgado, por cierto, todavía me lo encuentro en alguna erudita bibliografía. Cuando leí a Pessoa, lo que me sorprendió no fue lo que asombró a tantos, su desdoblamiento heteronímico, la convivencia en él de personajes contradictorios. Eso era común y estaba a mi alcance y al de cualquier cantamañanas que bravuconea en la red. Lo peculiar en Pessoa no era el juego de la identidad, tan común, sino el talento. Alberto Caeiro era un gran poeta, lo mismo que Ricardo Reis o Álvaro de Campos. Poetas distintos e igualmente verdaderos. Aunque fueran producto de una superchería eso no les restaba validez. Cuando descubrí a Pessoa me asombraron las muchas cosas que teníamos en común; al escribir su biografía, trazaba en realidad mi autorretrato. O eso pensaba. A los veinte años, incluso me creía un genio como él. Ahora en este día de marzo recuerdo al joven que fui y sonrío. Tampoco es que me avergüence mucho de mis ingenuidades y vanidades de entonces. Quien a los veinte años no se ha creído un genio capaz de cambiar la historia del mundo es que no ha tenido nunca veinte años.


Viernes, 6 de marzo
¿SABÉIS DE QUIÉN HABLO?

Antes de escuchar a María Payeras su conferencia sobre Ángel González, comento con Leopoldo Sánchez Torre no sé aspecto del cartel anunciador. “¿Ahora también das lecciones de diseño? –replica irritado--. ¡Tú es que sabes de todo!”. Ricardo Labra, que está a mi lado, se sorprende de la intemperancia. “Sus motivos tiene”, le respondo. Y luego recito el epigrama que, un poco en broma, un poco en serio, yo siempre digo –se lo dije incluso al autor—que Ángel González escribió pensando en mí: “No le juzguéis torcidamente. / De él se podrá decir lo que se quiera; puede equivocarse, puede incluso acertar. / Pero de lo que no hay duda es de sus intenciones: son siempre malas”.




Nadie lo diría: Vivir como si nada

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Sábado, 7 de marzo
LA REDONDEZ DE UN FRUTO

Hay imágenes que se quedan flotando en la memoria, desconectadas de todo, como aquel encuentro en el tren nocturno que me llevaba de Laussane a Ginebra. Iba yo distraído, hojeando un libro, cuando alguien me pidió permiso para sentarse frente a mí. Alcé la vista y contemplé extrañado a un frailecillo joven con el hábito blanco y la cabeza rapada. Iba descalzo y con una especie de zurrón que desentonaba del hábito. Traté de continuar leyendo, pero no podía dejar de seguir mirándole, avergonzándome un poco de mi curiosidad. Del zurrón sacó una manzana, que limpió con la manga y luego me ofreció. Yo la rechacé dándole las gracias y él comenzó a morderla con sonriente voluptuosidad, como de Eva en un paraíso gay.
            No creo que fuera un fraile verdadero, quizá viniera de una fiesta. Me levanté cuando el tren detenía su marcha al entrar en la estación de Cornavin y él entonces, sin que yo lo notara, debió de dejar otra manzana en la bolsa en que yo llevaba los libros. Me di cuenta ya en la habitación del hotel. La manzana la puse sobre el montón de libros que había ido comprando aquellos días y luego se quedó en la habitación. No me atreví a comerla, aunque brillaba tentadoramente, incluso, o sobre todo, cuando por la noche apagaba la luz.
            No sé por qué (o sí) me ha venido a la memoria esa historia al entrar esta tarde en una frutería. Esa historia y unos versos de Porfirio Barba-Jacob: “Hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos / que nos depara en vano su carne la mujer; / tras de ceñir un talle y acariciar un seno, / la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer”.


Domingo, 8 de marzo
EL ACENTO DE PÉREZ-REVERTE

Reconozco que siento cierta debilidad por Pérez-Reverte. No por sus novelas, sin duda entretenidas (pero yo, como siempre digo en estos casos, conozco formas más agradables de perder el tiempo), sino por sus artículos y declaraciones, siempre muy en su papel de caballero andante sin pelos en la lengua. Hoy se fotografía delante de su biblioteca (que parece un decorado) y habla de la Academia con motivo de su nuevo libro, protagonizado por académicos: “Hay debates muy vivos y de mucha altura; igual se encuentran una autoridad lingüística y una autoridad práctica. Yo puedo defender la necesidad del acento en las palabras ‘sólo’, ‘éste’ o ‘aquél’ frente a un teórico que dice que hay que quitarlo. Yo trabajo todos los días con la lengua y sé que necesito el acento para trabajar. Ese debate entre la práctica y la teoría es muy frecuente”.
            ¡Necesita el acento para trabajar! ¡Qué cosas! ¿O sea que, cuando escribe “quiero aquel”, si no pone tilde en “aquel” no puede seguir escribiendo? ¿No será simplemente que la pone porque eso fue lo que le enseñaron en la escuela y, a cierta edad, cuesta modificar los hábitos adquiridos en la infancia?
            Yo le aconsejaría que dejara en paz a los colegas lingüistas de la Academia y siguiera escribiendo como aprendió de niño, sin meterse en berenjenales presuntamente teóricos. La adecuación ortográfica de su escritura ya la harán los correctores de la editorial, que para eso los pagan.

Lunes, 9 de marzo
ELOCUENTES SILENCIOS

No en lo que uno dice, sino en lo que calla, en lo que tenazmente calla, se encuentra su más preciso autorretrato.


Martes, 10 de marzo
MARÍAS MORALIZA

Mi debilidad por Pérez-Reverte solo tiene parangón con la que siento por Javier Marías. El otro día moralizaba en su sermón dominical y yo, aunque he tratado de resistirme no puedo dejar de poner los puntos sobre algunas calumniosas íes: “El cobro de 425.000 euros por parte de Monedero, dirigente de Podemos, y su posterior puesta al dia con Hacienda, han hecho correr ríos de tinta y saliva escandalizadas, sin que apenas nadie reparara en lo más turbio de ese asunto, a saber: que al parecer dicho político dispusiera de despacho en el Palacio de Hugo Chávez, un militar golpisa (es decir, como Franco, Videla o Pinochet), y que percibiera una porción de esos emolumentos sirviendo a un régimen cuasi dictatorial. No de todo el mundo se pueden aceptar encargos y retribuciones si se quiere luego presumir de ser gente decente”.
            ¿Hugo Chávez un militar golpista como Franco, Videla o Pinochet? Cierto que en 1992, junto con otros militares, intentó un golpe de Estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Fracasó y fue encarcelado. Salió de la cárcel dos años después, tras ser indultado por el presidente Rafael Caldera. En 1998 se presentó a las elecciones a Presidente de la República. Las ganó y desde comienzos del año siguiente fue Presidente de la República de Venezuela. En el 2002 un golpe de Estado (alentado por diversos países extranjeros, quizá por el de España) le derribó del poder, al que fue restituido a los pocos días. Sucesivas elecciones le mantuvieron en el gobierno hasta su muerte en 2013. Amitad de uno de sus mandatos, caso único en la historia de la democracia, organizó, a instancias de la oposición, un referendum revocatorio, que también ganó.
            Estos son los hechos. Los aciertos o desaciertos como gobernante de Hugo Chávez son otra cosa. Gobiernos dictatoriales, moralista Marías, no cuasi dictatoriales, los puedes encontrar en China y Arabia Saudí, y con ambos hacen negocios gente muy decente e incluso, en el segundo caso, con la eficaz y muy activa mediación, parece que desinteresada, del anterior Jefe del Estado.


Miércoles, 11 de marzo
LLORAR JUNTOS

Un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas de aquel once de marzo. ¡Cuánto dice de la historia de España –o quizá de la condición humana?—que ni siquiera tantos años después sus familiares hayan sido capaces de ponerse de acuerdo para llorarles juntos!


Jueves, 12 de marzo
DIGO VIVIR

Nunca he entendido a los que hablan de una dicotomía entre vivir y escribir o entre leer y vivir. No conozco a nadie que escribiera después de muerto.
            La verdad es que para vivir, se entienda lo que se entienda por vivir, yo siempre he tenido tiempo. La vida puede ser corta pero los días son demasiado largos. Todos tienen nada menos que veinticuatro horas y yo jamás he sido capaz de dedicar más de una a escribir y no más de tres o cuatro a leer. A veces me gusta, en las tardes en que no tengo nada que hacer, como esta tarde, como casi todas las tardes, apuntar cómo se distribuiría mi tiempo si yo pudiera distribuirlo a mi antojo.
            Me levantaría a las ocho. A las nueve me pondría ante el ordenador.  A las diez me iría a clase. A las doce tomaría un café hojeando el periódico, los libros que acabo de recibir, consultando el correo en el teléfono. A la una pasaría por el despacho de la Facultad, atendería al correo, recibiría a algún alumno, corregiría trabajos. Comería a las dos, por supuesto, escuchando las noticias de Radio Nacional (ya lo hacía en tiempos de aquel general). Luego me echaría un rato a descansar, no a dormir, sino a leer El País (lo hago siempre a esa hora desde 1976), volvería luego al despacho a quitarme de delante algún enredo burocrático y a las siete me iría a tomar café con nuevos libros (los de la mañana nunca me sirven para la tarde) que acabo de encontrar en la librería Ojanguren o en la de Valdés.
            Cuando aparece algún amigo o es día de tertulia, me dedico a mi deporte favorito: perorar y llevar la contraria sobre cualquier tema. Si por la tarde no he leído la dosis necesaria, lo hago por la noche, después de cenar; si he leído lo suficiente, hojeo distraído algún libro mientras veo la televisión.
            Suelo dormir bien, unas siete horas, salvo algunas noches que las carga el diablo (las más de las veces) o todo lo contrario (algunas pocas veces). Y de vez en cuando, sin razón ninguna, me gusta hacer lo mismo que hago en Oviedo en alguna de esas dos tres ciudades a las que siempre vuelvo. Detesto el campo, hacer deporte, no hacer nada, leer novelones, enamorarme y las personas que se empeñan, como yo, en tener siempre razón.


Viernes, 13 de marzo
EL RECHAZO DEL MUNDO

¿Era el rechazo del mundo por amor de Dios una patología a la que los psiquiatras ya han dado nombre? No lo sé. Hoy, después de leer a Miguel de Molinos, me identifico con los místicos que para ir al cielo tomaban a veces el atajo de las hogueras de la Inquisición.

También puede cansarnos la hermosura.
Cierro los ojos y es como si nada
de lo que ve la luz enamorada
manchara de la sombra la dulzura.

Ya estoy cansado de admirar Tu rastro:
el lago helado, el cerco de montañas,
la luna y los jardines, las extrañas
criaturas de oro y carne y alabastro.

No ver es ver, y ver del mejor modo:
no la hermosura que enamora y llena
de error el alma, el corazón de pena,

que nubla el claro rostro del gran Todo.
De la piedad de Dios espero un día
cegar por ver mejor su melodía.




Nadie lo diría: Elemental, querido Watson

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Sábado, 14 de marzo
UN REPROCHE

¿Seguiríamos siendo amigos de nuestros amigos si oyéramos lo que dicen cuando no estamos delante? Hojeo la nueva entrega de los diarios de Iñaki Uriarte: “No es muy fácil hablar con JLGM, porque tiende a hacerlo solo él y salta velozmente de un tema a otro”.
            A mí lo que me sorprende es que mis amigos sigan siendo amigos míos después de oír lo que digo cuando estoy delante de ellos.


Lunes, 16 de marzo
UNIVERSIDAD Y BANCA DE ANDORRA

Me quejo, siempre me estoy quejando, de mis problemas a la hora de obtener el certificado para la declaración de la renta: “Antes la Universidad te lo mandaba por correo, como hacen en todas partes. Ahora, no. Ahora primero te envían un correo diciéndote que en no sé qué pagina informativa, que cambia cada día, se ha indicado dónde puedes conseguirlo. Buscas esa página, no siempre fácil de encontrar, y te remiten al Portal del Empleado. Intentas descargarlo en ese portal. Llamas a un amigo informático y ni aún así. Consultas con la administración, y tampoco. Finalmente te explican que hay un filtro de seguridad y que los navegadores habituales no son capaces de sortearlo”.
            ----Exageras, Martín, como siempre.
            ----No exagero nada. De hecho, todavía, y llevo tiempo intentándolo, no he conseguido ese certificado. Ni siquiera los administrativos que trabajan en gerencia pueden imprimirlo y facilitármelo. Me han dicho que escriba una carta adjuntando el  DNI, y no sé si firma autentificada ante notario, para ver si así les permiten imprimirlo. Me explican que todas estas normas son para proteger la confidencialidad.
            ----¿La confidencialidad? ¡Pero si los sueldos de los empleados públicos son públicos, como su propio nombre indica! ¡Si cualquiera puede saber con que gana un catedrático o un profesor asociado! Por otra parte, ¿la confidencialidad no queda suficientemente garantizada enviándolos por correo? ¿No se fía tu Universidad de los encargados de su correo interno? Yo creo que no te has enterado de nada, Martín.
            ----Pues eso es lo que hay. La nueva gerencia protege tanto mi certificado para la declaración de la renta que convierte en una hazaña conseguirlo.
            ---Si las cosas son como dices (no acabo de creérmelo), solo cabe dos explicaciones: que antes trabajaba en la Banca de Andorra y ahora aplica a los sueldos de los funcionarios las mismas normas de confidencialidad que a la herencia de los Pujol o que en la Universidad de Oviedo hay sobresueldos y pagos en negro, como en el partido del gobierno, y entonces todas las precauciones son pocas.


Martes, 17 de marzo
ELOGIO DEL PESIMISMO

Ser pesimista tiene sus ventajas. Si ocurre lo que uno espera, nos encuentra preparados. Y en caso contrario, la sorpresa siempre es agradable.

Miércoles, 18 de marzo
EN EL MARÍA GUERRERO

Me cuenta el profesor Antonio Insuela su estancia en Madrid participando en una mesa redonda sobre Lauro Olmo. Tuvo lugar en el escenario del María Guerrero. Y yo de inmediato me imagino una obra de teatro en que los ponentes –un profesor universitario, un crítico de un diario importante, una actriz veterana que estrenó alguna pieza de Olmo, un antiguo militante comunista que luego fue secretario de Estado de cultura con un gobierno conservador-- comienzan elogiándose mutuamente y luego poco a poco van sacando a la luz viejos resquemores mutuos. En la primera fila del patio de butacas está la mujer de uno, que fue amante de otro. Algo como El arte de la entrevista de Juan Mayorga, que se inicia con una adolescente que tiene que entrevistar a su abuela para un trabajo escolar y luego, de manera no muy verosímil, los personajes acaban sacando a la luz los folletinesco secretos –de culebrón televisivo-- que habían guardado toda la vida. Mientras tomo un café, me entretengo haciendo un esquema de las diversas escenas. Lo borro todo al final, como hago siempre. Inventar se me da bien, pero me aburre llevar lo fantaseado al papel.
            La musa no es el encargo, al menos en mi caso, pero sin encargo todo se queda en las musarañas.
            Nada me habría gustado más que tener la obligación de escribir. Saber que hay una compañía de teatro esperando y que tengo que tener lista la comedia en quince días.     La obligación de escribir nunca la he tenido. Siempre me he ganado la vida de otra manera. No sé si lamentarlo.


Jueves, 19 de marzo
EL CRIMEN DEL HOTEL RUSSELL

Como tenemos nostalgia de determinados lugares, también de cierta lecturas. Pero estamos condenados, al volver a unos y a otras, a no encontrar ni remotamente la felicidad de entonces. En las noches sin sueño, recuerdo los asesinatos en el cuarto cerrado, los cadáveres en la biblioteca, todos los sospechosos reunidos en la gran mansión victoriana y al detective resolviendo el enigma tan limpia y elegantemente como si se tratara de una compleja ecuación matemática.
            Se reeditan ahora las novelas de Edmund Crispin, a quien no leí en su momento, y del que solo sé que estudió en Oxford ("allí todos éramos rematadamente listos", parece que dijo) y que fue amigo de Philip Larkin. Abro al azar El misterio de la mosca dorada y me las prometo muy felices. El protagonista es Gervase Fen, un profesor de literatura: "Como te digo siempre, Dick, el arte detectivesco y la crítica literaria son la misma cosa". La acción transcurre en Oxford, en un college y en un teatro, durante los años de la Segunda Guerra Mundial.
            Me las prometo muy felices, ya digo: un cruce de Borges y Oscar Wilde con una gotas de Auguste Dupin. El primer capitulo presenta a los personajes en un tren. Buen comienzo. Pero muy pronto deja de interesarnos el artificioso misterio con su inspector caricaturesco, sus personajes de cartón piedra, su gratuita pedantería. Ya lo decía Borges: trescientas páginas para resolver un acertijo son demasiadas páginas. Yo aguanto hasta la doscientas preguntándome si, de haberla leído en su momento, me habría entusiasmado como lo hicieron otras novelas aún más rebuscadamente simplistas.
            Dejo el libro a un lado y, mientras el sueño llega, hago lo que suelo hacer en estos casos: escribo yo la novela que me gustaría leer. La sitúo en un hotel de Russell Square que siempre me ha fascinado con su amenazador aspecto de mansión victoriana. En la cercana universidad, se celebra un congreso con motivo del centenario de la segunda parte del Quijote. Buena parte de los congresistas, se alojan en el Russell Hotel. Yo también, aunque no participo en el congreso; estoy en Londres por otros motivos. Conozco a alguno de los participantes, como al profesor Martínez Mata, y suelo coincidir con ellos en el desayuno. La solemne sesión de clausura, como no podía ser de otra manera, corría a cargo del máximo cervantista, el profesor Francisco Rico. Pero ese día no baja a desayunar. A las diez tiene que comenzar su conferencia. A las diez y cuarto no ha aparecido. Lo encuentran, una hora después, muerto en su habitación, con un disparo en la sien y un pequeño revólver, casi de juguete, cerca del charco de sangre. Las apariencias son de suicidio y eso piensa la policía, pero sus colegas no acaban de creérselo. La muerte ocurrió hacia las doce de la noche. Cuando se leen los papeles del profesor Rico, un conocido hispanista británico se convierte de inmediato en sospechoso: la conferencia que tenía preparada era un hiriente análisis de su reciente edición del Quijote; el profesor Rico, en lo que parecía más un acto de sadismo que de cortesía, le había enviado anticipadamente por correo electrónico el texto de la conferencia al catedrático. Pero luego, como en las buenas novelas de Agatha Christie, se descubría que casi todos los participantes tenían algún buen motivo para odiar al afamado profesor, incluso los que se consideraban sus discípulos, y especialmente estos. Yo me reservé el papel de narrador, una especie de doctor Watson que cuenta lo que ve y lo que le cuentan sin entenderlo del todo. Para el papel de detective pensé en un primer momento en Pérez-Reverte, pero al final me decidí por uno de mis monstruos favoritos (lo de monstruo lo digo en el mejor sentido de la palabra): Juan Manuel de Prada, orondo como Chesterton y tan dado a las sutilezas teológicas como el padre Brown. Las indagaciones de la policía estaban estancadas, y en la novela no se habla mucho de ellas, lo que al narrador le interesa son las pesquisas del autor de Las máscaras de héroe. El capítulo final, como no podía ser de otra manera, reunía a todos los sospechosos en el bar del hotel, que tiene el literario nombre de Tempus y un reloj de arena como símbolo; allí asistimos pasmados a la resolución del enigma... No revelo el nombre del asesino, y no porque quiera guardar el misterio para el día en que me decida a escribir esa novela (sé que no lo haré), sino porque me quedé dormido, satisfecho y feliz, un momento antes de que Juan Manuel de Prada pronunciara su nombre. Sí puedo recordar que no era un asesino, sino una asesina, y que las razones del crimen tenían que ver con unas cartas de Santa Teresa y un discutido pasaje delLazarillo de Tormes.



Viernes, 20 de marzo
ELOGIO DE LA DISCUSIÓN

¡Cuántas me veces se me ha reprochado mi afición a llevar la contraria! Basta que alguien diga A para que yo diga B. Pero a menudo no quiero sustituir una afirmación por otra, sino complementarla; la realidad no se rige por la lógica aristotélica: dos cosas pueden parecer opuestas y ser igualmente verdaderas.

            Me alegra encontrar apoyo en Eugenio d’Ors: “De la discusión nace el pensamiento. Cuando se piensa, se piensa contra algo, y sin ese ‘contra’, sin ese esfuerzo, el pensamiento no existiría. Quien nos contradice es nuestro mejor colaborador. No hay ciencia sin polémica. No hay verdad sin verdades enfrentadas”.


