Sábado. 22 de marzo
NO QUIERO SER FELIZ
Como me gusta llevar cuenta de todo, repaso mis apuntes y llego a la conclusión de que perder la cabeza, lo que se dice perder la cabeza por amor, solo la he perdido siete veces. Las otras veces jugaba solo a perderla, hacía literatura, buscaba únicamente tener algo que contar.
Y ahora me miras, y sonríes, y qué ganas me entran de arrojarme de nuevo al agua. Pero recuerdo a tiempo que no sé nadar. Y además, a cierta edad, da un poco de pereza ser demasiado feliz.
Domingo, 23 de marzo
TINTÍN EN ZUBROWKA
Juguetona, tintinesca, con su inteligente mezcla de parodia, nostalgia y folletín, El Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson, me recuerda que sigo siendo un niño al que nada le gusta más que el que le cuenten una buena historia.
Una historia de iniciación, que son las que a mí más me gustan, la historia de cómo llegar a ser un hombre cabal.
Yo también, como Zero, el joven huérfano, el aprendiz del Gran Hotel, he llegado a ser el que soy porque en el momento justo conocí a Monsieur Gustave. O quizá solo lo soñé, como lo soñó Wes Anderson mientras leía a Stefan Zweig.
Lunes, 24 de marzo
ABDUCCIÓN
Las charlas de los sábados en Avilés con mi amigo José Manuel Feito –a veces incluso comentamos el sermón que ha preparado para el domingo, siempre lleno de inteligentes citas literarias– me han aficionado a la lectura de libros de teología, esa rama de la literatura fantástica. Releyendo hoy las cartas a los Corintios de San Pablo me encuentro con lo que no sería demasiado aventurado tomar como el relato de una abducción: “Yo sé de un hombre en Cristo que hace catorce años, si en cuerpo no sé, si fuera del cuerpo no sé, Dios lo sabe, fue elevado al tercer cielo. Y yo sé de este hombre, si en cuerpo o fuera del cuerpo no sé, Dios lo sabe, que fue elevado al Paraíso y oyó arcanas palabras que al hombre no está concebido escuchar”.
Quizá fue el encuentro con un ovni lo que hizo a San Pablo caer del caballo; quizá toda su doctrina no es más que una reelaboración de lo que escuchó en aquella nave a la que fue llevado, no sabe si en cuerpo y alma o fuera del cuerpo.
Miércoles, 26 de marzo
CHARLA EN LA CORTE
“Yo creo que la capacidad de decir tonterías del ser humano aumenta exponencialmente con la edad y con la cultura”, afirmo con mi rotundidad acostumbrada tras dejar a un lado el periódico.
–-Ya sé por qué dices eso, Martín. Has vuelto a leer otra diatriba contra la decadencia de la ortografía de algún profesor.
––No, no. Se trata de otra descerebrada profecía apocalíptica. El profeta, en este caso, es Dan Dennett, filósofo al parecer de cierto prestigio. Te leo el titular: “Internet se vendrá abajo y viviremos oleadas de pánico”.
––¿Y no lo crees posible? ¿No crees que dependemos demasiado de la Red ?
––Y del agua corriente y de la luz eléctrica. Y vaya si fastidian las averías, sobre todo cuando te estás duchando. Y no digamos los apagones, recuerda los famosos de Nueva York. Con frecuencia hay averías en Internet, pero son parciales. En casa de uno o en la Intranet de la Universidad. Pensar en que se pueda venir abajo en un momento la Red en todo el mundo es no saber como funciona Internet, y eso es grave para un filósofo. Pero además Dan Dennett da la impresión de que hace tiempo que ha perdido cualquier contacto con la realidad. Su mentalidad apocalíptica es todavía más infantil que las de los que predijeron el famoso efecto 2000. Mira su profecía: “En Estados Unidos todo se vendría abajo en cuestión de horas: te levantas y la tele no funciona. Obviamente no tienes línea en el móvil. No te atreves a coger el coche porque no sabes si ese va a ser tu último depósito de gasolina y los únicos que se han preparado para ello son todos esos chalados que construyen bunkers y almacenan armas. ¿De verdad queremos que ellos sean nuestra última esperanza?”. Resulta que ni siquiera recuerda que la telefonía y la televisión existían mucho antes que Internet y pueden seguir existiendo al margen de ella. Según Dan Dennett, es cuestión de tiempo que la Red vaya a caer. Debemos prepararnos para esa catástrofe, reconstruir lo que hemos perdido: “Antes solía haber clubes sociales, congregaciones, iglesias, etc. Todo eso ha desaparecido o va a desaparecer. Si tuviéramos otra red humana a punto… Si supieras que puedes confiar en alguien, en tu vecino, en tu grupo de amigos, porque habéis previsto la situación, ¿no estarías más tranquilo?”. Luego añade: “¿Quién compra música ahora? ¿Y libros? Lo mismo puede decirse del cine o de cualquier otra actividad artística”. A Dan Dennett, filósofo, parece que nadie le ha enseñado a razonar, que el hecho de que ahora se vendan menos libros no es sinónimo de que nadie compre libros. ¿Y qué es eso, cuando tanto auge alcanzan los más varios fanatismos, de que han desaparecido las iglesias? La gente, mucha gente, amigo Dan Dennett, sigue reuniéndose los viernes, los sábados o los domingos, en sus mezquitas, sinagogas o como llame a sus templos, para rezar en común, con Internet o sin Internet, y sigue habiendo clubs que reúnen multitudes, como los de fútbol, y seguimos confiando en los vecinos (en algunos vecinos) y tomando cerveza con los amigos… Pero ¿por qué digo yo estas obviedades? Pues porque un periódico serio publica esas declaraciones apocalípticas de un filósofo presuntamente serio y no las tira directamente a la papelera, como debería haber hecho.