Nadie lo diría: Un minuto de silencio

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Sábado, 21 de marzo
PÉRDIDA

“Dimidium animae meae” llamó Horacio a su amigo Virgilio. Así me siento yo hoy, como si hubiera perdido la mitad del alma mía.
            No encuentro el teléfono móvil.


Domingo, 22 de marzo
ME SIGUE SONRIENDO TODAVÍA

Pasa el tiempo y se entremezclan lo leído, lo vivido y lo soñado. Hace bastantes años viví una historia de amor, o algo similar, que me atormentó lo suyo y me hizo hacer bastante el ridículo. El dolor de entonces está bastante olvidado, pero las estupideces todavía me hacen ruborizarme. En vano me repito el poema de Álvaro de Campos que afirma que todas las cartas de amor son ridículas, pero al final solo son ridículos los que nunca han escrito cartas de amor ridículas. Yo hice algo más que escribirlas.
            Mientras veo la incómoda, desasosegante película El año más violento, de J. C. Chandor, no puedo dejar de pensar en aquella historia, y no porque lo que se nos cuenta en la pantalla tenga que ver con ella, aunque ambas transcurran en Nueva York, un Nueva York helado y sucio que en nada se parece al que encontraría más tarde, cambiada la ciudad, cambiado sobre todo mi estado de ánimo.
            Un anochecer de invierno, del más gélido invierno, encontré cerrada una puerta que siempre había estado abierta para mí. Recuerdo el vagabundeo posterior, el callejón oscuro, los mendigos, el golpe en la cabeza al doblar una esquina.
            Cuando abrí los ojos, alguien me sonreía. O eso quiero creer. A veces uno confunde lo leído, lo vivido y lo soñado.


Lunes, 23 de marzo
EL ESPÍRITU FEMENINO

Leo el almanaque literario que en 1935 publicaron Guillermo de Torre, Pérez Ferrero y Salazar Chapela (lo acaba de reeditar Renacimiento) y siento como si subiera a una máquina del tiempo y aterrizara en otro tiempo de esplendor, pero lleno de presagios.
            María Zambrano caracteriza el año universitario “por un considerable aumento de la violencia estudiantil”. Otro capítulo reseña el congreso celebrado en Wiesbaden por los médicos de lengua alemana. En la inauguración, uno de los mayores prestigios de la medicina aconseja “orientar las actividades y las investigaciones de los médicos en armonía con los ideales del nuevo Estado”. De herencia y raza se habla a continuación, de los Tribunales Eugenistas. Quizá eran aquellos tiempos buenos para la lírica (se incluyen varios poemas entonces inéditos de Lorca), pero solo para la lírica. A mí me llama la atención, entre tantos negros nubarrones de la tormenta que se avecinaba, las citas del diario de Amiel que hace Domenchina en su semblanza de Emilia Pardo Bazán. ¿Está a la altura de Leopoldo Alas, de Menéndez Pelayo, de Valera? No, su condición de mujer se lo impedía. Domenchina se basa en la autoridad de Amiel: “La mujer propende a la asimilación rápida y usurpadora. Convierte sin vacilaciones las reminiscencias en hallazgos personales. La necesidad crítica de indicar fuentes y reconocer deudas, citar a los prestadores y conceder a los otros su derecho no es propiamente femenina. El espíritu femenino absorbe las ideas del hombre, suponiendo haberlas extraído de la naturaleza”.
            Esto es lo que se pensaba de la mujer en una de las épocas más gloriosas de la cultura española. Esto es lo que pensaban, no solo Domenchina, también Ortega y Marañón. ¿Qué hirientes, ofensivas tonterías pensaremos ahora nosotros confundiendo una vez más razones con prejuicios?


Martes, 24 de marzo
MUERTE EN LOS ALPES

“Morir parece fácil” afirma Cernuda en un poema. Y lo es. De un instante para otro, cuando menos lo esperamos, se acaba la función. Pero nadie sabe dónde está el final de la suya. ¿En una región inhóspita de la alta montaña, entre las nieves que se funden al contacto con los restos del avión? Uno piensa en el dolor de tantas familias, dolor abstracto porque no conoce a ninguna, y de pronto ese dolor se hace más intenso porque me llama un amigo periodista para informarme que una de las víctimas del Airbus de la compañía Germanwings era de Avilés. Yo no la conocía, pero siento la tragedia mucho más cercana. Así de irracionales somos los humanos.


Miércoles, 25 de marzo
LO QUE CABE EN UN MINUTO

¿Cómo llenar un minuto de silencio? Para no pensar en la madre que iba a visitar a sus hijos a Alemania (eran descendientes de Luis Lumen, el poeta avilesino al que asesinaron en 1937 por fundar una biblioteca circulante, por poner los libros al alcance de todos); en los adolescentes que volvían junto con sus profesores de una feliz estancia en España (uno de ellos se olvidó sus documentos y hubo que traérselos a toda prisa, saltándose lo semáforos); en la cantante María Radner que, después de actuar en el Liceo, volvía a casa con su marido y su bebé; en el otro bebé, de siete meses, que había acompañado a su madre al funeral de un tío; en ese turista solitario, como yo las más de las veces; en tantos hombres de negocio que se levantaron temprano, dieron un beso a su esposa que preparaba ya el desayuno de los hijos y salieron de casa para un viaje rutinario más...
            Para no pensar en todas esas vidas, para que los ojos no se me llenen de lágrimas en este interminable minuto en el campus del Milán, recurro, como siempre, a la literatura y me acuerdo de un libro de Eugenio d’Ors, Cinco minutos de silencio, en el que nos cuenta cómo un grupo de escritores decidieron homenajear a Mallarmé sin discursos, con un acto sin acto, reuniéndose a las once en punto de la mañana en la puerta del Botánico que da sobre los puestos de libros. Allí estuvieron Alfonso Reyes y Ortega y Gasset, Díez-Canedo y Moreno Villa, José Bergamín y Mauricio Bacarisse, entre otros. Alguien gastó la broma de que Azorín, también invitado, no había acudido porque le habría sido imposible permanecer cinco minutos en silencio. Sonrío yo también al recordar al silente Azorín.
            Aquellos cinco minutos dieron para un libro. ¿Para cuántos daría este minuto que parece eterno? Recuerdo la novela de Thorton Wilder El puente de San Luis Rey. Pero en ella son solo cinco desconocidos los que reúne la muerte cuando cruzan a la vez un puente que súbitamente se derrumba. Aquí los personajes se multiplican exactamente por treinta. ¿Una novela o una sucesión de relatos todos con el mismo final? Habría vidas cruzadas y otras que solo coincidieron al subir al mismo avión. Recuerdo que Alonso Guerrero, el primer marido de la actual reina, publicó hace poco Un día sin comienzo, donde recrea las últimas horas de las víctimas del once de marzo.
            El libro más terrible no contaría todas esas vidas, llenas de trivialidad y maravilla, como todas las vidas, sino solo los ocho minutos finales, los que tardó el avión en abandonar su ruta y lentamente, muy lentamente, pero a toda velocidad, ir perdiendo altura hasta chocar con la montaña. ¿Qué pensó cada uno en esos minutos eternos? ¿Por qué los pilotos no hicieron ni dijeron nada, no respondieron a los avisos de los controladores? ¿Eran conscientes de que estaba cayendo el telón sobre sus vidas o solo pensaron que era un susto, un descenso demasiado abrupto antes de la remontada o del imprevisto aterrizaje? Me angustia pensar en esos minutos.
            Recuerdo unos versos de la “Epístola moral a Fabio”: “Oh muerte, ven callada / como sueles venir en la saeta, / no en la tonante máquina preñada / de fuego y de rumor...”
            Y de la epístola moral, por esas asociaciones de la memoria, paso a un soneto de Góngora: “Ayer naciste y morirás mañana. / ¿Para tan breve ser quién te dio vida?”
            Habla de la rosa, habla de cualquiera de nosotros. Nuestra vida es breve, pero un minuto puede durar toda una eternidad. Me concentro, para que los ojos no se me llenen de lágrimas, en tratar de imaginar lo que pasó en esos minutos, como si fuera el enigma de una novela de misterio, no una novela real. ¿Se despresurizó súbitamente la cabina y piloto y copiloto se desvanecieron a poco de inicial un descenso de emergencia, se volví loco uno de ellos, golpeó al otro y decidió voluntariamente estrellar el avión con todos sus pasajeros? Descabellada hipótesis, propia de la mala literatura.
            La decana anuncia por fin que el minuto ha terminado y cada uno vuelve, como en el poema de Miguel Hernández, de su corazón a sus asuntos.


Jueves, 26 de marzo
OTRO ENIGMA MAYOR

Parece que la más descabellada de las hipótesis, la que yo rechacé como propia de una mala novela, es la que más se acerca a la realidad. Pero todo fue más trivial, no hubo ataque de un tripulante a otro en la cabina del Airbus. Simplemente, el piloto salió un momento para ir al servicio. Eran las diez y media de la mañana, acaban de alcanzar la altura de crucero y de recibir la autorización del centro de control para seguir la ruta hasta el siguiente punto de control. Todo estaba en orden. El vuelo había partido con algo de retraso, pero ya había recuperado la rutina.
            El piloto va al baño, un bebé llora, una de las azafatas se acerca y le sonríe, los adolescentes alborotan en sus asientos o escuchan música... Bueno, estas son cosas que yo me imagino. Lo que parece cierto, lo que se deduce de la caja negra recuperada, es que el comandante sale de la cabina y, en ese mismo instante, el copiloto se levanta de un salto, echa el cerrojo de seguridad, toma los mandos del avión e inicia el descenso. Vuelve el piloto uno o dos minutos después, encuentra la puerta cerrada, llama, intenta abrir con su clave, no lo consigue, se da cuenta de que algo va mal, golpea una y otra vez la puerta, las azafatas se alarman, no saben qué hacer, el avión desciende más y más, los pasajeros, los últimos en enterarse, comienzan a gritar e inmediatamente el tremendo impacto contra la montaña pone fin a la historia.
            El copiloto, Andreas Lubitz, de 27 años, era un joven ejemplar, buen estudiante, enamorado de los aviones desde niño, vivía con sus padres, parece que nunca les había dado ningún motivo de preocupación.
            Al contrario que en las novelas de misterio que a mí me gusta leer, en la vida, cuando se aclara un enigma, aparece otro enigma mayor.




Nadie lo diría: Tonterías con Eco

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Viernes, 27 de marzo
ESTRELLA DE LA PACIENCIA

Llevo a la tertulia la última publicación de Jon Juaristi, el librito Estrella de la paciencia. Desarrolla un tema “que fue perfilándose tras una discusión con el profesor (y poeta) José Luis García Martín a propósito de uno de los apócrifos machadianos, Abraham Macabeo de la Torre”. No recuerdo yo esa discusión, que al parecer tuvo lugar hace casi veinte años, ni tampoco que calificara de “una tontería” su tesis, como Juaristi indica, aunque la expresión es muy mía, y casi estoy dispuesto a pensar hoy lo mismo de sus últimas doctas aportaciones al tema del judaísmo de los Machado.
            El apellido Machado procede de Portugal y era muy frecuente entre los judíos portugueses. Los antepasados del poeta fueron al parecer cristianos nuevos, varios de ellos con problemas con la Inquisición por mantener ciertos elementos de la religión judía en su fe cristiana (lo que se denomina “marranismo”). Hubo incluso un Antonio Machado, sastre, que vivió en el siglo XVI en Nuevo México, fue denunciado después de muerto y sus huesos desenterrados y quemados en el auto de fe celebrado el 25 de marzo de 1601 en Ciudad de México.
            Esos antecedentes explicarían, a juicio de Juaristi, que hubiera ciertos rasgos judíos en la obra de Antonio Machado, entre ellos la creación del apócrifo Abrahan Macabeo de la Torre y su poema “Estrella de la paciencia”. Pero el judaísmo –digan lo que digan los biólogos nazis e incluso algunos judíos– no se transmite por la sangre, no está en los genes. Si Antonio Machado ignoraba que, varios siglos atrás, algunos antepasados suyos habían sido judíos, ninguna influencia podía haber de las creencias de esos antepasados en su obra. Otra cosa es que, en las familias de cristianos nuevos, se transmitieran de padres a hijos ciertos rasgos de la cultura judía tras haber abandonado, e incluso olvidado por completo, la religión de la que procedían.
            Las referencias judías de Antonio Machado (que faltan en su hermano Manuel) proceden de su curiosidad intelectual, no de sus ancestros. El apócrifo Abraham Macabeo (o borrador de apócrifo: no lo incluyó en sus Poesías completas) fue presuntamente maestro de Rafael Cansinos Assens, quien tras descubrir que tenía antepasados judíos se convirtió en estudioso y defensor de la cultura judía. Pero parece que no hubo tales antepasados, que todo fue un error. No por eso su figura y su obra resultan menos ligadas al judaísmo.
            El judaísmo, como cualquier otra religión, es un hecho cultural, no racial. Lo que los genes transmiten es el color del pelo o la forma de la nariz, no determinadas ideas sobre Dios o la nada. Pensar otra cosa es lo que me parece a mí una tontería, una peligrosa tontería como la historia se ha encargado de demostrar.
            Colofón a mi perorata la pone uno de los aburridos contertulios: "¿Cómo dices que se llama el libro de Juaristi, Martín? ¿Estrella de la paciencia? Pues para paciencia la que él tiene que tener contigo, la que todos tenemos que tener contigo.


Sábado, 28 de marzo
FAMOSO A CUALQUIER PRECIO

Eróstrato incendió el templo de Diana, una de las siete maravillas del mundo, para conseguir que su nombre se hiciera famoso. Los jueces, al enterarse de ese propósito, prohibieron que se pronunciara. Con poca eficacia, por lo que se ve. Incluso ha enriquecido todos los idiomas con una palabra nueva, erostratismo, que según el diccionario de la Real Academia es la “manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre”.
            Aún no ha pasado una semana del crimen de los Alpes y ya nadie, salvo sus familiares, que no lo olvidarán nunca, recuerda el nombre de ninguna de las víctimas, pero el del asesino y su rostro y las menores anécdotas de su vida está en las primeras páginas de todos los periódicos.
            Como el Eróstrato de Éfeso, el Eróstrato alemán ha conseguido su propósito: pasar a la historia, aunque sea a la historia universal de la infamia.


Domingo, 29 de marzo
DEL SABIO EL CONSEJO

¿Puede un sabio decir tonterías? Umberto Eco, en entrevista promocional con Juan Cruz, demuestra hoy que sí. Y no es la primera vez. Quizá la cortesía y el respeto hacia su obra obligan a mirar para otro lado y hacer como que no hemos oído nada. Pero es más de mi estilo ponerlas de relieve, que todavía hay muchos que se dejan guiar por el cómodo criterio de autoridad. Copio algunas afirmaciones del presunto maestro:
            1. “Para no morir el periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede limitarse a hablar del mundo, puesto que de ello ya habla la televisión”.
            2. “Desde la invención de la televisión, el periodismo te dice por la mañana lo que tú ya sabías”.
            3. “El periodismo podría tener otra función. Estoy pensando en uno que haga una crítica cotidiana de Internet. Y es algo que ocurre poquísimo. Un periodismo que me diga: ‘Mira qué hay en Internet, mira qué cosas falsas se están diciendo, reacciona ante ello, yo te lo muestro’. Y eso se puede hacer tranquilamente. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo lean unos señores viejos –ya que los jóvenes no leen—que además no usan Internet. Habría que hacer, pues, un periódico que se convierta no solo en la crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad virtual”.
            4. “Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en Internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es verdadero o falso. En cambio, creo que el diario funciona todavía hoy como si la Red no existiera. Si miras el periódico de hoy, como mucho encontrarás una o dos noticias que hablan de la Red. ¡Es como si los rotativos no se ocuparan nunca de su mayor adversario!”
            Hay disparates que no hace falta rebatirlos, basta mostrarlos.


Lunes, 30 de marzo
EL VERDADERO AMOR

Abro al azar los Pensamientos despeinados, de Stanislaw Jerry Lec: “El verdadero amor jamás pierde la cabeza”. Pues a mí todos los amores que he tenido me han hecho perder la cabeza, y muy especialmente el amor propio. Debe ser que ninguno era verdadero.


Martes, 31 de marzo
 ACERCA DEL PERIODISMO

No pensaba que mereciera la pena replicar a las afirmaciones dominicales de Umberto Eco dedicadas a tratar de vender su nueva novela, al parecer una sátira del mal periodismo, pero como veo que incluso se las toma en serio un periodista tan admirado por mí como Luis M. Alonso creo que había que hacer algunas precisiones y no dar por sentado el sentido común de los lectores, el menos común de todos, según Oscar Wilde.
            1. ¿El periodismo no puede ser hoy lo mismo que cuando no existía la televisión? Pues llevan conviviendo ya más de medio siglo, así que, si supuso algún problema, hace décadas que lo han solucionado.
            2. El periodismo no te dice por la mañana lo que tú ya sabías, amigo Eco, desde la invención de la televisión, sino desde un poquito antes: desde la invención de la radio.
            3. ¿Sabe Eco la de informaciones que se publican, no ya diariamente, sino cada minuto en Internet? ¿Cómo va el periodismo a dedicarse a indicar su falsedad? No habría tiempo, no ya para verificarlas, sino ni siquiera para enterarse de ellas.
            4. Es difícil tomarse en serio las afirmaciones de Eco que tan seriamente publica un diario tan serio como El País.¿De verdad cree que los chicos y chicas jóvenes antes de encender su smartphone o su tablet y brujulear por las redes sociales o entrar en esta o aquella página comprarían un periódico y lo leerían de cabo a rabo para enterarse de qué es verdadero y qué es falso de lo que se publica en Internet? ¿Y qué es eso de que los jóvenes no leen? ¿Leer en una pantalla no es leer? Lo que no leerán será probablemente su novela, y no seré yo quien se lo reproche.
            Da la impresión de que Umberto Eco no tiene muy claro lo que es Internet ni lo que es el periodismo. Internet difunde contenidos, la redacción de un medio informativo los crea. Y luego los difunde en la edición impresa o en la digital, en la radio o en la televisión. El buen periodismo está lo mismo en el papel que en la red (y el malo igualmente). A lo que hay que enseñar a los lectores --comenzando por un lector tan experimentado como el exsabio de Bolonia-- es que la credibilidad de una información no depende del modo en que se nos ofrezca, sino del rigor con que ha sido elaborada.


 Miércoles, 1 de abril
DEJEMOS A DREYFUS EN PAZ

Como tengo un poco de mala conciencia por quizá haber criticado demasiado duramente el erudito folleto de mi buen amigo Juaristi, releo sus anteriores aportaciones al tema. Pero el remedio es peor que la enfermedad.
            "¿Eran judíos los Machado? –se pregunta en el prólogo a un libro de Enrique Baltanás–. Evidentemente no, desde un punto de vista religioso, pero lo habrían pasado mal si el antisemitismo hubiera irrumpido en España con la virulencia que mostró en la Francia finisecular. Y mucho peor bajo un régimen nazi".
            Pues, no, amigo Juaristi, ni siquiera los nazis llevaban la investigación hasta tres o cuatro siglos atrás para saber si algún alemán tenía antepasados judíos. Se conformaban con los abuelos. Y la alusión a Francia parece broma: la falsa acusación de Dreyfus se basó en que un sector de la sociedad no veía bien que los judíos (tenidos por poco patriotas) formaran parte del ejército. No se molestaba a ningún francés porque remotos antepasados suyos hubieran sido judíos y muy especialmente si nadie --ni siquiera ellos-- lo sabían, como era el caso de los Machado.


Jueves, 2 de abril
LA LIBERTAD DE PRENSA

He inventado tantos aforismos de Oscar Wilde que ya no sé si es suyo uno de los que más me gusta citar. Dice así: “La libertad de prensa consiste en poder elegir el periódico que queremos que nos engañe”. 



Nadie lo diría: La invención de la realidad

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Domingo, 5 de abril
SI UN MAGO

Si un mago, como en los cuentos, me concediera tres deseos, yo no sé cuáles serían los dos primeros, pero sé cuál sería el último: que siempre me quedara un deseo por cumplir.


Lunes, 6 de abril
POR QUÉ SOY TAN INDISCRETO

Los secretos que no se airean pronto comienzan a oler mal.


Martes, 7 de abril
UN BUEN GUIONISTA

Después de una mañana de clases, trámites y papeleo, mientras espero el taxi que me ha de llevar al aeropuerto, abro el sobre que acabo de recoger en el buzón. Es un breve libro de Luis María Marina. La contraportada dice así: “Ven a Lisboa. En el Terreiro do Paço, toma el tranvía número 25. Apéate en el Largo de Santos. Sigue la Calçada Ribeiro Santos y luego la Rua das Janelas Verdes. Tras caminar unos trescientos metros, verás a la izquierda un caserón noble de dos plantas, rejería verde y fachada en amarillo. Es el Museu Nacional de Arte Antiga. Entra, sube la escalera, atraviesa cuatro salas, gira a la derecha, abre bien los ojos, contempla el tiempo que se sucede eternamente en las Tentaciones de Lisboa”.
            Tras dejar la maleta en el hotel, sigo exactamente esas indicaciones y, ante el cuadro del Bosco, pienso que quizá en toda mi vida no he hecho otra cosa que seguir un guion previamente escrito. Y sonrío agradecido al pensar que, después de todo, no es un mal guionista el que a mí me ha tocado en suerte.


Miércoles, 8 de abril
LA MEJOR MEDICINA

"Bueno, de momento no me ha pasado nada que no se pudiera curar con un libro", me digo traquilizado al recordar las peripecias del día. Vine a ultimar unos detalles de un libro que he de entregar estos días y a media mañana ya había resuelto mis dudas. Me las prometía muy felices, sin nada que hacer más que pasear, mirar y admirar.
            Como soy tan maniático, desde hace más de veinte años me alojo en el mismo hotel y mis rituales cuando vengo por aquí están muy codificados, aunque suelo dejar un cierto espacio para la aventura. Llegué hasta la Praça do Príncipe Real, con su árbol inmenso y totémico que siempre ha sabido cobijarme bajo sus ramas y recordé la primera vez que estuve bajo él, en 1980. Sintiéndome el rey del mundo, me dirigí hasta otro de mis lugares favoritos, el mirador de San Pedro de Alcántara, y de pronto al cruzar frente al Pabellón Chinés fue como si no pisara tierra firme y me hundiera en lodosas aguas negras. Pasé de la cima a la sima en un abrir y cerrar de ojos, como en un poema de Álvaro de Campos: “Yo, tantas veces despreciable, tantas veces inmundo, tantas veces vil...”
            Un instante atrás seguía teniendo la misma edad que en 1980, cuando llegué aquí desde Coimbra, y el mundo me sonreía. De pronto me había convertido en un anciano consciente de que el tren cruzaba las últimas estaciones. Pensé en mi vida, tan desperdiciada; me parecía que, en todas las encrucijadas, había tomado el camino equivocado. Pasé por el largo da Misericórdia, miré distraído el escaparate de alguna librería de viejo y todo lo que exhibían era papel mojado sin interés ninguno. La rutina, el piloto automático, me llevó hasta los Armazens do Chiado (el equivalente o Los Prados o a Las Salesas cuando estoy aquí), bajé hasta la FNAC, como siempre hago, y de pronto un libro me llamó la atención: António Ferro o inventor do salazarismo, de Orlando Raimundo. Siempre he tenido curiosidad por Ferro, a quien me encontré por primera vez en las biografías de Fernando Pessoa, y por Salazar, ese dictador de voz aflautada que no era militar, sino catedrático. Compro el libro, comienzo a leerlo mientras tomo algo en el piso superior y continúo leyéndolo, hasta terminar las casi cuatrocientas páginas, en el Starbucks de la estación del Rossio, al lado mismo de mi hotel.
            Tenía poco más de catorce años António Ferro cuando se hizo amigo de Mário de Sá-Carneiro, que apenas había cumplido los veinte. Conoció poco después a Fernando Pessoa y con ambos asistía a las tertulias en A Brasileira y en otros locales de la baixa. Fue uno de los fundadores de Orpheu, incluso llegó a figurar como editor de la revista, aunque Orlando Raimundo, que no le quiere bien, dice que solo para evitar problemas legales, ya que era menor de edad. Pero conocía muy bien la nueva literatura francesa, era admirador de Gómez de la Serna, se interesó muy tempranamente por el cine y por el jazz, escribió el libreto de algún ballet, envió un escandaloso manifiesto a la Semana de Arte Moderna de São Paulo, en 1922 ("Huele a difuntos en Portugal. Nuestros libros son cementerios de palabras, las letras negras son gusanos"), dio una conferencia sobre la muerte, en la que glosaba a algunos suicidas ilustres, y al final hizo ademán de suicidarse allí mismo ante el público... Un tipo curioso, un auténtico modernista (en el sentido portugués de la palabra) que, como tantos, se sintió atraído por el fascismo. Salazar duró poco más de una semana la primera vez que estuvo en el gobierno. La segunda vez no habría durado mucho más tiempo sin el encuentro con Ferro. ¿Cómo consiguió Ferro que buena parte de las mentes más ilustres de Europa elogiaran al dictador, viajaran a Portugal en su apoyo? Se explica fácilmente el caso de Pirandello, pero ¿y el de Maeterlinck, Valery, Elliot? También los vanguardistas portugueses lo apoyaron, comenzando por Almada Negreiros, continuando con Pessoa, muy contento con su premio oficial. Ferro no fue ministro porque no era licenciado y en el formalista Portugal eso no podía admitirse, pero Salazar le puso al frente del Secretariado de Propaganda Nacional, con más poder que ningún ministerio. Las técnicas propagandísticas no las aprendió en Goebbels, el que cuando oía la palabra cultura sacaba la pistola, sino, quién lo iba a decir, en Paul Valery.
            Termino el libro, subo a acostarme, olvidado ya de las aguas negras que me aguardan, y mientras llega el sueño me entretengo imaginándome como maquiavélico asesor de algún político. Siempre me ha gustado el poder, y especialmente el poder en la sombra, pero estas son cosas que no le cuento a nadie, ni siquiera a mis mejores amigos.


Jueves, 9 de abril
EN LA MOURERIA

Me pierdo por las calles empinadas y estrechas de la Moureria. Están llenas de homenajes a los grandes nombres del fado, esa tristeza que se canta, como lo definió alguien. El fado ya existía antes del Estado Novo, claro está, pero era una canción de pobres y gentes de mal vivir. Incluso en un principio se trató de erradicar porque daba mala imagen de Portugal. Fue António Ferro quien hizo que las cosas cambiaran y se sirvió para ello de Amália Rodrigues, a quien convirtió en estrella con dos películas promocionales, Capas negras, de Armando de Miranda, y Fado. História de uma Cantadeira, de Perdigão Queiroga. Mientras subo y bajo, sin nada que hacer, sin ir a ninguna parte, escucho la voz de Amália y recuerdo, con Machaco, que también la verdad se inventa y con Pessoa que el mito es la nada que es todo.


Viernes, 10 de abril
EL GESTO DE LA MUERTE

Me sigue fascinando el personaje de António Ferro. Casi todas las centenarias tradiciones portuguesas son un invento suyo. Él convirtió al fado y al gallo de Barcelos en símbolos de Portugal, y hasta hay quien dice que el centenario Manuel de Oliveira, recién fallecido, fue también creación suya.
            Era hedonista, vanidoso, despilfarrador, gustaba de hombres y de mujeres, era todo lo contrario del puritano y sacristanesco Salazar, que no gustaba de hombres ni de mujeres. Cuando Marcello Caetano, su rival en los favores del dictador, le sucedió como factótum del régimen, pidió ser nombrado embajador en París, la ciudad de sus sueños, donde tenía tantos amigos. Le enviaron a Berna.
            Murió de improviso una noche de noviembre de 1956. Se le descubrió una hernia epigástrica y se decidió intervenirle quirúrgicamente. El día antes le llamó Salazar para decirle que no se operara, insistió en ello. Pero los médicos y los familiares pensaron que era la mejor opción. El propio Ferro llamó a Salazar para explicarle por qué no había aceptado su consejo.
            La operación debería haber sido en el Hospital de San Luis de los Franceses, a dos pasos de su casa, pero Ferro se acordó de que en él había muerto, otro noviembre, su amigo Fernando Pessoa y temió que le ocurriera lo mismo. Le operaron en otro hospital, el de San José. La operación fue un éxito, pero de pronto se declara en la madrugada una infección; no se consigue localizar al médico que había operado.
            El médico estaba, al parecer, celebrando el éxito de la intervención con unas prostitutas y no había ningún otro especialista de guardia en el hospital. Hay quien dice que fue Marcello Caetano quien se preocupó de que no los hubiera, temeroso de que Salazar volviera a llamar al inmoralista Ferro, amigo de homosexuales, quizá homosexual él mismo, a su lado. Y que el dictador presintió algo o fue avisado por su echadora de cartas, Maira Emília Vieira, en quien tenía casi tanta fe como en la Virgen de Fátima.


Sábado, 11 de abril
PARA UN AUTORRETRATO

Era tan rápido que a veces, al ir a hacer un recado, se tropezaba consigo mismo, ya de vuelta.
            Estaba tan enamorado de sí mismo que tenía celos de todas las personas que se le parecían.
            Descubrió que no era quien creía ser y le gustó la persona que se escondía tras su apariencia rutinaria.




Nadie lo diría: Historias de palacio

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Domingo, 12 de abril
CUESTIONARIO DE URGENCIA

––Un libro famoso que no ha leído ni tiene intención de leer.
            ––El Ulises de Joyce, como la mayoría de la gente.
            ––El autor que más le irrita.
            ––Dios mismo en algunos pasajes de la Biblia
            ––¿Qué frase se tatuaría si le obligaran?
            ––La más breve.
            ––Un ejemplo de belleza.
            ––Cualquier amanecer.
            ––Un ejemplo de elegancia.
            ––Cualquier gato.
            ––Un ejemplo de fealdad.
            ––Hay tantos que no se me ocurre ninguno en especial.
            ––¿En qué país le gustaría haber nacido?
            ––En España, Portugal, Italia. Por este orden.
            ––¿En qué país le gustaría morir?
            ––Prefiero no pensar en eso
            ––¿A qué político no daría nunca su voto?
            ––Hay tantos que se ofenderían los demás si solo nombro, por ejemplo, a Rosa Díez o Mariano Rajoy.
            ––¿De que tiene envidia?
            ––De la inteligencia. Y de la paciencia de mis amigos.
            ––¿Un paseo en el parque o una noche en la ópera?
            ––En caso de coincidencia trasladaría el paseo para el día siguiente, siempre que la ópera fuera de mi gusto y no interviniera en ella Mariame Clément.
            ––¿Cerveza, vino o whisky?
            ––Agua del tiempo.
            ––La música que prefiere.
            ––El silencio.
            ––Una palabra malsonante que use a veces.
            ––Político.
            ––Un fin de semana ideal
            ––Cualquiera que discurra con el plan previsto, no me gustan las sorpresas ni siquiera si son para bien.
            ––Un lugar para pasar las vacaciones.
            ––Detesto las vacaciones. Es un trauma de infancia.
            ––La mejor época de su vida.
            ––La que estoy viviendo.
            ––Un jugador de fútbol.
            ––No uso.
            ––Lo que escogería para la última cena.
            ––No saber que era la última. Si lo supiera, cualquier cosa se me atragantaría.
            ––¿Qué libros le han impresionado más recientemente?
            ––Memoria por correspondencia de Emma Reyes, este misma tarde. Y siempre que vuelvo a ella, la poesía de Álvaro de Campos.
            ––Un cuadro que tendría en casa para verlo todos los días.
            ––Los únicos cuadros de los que no me canso nunca son las ventanas.
            ––Una película que le gustaría ver una y otra vez.
            ––Ninguna. Sería como estar casado con ella, la mejor manera de detestarla.
            ––Un epitafio.
            ––Solo las dos abstractas fechas (1950-2050) y el olvido, como en el poema de Borges


Lunes, 14 de abril
UNA REVOLUCIÓN TRANQUILA

Algunos amigos de cierta edad se muestran inquietos con lo que está pasando, con lo que va a pasar en las próximas elecciones y se extrañan de verme a mí menos preocupado que ilusionado. Pero no pasa nada que no haya ocurrido otras veces: un desajuste entre el país oficial y el país real. El parlamento, que sigue teniendo toda la legalidad del mundo, ha perdido su legitimidad. Como en la época de Carlos Arias, el Jefe del Estado está más cerca del sentir de la calle que del gobierno. El PP y el PSOE, tal como los hemos conocido hasta ahora, ya son historia. El cuento de la transición se ha acabado. Ya solo falta el epílogo: mandar a los últimos figurones de entonces a casa o a la cárcel. Y todo, al contrario de lo que ha ocurrido siempre en la historia de España, conseguido solo con la fuerza de los votos. ¿Cómo quieren que no esté ilusionado?


Miércoles, 15 de abril
JUEGO DE TRONOS

Charlamos un rato, después de la presentación de la revista Anáfora, en el café-librería La Revoltosa, junto a la playa de Gijón. Inés Illán, que ya estaba a la izquierda de la izquierda cuando era mi profesora de latín en la Facultad, pierde los papeles cada vez que me le mencionan a Podemos; Ángel Alonso dice que han mostrado lo que de verdad son, unos oportunistas, al saludar al rey en Bruselas y hacerle un regalo; Carlos González Espina, el veterano editor de las publicaciones de la tertulia, tampoco les tiene mucha simpatía. Yo acabo de exasperarlos al contarles que me han invitado a la comida del 22 de abril en el Palacio Real y que no solo pienso asistir, sino que estoy tan contento como un adulto al que le hubieran regalado el tren eléctrico con el que soñó de niño. Y no por el hecho de comer con los reyes, un incómodo honor, sino por el lugar, lleno de historias y centro de la historia de España durante los últimos tres siglos.
            El comedor donde se celebrará el almuerzo en homenaje a Goytisolo, premio Cervantes, tiene una curiosa historia. Ocupa lo que fueron las habitaciones de la reina Mercedes. Cuando ella muríó, a los diecinueve años y a los cinco meses de casarse, Alfonso XII mandó cerrarlas y conservar allí todas sus cosas como un homenaje perpetuo a su memoria. Pero ya se sabe que la perpetuidad, en cuestiones de amor, dura poco. Razones de Estado obligaron al rey al matrimonio con María Cristina. Lo primero que hizo la nueva reina fue abrir las habitaciones precintadas, sacar fuera las cosas de la anterior reina, tirar tabiques y crear una amplia estancia que serviría como salón de baile o comedor de gala. El suelo, antes de frío mármol, lo cubrió de parquet, el primer parquet que hubo en Madrid. Al rey aquel hacer tabla rasa con sus recuerdos de amor, no le importó demasiado: ya se había consolado del loco amor por su prima en los brazos de la cantante Elena Sanz.
            Conservo una fascinación infantil por castillos, palacios, caserones llenos de fantasmas. Podría escribir un grueso libro con todas las historias que he leído o me han contado sobre el Palacio de Oriente. En su planta superior comienza una de mis novelas favoritas de Galdós, La de Bringas. Ese piso es un laberinto con pasillos que parecen calles y se cruzan y se entrecruzan formando plazuelas; ahí habitada la servidumbre y había peleas y rencillas y cantes y bailes y podía considerarse como un barrio más de Madrid. “una real república que los monarcas se han puesto por corona”.
            Otra de mis historias favoritas del Palacio es la de la noche del 14 de abril, cuando en el inmenso caserón, abandonados de todos, duermen, o tratan de dormir, la reina Victoria Eugenia, el príncipe de Asturias, que se encuentra enfermo, y los infantes. El rey ha escapado por el Campo del Moro y entre la muchedumbre jubilosa que celebra la llegada de la República hay exaltados que pretenden dar un escarmiento a la real familia. La reina, abrazada a sus hijos, ha oído los golpes con que trataban de derribar uno de los grandes portones de palacio. Los cortesanos han huido, la guardia real ha quedado reducida a la mínima expresión. Y es entonces cuando las juventudes socialistas, con brazalete rojo, rodean el palacio y lo protegen hasta que al día siguiente María Victoria y sus hijos suben a los coches que los llevarán hasta la estación de El Escorial. Cuando el tren llega a París, allí está esperándoles el rey. Y es fama que la reina, harta de aguantar sus calaveradas, tras el protocolario saludo ante los fotógrafos, le dice: “No quiero volver a ver tu fea geta en la vida”. Y cumplirá su palabra.
            Pero el último jefe de Estado que vivió en este palacio, parece que no demasiado confortable, no fue un rey, sino un presidente de la República. Alcalá Zamora prefirió seguir en su casa particular y aquí solo tenía lo que él llamaba “la oficina”, en las habitaciones del duque de Génova. Pero Manuel Azaña, que quería darle toda su dignidad protocolaria al cargo de Presidente, trasladó al palacio su residencia, alternándola con la Quinta del Pardo. A su cuñado Rivas Cherif, tras el estallido de la sublevación militar, lo recibió “en una de aquellas lóbregas habitaciones del Príncipe, tapizadas de rojo oscuro, con una luz alta y triste”. Hubo quien atribuyó el pesimismo del Presidente desde aquellos primeros días del inicio de la guerra “a la abrumadora tristeza que caía de aquella luz angustiosa”. Acompañó luego Azaña a Rivas Cherif a uno de los balcones que daban sobre el Campo del Moro. Le señaló la línea azul de la sierra, hacia el Alto del León: “¿Ves aquel humo? Ahí están ellos. No tardaremos en encontrárnoslos en la Plaza de Oriente”.
            Y toda la tragedia de la República, de aquella ilusionada República de abril, “antes de tiempo y casi en flor cortada”, se resume en una escena que tuvo lugar en este mismo palacio. Tras un  intento de fuga en la Cárcel Modelo, la multitud asalta la prisión, matando a todos lo que allí se encuentran. Rivas Cherif se entera al día siguiente, al ir a visitar al Presidente. Lo encuentra en las habitaciones del Duque de Génova, tapizadas de amarillo y con cuadros de Tiépolo, sentado junto a una mesa de mármol de colores, la cabeza apretada entre las manos. Al saludo de su cuñado, también su mejor amigo (“¿Cómo está, Presidente?”), levantó el rostro desencajado: “¡Cómo quiere que esté! ¡Han asesinado a Melquíades!”
            A Melquíades Álvarez, su mentor político, y a tantos otros, los asesinaron aquel día sin que ni siquiera el Presidente pudiera hacer nada por impedirlo.


Viernes, 17 de abril
MI PAPEL PREFERIDO

En el gran teatro del mundo, mi papel preferido es el de espectador. Verlo todo y vivir al margen de todo, sin ambición ninguna.


Nadie lo diría: Verdinas, merluza y mousse

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Domingo, 19 de abril
¿REPÚBLICA? CUANDO ESPAÑA QUIERA

Una y otra vez he de responder al mismo reproche de mis amigos. “¿No te parece indigno de un republicano ese ir a hacer el paripé ante los reyes?”. Y yo, que tengo vocación de maestro de escuela, siempre aprovecho para dar una pequeña clase. “Solo hay dos formas de que España, o cualquier otro país, cambie de régimen, y ninguna tiene que ver con que los republicanos saluden o no a los reyes. Una de esas formas es la violencia y no parece (afortunadamente) que hoy eso sea posible: ya están lejos los tiempos en que el ejército se pronunciaba para propiciar un cambio de régimen, liberal en el siglo de Rafael Riego; todo lo contrario, en el de Francisco Franco. Y las circunstancias no parecen las más adecuadas para tomar el Palacio de Invierno sacando las masas a la calle.
            La otra forma, la única aceptable en una democracia, son unas elecciones. Hay quien dice que esa posibilidad, la de elegir entre monarquía o república, nos está negada constitucionalmente. Pero eso es solo en apariencia. Si los partidos republicanos tienen mayoría en el parlamento, la monarquía queda sentenciada. Y para que Alfonso XIII aceptara que tenía que irse bastaron unas elecciones municipales. Una monarquía hoy es un régimen dependiente de la ciudadanía. En cuanto esta les es contraria, tiene los días contados. Felipe de Borbón me parece a mí muy consciente de ello. Sabe que su puesto ha de ganárselo día a día, que su contrato de trabajo no es vitalicio, sino solo indefinido y que puede ser revocado por la voluntad popular con solo unos pocos meses de preaviso. De momento, no parece que eso vaya a ocurrir.



Martes, 21 de abril
TERESA, ANDRÉS Y OTRAS INDISCRECIONES

A las puertas de la Biblioteca Nacional, me espera Andrés Trapiello para visitar la exposición sobre Santa Teresa que con tanto mimo y conocimiento ha preparado Rosa Navarro Durán. A él le interesan sobre todo los libros y manuscritos expuestos, especialmente las hermosas ediciones de los libros de caballería y los versos de puño y letra de San Juan. “Mira –me dice señalando la portada de los diálogos de Luciano editados por Sebastián Grypho en 1550--, yo creo que en el arte de la tipografía no hemos ido más allá”. Con el arte, en su opinión, la santa no tuvo suerte. “Todos sus retratos son unos pestiños”, afirma. Yo no estaría tan seguro. En cualquier caso, es difícil no dejarse fascinar por el rojo y el azul de “Jesús y la samaritana en el pozo”, de El Guercino, llegado hasta aquí desde el cercano Thyssen.
            Al lado hay otra exposición, que a Trapiello le interesa más, dedicada a las colecciones cervantinas que guardan en la Biblioteca Nacional. La verdad es que yo, que carezco de cualquier fetichismo, nunca he valorado demasiado a quienes se dedican a coleccionar ediciones del Quijote. Me emociona, sin embargo, entre tantas pintorescas muestra de la locura cervantina, dos ejemplares de la primera edición, tan sobria y descuidada. Y mientras paseo entre los anaqueles voy recordando el soneto de Rubén: “Horas de pesadumbres y de tristeza / paso en mi soledad. Pero Cervantes / es buen amigo, endulza mis instantes / ásperos y reposa mi cabeza...”
            Tomamos luego, con mi amigo Lino, unas cervezas en la terraza del Gijón y Trapiello nos habla de la última manifestación en él de la susodicha locura, una traducción del Quijote a la única lengua a la que no estaba traducido: el español.
            Al principio le escucho con cierto mal disimulado escepticismo: su hazaña me parece tan benemérita como copiar la novela en un grano de arroz. Y tan inútil. Pero luego me va poco a poco convenciendo y tras leerme algunos párrafos de su versión estoy deseando leerla entera.
            Cenamos en un grato restaurante siciliano. Y seguimos hablando de Cervantes. Yo había decidido no mencionar ni a UPyD ni a Podemos, dos temas sobre los que Trapiello se muestra especialmente sensible. Ni por supuesto la cuestión catalana, en la que estamos enfrentados. Me siento muy orgulloso de mi habilidad para soslayar los temás polémicos cuando, de pronto, no sé cómo, la conversación se tuerce, arrean a sus cabalgaduras don Quijote y Sancho y nos dejan solos con Monedero, Errejón, Mas y Díez. Se acaloran los ánimos, como yo me temía, y acaban apareciendo antiguas magulladuras. Me reprocha Trapiello que no respeto la intimidad de nadie, que todo lo cuento en mi diario ("Mirá quién va a hablar", pienso), que por mis indiscreciones han roto varios matrimonios (lo ignoraba, la verdad). Me siento abrumado por la culpa.
            Pero luego la noche se serena y acabamos paseando por los alrededores de la plaza de París, yendo y viniendo hasta altas horas de la noche, hablando de Gaya, de Cervantes y hasta de Muñoz Molina, de quien yo le confieso --"pero no se te ocurra contarlo en tu diario", le digo, devolviéndole el reproche de indiscreto-- que no me pierdo ninguno de sus artículos, pero que no puedo con sus últimas novelas. "No te preocupes --me responde magnánimo--, te guardaré el secreto; yo no soy como tú”.


Miércoles, 22 de abril
LA ESPAÑA REAL

Le hago una foto a la reina Letizia con Carlos Loreiro y Constantino Molina, los jóvenes poetas invitados al almuerzo en el Palacio Real que homenajea a Juan Goytisolo. En cuanto termino, me pide impaciente el teléfono: "A ver, a ver". Amplia su imagen en la pantalla, la contempla un rato con el gesto serio y luego dice: "Ellos están muy bien; yo, como soy".
          Charla la reina, complacida, con los más jóvenes. “Es muy agradable ver a gente nueva por aquí”, dice. Carlos Loreiro, premio Miguel Hernández, es profesor de español en San Petersburgo y ella le agradece que se haya tomado la molestia de venir desde tan lejos. Constantino, el último premio Adonais, es menos afortunado. “He tenido varios trabajos ocasionales, todos a cual peor, pero ahora estoy en paro”. “¿Vives entonces con tus padres?”, “Sí, en un pueblecito cerca de Albacete”. Yo los miro a los dos frente a frente y no puedo por menos de decir, señalando a uno y a otra: “La España real, en la doble acepción de la palabra”. La reina asiente con semblante preocupado: “Cierto, cierto”.
            Casi llego tarde a la cita con los reyes porque antes he quedado con Trapiello para visitar la exposición de Van der Weiden en el Prado acompañados del poeta Jaime García-Máiquez, que trabaja allí como restaurador. Nos sirve de guía por las entrañas del Museo y de ese modo podemos contemplar antes que nadie un fabuloso cartón de Goya que acaba de recuperar sus colores originales, un Velázquez casi desconocido, un Morales dispuesto para ser fotografiado con rayos infrarrojos, como el enfermo al que se radiografía antes de pasar por el quirófano. Me dan ganar de seguir en aquel mágico laberinto y darles un plantón a los reyes, pero he de abandonarlo antes siquiera de,comenzar con Van del Weyden.

                                                                       
Jueves, 23 de abril
LOS POETAS NO TIENEN BIOGRAFÍA

Mientras camino por la calle del Arenal, se me ocurre el comienzo de un artículo más o menos autobiográfico: "He dormido en los calabozos de la Puerta del Sol y he comido con los Reyes en el Palacio de Oriente". En realidad, no recuerdo haber dormido mucho en aquellos días --no sé si siete u ocho, en cualquier caso más de lo que la legislación de entonces permitía-- en que estuve incomunicado en una celda estrecha, sin más abertura que una ventanuca en la puerta, oyendo los gritos de otros detenidos, saliendo solo para no demasiado amables interrogatorios.
            La misma razón había para ser retenido en aquella celda que para me invitaran a comer ayer en el palacio con algunos buenos amigos: ninguna. Ni entonces ni ahora me meto en política, salvo que por política se entienda cierto irresistible prurito de pensar por cuenta propia y de decir lo que se piensa en el momento más inoportuno.


Viernes, 24 de abril
ELOGIO DEL PROTOCOLO

“¿Qué tal dan de comer en la casa del Rey?”, me preguntan en la tertulia. “Pues una comida sencilla y un trato familiar, sin mucho protocolo”, respondo.
            ¿Sin mucho protocolo? Hay una idea muy rara del protocolo, como la había del diseño en los años ochenta. En un libro bien editado, la labor del editor resulta invisible; lo mismo ocurre con el protocolo.
            Media hora de aperitivos y charla en uno de los salones de palacio mientras van llegando los invitados. Uno de los primeros es Luis María Anson, que se ocupa de ir saludando a todos y de evitarme a mí. Tiene razón para estar molesto. Después de haberme llevado a colaborar al ABC y a El Cultural, fui el que más le echó en cara que adelantara el ganador de uno de los premios Príncipe de Asturias antes de la votación final. Me pareció ofensivo para la Institución y un ejemplo del peor periodismo, y así se lo dije. Me temo que no me lo perdonará nunca.
            Un brevísimo discurso, un brindis por el homenajeado, que se sienta a la derecha de la reina, y en seguida comienza la comida: verduras estofadas con almejas y rape, de primer plato; merluza braseada con puré y tallarines de judías verdes, de segundo, y mousse de yogur como postre. Los vinos: Erebo Godello 2014, Quercus, cosecha 2008 y Segura Viudas Reserva Heredad. El servicio rápido y casi invisible. Yo tenía a un lado a mi amiga Berta Piñán y al otro a Sergio Vila-San Juan, director del suplemento cultural de La Vanguardia, que, como suele ser habitual, guardaba algún reproche contra mí. Afortunadamente, la sangre no llegó al río y nos reconciliamos enseguida. Pasamos luego a tomar café a otro de los salones. El rey, como buen anfitrión, se fijó en que Juan Goytisolo, tras algunos saludos, se había sentado solo en un tresillo. Se apresuró a sentarse a su lado. Antonio Gamoneda se acercó y le invió a sentarse al otro. Y era curiosa la estampa del joven rey entre los dos ancianos. Sobre todo porque, al poco rato, Goytisolo, cansado de hablar, miraba al vacío y Gamoneda tenía la cabeza baja como si echara una cabezadita. El rey seguía con la cara afable como de cuidador que se gana la vida acompañando ancianos y está contento con su trabajo.
            Yo, que como todo niño curioso no sería mal periodista, me dedicaba a observar a unos y a otros. Con Víctor de la Concha hablé del libelo de Morán (“Desde el primer momento, preferí no replicar nada”) y luego me preguntó por su amigo José Manuel Feito, al que elogió reiteradamente (“Es la persona que más sabe de cerámica y un poeta finísimo”).
            Quisieron los más jóvenes saludar a Gamoneda. Yo me hice a un lado. “Me detesta  --les dije-- porque hace veinte años publiqué una reseña poco elogiosa de su Libro del frío. No quiero ponerle en el brete de tener que mostrarse descortés”. Creyeron que exageraba, pero entonces les conté la anécdota de otro 23 de abril. Desayunaba yo solo en el comedor del hotel, cuando apareció Gamoneda y fue a sentarse frente a mí, a pesar de que había varias mesas vacías. Como me miró varias veces, me creí en la obligación de saludarle: “No sé si me recuerda usted, soy...”. Me interrumpió con cara de pocos amigos: “Sé perfectamente quién es, pero no tengo ningún interés en hablar con usted”. Como no había nadie cerca, y por lo tanto no tenía la obligación de ser ingenioso, me limité a responder “encantado, lo mismo digo” y a seguir disfrutando tranquilamente de mi desayuno.


Nadie lo diría: De gatos, bibliotecas e infinitos

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Sábado, 25 de abril
UN EXPERIMENTO

Se había hablado en la tertulia de un cuento de Borges, "La biblioteca de Babel", en el que se afirma que el número de combinaciones de las letras del alfabeto, aunque vastísimo, es limitado y que por eso también el número de libros posibles no es infinito. Resulta por lo tanto posible concebir una biblioteca que contenga, no ya todos los libros que se han escrito, sino también todos los que se escribirán e incluso los que, por ilegibles y absurdos (una sola letra repetida, por ejemplo), no se escribirán nunca.
            Yo dije que Borges estaba equivocado y que así había tratado de demostrarlo en un viejo artículo. Uno de los contertulios, Saúl Fernández, a punto de graduarse en matemáticas, me dice que Borges tiene razón y que el equivocado soy yo. "Vamos a verlo", le respondo, mientras me froto las manos con una sonrisa. 
            Discutir con un joven inteligente, sobre todo si se cree más inteligente que yo, es mi deporte favorito. Pero de pronto se me ocurrió un experimento curioso. En marzo de 1973, cuando publiqué "Sobre la imposibilidad de la Biblioteca de Babel" en Cuadernos Hispanoamericanos, tenía yo veintidós años, los mismos que ahora tiene Saúl. Antes de debatir conmigo, que se enfrente a aquel joven de hace cuarenta años que trabajaba para pagarse los estudios y que se atrevía sin embargo a contradecir, basándose en razonamientos matemáticos, a Jorge Luis Borges.
            “Aplacemos el combate hasta el próximo viernes --le dije--. Para entonces espero haber encontrado el artículo, que no sé por dónde andará". Tuve que pedir la revista a una librería de viejo, porque no la encontré en mi casa de Avilés ni tampoco el artículo en Internet (donde dicen que está todo), aunque sí citado en algún libro sobre Borges. Ayer viernes lo llevé fotocopiado y pasó de mano en mano, pero nadie fue capaz de refutarlo. Saúl prefirió llevárselo a casa para redactar allí una respuesta –según él– demoledora. Veremos.
            Yo estoy impaciente por contemplar ese combate entre dos jóvenes de la misma edad, pero que se llevan más de cuarenta años. Será un experimento que a Jorge Luis Borges le habría encantado, sin duda alguna.


Domingo, 26 de abril
PARA NO ODIAR LOS ESPEJOS

Leo un aforimso de Jean Cocteau: “Los espejos, antes de reflejar nuestra imagen, deberían reflexionar un poco”. Y en seguida se me ocurre una idea con la que podría hacerme rico. ¿Por qué no fabricar espejos con photoshop, de manera que al mirarnos en ellos por la mañana nos devolvieran un rostro medianamente presentable, los estragos de la edad convenientemente restaurados?


Lunes, 27 de abril
AVENTURAS DE PAREJA

Cuenta Aldous Huxley que, más de una vez, se le acercó un joven que quería ser novelista a pedirle consejo y que él siempre respondía lo mismo: “Para comprender bien a los hombres, lo mejor que puede hacer es observar una pareja de gatos”.
            Pero no una pareja de gatos cualquiera. A ser posible, habían de ser siameses, los más humanos y también los más sorprendentes y fantásticos. Blancos al nacer, su cuerpo se oscurece poco a poco. Parecen llevar guantes y las patas enfundadas en medias de seda negra. Sus colas son puntiagudas e incluso cuando están en reposo se hallan dotadas de una inquieta vida propia. “Y qué extraordinarias son sus maneras de hablar”, continúa Huxley: “A veces se quejan como niños de pecho; a veces balan como los corderillos; otras tienen un ulular de almas en pena. Comparados con estas fantásticas criaturas, los demás gatos, por muy hermosos que sean, parecen siempre un tanto sosos”. Continúa luego describiendo las andanzas y malandanzas eróticas de una pareja de gatos, como Lope en la Gatomaquia.
            No sé yo lo provechosa que le resultaría al joven aprendiz de novelista esa observación; de lo que estoy seguro es de que se divertiría bastante y a lo mejor hasta se olvidaba de escribir novelas.


Martes, 28 de abril
PARECE QUE TENGO RAZÓN

Como soy tan impaciente, no puedo esperar al viernes y le mando un mensaje a Saúl preguntándole si tiene ya la réplica a mis elucubraciones matemáticas sobre la imposibilidad de la biblioteca de Babel. Su respuesta: “Me han tenido ocupado una gripe y bastante tarea de clase. ¿Me das una semanilla? Si te corre prisa, me puedo poner las pilas, pero me conviene no atarearme demasiado”. Y yo le respondo: “Tómate el tiempo que necesites. Me gusta que no resulte fácil replicar al García Martín de veintidós años”. “Nunca resulta fácil replicar a un joven, ni siquiera desde el futuro”, responde él.
            Ni siquiera desde el futuro. Releo el artículo de 1973, que curiosamente está escrito en forma de diálogo, anticipando la tertulia de más de cuarenta años después, y me cuesta seguir los enrevesados razonamientos, pero creo que tiene razón: no es posible, por inmensa que sea, una biblioteca que contenga todos los libros escritos y por escribir, aunque todos ellos estén formados por combinación de unos pocos elementos (las letras, los signos de puntuación, los espacios en blanco entre palabras, y eso sin tener en cuenta los diversos alfabetos, cosa que se le olvidó a Borges). Sospecho que al joven matemático de hoy no le va a resultar fácil desmentir al joven aficionado de ayer. Y eso halaga mi vanidad.

                                                                                    
Miércoles, 29 de abril
FRANCISCO RICO, AUTOR DEL QUIJOTE

Mi amigo Emilio Martínez Mata, estudioso de Cervantes, me regala el grueso tomo que la Fundación Masaveu ha editado con las actas del último congreso cervantino celebrado en Oviedo. Me basta hojearlo, y conocer al organizador, para darme cuenta de que voy a encontrar en él algo más que la habitual e ilegible basura curricular. Me lo llevo a mi rincón de lectura favorito en la gran biblioteca en que se ha convertido para mí el mundo, la cafetería de Los Prados, y ciertamente no me defrauda. La conferencia inaugural, de Francisco Rico, es un prodigio de inteligencia, audacia y minuciosa impertinencia. Llama a 1898 “el año del Desastre” porque, además de perderse Cuba, “se perdió entonces, con la perpetrada por Jaime Fitzmaurice-Kelly, el que debería ser el justo horizonte crítico de cualquier edición del Quijote”. Como consecuencia de ello, en la mayor parte de los caso las ediciones del siglo XX son “solo un reflejo de la perezosa ignorancia de la teoría y la práctica de la crítica textual”.
            Él no solo corrige las erratas evidentes de las ediciones aparecidas en vida de Cervantes, también descubre otras basándose en las concordancias (si Cervantes usa en más de veinte ocasiones la fórmula “pues en verdad”, la única aparición de “pues es verdad” debe de ser una errata) y en las costumbres editoriales de la época, que no tenían inconveniente en añadir palabras para cuadrar una página. Es tan minucioso que también se ocupa de los descuidos del autor. Si ahora apareciera el manuscrito de Cervantes y en algún punto discrepara de su última edición, no por eso la cambiaría: Rico piensa que ha conseguido un texto del Quijote mejor que el que el entregado a la imprenta de Juan de la Cuesta.
            A pesar de ello, Rico considera que el texto que nos ofrece del Quijotees siempre mejorable. De ahí que cada cierto tiempo pueda ofrecer, con gran algarada mediática, una edición que supera a la anterior. A veces, con astucia de buen comerciante, deja sin corregir algunas de las presuntas erratas que ha encontrado para estar seguro de que en la edición siguiente podrá ofrecer novedades. Así, a propósito del folio 85v y siguientes de la edición de 1615, escribe: “En la primera línea del epígrafe, niego que sea del autor el participio extremado, tan del gusto de Cervantes como el sustantivo originario, pero jamás aplicado a su héroe. En la segunda, dudo en extremo que lo sea el adjetivo de profunda cueva, pues aunque en una ocasión se aluda a ella como ‘la profunda cueva por donde has entrado’, en todas las otras menciones se la llama lisa y llanamente ‘la cueva de Montesinos’. En el cuarto renglón del capítulo XXIII, estoy convencido de que ‘clarísimos’ es un intruso, porque ni por ironía iba a emplearlo el escritor para el ridículo primo humanista y el buenazo de Sancho y porque no veo que usara nunca calificativos para unos oyentes, sino que siempre se limitaba a mentarlos como tales. En fin, en los renglones quinto y sexto comenzó en el modo siguiente es así mismo ajeno al novelista, gran repetidor, que para introducir un parlamento privilegia en cambio comenzó a decir de esta manera hasta una docena de veces en el conjunto de su producción, y comenzó a decir, un poco por encima de esa cifra”.
            Pero, a pesar de estar seguro de esos errores, afirma que no los corrigió en sus diversas ediciones; en la próxima enmendará dos y otros los guardará para tener algo que cambiar en la siguiente, que solo así podrá presentarse, y venderse, como nueva y no como una simple reimpresión.
            La edición del Quijote con la que sueña Francisco Rico, y para la que lleva toda su vida preparándose, es aquella que nos ofrezca, no el texto más cercano al que Cervantes entregó a un copista para que lo pusiera en limpio y en letra clara antes de llevarlo a la imprenta, sino el texto que Cervantes debería haber escrito si no fuera, además de genial, tan descuidado y chapucero.
                                                                                           
Jueves, 30 de abril
BORGES, LA CÓPULA Y LOS ESPEJOS

Borges afirmaba que “la cópula y los espejos son abominables porque multiplican el número de los hombres”. Cuenta una historia, probablemente apócrifa, que la cópula dejó de abominarla en cuanto María Kodama, a poco de conocerle, le mostró un ingenioso y elástico artilugio que impedía esa multiplicación.


Viernes, 1 de mayo
INFINITOS GRANDES Y PEQUEÑOS

El azar, que siempre es el mejor guía, me hace encontrar, en la revista de la Asociación Navarra de Bibliotecarios, un artículo de Javier Fresán titulado “De la Biblioteca de Babel a los números normales”, publicado en el 2007, y que también se ocupa de la paradoja de una posible biblioteca, inmensa pero finita, que contuviera todos los libros del mundo, los ya escritos y los que aún están por escribir. Javier Fresán, que nació en 1987, es uno de los jóvenes matemáticos más valiosos de hoy en día. En su artículo aprovecha para hablarnos de los distintos tipos de infinitos: el infinito de los números naturales sería así más pequeño que el de los números reales. Borges afirmó que toda la inmensa biblioteca de Babel cabe en un libro “que constara de un número infinito de hojas infinitamente delgadas”. Javier Fresán da un paso más allá y afirma que cabría en un número al azar escogido entre cero y uno (siempre que se trate de un número normal, esto es, aquel en que aparecen todos los dígitos en la misma proporción). Por ejemplo, en el llamado número de Chanpernowne, el 0,123456…, que se obtiene poniendo uno detrás de otro todos los números naturales. Para ellos bastaría con cifrar las letras del alfabeto asignándoles un número ordinal. “Todos los libros de la Biblioteca podrían codificarse de esta forma como una sucesión enorme, pero finita, de ceros, unos y las demás cifras. Como los números normales contienen en su desarrollo cualquier patrón posible, si examinamos un número normal, llegará un punto en el que cualquier volumen aparezca representado: habrá un momento en el que don Quijote se enfrente al caballero de la Blanca Luna, y antes o después la cólera de Aquiles terminará con muchos decimales”.
            Muy literario, amigo Fresán, pero de tu razonamiento se deduce (aunque tú no lo afirmas claramente) que, como yo dije en 1973, Borges estaba equivocado, que aunque las letras sean limitadas, las combinaciones posibles entre ellas no lo son. Y no hacen falta profundos conocimientos matemáticos para demostrarlo. Las cifras son diez, pero con ellas podemos representar cualquier número y los números son infinitos. El propio Borges reconoció su error, aunque nadie reparara en ello, al afirmar que toda la Biblioteca cabría en un libro de infinitas páginas. ¿Por qué infinitas si la Biblioteca de Babel no es infinita? Si el número de libros posibles fuera finito la suma de las páginas de todos ellos también lo sería.




Nadie lo diría: La sal de la literatura

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Sábado, 2 de mayo
PERDONO UNA VEZ MÁS

Siempre se ha dicho que cambiar de periódico es bastante más difícil que cambiar de pareja y casi tan difícil como cambiar de religión. Quizá por eso yo sigo fiel a una costumbre iniciada en 1976, aunque a veces tenga que tragar carros y carretas, como la ofensiva portada –ofensiva para la inteligencia de los lectores– dedicada a la dimisión de Juan Carlos Monedero: de ser el receptor de ilegales e ingentes fondos venezolanos y un defraudador de hacienda pasa a convertirse en el gran estadista cuyo abandono de la primera línea hunde a Podemos. Juro que cuando nos conocimos mi periódico era un periódico serio que no utilizaba esas artimañas.
            Hoy mismo estuvo a punto de dejarlo en el quiosco y pedir el divorcio cuando me fijé en la única noticia que bajo el epígrafe de “cultura” destacan en la portada: “José Tomas vuelve a torear donde vio a la muerte de frente”. Recordé los versos de Cernuda sobre una España “estúpida y cruel como su fiesta de los toros”. Pero luego leí el artículo de Antonio Muñoz Molina, “Mozart en el Bronx”, una emocionante maravilla que habla de la salvación por el arte, el de Aurora Luque sobre la vigencia de la tragedia griega, la entrevista con Frédéric Pajak que ha dedicado una novela gráfica, La inmensa soledad, a Nietzsche y a Pavese, y me sentí enriquecido y feliz, dispuesto a darle una nueva oportunidad a El País, aunque sé de sobra que me seguirá tratando de engañar a la primera oportunidad.


Domingo, 3 de mayo
ESCRITORES FANTASMA

Leyendo la última novela de Donna Leon, Sangre o amor, me he acordado de Eduardo Aunós y su Biografía de Venecia. Eduardo Aunós fue un político español, ministro con Primo de Rivera y con Franco, que gustaba de escribir sobre los más diversos temas (en la colección Austral se encuentran algunos de sus libros) y que incluso compuso una ópera. Eugenio d’Ors, a quien dedica su Biografía de Venecia, afirmaba que si hubiera leído todos los libros que había escrito sería el hombre más culto del mundo. Al parecer pagaba tarde, mal y nunca a sus “ayudantes”. Uno de ellos se vengó haciéndole confundir dos emblemáticos lugares venecianos: “Llegamos ya a esa silueta conocida en el mundo entero, pasmo de todos cuantos la contemplaron: el puente del Rialto, en una de cuyas tiendas situó Shakespeare a Shylock. De él se han apoderado la leyenda y la poesía, por enlazar el Palacio con la Cárcel, y los suspiros que salieron de él no eran consecuencia de terribles tormentos, como algunos han supuesto, sino hijos de la desesperación que producía en los procesados la lectura de la sentencia condenatoria, conocida cuando eran conducidos a través de esa pétrea galería para sumergirse en los calabozos de donde no debían ver ya la luz del sol”.
            Si Aunós confunde el puente de Rialto con el de los Suspiros, Donna Leon hace detenerse a su famoso comisario y a su culta esposa (venecianos los dos, hija ella de un noble con palacio cerca del Gran Canal) sobre el puente de la Accademia para contemplar el Lido y el Adriático. Unas páginas más allá, el comisario y la protagonista de la novela, la soprano Flavia Petrelli, que se encuentra representando Tosca en La Fenice, atraviesan un paso subterráneo para llegar desde Campo San Fantin hasta Campo Sant’Angelo. ¿Un paso subterráneo en Venecia?  Y no es el único. En el capítulo 23 leemos: “Desembarcó en San Silvestro y atravesó el paso subterráneo, giró a la izquierda y salió a la calle principal para girar de nuevo a la izquierda”.
            Es la venganza de los esclavos, de quienes escriben –o ayudan a escribir en el mejor de los casos– los libros de los autores que han convertido su nombre en una marca de éxito garantizado y a cambio del mucho dinero que hacen ganar a ellos y a su editor, reciben solo un precario estipendio.


Lunes, 4 de mayo
HAY DÍAS

Hay días en que uno se levanta sabiéndose culpable, aunque ignore de qué.
            Si quienes me quieren me vieran como yo me veo, ¿me seguirían queriendo?
            A veces es más fácil renunciar a un amigo que a un enemigo, sobre todo si ese enemigo eres tú mismo.
            Cada día que pasa detesto más a mis semejantes. No soporto lo mucho que se parecen a mí.
            Me aterran los espacios vacíos porque son los preferidos de los fantasmas.
            Todos los días vislumbro el cielo mientras me doy una vuelta por el infierno.
            Hay días en que estoy tan irritado conmigo mismo que hasta me niego el saludo.


Martes, 5 de mayo
MEJOR CALLAR

Ayer, al presentar a Víctor de la Concha, que hablaba de Santa Teresa en el Aula Magna de la Universidad, no pude por menos de aludir a un libelista “de cuyo nombre no quiero acordarme” y a su afirmación de que el actual director del Cervantes es “un intelectual ágrafo cuya obra cabe en un folleto”. Comencé el recuento de sus libros con Los senderos poéticos de Pérez de Ayala, de 1970, y cuando llegué a sumar mil páginas me pareció que la inexactitud resultaba excesiva incluso para quien está tan acostumbrada a ellas como el libelista “de cuyo nombre no quiero acordarme”. Cité luego los versos de Cernuda que hablan de “la furia de hombre ibero / que acecha lo cimero / con la piedra en la mano”.
            Soy más amigo de la verdad que de Platón y por eso lo que me indignó de la calumniosa tosquedad del libelista no fue el ataque a una persona que no es solo un eficaz gestor literario, con no ser eso poco, sino la mentira, una mentira repetida luego por todos los periódicos, incluso, y muy especialmente, por los asturianos.
            Víctor de la Concha, más inteligente que yo, no replicó a los ataques, dejó que amainara la tormenta en elegante silencio, y tampoco ayer dijo nada del asunto. Hoy sé cual fue el contraproducente resultado de mi vehemente defensa. Varios de los asistentes a la conferencia le han preguntado a Josefina Martínez, organizadora del acto, si sabía el título del libro al que yo aludía y me consta que en las dos principales librerías de Oviedo, Cervantes y Ojanguren, más de uno ha preguntado por el aludido tocho. Nada vende tanto como el morbo y ninguna mejor propaganda que el escándalo. De eso saben mucho el libelista de cuyo nombre no quiero acordarme y quienes ofrecen cada tarde y cada noche a los españolitos de a pie su ración de telebasura.


Miércoles, 6 de mayo
CENSURAR ANÓNIMOS

“¿También tú te has vuelto partidario de la censura?”, me reprocha un amigo al comprobar que he decidido someter a aprobación previa los comentarios a mis blogs.
            ––Sí, me he cansado de que los utilicen descerebrados anónimos para sus desahogos.
            ––Pues tú solías entrar al trapo y discutir con todos ellos.
            ––Debo reconocer que una buena polémica es mi deporte favorito, pero como todo deporte tiene sus reglas.
            ––Tú las respetas poco. Acostumbras a descalificar al contrario.
            ––Reconozco que soy algo bruto, de los de “al pan pan y al memo memo”. Soy apasionado y nada versallesco en los debates, irónicamente burlón e incluso bastante despectivo a veces. Pero me esfuerzo en ser honesto y en no confundir hechos con opiniones. Y en rectificar cuando me equivoco, cosa bastante frecuente, todo hay que decirlo.
            ––Pues yo nunca te he visto rectificar. ¿Y a qué se debe que ahora te decidas a jugar con ventaja y solo aparezcan los comentarios que a ti te parezcan adecuados, o sea, los elogiosos y los que puedes rebatir fácilmente?
            ––-Es la única manera de evitar que se te cuele algún pertinaz chiflado. Y me he cansado del anónimo habitual en Internet. No me interesa la opinión de quien no tiene el valor de dar la cara.


Jueves, 7 de mayo
CATFISCH

Todos los días me piden tres o cuatro personas amistad en Facebook. Acepto de inmediato. Mi muro de Facebook es como un ilustrado libro sin fin. Cada día pongo una de mis fotos y un pequeño texto que tiene que ver con ella. Mi modelo fue uno de los libros de Borges que prefiero, Atlas, y al principio pensé que las publicaciones en la Red serían como un anticipo de ese libro algún día impreso. Pero ya van más de dos mil entradas y he perdido la superstición del papel. No utilizo el muro para ningún privado desahogo ni para hacerme publicidad con lo que se escribe sobre mí o con los actos en que participo. Nada publico en él, como nada publico en libro o en el periódico, que no pueda leer todo el mundo. Por eso acepto a todo el que me pide amistad, que yo traduzco como que quiere seguirme y leerme. Y mis lectores son mis amigos.
            Pero he tenido ocasión de comprobar que, una vez más, mi vanidad me engaña. A Facebook va asociado Messenger, que permite enviar mensajes privados. Y junto a los mensajes normales de quien solicita mi dirección para enviarme alguno de sus libros o me manda un poema para que se lo comente, me encuentro con otros del siguiente estilo: “Gracias por aceptar mi amistad” (“De nada”), “¿Vives en Madrid?” (“Todos mis datos están en el muro”), “¿Estás casado?”. Dejo de contestar, pero los hay que insisten. Entendí de qué iba el asunto cuando un reciente contacto escribió escuetamente: “De Jaén. Cincuenta años. Moreno”. ¡Y yo que creía que los que me pedían amistad en Facebook lo hacían porque admiraban mi literatura! Hay quien pretende utilizarlo para sus húmedas y solitarias citas a ciegas. Me divierte mucho ver los resultados en un programa de televisión que se llama “Catfisch. Engaños en la Red”. Ahora ya detesto al primer “hola” a esos enmascarados buscadores de fantasiosos escarceos y los bloqueo de inmediato.


Viernes, 8 de mayo
ESTAR SOLO

Estar solo me gusta casi tanto como estar acompañado y estar acompañado casi tanto como estar solo.
            No me creo nada. Ni siquiera me creo que no me creo nada.
            La ironía es la sal de la literatura. Pero no conviene abusar de ella.



         

Nadie lo diría: Siempre Sevilla

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Sábado, 9 de mayo
CRUCES DE MAYO

Hay ciudades que se parecen a cualquier otra ciudad y ciudades que solo se parecen a sí mismas. Sevilla es una de estas últimas y además le gusta demostrarlo. Apenas pongo el pie en ella y ya me reciben “cornetas y tambores, galones y entorchados”, como en el poema de Fernando Ortiz. La pompa trompetera acompaña a una dorada cruz de mayo por la calle de las Sierpes. No es la única: en la cernudiana plaza del Pan me encuentro con un niño que porta una cruz negra rodeado de otros con largos cirios (“y esos niños en hilera / llevando el sol de la tarde / en sus velitas de cera”); detrás, más galones y entorchados con su armónico barullo y la palabra Amor bordada en el uniforme. Un poco más allá, junto al Archivo de Indias, otro desfile y otra cruz, esta con una escalera apoyada en ella. Me divierte el emblema que los jóvenes que la acompañan llevan en el pecho. “Columna y azotes”, dice.


            En otros lugares, estos desfiles tendrían algo de carnavalesco y mucho de reclamo turístico. En Sevilla, no. Y yo miro sin ironía (aunque no puedo dejar de sonreír ante los “azotes” que algunos parecen reclamar) todo este colorista fervor. Y luego, como contraste, una calle estrecha y solitaria en el Barrio de Santa Cruz, el portón de un palacio “y el sonido del agua en la fuente de mármol”.
            Me gusta Sevilla porque se gusta a sí misma tanto como me gusta a mí. O como me gusto yo.


Domingo, 10 de mayo
ELOGIO DE AQUILINO

Hablando de la ideología de Víctor Botas, durante el coloquio que siguió a la presentación de su novela Rosa rosae, por fin reeditada, digo que era “un poco, o un mucho, Aquilino  Duque”. Y Aquilino Duque, sentado entre el público, sonríe. Antes, cuando íbamos a hacernos una foto en grupo, se ha puesto en uno de los lados y ha dicho “yo siempre en la extrema derecha”.
            Nadie más distante que yo de las opiniones políticas de Aquilino Duque, tenaz defensor de la España una, grande y libre (y de algunos sonoros disparates nada “políticamente correctos”); nadie más admirador de su literatura siempre brillante, ingeniosa, muy local y muy cosmopolita. Algunos de sus poemas más sentenciosos me los sé de memoria: “Hay que buscar con la esperanza / de no encontrarlo todo. / Hay siempre que pararse a dos jornadas / de la felicidad. / Hay que tender al infinito. / Estar a punto de llegar / pero no llegar nunca. / Eso es la plenitud. Eso es la vida”.
            Aquilino Duque es un facha y no se avergüenza de serlo, al contrario que cierto librero amigo mío. Quizá por eso me llevo tan bien con él. A cierta edad, uno ya ha aprendido que alguien puede tener unas ideas políticas radicalmente opuestas a las propias y sin embargo ser un hombre o una mujer de bien. Y un gran escritor. O votar al mismo partido que uno y ser un zoquete. O un menos que discreto poeta, como mi admirado (por otras razones) César Antonio Molina. A Aquilino Duque, bien cumplidos ya los ochenta años, no le han abandonado ni el buen humor ni la infatigable curiosidad: “Eso es la plenitud. Eso es la vida”.


Lunes, 11 de mayo
PESSOA Y YO

No soy un buen vendedor de mí mismo, quiero decir de lo que escribo, pero creo que bastante mejor de lo que escriben los demás. Hablé en la Feria del Libro de Sevilla, que ocupa la Plaza Nueva, de la antología de Fernando Pessoa, Plural esencial, tratando de transmitir la idea de que es un libro para los que aman la poesía, un libro que nada tiene que ver con esos engendros académicos –llenos de corchetes, palabras sueltas y puntos suspensivos– que entremezclan los textos acabados de un autor con cualquier apunte que salió de su pluma, aunque sea la lista de la compra. En España sabemos mucho de eso con las ediciones de Juan Ramón Jiménez, cuyos inagotables inéditos, como los de Pessoa, son manoseados una y otra vez por los editores.
            Después de arremeter contra ciertos críticos presuntamente científicos –la diatriba, espero que bien fundada, es mi género literario favorito–, leo el soneto que le dediqué al creador de los heterónimos y que cierra el libro. “Curiosos versos”, me dice Abelardo Linares, “pero tú no hablas de Pessoa, tú hablas de ti; Pessoa no es más que una máscara que utilizas para poder elogiarte a ti mismo”.
            Lo niego rotundamente, por supuesto. “En lo que no te pareces nada a Pessoa es en lo del arca de los inéditos”, añade. Y no sé si ver en sus palabras un reproche. ¿Publico demasiado? Pues solo dedico un cuarto de mi tiempo, o menos, a mis versos y a mi prosa de diario; el resto queda para la obra de los demás, que, bien mirado, también es obra propia.


Martes, 12 de mayo
UN PASEO

No tener nada que hacer, tener tiempo por delante, tener una ciudad entera para mí solo. Compás de Santa Inés, donde todavía resuenan los ecos becquerianos; calle de las Dueñas, tan insignificante si no fuera por un palacio cubierto de yedra y vigilado por altas palmeras en que nació Antonio Machado; lentas calles estrechas, frescas y solitarias, yo camino sin pensar en nada y fijándome en todo; plaza de San Marcos con su torre que parece una Giralda tronchada.
            Me gusta caminar solo por ciudades entrevistas. Cuando estás solo, la ciudad te habla; cuando vas acompañado, la ciudad se calla. A Sevilla la conozco lo suficiente para no sentirme perdido en ella, pero no lo suficiente como para que la familiaridad me haga mirar ningún rincón suyo con indiferencia.
            Caminar solo por Sevilla me gusta tanto como caminar bien acompañado. En Sevilla tengo dos buenos guías, a los que recurro siempre que puedo, y mi interlocutor y editor favorito, con el que comencé hace ya casi cuarenta años una discusión sobre literatura que aún no ha terminado.
            Uno de los guías es José Luna Borge, amigo desde que estudiamos juntos Filología en el caserón de San Vicente, frente a la celda de Feijoo. Es un amigo que de vez en cuando me mira con cierto recelo porque piensa que yo no aprecio su literatura tanto como merece (achaque común entre los que escriben).
            El paseo con Luna Borge comienza en la plaza del Cristo de Burgos, con sus magnolios gigantes (¿o no son magnolios?), y llega hasta el parque de María Luisa y la plaza de España. Hacía tiempo que no había estado en la glorieta dedicada a Bécquer, que yo asociaba a los hermanos Álvarez Quintero, a la revista Blanco y Negro y al más manido sentimentalismo. Pero en el dilatado atardecer, bajo el árbol inmenso que cobija al monumento al poeta, creo entrever esos “misteriosos espacios que separan / la vigilia del sueño”, el invisible anillo que sujeta el mundo de la forma al mundo de la idea: tiempo fuera del tiempo, atisbo de la eternidad.
            Luego, la plaza de España bajo un cielo de acuarela. Hacía años que no la visitaba, asociaba este lugar al patrioterismo de la dictadura y a la arquitectura más pastichista. Ahora quedo fascinado con sus torres barrocas, su interminable arquería, sus ecos venecianos. Me recuerda a la Universidad Laboral de Gijón, despreciada también como símbolo de otra dictadura.
            Aquel historicismo, tan lleno de originalidad y gracia, me llevó a pensar en la poesía de Fernando Ortiz, escrita a veces sobre la falsilla de los antiguos maestros, pero siempre tan verdadera. En el interminable anochecer, la ciudad se me aparece como “en un fanal / de traslúcida seda somnolienta”, fuera del mapa y del calendario, como dijo Antonio Machado y a Fernando le gustaba repetir.


Miércoles, 13 de mayo
AL DIOS VERDADERO

Juan Lamillar es mi guía por las iglesias de Sevilla, que nunca termino de recorrer, que nunca dejan de admirarme. Esta vez nuestro paseo comenzó por San Isidoro, que nos recibe con todo el barroco esplendor de una liturgia que quizá solo en Sevilla se muestra en toda su verdad. Avanzan los acólitos, de blanco y oro, con el turiferario al frente, portando sus cruces de plata, suena el órgano, se escucha una hermosa voz viril, parece que algún prodigio esté a punto de suceder.
            La iglesia del Buen Suceso, donde el San Juan de Alonso Cano mira hacia el hueco del altar de enfrente, en que debía estar su compañera para toda la eternidad. Pero Santa Teresa anda de viaje, no para un momento en este año de su centenario, como no paró un momento durante su vida.
            En San Pedro, muy cerca de la plaza de la Encarnación (que a mí me recuerda siempre al futurismo retro de Julio Verne), una Santa Faz de Zurbarán y un predicador que parece haber aprendido oratoria sagrada en las tertulias de la televisión.
            Cuántas historias guardan estos templos, algunos de los cuales fueron musulmanes o judíos antes de ser cristianos. Y otros, como la iglesia del hospital de la Misericordia, abandonan la heterodoxia católica para recuperar la ortodoxia de la iglesia de Oriente.  El iconostasio tapa apenas la pompa barroca del altar mayor y el pope Ioan Postoi trata de explicarnos las razones del remoto cisma.


            ¿Ortodoxia, heterodoxia? En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira. Mientras voy de una iglesia a otra, me entretengo en imaginar una novela, un poco a la manera irónica de Eça de Queirós, en la que Jesucristo, el Jesús que vivió hace dos mil años en Galilea, llega a predicar a Hispania acompañado de sus apóstoles y de su madre. ¿Qué diría aquella buena mujer judía al verse en la iglesia de San Andrés fastuosamente engalanada como una emperatriz china? Pues lo que cualquier persona con sentido común: “Esa será la virgen de Araceli o de dónde sea, pero nada tiene que ver conmigo; yo no salgo así a la calle ni en carnaval”.
            Para el creyente, todas las religiones son falsas, salvo la suya. Para el ateo, todas son verdaderas, prodigiosa creación del ser humano, ese curioso animal al que no le basta la realidad y necesita inventarse otras, no menos irreales.


Jueves, 14 de mayo
PREFERENCIAS

Un amigo me enseña un ejemplar de mi primer diario, Días de 1989, que acaba de encontrar en una librería de viejo. Hacía siglos que no lo hojeaba. En la primera página, respondiendo a un cuestionario, indico mi edad preferida: “Sesenta años. Tener sesenta años durante por lo menos sesenta años”. En la última, señalo entre mis lugares favoritos “un rincón del barrio de Santa Cruz donde discutir de versos y poetas con Abelardo Linares".
            Qué previsible, qué rutinario soy. Parece que por mí no pasa el tiempo.


Nadie lo diría: El pensamiento es un pájaro extraño

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Sábado, 6 de diciembre
AVANCES DE LA CIVILIZACIÓN

El que haya días de fiesta en que los centros comerciales estén abiertos aún es para mí una fiesta. Recuerdo el tiempo en que los domingos había que comer pan duro, o descongelado. Y los piquetes –Comisiones Obreras, UGT– que se formaban frente a las primeros locales que se atrevieron a abrir. Y los lunes sin periódico, salvo un sucedáneo que se llamaba Hoja del lunes. Y las semanas santas interminables con solo música religiosa. Ahora hasta las bibliotecas abren los domingos. La civilización avanza no solo enfrentándose a los prejuicios religiosos sino también a los intereses gremiales.
            –-¿Pero tú realmente crees –se escandaliza un amigo– que el que el Corte Inglés abra los domingos es un avance de la civilización? ¿No te parece más bien un abuso del consumismo? ¿No crees que los trabajadores tienen derecho al descanso?
            ––Sí. No. Sí, pero para eso existen los turnos y pueden descansar cualquier otro día como quienes trabajan, por ejemplo, en los museos o en las salas de cine.


Domingo, 7 de diciembre
TRAMPAS DE LA MEMORIA

Me levanté temprano, más temprano que de costumbre, y bajé al jardín. Esperé poco tiempo. Pronto oí un silbido. Salí entonces al camino, pero no vi a nadie. Otro silbido, esta vez impaciente. Estaban ya en el bosque, confundidos con la oscuridad de los árboles. Corrí tras ellos. Caminamos, sin hablarnos, durante bastante tiempo. Ya era completamente de día cuando llegamos a la casa. Parecía deshabitada. La puerta se abrió de un empujón. Pasamos a una sala grande con muebles destartalados y viejos retratos colgados en las paredes. Nos sentamos como pudimos, unos en las pocas sillas que mantenían el equilibrio y otros en el suelo. Un reloj de cuco, en el que no nos habíamos fijado, comenzó a dar la hora y al principio hubo un sobresalto y luego algunas risas. Yo creí que en la casa no vivía nadie, pero en cuando dejó de sonar el reloj apareció una mujer. No era muy joven, pero seguía siendo atractiva y el ceñido vestido, que dejaba los hombros desnudos, lo resaltaba. Traía una bandeja con copas. No parecía el momento más adecuado para beber, yo ni siquiera había desayunado y me imagino que los demás tampoco. Probé un sorbo, por cortesía, creo que fui el único que lo hizo. Nadie dijo nada hasta que no desapareció, tan silenciosa como había llegado. Yo solo conocía a dos o tres de mis compañeros. Esto pasó hace algunos años cuando yo era más joven, bastante más joven, que ahora. Lo que ocurrió en aquella casa no se lo he contado nunca a nadie. Ahora ya puedo contarlo porque el tiempo le ha limado las aristas, lo ha convertido en un cuento no demasiado verosímil, un cruel cuento de hadas. Mientras los demás hablaban, preparaban el atentado, yo me quedé dormido, no sé si porque la impaciencia me había mantenido despierto toda la noche o porque había algo en aquellas copas que los demás no había querido tomar. El caso es que me desperté en la cama, en una habitación desconocida, con la mujer que nos había servido profundamente dormida al lado. Estaba desnuda, yo también. Me levanté de un salto, me vestí y bajé al salón. Quedé horrorizado ante el espectáculo: las paredes estaban salpicadas de sangre y había un gran charco en el suelo. Eché a correr, aterrado, sin querer saber nada más. No me atrevía a volver a casa. Estuve dando vueltas por el bosque. Encontré una cabaña abandonada, me quedé allí a pasar la noche. A la mañana siguiente, nada más abrir los ojos, sentí el grato aroma del café. Allí estaba la mujer, que me había preparado el desayuno y me alargaba el periódico. Busqué ansioso alguna noticia de lo que pudiera haber ocurrido en aquella casa. Pero todo eran noticias de un día feliz como cualquier otro en aquellos tiempos de la dictadura. Las malas noticias entonces ocurrían siempre en el extranjero. La mujer me miraba y sonreía silenciosa. Me atreví a preguntarle quién era, qué hacía en aquella casa, qué había sido de mis compañeros. Siguió mirándome un rato más, sin decir nada, poniéndome cada vez más nervioso. “No te preocupes, todos están muertos” la oí decir de pronto cuando ya se marchaba. No me dio tiempo a preguntarle más. Decidí regresar a casa. Por entonces yo hacía una vida bastante independiente. Nadie se había preocupado por mi ausencia. Eran los años de la dictatura, hacía poco que había dejado atrás la adolescencia. En mi país y en mi vida ocurrían cosas muy extrañas para las que no encontraba explicación. Una vez más me viene a la cabeza aquella historia al leer la entrevista con Elizabeth Loftus que publica hoy un suplemento dominical. Nuestros recuerdos no son fiables. Podemos manipular, sin saberlo, nuestros recuerdos y también, sabiéndolo o sin saberlo, los ajenos. No sé qué pasó aquel día en la casa del bosque, hace tantos años. O no quiero saberlo. Pero a veces sueño con aquella habitación llena de sangre y no sé si en alguna ocasión fue verdad o si siempre fue un sueño.


Lunes, 8 de diciembre
NO, GRACIAS

Como Melvin Udall (Jack Nicholson), el protagonista de la película Mejor imposible, soy maniático y obsesivo, y quizá igualmente insoportable. Una de mis manías es no jugar jamás, jamás, a ningún juego de azar y menos que ninguno a la lotería de Navidad. No solo no compro participación alguna, sino que rompo cuidadosamente las que me regalan. Temo que, si alguna vez se me ocurre comprar lotería, me toque un premio que me cambie la vida y maldita la gana que tengo yo de cambiar de vida. Ya sé que las probabilidades son escasas, pero prefiero no tentar la suerte. Por si acaso.


Martes, 9 de diciembre
UN PALACIO, CIEN HISTORIAS

Paseo, ya anochecido, por la desierta plaza del Fontán. Se abren de pronto las historiadas puertas de la cochera del palacio barroco, junto a la hundida fuente, y es como si comenzara un raudo documental con la historia del edificio. Lo construyeron los duques del Parque en el siglo XVIII, pero parece que pronto se cansaron de él y decidieron arrendarlo, primero a unos particulares y luego, en 1794 para fábrica de armas. Lo fue durante más de dos siglos. Los trabajadores –cañonistas, llaveros, cajeros, bayonetistas, aparejeros– eran vascos y se traían sus propios curas y médicos porque no sabían castellano. Cuando la fábrica de armas se trasladó al monasterio de Santa María de la Vega, aquí se instaló una fábrica de tabaco. Estuvo funcionando unos pocos años y al cerrar dejó en la calle a 450 trabajadores, casi todos mujeres (no hay constancia de que entre ellas hubiera ninguna Carmen). Los propietarios deciden vender el edificio. El nuevo propietario lo parcela para el alquiler. En dos habitaciones del bajo se instala Correos; un salón lo alquila la Sociedad Musical Santa Cecilia; hay también una sociedad cultural, el Liceo, y una popular botillería. El dueño del palacio, poco antes de morir en 1888, deshereda a su mujer y a su hija, de la que sospechaba que no era suya, y nombra heredera universal a su ama de llaves. En Oviedo se rumoreó que dicha ama de llaves, mujer de armas tomar, lo había encerrado en una habitación y le amenazó con dejarle morir de hambre si no la nombraba heredera de toda su fortuna. La antigua ama de llaves, María Álvarez Guerra, decide vender el palacio. Se piensa comprarlo para instalar en él la Diputación, pero finalmente lo adquiere un particular Antonio Sarri Oller, que había llegado a Oviedo para acompañar a su hermano, un canónigo catalán. Antonio Sarri Soler hizo fortuna administrando los bienes del Obispado y casándose con la hija de un afamado pastelero. Suya fue la idea de crear la fábrica de bombones La Perla Americana. Organizó, con los fieles ovetenses, diversos viajes a Roma. En una de ellos, le regaló al papa varias cajas de bombones. Al papa, al parecer muy goloso, le gustaron tanto que no solo le autorizó a poner en las etiquetas “Proveedora de SS León XIII”, sino que, a cambio del envío regular de bombones, le otorgó el título de marqués de San Feliz. El nuevo marqués devolvió al palacio todo su esplendor. Lo volvió a llenar de muebles de época, cuadros y tapices. Un día se enteró de que las monjas pelayas no tenían dinero para reparar el tejado de su inmenso convento junto a la catedral. Se ofreció generosamente a hacer todos los arreglos necesarios. A cambio, solo aceptó unos lienzos renegridos a los que las buenas monjas no daban mayor importancia: el apostolado del Greco que fue la joya de este palacio y ahora está en el Museo de Bellas Artes. Durante los años veinte, en los salones de este palacio se celebraron tés danzantes: quien no fuera invitado a ellos no era nadie en Oviedo. En una esquina del palacio, desde siempre, estaba el caño del Fontán, a menor altura que la plaza, rodeado de bancos en las que las mujeres, mientras los cántaros se llenaban, hacían tertulia. El heredero del marqués de los bombones consiguió que le autorizaran a eliminar la fuente y nivelar la plaza. Muchos años después, siendo alcalde Antonio Masip, se rescataría de su enterramiento el viejo caño, pero ya buena parte de su entorno no se pudo recuperar, había sido cedido para el paso a la cochera. Mientras un coche entra en ella por mi cabeza pasan todas estas cosas, la novela o la película del palacio, en cuya larga vida, como en cualquier vida, hubo de todo, buenos y malos momentos.
            Acababa de leer, en una cafetería cercana, una conferencia de Ernesto Conde, “El Fontán: laguna, fuente y túnel”, y ahora la historia de este lugar se me hace presente de golpe. Junto al caño, un ventanuco medio cegado: es la entrada a un túnel por el que discurren las aguas de la fuente y sobre el que se levanta, sostenida por un pilar, la esquina del palacio. Entra el automóvil, se cierran las puertas de la cochera y yo me imagino un largo pasadizo bajo el subsuelo que lleva a regiones fabulosas y tesoros escondidos. Me gusta la erudición que enseña a mirar, que ayuda a soñar. 


Miércoles, 10 de diciembre
CARTAS DE AMOR

Yo también, como todo el mundo, he escrito cartas de amor. Algunas de ellas, no sé cómo, han ido a parar a un librero de viejo entre varios libros míos dedicados. Las echo una ojeada antes de destruirlas y sonrío. ¡Qué razón tenía Álvaro de Campos! Todas las cartas de amor son ridículas, y las mías más. Hasta cito a Ortega: “El pensamiento es un pájaro extraño que se alimenta de sus propios errores”. Cuánta pedantería.  Dudo mucho que yo haya estado enamorado alguna vez.





Nadie lo diría: Para que todo siga igual

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Viernes, 15 de mayo
LA GRAN PREGUNTA

¿Qué harías tú si te enteraras de que te quedaba solo una hora de vida?, me pregunta el filósofo Roger-Pol Droit desde el título de su último libro “Beber para olvidar que me quedaba solo una hora de vida”, me apetece responder. El problema es que yo no bebo. Lo más probable es que me fuera a dar una vuelta por las librerías a ver qué novedades hay. Y a encargar algunas para que me las enviaran al otro barrio.


Sábado, 16 de mayo
NI UN PASO MÁS

Hay un interlocutor que nunca me falla y que nunca cansa. Cuando no tengo con quien hablar, suelo recurrir a él. La noche del 21 de marzo de 1825 ardió el teatro que había fundado en Weimar: “El escenario de casi treinta años de esfuerzo ha quedado reducido a cenizas. Casi no he podido dormir en toda la noche. Desde mi ventana veía cómo las llamas ascendían hacia el cielo. Me ha pasado por la cabeza más de un recuerdo de los viejos tiempos, de mis años de esfuerzo conjunto con Schiller, de la llegada y formación de más de un querido discípulo y todo eso me ha conmovido profundamente”.
            Nunca me canso de escuchar a Goethe conversar con Eckermann, conversar conmigo. El disgusto por la destrucción del teatro le ha afectado tanto que ha tenido que acostarse. En el dormitorio rememora sus experiencias como autor y director teatral. “Debe ser difícil mantener en el debido orden a una criatura de tantas cabezas”, le dice Eckermann.
            Y yo escucho a Goethe hablar de los dos enemigos a los que tuvo que enfrentarse y sonrío con melancolía. A los dos los conozco bien, mutatis mutandi. “Uno de ellos era mi apasionado amor por el talento, que podría fácilmente inducirme a la parcialidad. El otro prefiero no nombrarlo, pero seguro que lo adivinará. En nuestro teatro no faltaban mujeres hermosas y jóvenes y con un alma encantadora. Hubo algunas que me atrajeron apasionadamente, y tampoco faltaron casos en que alguna que otra me salió al encuentro. No obstante, yo me contuve y me dije a mí mismo: ¡Ni un paso más! Conocía cuál era la posición que ocupaba y sabía que me debía a ella. Yo no obraba como persona sino como jefe de una institución cuyo buen desarrollo valía para mí más que la mera felicidad de un instante. Si me hubiera involucrado en algún lío amoroso, me habría convertido en una brújula con un imán a su lado, incapaz de señalar la orientación adecuada”.


Domingo, 17 de mayo
NO SIRVE DE NADA

  Cuando escribe poemas de amor, el enamorado no suele hacer literatura, sino el ridículo.
            Las opiniones sinceras son armas de destrucción masiva.
            Saberlo todo no sirve de nada.
            Entre una revelación y una tontería a menudo solo media el canto de un aforismo.



Lunes, 8 de mayo
NEGRO FUTURO

No se lo digo a nadie porque resulta un tanto ridículo, pero la verdad es que a mí si me preocupa saber si lo que escribo seguirá o no vivo después de yo haya muerto. Ya sé que resulta absurdo que me preocupe por lo que ocurrirá cuando yo ya no esté aquí para verlo. Pero eso es algo que preocupa a todo el mundo, y por eso antes de irse procuran dejar las cosas en orden. Como escritor, no me importa la eternidad, que es demasiado larga, sino el tiempo en el que todavía vive alguien que nos ha conocido.
            No es lo mismo el centenario del nacimiento de un escritor que el de su muerte. En el primero todavía viven quienes le habían conocido y guardan sus cartas y sus libros dedicados y escriben artículos con sus recuerdos y se lamentan de no haberle prestado más atención (y el escritor disfruta en vida imaginando ese lamento de los que ahora no le hacen demasiado caso); en el centenario de la muerte ya solo discursean profesores y políticos, gentes sin ninguna vinculación personal con el escritor.
            A mí me fastidiaría más que llegara  el año 2050 y nadie se acordara de mí, solo algún viejo poeta que quizá se preguntaría: “¿Cómo se llamaba aquel crítico cascarrabias que también escribía versos y hablaba mal de todo el mundo y que se creía un genio? ¿García Pérez o García Martínez? ¡Pobre! No podía imaginarse que, que después de muerto, sus libros los leería todavía menos gente que cuando estaba vivo”.
            Ya sé que cuando eso ocurra nada podrá herir mi vanidad, pero me fastidia imaginarlo ahora. Claro que todavía podría ser peor, que no me recuerde nadie de los que me habían conocido y un erudito me dedique un artículo en la revista de las fiestas de Avilés equivocando los títulos y las fechas de mis libros, confundiéndolos quizá con los de cualquier otro José Luis García.


Miércoles, 20 de mayo
CONTRA EL ANONIMATO

“Ya veo que tú también te has enredado en las redes sociales, amigo Martín, y cansado de la libertad que reina por esos pagos has decidido implantar por tu cuenta la censura”.
            ----¡A cualquier cosa llaman censura! De lo que me cansado es de quienes utilizan el anómimato para decir lo primero que se les viene a la cabeza. Mi rechazo del anonimato no se debe, o no se debe solo, a manías personales. El emisor forma parte del mensaje, un texto anónimo es siempre un texto incompleto.
            ----¿Y qué más te da que firme o no alguien a quien no conoces de nada? ¿Qué más da no firmar que poner, por ejemplo, Juan Pérez Martínez? ¿Le pides el nombre a alguien que, al final de una conferencia, levanta el brazo y te hace una pregunta?
            ----No firmar en un comentario en un blog es comohacer una pregunta en una conferencia con el rostro enmascarado; eso es propio de los terroristas, de los atracadores de bancos o de los policías que no quieren ser reconocido. El rostro ya es una firma y la voz ("soy yo" nos dicen por el telefonillo delportal y abrimos la puerta porque sabemos de quién se trata sin necesidad de que nos diga su nombre). En el texto no escrito a mano todos esos rasgos desaparecen (por eso los anónimos de las viejas películas se hacen pegando palabras recortadas de los periódicos). Y el nombre sirve además para distinguir a un interlocutor de otro. En mis blogs se establecían a veces discusiones bastante surrealistas entre una panda de indistinguibles anónimos. Y yo los dejaba hacer y entraba al trapo porque me apasiona discutir. Pero conviene controlar las adicciones. De quien se dirige a ti tapándose la cara, no te fíes. Y el equivalente en Internet es ocultar el nombre. El anonimato y el fingir una identidad me parece perfecto para los delincuentes, siempre al acecho, o para quienes se arriesgan a hacer públicos secretos oficiales que nos perjudican a todos.
            ----O sea que a partir de ahora, censura previa.
            ----Exacto. Primero presentarse y luego opinar. Quien no quiera hacerse responsable de sus opiniones que se desahogue con los amigos en un café.


Jueves, 21 de mayo
PARA NO ABURRIRME

Para no aburrirme, necesito hacer dos o tres cosas al mismo tiempo, como cualquier niño hiperactivo que no ha recibido el tratamiento adecuado. Mientras escucho a Elena Medel hablar de la poesía en general y de la suya en particular (me gusta el recuerdo que dedica a poetas hoy bastante olvidadas, como Ángela Figuera, a quien conocí en Avilés, o María Elvira Lacaci), picoteo acá y allá en los aforismos de Manuel Neila (Pensamientos desmandados) y en los de Eliana Dukelsky (La lengua o el espejo), le hago alguna foto y las subo a Facebook o anoto en mi moleskine algunos posibles aforismos propios.
            A la poesía le gustan muy pocos poetas.
            Los poemas comienzan en el punto final.
            La poesía solo se diferencia de la locura en que los poetas no suelen estar locos y los locos no suelen ser poetas.
            Aprender a escribir es más fácil que aprender a leer.
            Para no leer novelas hace falta mucha imaginación.
            ¿A nadie se le ha ocurrido crear clínicas de desintoxicación literaria?
            Escribir deja poco tiempo para leer.
            Leer no vale la pena si lo que leemos no vale la pena.
            Los escritores siempre hablan de lo mismo, pero cada vez de distinta manera.
            Los estudiosos de la literatura no suelen leer literatura.
            Los malos poetas siempre tienen varios libros inéditos.
            La amistad más peligrosa para un crítico literario: los malos poetas que son buenas personas.
            Entre poeta y crítico no hay amistad posible, son lobos de la misma camada.
            Se pasó la vida leyendo para llegar a la conclusión de que muy pocos libros merecen ser leídos.
            Uno se cansa de leer como se cansa de la vida.


Viernes, 22 de mayo
GANE QUIEN GANE

"Todo lo que amenace con cambiarme / me limita y oprime", escribió Ricardo Reis en una de sus odas. A mí me pasa lo mismo. Cualquier cambio lo veo comouna amenaza. Hacer cada día exactamente lo mismo, cumplir el rito que me he impuesto hasta en los mínimos detalles, lo veo como una armadura que me protege de lo desconocido, que me impide ser devorado por las tinieblas exteriores. Y sin embargo el próximo domingo cambio mi voto, por primera vez en más de treinta años. Ninguna señal mejor de que algo se mueve en esta España nuestra que el que hasta yo me mueva.
            Nada volverá a ser como antes. ¿O sí? Quizá solo ha llegado el momento de que algo cambie para que todo siga igual. A fin de cuentas, seguro que gane quien gane pierden siempre los mismos.









Nadie lo diría; Viva la gente

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Sábado. 23 de mayo
UN CADÁVER EN EL MAIZAL

Cuando un amigo ha escrito una novela y me dice que si me gustaría leerla, siempre digo que sí, qué remedio, y me siempre pongo en lo peor. Quizá por eso olvidé el lápiz de memoria que Berta Piñán me entregó la última vez que estuve en Madrid, tras asistir a la presentación de la colección de aforismos que Manuel Neila dirige en Renacimiento. “He disfrutado mucho escribiéndola”, me dijo. “Podía escribir una novela así al mes, para mí es como coser y cantar”. Pero el disfrute del escritor no suele ser compartido por el lector.
            Esta aburrida tarde de sábado, jornada de reflexión en la que todo lo tengo ya muy reflexionado, ha aparecido el lápiz olvidado y en él la novela. La abro en el ordenador, la envío por correo al iPad y me dispongo a echarle un vistazo en Los Prados, tres o cuatro páginas serán suficientes, para poder decirle unas palabras amables a mi amiga Berta.
            Pero comienzo a leer, sigo leyendo, me olvido de los libros que traía conmigo, también del poema que pensaba revisar, y solo dejo los últimos capítulos para terminarlos en casa y así prolongar el placer.
            Berta Piñán ha escrito una novela policíaca que podría ser el comienzo de una exitosa serie protagonizada por dos mujeres, Juana y Teresa. ¿En dónde radica el encanto de estas páginas? Toda la peripecia del cadáver que aparece y desaparece en el maizal, de los matones del club de alterne, del ciudadano ejemplar que esconde un secreto ligado a la triste historia de la España de la transición, la tenemos muy vista y ni siquiera le falta algún descosido de dudosa verosimilitud. Pero nada de eso nos importa. Nos atrae el escenario, un lugar asturiano recreado sin concesiones al costumbrismo, nos atrae la pareja protagonista, esa Juana, profesora jubilada, que casi todo lo ha aprendido en los libros, y su amiga Teresa, que solo ve los programas de chismes de la tele, pero que sin embargo sabe sobre hombres y mujeres cuanto hay que saber. O la otra pareja, la de guardia civiles, tan bien delineados, que tanto juego pueden dar en títulos posteriores.
            Porque habrá más entregas en cuanto algún editor avispado se decida a publicar esta. Cierto que Cangas de Onís (la Villa de la novela) no es Venecia, pero el cada vez más desganado oficio de Donna Leon no resiste la comparación con la frescura imaginativa, con el buen hacer cervantino de Berta Piñán.
            Leer al Simenon de las novelas de Maigret una tarde de lluvia, cuando no apetece salir de casa, o en un largo viaje en tren, es uno de mis placeres favoritos. A Bertan Piñán le debo otra tarde feliz, pero en este caso el placer tiene algo de exclusivo: pronto lo compartirán miles de lectores, pero ahora Sherezade parece contar su historia solo para mí.


Domingo, 24 de mayo
MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA

Buen día para releer a don Francisco de Quevedo: “Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuerte, ya desmoronados”.
            ¿Se desmorona España? Digamos que la casa en la que hemos vivido estos últimos años, y de la que ciertos políticos estaban tan orgullosos, necesita algunas reformas, algo más que una mano de pintura. Lo malo es que, mientras duren las obras, no podemos irnos a vivir a un hotel. Hay que convivir con el polvo, el barullo y los albañiles. Y encima no nos ponemos de acuerdo sobre qué tabique que tirar o dónde abrir nuevas ventanas.
            A mí lo único que me parece innegociable es que, hagamos las reformas que hagamos, a todos los inquilinos hay que darles la llave del portal para que entren y salgan cuando quieran. En caso contrario, la casa no sería una casa sino una cárcel.


Lunes, 25 de mayo
NO SÉ SI DORMIDO O DESPIERTO

Me fui ayer a la cama satisfecho y feliz tras escuchar los datos ya casi definitivos del recuento electoral. "Creo que a partir de hoy en España se respirará mejor", pienso. Pero luego, en el primer sueño, tengo un sobresalto y ya no puedo volver a dormir o quizá sí y mis terrores durante el insomnio son parte de la pesadilla. Me imagino un frenético ir y venir de dossieres y maletines en los sótanos de Génova. Esperanza Aguirre ha pedido información de los concejales socialista electos para el Ayuntamiento de Madrid. "¡Quiero conocer los puntos débiles de cada uno!", grita. "Si tienen hipotecas, si han sido relegados por el partido a un puesto distinto al que aspiraban, si se han ensuciado las manos en algún consejo de administración, si han viajado alguna vez a Venezuela... Hay que encontrar un Tamayo como sea. ¡Hay que salvar la civilización occidental cristiana que peligra si esa salvaetarras llega a la alcaldía!"
            Recuerdo lo que me dijo una vez Jon Juaristi, que ocupó una cargo político con Esperanza Aguirre: "Esa mujer tiene baraka, el talismán de la buena suerte, siempre cae patas arriba. Es insumergible. Y yo, no sé si dormido o despierto, pienso que, mientras busca un Tamayo (“¡Lo encontraré, no se me escapa un corruptible, soy la mejor cazatalentos de España!”, grita), imagina un plan b: ofrecerle a Carmona la alcaldía de Madrid. "Tú serás alcalde, tú serás alcalde", le tienta como las brujas de Macbeth. Y el hombre del pim pam propuesta acaba aceptando y, cuando lo expulsan del partido, ella maniobra para que deje la alcaldía y la ocupe quien debe ocuparla hasta que dé el salto a la presidencia del gobierno. "Voy a refundar el partido, voy a dejarlo que no lo reconozco ni la madre o el Aznar que lo parió", grita la perdedora de la noche, la que con un golpe audaz, un tamayazo, un carbonazo o lo que sea, se convierte en la gran triunfadora. Mientras la buena gente celebra su triunfo, la madrastra de Blancanieves prepara sus pócimas en la cocina de palacio.
            Despierto y respiro aliviado. Todo ha sido un mal sueño. Pero enciendo el televisor y Esperanza Aguirre seguía allí, incansable, indestructible, invulnerable a cualquier atisbo de racionalidad. Pobre Carmena, pobre Rajoy. No saben con quién se enfrentan.


Martes, 26 de mayo
UN CONSEJO

“¿Qué consejo le daría a un joven que quisiera triunfar en la literatura?”, me pregunta ingenuamente un joven que quisiera triunfar en la literatura.
            “Algo de talento, ningún escrúpulo y olfato para saber a quien conviene adular. Exactamente el mismo que a quien quisiera triunfar en la política.


Miércoles, 27 de mayo
MIS PUNTOS DÉBILES

Cuentan que a José Bergamín, paseando con un amigo, le extrañó que un conocido con el que se cruzaron no le devolviera el saludo. “¿Qué le pasará a este?”, preguntó. “La semana pasada se metió usted con él en uno de sus artículos”. “Bueno, pero yo ya lo he olvidado”.
            Yo también había olvidado no sé que alusión más o menos irónica a sus ideas políticas que un amigo considera especialmente ofensiva. Pero él, obviamente no, y no tarda en reprochármelo ásperamente. Me disculpo como puedo, y prometo enmendarme, aunque sospecho que no lo conseguiré. Soy experto en herir susceptibilidades. No sé cómo me las arreglo para dar siempre en el punto débil de cada uno. Está visto que ni la diplomacia ni la psicología son lo mío.
            En mi disculpa diré que soy poco susceptible, que me gusta reírme de mis puntos flacos, como la vanidad, y que uno tiende siempre a pensar que los demás reaccionan de la misma manera. Por otra parte, nunca hablo del todo en serio, salvo si hablo en broma.
            Si a mí, que soy la persona más rutinaria y ordenada del mundo (todavía, y voy a cumplir sesenta y cinco años, no he sido capaz ni de llegar tarde a una cita ni de faltar un día al trabajo), no me molesta que, por votar a Podemos, me llamen “antisistema” o “peligroso revolucionario que pretende destruir la democracia occidental” (más bien me río de quien dice semejantes memeces y sobre todo de quién se las cree), ¿cómo voy a imaginarme que alguien se sienta dolorosamente ofendido porque en broma dudara de su izquierdismo o lo calificara coloquialmente de facha, y que además siga recordando esa gravísima ofensa para toda la eternidad?
            Qué raros somos los humanos. Yo también tengo mis puntos débiles, pero he aprendido a disimularlos. Si alguien, sin querer, me da un pisotón en uno de ellos, pongo cara de póquer y paso a hablar de otra cosa. No me dedico a reprochárselo descubriendo mi debilidad (los mejores amigos de hoy suelen ser los peores enemigos de mañana). Mis puntos débiles nada tienen que ver con que me consideren más izquierdista, ni mejor o peor poeta, ni con que me elogien poco o mucho. Los elogios me gustan, como a todo el mundo, pero no los necesito. Ya me elogio yo bastante a mí mismo (solo los grandes hombres pueden permitirse el lujo de ser modestos).

        
Jueves, 28 de mayo
VIDAS EJEMPLARES

Al hojear el periódico, encuentro un artículo de Tadeusz Malinowski en recuerdo de Sara Suárez Solís, que fue mi primera profesora de Literatura y luego mi compañera en la Universidad. Charlé muchas veces con los dos, poco después de que se casaran, y recuerdo bien el brillo en los ojos de Sara: había conocido a Tadeusz cuando ambos eran estudiantes en Salamanca y este había preferido a su mejor amiga. El amor imposible de entonces se había hecho realidad cuarenta años después.
            La vida de Tadeusz daría no para una novela, sino para varios tomos de historia. Nació en Polonia en 1919, conoció el gulag siberiano, fue héroe de guerra, gestor de empresas, estudiante de Teología (y esos estudios le hicieron perder la fe a los setenta y cinco años); ya nonagenario se licenció en Antropología Cultural. El resultado de sus estudios lo acaba de compendiar en Un hombre no acabado.
            Un hombre ejemplar que durante un tiempo tuvo la fortuna de convivir con una mujer no menos ejemplar. Tenía yo once o doce años cuando en clase de Lengua nos dictó un poema: “¿Cuánto podrá durar para nosotros / el disfrute del oro, la posesión del jade?”. Mucho tiempo después supe que ese poema, que no he podido olvidar, era de Li Po. “Vivir y morir luego: he aquí la sola / seguridad del hombre”. Pero conocer a personas como Tadeusz y Sara ayuda a no vivir en vano.




Nadie lo diría: Sombras y asombros

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Lunes, 1 de junio
CUMPLIR AÑOS

Tengo la suerte de que cumplir años sea todavía para mí una fiesta. Una fiesta que no celebro un día, sino todo un mes, el más hermoso del año. Hay un libro de Pablo García Baena titulado Junio que lleva al frente una cita de Gabriel Miró: “Es la felicidad la que tiene su olor, olor de mes de junio”. Estoy de acuerdo.
            El año pasado los regalos comenzaron con la abdicación de un rey que se había convertido en símbolo de la España peor; esta año con el intento de limpieza general en los Ayuntamientos.
            No solo cumplo años yo este mes, sino también uno de mis más queridos amigos, Fernando Pessoa. Para recordármelo me llega hoy el libro Pessoa y España, de Antonio Sáez Delgado, erudito y minucioso, pero no tanto que no se le escape una de las escasas menciones críticas que se publicaron en España en vida del poeta. Aparece en el Almanaque literario 1935, Osorio de Oliveira se refiere a las nuevas publicaciones de la generación modernista portuguesa, agrupada en torno a la revista Presença, de Coimbra, y luego añade: “El maestro de aquella generación, Fernando Pessoa, ha reunido ahora, por vez primera, parte de sus versos en un libro titulado Mensagem. Este libro contiene solo los versos de inspiración nacionalista, versos admirables, pero que hacen pensar en la obra de sentido universal que pueden constituir, recogidos en volumen, los demás poemas de Fernando Pessoa”. ¿Cuántos lectores españoles se fijarían entonces en ese nombre?


Martes, 2 de junio
POR FIN

Presento Rosa rosae, la novela de Víctor Botas que tantos quebraderos le dio, con la sensación de que por fin se ha roto un maleficio. Fui leyéndola capítulo a capítulo mientras se escribía. “Este Cayo Dannatus, que al principio era tan buen chico, se me está convirtiendo en un hijo de puta”, me decía Botas. Para solucionarlo se le ocurrió la idea de que las memorias de aquel contemporáneo de Augusto y de Tiberio hubieran sido dictadas en dos momentos de su vida: cuando aún tenía esperanza de hacer carrera política y se esforzaba en presentarse como un romano ejemplar, y cuando, fracasado y desengañado, no debía disimular ante sí mismo ni ante nadie.
            La novela se comenzó en 1983, y se escribió casi toda ella ese año, pero no se terminó hasta 1985. ¿La razón? A finales de 1983, llegaron los protagonistas del poema “Cástor y Pólux” y desapareció la tranquilidad: “¿Habráse visto jeta semejante, / peor educación: venir así, sin previo / aviso, sin ni siquiera el clásico ¿podríamos  / pasar? Nada / de nada: cogen, / se te plantan en casa, en plena / noche (a pares / para mayor escarnio), y ya está: se acabó / la paz. / Berrean, mil veces / se te cagan, rompen / las porcelanas, te / adjudican un mote (valiente / urbanidad la de estos mamarrachos / repelentes, monstruos): papi, papón, papilla, / papitita, pataco. / Y tú / enfebrecido, muerto / de sueño, con dolores / de espalda, demacrado, / terminas /–¡oh eterno masoquista!-- / tan jodido / y feliz / como furcia de hotel en noche de congreso”.
            A mi lado en la librería Cervantes, está uno de esos inesperados intrusos que interrumpieron la tranquilidad del poeta. Otro Víctor Botas, artista gráfico, que ilustrará cada ejemplar de la novela de su padre que se adquiera con un dibujo original e inédito.
            Cuando los desvelos paternales de Víctor Botas le permitieron concluir Rosa rosae, era consciente de que había escrito una obra maestras y los contertulios de aquel Óliver de hace treinta años, los primeros en leerla, también. No quería que pasara sin pena ni gloria, como Mis turbaciones, la primera incursión en la narrativa, y gracias a Paulina Cervero, su mujer, con quien tanto quería y de quien tanto dependía, logró que la aceptara la mejor agente del momento, Carmen Balcells. Recuerdo bien lo contento que se sentía cuando nos dio la noticia. Ya se veía un nuevo autor de éxito, un García Márquez como poco.
            Pero aquella suerte fue la peor desdicha para la novela. Carmen Balcells se mostraba tan exigente que ningún editor se atrevía con aquella novela de un poeta. Al fin, tras varios intentos frustrados, aparecería en una nueva editorial zaragozana junto a una obra inédita de Cortázar. Pero los socios de aquella editorial (políticos y creo recordar que Ibercaja) entraron de inmediato en conflicto y sus activos quedaron inmovilizados por orden judicial.
            Si viviera Víctor Botas, dentro de unos meses, el 24 de agosto, cumpliría setenta años. Se sentiría feliz, pero no habría sido capaz de sentarse en la mesa durante la presentación: su timidez se lo impediría. Mientras dialogo con el público, me lo imagino escuchando escondido al fondo, disimulando con un libro en las manos. Por un momento, al terminar, siento el deseo de buscarle y preguntarle qué le ha parecido, como tantas otras veces en que yo hablaba de él o presentaba algún libro suyo y él se disimulaba entre el público. No le veo, quizá se ha marchado antes de terminar para evitar los saludos, pero le adivino contento y feliz. “¡Por fin se ha hecho justicia con mi novela! Ahora solo me queda esperar que esos ladrones del gobierno no se lleven todo lo que voy a ganar con sus impuestos”, diría o dice, ya no sé bien.


Miércoles, 3 de junio
CUESTIÓN DE ACENTO

Ayer presentaba la novela de un buen amigo, hoy el libro de poemas de Ángeles Carbajal, una mujer sabia que a la vez que escribe versos gusta de cuidar de su huerta y cultivar su jardín. Vive sola en un destartalado e inmenso caserón y tiene toda la tranquilidad y la paciencia que a mí me faltan (y que no echo de menos, para qué nos vamos a engañar). “Cámara de maravilles” titula uno de sus poemas. Maravillas simples y cotidianas en un mundo desaparecido para siempre: “Les tierres de maíz. / La vida secreta del regatu / ente sombres y helechos. / El mundu vistu dende lo alto / d’un remolque yerba…”   
            Escucho admirado, pero no puedo olvidar al crítico que soy, y el último verso no me suena bien: “nuna tarde eterna de primavera”. En el coloquio, leo yo el poema y la música del verso me lleva, sin darme cuenta, a un pequeño cambio: “nuna tarde de eterna primavera”. Siguen siendo once sílabas, pero solo ahora es un endecasílabo con los acentos en su sitio.
            “Suena mejor –me dice Ángeles–, pero no me vale. No dice lo que yo quería decir. La eterna era la tarde, no la primavera”. No estoy yo tan seguro: en poesía, lo que no está bien dicho nunca es lo que uno quiere decir, aunque lo parezca.


Jueves, 4 de junio
UNA CHARLA EN LOS PORCHES

Pasa Iñaki Uriarte por la mesa redonda de los Porches, mi rincón habitual de media mañana desde 1982 (aunque entonces no era redonda), y yo disfruto con su charla sosegada que tanto contrasta con mi vehemencia habitual.
            El éxito de sus diarios, que tanto fastidia a algún otro diarista, no se le ha subido a la cabeza. Me pregunta por la situación política. "España cambia de piel", le digo. No comparte mi optimismo. Es más de ver los mismos perros con distintos collares.
             "Así que ahora votas a Podemos...", "En las municipales los voté; en las generales ya veremos. No me gusta su comportamiento en Andalucía. Hay que dejar gobernar o formar una mayoría alternativa, no hacer como el perro del hortelano", "O sea que todavía puedes volver con los socialistas en las generales", "Si no cambian en un asunto para mí fundamental, no. Yo también tengo mis líneas rojas", "¿Y cuál es ese asunto, si puede saberse?", "Permitir que los catalanes digan si desean o no seguir formando parte del Estado español", "Pero eso es inconstitucional". "Sí, tan inconstitucional como juzgar al Jefe del Estado si delinque en su vida privada, cobrando, por ejemplo, comisiones ilegales o utilizando su influencia para hacer negocios", "Ni siquiera se le puede investigar", "Eso es lo que nos han hecho creer, ya veremos si se puede o no se puede con otra correlación de fuerzas en el Parlamento y sin tocar una coma del texto constitucional", "Pero la independencia de Cataluña sí está claro que no es posible, la soberanía reside en el conjunto del pueblo español", "Completamente de acuerdo. Pero una cosa es declarar la independencia y otra distinta una consulta sobre si desean o no la independencia. Esa consulta, para ser legal, solo necesita la autorización del gobierno. Lo que venga a continuación dependerá del resultado. Si una mayoría está a favor, los pasos siguientes irán encaminados a la reforma del texto constitucional (algo perfectamente constitucional), y si no está a favor, pues se acabó el problema por una larga temporada". "Tú lo ves muy fácil. Un proceso semejante desencadenaría pulsiones violentas. No todo el mundo es tan racional como tú", "Lo sé de sobra; también hay gente tan poco racional como Félix de Azúa", "Creo que representa mejor que tú el sentir común de los españolitos de a pie", "Yo tengo mejor opinión de mis paisanos. Y también mejor opinión de mis país, España, que esos patriotas que creen que formar parte del Estado español es una condena que debe hacerse cumplir por la fuerza, incluso contra la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, y no un honor". "Muy patriota te veo", "La verdad es que yo me considero un nacionalista español y precisamente por eso respeto a todos los nacionalismos como quiero que se respete el mío".


Viernes, 6 de junio
AZÚA, NISMAN Y LA PERDIZ

Mi amigo argentino Pablo Anadón, acérrimo adversario de los Kirchner no tiene ninguna duda de que la muerte del  fiscal Alberto Nisman fue un crimen de Estado. Cada día aparece una nueva noticia que se lo confirma: los policías habrían limpiado la sangre del arma utilizada “con papel higiénico”; según el informe preliminar de los peritos; tras la muerte del fiscal, se habría entrado hasta sesenta veces en su ordenador. O sea, que los presuntos asesinos eran tan torpes que dejaron la pistola llena de huellas (no utilizaban guantes) y tuvieron que sobornar a algunos policías para que las limpiaran; y luego, al parecer, se entretuvieron consultando en el ordenador del muerto las páginas de los diarios La Nación y Clarín y consultando el correo. A esos impacientes o aburridos asesinos solo les faltó entrar en Facebook.
            Me temo que a mi amigo Pablo Anadón, tan admirable poeta,  la pasión política le ha convertido en un Félix de Azúa.
            Me aterra pensar que yo pueda acabar de la misma manera. De momento, parece que no. Mi hipótesis inicial de que lo que parecía un suicidio era, en realidad, un suicidio sigue sin ser invalidada, por mucho que se intente, como en los atentados de Atocha, marear la perdiz. 


Nadie lo diría: En el poder y en la oposición

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Domingo, 7 de junio
LECCIÓN DE MAGIA

Los tejados de La Habana vieja y el niño que en la destartalada terraza amaestra a las palomas. Desde los primeros planos, Conducta, la película de Ernesto Daranas, nos atrapa con la magia del cine de otro tiempo, ese que nos hace soñar y llorar y ver la realidad como no la habíamos visto nunca.
            Lo tiene todo Conducta para seducir: el héroe es un niño heroico y pícaro como Huckleberry Finn; hay una maestra ejemplar que choca con la burocracia; se nos muestra el pequeño mundo de un colegio y La Habana de hoy, desastrada y esperanzada; la crítica política se entremezcla con el melodrama, pero no es una película de buenos y malos… Y sin embargo la sala de cine, en la hora estelar del domingo, estaba medio vacía. Cierto que la película también la podemos descargar gratis en el ordenador, e incluso en el teléfono. ¿Pero es la misma película? No sé yo si la misma comida sabe igual servida en la mesa elegante de un buen restaurante que devorada con prisa y de cualquier manera en una esquina de la calle.
            Nada más salir del cine mando un mensaje a varios amigos aconsejándoles que no se la pierdan. Pero sé que es inútil. Se la perderán. O perderán la ocasión de verla en todo su esplendor: el cine de hoy tiene la mala costumbre de pasar una sola vez en la vida por la pantalla grande.
            Yo no creo que olvide fácilmente la historia de Chala, el niño condenado a la delincuencia, ni la de Carmela, su maestra, que se empeña en librarle de esa condena. Luego, antes de dormirme, leo a Leonardo Padura para seguir paseando por La Habana vieja.

            
Lunes, 8 de junio
LOS BUENOS DÍAS PERDIDOS

“¿Recuerdas aquel tiempo en que no existían los teléfonos móviles y los profesores universitarios teníamos tres meses de vacaciones?”, me pregunta un amigo con el que me cruzo mientras atravieso apresurado la ciudad para no llegar tarde al tribunal de Trabajos Fin de Grado del que formo parte.
            Lo recuerdo, lo recuerdo, pero me parece ya tan remoto “como el paso de Aníbal por los Alpes”, para decirlo citando una vez más a Borges.


Martes, 9 de junio
ENFADOS DE MAL PERDEDOR

Por un voto no pasa a la final el candidato que yo apoyaba en el premio Princesa de Asturias. Marcho del Reconquista agotado, como si la reunión, que empezó a las doce de la mañana, hubiera durado semanas enteras. También malhumorado, como si se tratara de un fracaso personal o si hubiera perdido mi equipo favorito.
            Antes de recuperar mis costumbres tomando un café en Vetusta, paso por la librería Ojanguren y me hago con La inmensa soledad, de Frédéric Pajak, un libro que estaba deseando leer porque sus protagonistas son Nietzsche y Pavese y la ciudad de Turín, en la que uno se volvió loco, el otro se suicidó y en la que Pajak, como yo, se sintió huérfano y solo.
            La infinita soledad: dibujos en tinta china de una ciudad que de pronto se convierte en cualquier ciudad, versos y fragmentos de desolada lucidez, vidas que se entrecruzan sin haberse cruzado nunca. Y de pronto, al atravesar el túnel de San Gotardo, Nietzsche que se pone a cantar, con extraña melodía, un poema dedicado a Venecia: “Apoyando mis brazos en el puente, / estaba solo en la noche oscura, / cuando vino hacia mí un cantar lejano: / gotas de oro caían / del cielo sobre el agua / y en la ebriedad de la noche / flotaban luces, músicas y góndolas…”
            Había decidido no ir a cenar con el resto del jurado, tal como estaba acordado. Prefería darles plantón y quedarme solo. Pero de pronto me di cuenta de lo ridículo de mi actitud. Pase que uno sea un mal perdedor y que tenga algo de niño malcriado, pero conviene disimularlo.
             En casa Gervasio no tarda en desaparecer mi mal humor. Xuan Bello nos contó, como solo él sabe hacerlo, mil y una anécdotas del local: “Aquí durante la Revolución del 34 se reunió el soviet de la Argañosa, de aquí partió con sus compañeros Aida la Fuente, que solo tenía quince años, para morir luchando en San Pedro de los Arcos”. Nos lo contó todo con precisos detalles, con los detalles exactos que a mí tanto me gustan. Se había documentado bien para un libro que, según nos dijo, le encargaron hace algún tiempor sobre la Revolución del 34, aunque finalmente no llegó a escribirlo. (Mientras Xuan habla, me entero, consultando en el teléfono la página web de la sidrería, que esta no se abrió hasta 1935, pero no digo nada para no estropear la magia del relato.)


Miércoles, 10 de junio
VETOS Y OTRAS TONTERÍAS

Me temo que los escritores somos todos iguales. Hojeo los diarios asturianos para ver la información sobre el premio Princesa de Asturias, que se acaba de conceder a Leonardo Padura (mi favorito una vez descartado Mayorga) y en uno de ellos, en el que yo colaboré durante muchos años y hasta hace poco, veo que han recortado cuidadosamente la foto del jurado para dejarme fuera. Se lo muestro divertido a Rosa Navarro Durán. “El que te tachen significa que no te ignoran”, dice ella y eso halaga mi vanidad.
            Espero no acabar como José María Álvarez que, en su reciente libro de conversaciones con Alfredo Rodríguez, presume de ser un poeta ninguneado por la España oficial porque, hace no sé cuántos años, en no sé qué periódico, hablaron de los nueve novísimos y se olvidaron de su nombre y otra, en el catálogo de una colección de poesía no mencionaron un libro suyo.   


Jueves, 11 de junio
UN MAL ABOGADO

“Te veo cada vez más institucional, amigo Martín”, me dice un amigo. “Es posible, muy institucional y nada gubernamental. En el poder y en la oposición tituló uno de sus libros Azaña. Yo nunca me he metido en política, como aconsejaba aquel general, pero siempre he simpatizado con unos o con otros, unas veces con los que estaban en el poder y otras con los que estaban en la oposición. Mis simpatías ahora las comparten el Jefe del Estado y los partidos emergentes. Sospecho que no soy demasiado original”. “O sea que te has vuelto monárquico”. “No exactamente”. “Ya, no eres monárquico, pero eres felipista, como otros antes eran juancarlistas. La cuestión es estar con el que manda”.
            Con el anterior rey no estuve nunca, ni cuando todos le elogiaban ni cuando se atrevieron a arrojarle la primera piedra. Pero comprendo a los que durante tanto tiempo se creyeron la historia del gran estadista. Nos mintieron, eso es todo. Y en esa mentira estuvieron implicados los políticos de la transición y los periodistas que predicaban la transparencia. Por eso a mí me gusta repetir que en la España que viene no tienen sitio los políticos que fueron algo durante el juancarlismo, todos cómplices por acción u omisión. Como carezco del don de la diplomacia y del sentido de la oportunidad, esto se lo dije también, en una de las comidas de los premios, a José Luis García Delgado, secretario del jurado. Él no estaba de acuerdo: “Durante el reinado de Juan Carlos hubo muchas cosas buenas, no se puede tirar todo a la basura, él mismo fue un gran Jefe del Estado, aunque finalmente no se mostrara ejemplar, pero la vida privada no tiene que ver con la pública”. “Bueno, eso habría habido que recordarlo cuando se lapidó a Jordi Pujol a propósito de una herencia andorrana…”
            Y seguí por ese camino irritando cada vez más a mi interlocutor. Lo que tenía que haber dicho es que, claro que hubo cosas salvables en aquel tiempo, empezando por la revista Cuadernos del Norte, en la que él tuvo casi tanto que ver como Juan Cueto, y por la Universidad Menéndez Pelayo, de la que fue rector en su mejor momento.
            Yo soy especialista en tirar piedras contra mi propio tejado. Se me ocurrió que este año, para visualizar que no solo los premios cambian de nombre, sino que también comienza una nueva etapa de la historia de España, deberían dar un giro, dejar de concederse a muy ilustres nombres extranjeros posibles premios Nobel. Mejor un escritor español, representante de un género que parecía cada vez más marginal y marginado, pero que ha recuperado sus bríos y que hoy está más vivo que nunca: el teatro. Y nadie mejor que Juan Mayorga para representarlo. Antes de las reuniones del jurado, hablé con unos y con otros y bastantes se mostraron conformes. Sabía de sobra que, durante las deliberaciones, si yo no lo defendía, podía ganar o no ganar, pero que si lo defendía seguro que no ganaba. Y no pude callar y dije lo que pensaba sobre la situación española, sobre el combate entre la vieja y la nueva política. Y lo que conseguí fue poner en guardia a algunos miembros del jurado y que, por un voto, Mayorga quedara descolgado de las votaciones decisivas. Alguno debió pensar que era el candidato de Ciudadanos o, peor aún, de Podemos. Con mi defensa conseguí exactamente lo contrario de lo que pretendía. Quizá podría haber sido un fiscal, pero como abogado defensor no tengo nada que hacer.


Viernes, 12 de junio
AÚN NO ME HE ACOSTUMBRADO

Uno nunca se cansa de ser admirado, pero qué pronto de admirar.
            No es cierto que yo sea de esas personas que siempre quieren tener razón. Nada me gusta más que rectificar, pero los demás se empeñan en no darme motivos para ello.
            Procuro no encariñarte demasiado con nadie, ni siquiera conmigo mismo: también acabaré abandonándome.
            Qué bien se vive en las ciudades donde uno no vive.
            Era tan desconfiado que cuando se enamoraban de él siempre pensaba que le confundían con otra persona.
            El perfecto vanidoso no necesita los elogios de nadie. Le basta con los suyos propios.
            No comprendo como hay gente que puede vivir sola. Yo llevo haciéndolo durante casi medio siglo y aún no me he acostumbrado.


Nadie lo diría: Vivir para contarlo

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Sábado, 13 de junio
NADIE MÁS CORTEJADO NI MIMADO

Para cualquier escritor, pasearse por la Feria del Libro de Madrid supone un ejercicio de modestia. ¿Cuántas editoriales están representadas en estas casetas? ¿Trescientas, cuatrocientas?
            Me paso la vida leyendo y a muchas de ellas ni siquiera las había oído nombrar. Es posible que en España se lea poco, pero en compensación se edita mucho. La minoría lectora está bien atendida. Para cada momento del día, para cualquier curiosidad por rara que sea, para el cambiante capricho, tengo aquí la lectura adecuada. Aquí y en las maravillosas librerías de mi ciudad y en la gran librería que es actualmente el mundo, una librería de inagotable escaparate y punto de venta siempre abierto en cualquier ordenador.
            Es posible que hoy, salvo para unos pocos (todos ellos al servicio de los dos o tres grandes grupos editoriales con vocación de monopolio), escribir en España sea llorar, como en tiempos de Larra. Leer, en cambio, sigue un placer promocionado, subvencionado e impune. Nadie más cortejado ni mimado que los lectores, privilegiada especie a la que me honro en pertenecer desde que tenía más o menos tres años.


Domingo, 14 de junio
EL GENEROSO AZAR

Me levanto temprano, como es mi costumbre. A las doce he quedado con una amiga en la plaza de Chueca. Hasta esa hora no tengo nada que hacer. Paseo solo por calles frescas y soleadas. Nunca he vivido en esta ciudad y por eso no tiene para mí el óxido de la costumbre, siempre parece que la acabo de estrenar.
            Cada rincón me recuerda un pasaje de la historia de España o de historia de la literatura. Aquí mataron a Prim; un poco mas allí daba órdenes Azaña para acabar con la sublevación de Sanjurjo sin que le temblara la mano que sostenía un cigarrillo; en esa esquina donde ahora venden iPads Manuel Bueno dejó manco a Valle-Inclán. Y siempre que paso por la Puerta del Sol me viene a la memoria la famosa décima de Fray Luis: “Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado…”
            Entro en el mercado de San Antón, antes de llegar al lugar de mi cita. Recuerdo que la última vez que estuve en Madrid, cuando la comida en el Palacio Real, estuve en él con Andrés Trapiello. Ayer publiqué una reseña de su versión del Quijote, tan promocionada por todos los medios (el grupo Planeta sabe hacer las cosas) y sobre todo por el propio autor, que incluso a mí me convenció de las excelencias del libro. Lo llevaba en el teléfono y me fue mostrando diversos pasajes y ponderando los aciertos de su versión.
            Yo comencé a leerla con la mejor voluntad del mundo, pero a las pocas páginas, para decirlo con una expresión de otro tiempo, se me cayó el alma a los pies.
            Trapiello no solo pone en español contemporáneo los pasajes ininteligibles hoy en día, sino cualquier otro que no se ajusta, según él, al español actual. Dice que se pasó catorce años reescribiéndolo. Yo creo que cualquier aplicado becario, sin más ayuda que una buena edición (las de Francisco Rico, por ejemplo), podía haber hecho en unos pocos meses  una versión más respetuosa con Cervantes y con el lector. Estas cosas, por supuesto, las pienso, pero no las digo en la reseña, que intento que sea todo lo amable posible sin mentit a los lectores.
            Cuando paso por la Feria, le enseño el suplemento del diario a Abelardo Linares y él me dice que mis reparos resultan poco convincentes, que está más de acuerdo con Trapiello que conmigo. Eso me tranquiliza. “Además –añade–, a ti no te van a hacer ningún caso, harán más a Vargas Llosa y a El País que a ti y El Comercio”.
             En este mes de mi cumpleaños ando coleccionando regalos y ahora se me ocurre que el no ser un escritor de éxito, el no depender del mercado, es otro regalo más, contra lo que pudiera parecer. Y no es que a mí me moleste el éxito, para que nos vamos a engañar. Pero prefiero no tenerlo a la obligación de ser disciplinado, como ciertos buenos amigos míos, con lo que conviene elogiar y con lo que no.
            El azar sigue mostrándose generoso conmigo. El año pasado me regaló un rey y este más de trescientos alcaldes de un nuevo estilo, el que a mí me gusta. Entre ellos, Manuela Carmena. Y en el último momento, cuando no me lo esperaba, Oviedo se libra, gracias a la generosidad de Podemos, de la condena impuesta por el sectarismo de la Federación Socialista Asturiana.
            Un día feliz el pasado sábado. Hasta Nueva York, representada por su diarista favorito, Hilario Barrero, se acerca a felicitarme. Su llegada a mi hotel coincide con la de un grupo de ciclistas desnudos que protestan contra no sé qué. Hilario les hace fotos y luego me entrega una copia. “Solo en la antigua Grecia podríamos encontrarnos una estampa así, si exceptuamos el pequeño detalle de que Sócrates y sus discípulos no andaban en bicicleta”.


Lunes, 15 de junio
VENTAJAS DE SER INSIGNIFICANTE

Ya ha leído Trapiello mi reseña y no se la toma demasiado a mal. Es suficientemente listo como para saber que en la venta del libro, que es lo que importa, influyen más artículos como el de Fernando Aramburu hoy en El País, tan graciosamente inane, que cualquier razonado análisis de quien ha leído atentamente su versión. Es la ventaja de ser insignificante: uno puede hacer tranquilamente su trabajo, decir la verdad, y no molestar lo más mínimo a los amigos escritores. Cosa que, contra lo que pudiera pensarse, últimamente me preocupa bastante.


Martes, 16 de junio
DOS CHISTES Y UNA PARADOJA

¿La pasión política nos vuelve idiotas? Parece que sí, sobre todo si a la pasión política se añade el miedo a perder no sé qué ancestrales privilegios.
            Resumo la historia para los hipotéticos lectores del futuro, menos obnubilados que mis contemporáneos. Resulta que allá por 2011 un escritor treintañero, parece que en medio de un debate sobre la libertad de expresión, reprodujo unos chistes de dudoso gusto y ofensivos para las víctimas de holocausto y de otros crímenes.
            El sábado pasado ese joven se convierte en concejal del Ayuntamiento de Madrid y para desprestigiarle a él y a lo que representa salen a la luz esos viejos comentarios. Y lo que en 2011 pudieron leer unas docenas o unos cientos de personas ahora periódicos, radios y televisiones lo ponen al alcance de cientos de miles.
            El concejal novato se explica una y otra vez, pide perdón a todos los ofendidos posibles. Pero no hay piedad. La derecha y la izquierda (la derecha de siempre y la antigua izquierda) piden que corra la sangre. Que dimita de sus cargos, que se retire de la vida pública. Y a la vez que lo exigen ofenden reiteradamente a quienes dicen defender. ¿O es que el chiste del cenicero solo es ofensivo si lo copia en su twiter alguien que años después llegaría a ser concejal y no lo es si lo reitera en su periódico, por citar un ejemplo, Antonio Caño?
            Hoy mismo lo vuelve a repetir (páginas 16 y 17 de la edición impresa) en un artículo de Bruno García Gallo y en otro firmado directamente por El País. Este último, un breve suelto, lo recorto y lo fotocopio para mi antología de dislates periodísticos y tambièn para la de paradojas. Se titula "La policía indaga si los tuits de Zapata son delictivos" y comienza glosando ese titular: "La Policía Nacional está analizando los mensajes publicados por Guillermo Zapata, exconcejal de Cultura en el Gobierno municipal de Manuela Carmena, por si constituyeran delito, según informaron a Efe fuentes policiales". Y a continuación reproduce una vez más (ya lo habían hecho en la página anterior, como dije) los dos chistes ofensivos. ¿Y no se pone de inmediato la Policía Nacional a indagar si esos mensajes publicados por El Paísson delito? ¿O solo ofenden a las víctimas si quien los publica llega a ser concejal de un partido al que hay que desprestigiar por todos los medios, incluidos los legales?
            Españolito de dentro de unos años, así de irracional era el comportamiento de tus paisanos de 2015. A nadie le sorprendía que se intentara acabar con la carrera política de una persona por hacer hace años, cuando no era político, algo que quienes le acusan hacen hoy una y otra vez y con alevosía y publicidad: repetir un ofensivo mal chiste.


Miércoles, 17 de junio
AQUEL  AMANECER

Cortesía de mi amigo Lino, de Italia me llega, vía Amazon, Se Venezia muore. Venecia siempre se está muriendo, pero sospecho que es uno de esos enfermos que gozan de una mala salud de hierro. Salvatore Settis habla de muchas cosas más, y lo hace con erudición e inteligencia, pero insiste sobre todo en dos peligros: el descenso de la población y el exceso de turismo. Venecia parece irse quedando sin venecianos: los algo más de cien mil de 1971 se han reducido a la mitad. ¿Culpa del exceso de turismo? Los excesos siempre son malos, pero los turistas son tan necesarios a Venecia como el agua de sus canales: sin ellos hace tiempo que se habría venido abajo, no habría dinero suficiente para sostener en pie sus palacios y sus iglesias, apenas habría trabajo para nadie, todo el veneciano que pudiera se iría a vivir a terra ferma (y por cierto el municipio de Venecia no pierde población, solo que la mayoría ha dejado de vivir en el centro histórico, como en tantas otras ciudades).
            ¿Qué era Venecia cuando Lord Byron se fue a vivir a ella? ¿Qué era durante su lento declive a lo largo del siglo XVIII? Pues lo que son hoy ciertos países proclives al turismo sexual y a la mano de obra barata. Un inglés de hace doscientos años podía alquilar por muy poco el piano nobile de un palacio y tener tantos criados mal pagados y amantes como quisiera, todos ellos venecianos. ¿Esa es la época dorada que añoran quienes ahora abominan del turismo? Yo tengo la sospecha de que, dejada solo en mano de los venecianos, Venecia habría desaparecido hace tiempo. Es el amor y la fascinación del mundo, el denostado turismo, lo que la mantiene en pie.
            Cierro los ojos y vuelve a deslumbrarme un amanecer veneciano que no se termina nunca.

Me despertó la luz de la mañana,
súbita, inesperada, prodigiosa,
la luz exacta de aquel distante día
en que sonó un fíat lux y nació entera
cuando aún no había ojos que la vieran
y nada más que ver sino ella misma.
En la ventana abierta sonreía,
se bañaba en las aguas del canal,
acariciaba tu cuerpo desnudo,
todavía dormido junto a mí,
y en mis ojos había orgullo y pasmo,
los mismos con que Dios por vez primera
miró su obra y se admiró en ella.


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