–-Bueno, hablemos de otra cosa, qué emocionante el funeral de Suárez, que bueno que los españoles nos pongamos de acuerdo en respetar a alguien. Necesitamos ahora políticos como Suárez.
–-Qué historia la mitificación de Suárez, amiga Catarina; se estudiará pronto como un caso de interesada manipulación o de alucinación colectiva. Yo viví todo ese período y guardo periódicos y toda la documentación que he podido encontrar. Suárez como político no era más que una cara bonita. Fue el último presidente de gobierno de la Dictadura , tras Arias Navarro, nombrado por el rey con las leyes franquistas para facilitar el cambio a unas leyes nuevas que le permitieran seguir siendo Jefe del Estado. Hizo lo que le mandaron, ganó las primeras elecciones democráticas, organizadas por él mismo desde el poder, con el control total de la televisión pública, la única que existía, y de la antigua cadena de prensa del Movimiento (que solo desapareció con los socialistas). Y cuando terminó el encargo se creyó un estadista, pero era incapaz de gobernar; sin ideas, sin partido, sin el apoyo del rey. Por eso se vio obligado a dimitir. Todos los partidos políticos estaban de acuerdo con que España no podía seguir así. El descontento generalizado ante la ineptitud de Suárez alentó el golpe de Estado. Él seguía pensando que el cambio había sido cosa suya (creía que no era el figurín que ponía la cara, sino quien manejaba los hilos) y fundó otro partido político. Fracasó elección tras elección. Luego vino la enfermedad y su desaparición de la escena política. Y fue entonces cuando se convirtió en una figura manipulable por unos y por otros.
–-Pero eso que tú dices no lo dice nadie, amigo Martín.
–-Si no lo dicen ahora, lo han dicho, y lo volverán a decir, no te preocupes. Lee, o relee, Anatomía de un instante, de Javier Cercas, un libro al que no se le puede acusar de estar escrito en contra de Suárez, y verás cómo era la España de 1980, y verás cómo trataba el rey a una creación suya que se había creído la ficción de que era un estadista. La mitificación de Suárez no es más que un intento de santificar la Transición , ahora tan cuestionada. Veremos si lo consiguen. La gente no es tonta, dicen. Pero le gustan demasiado los cuentos de hadas, añado yo. Y abundan en exceso los que tienen alergia al pensamiento, y no ya entre la gente de la calle, sino entre los presuntos intelectuales, como Dan Dennett.
Jueves, 27 de marzo
QUIEN MANDA MANDA
Aunque se exilió a Argentina a comienzos de la guerra civil, y allí continuó hasta su muerte, Ramón Gómez de la Serna se mostró siempre decidido partidario del régimen de Franco. Desde Buenos Aires siguió escribiendo en periódicos españoles, como Arriba, que era el que más generosamente pagaba. Hubo un cambio de dirección en el diario falangista y, a los pocos días, Gómez de la Serna recibió una carta del nuevo director que le conminaba a que sustituyera sus “frasecitas”, que no interesaban a nadie, por artículos “como Dios manda” o se vería obligado a prescindir de su colaboración.
¡Que dejara de escribir “frasecitas”! Gómez de la Serna leyó una y otra vez aquella carta. No se la podía creer. ¡El nuevo director del periódico ni siquiera había oído hablar de las greguerías, ese invento del que él se sentía tan orgulloso, esa creación genial que le concedía un lugar de honor en la literatura del siglo XX! Estuvo una semana deprimido, sin ser capaz de escribir una línea. Pero había que comer… Y poco después reanudó su colaboración en Arriba con artículos como Dios manda.
He recordado esa historia al recibir un ukase de la dirección del periódico señalándome la conveniencia de que las entradas de mi diario hablen menos de libros. Yo no soy Gómez de la Serna , evidentemente, y la sugerencia me divierte. He respondido de inmediato: “Tomo nota”, pero lo que me habría gustado responder sería: “A sus órdenes”. Siempre he tenido el complejo de no ser un escritor como Dios manda, de no ser más que un aficionado. Nunca he tenido jefes, nunca he estado sometido a la tiranía del editor, siempre me he reído de las exigencias del mercado.
Me encanta jugar a ser un escritor profesional, a tener que aceptar las sugerencias del jefe si no quiero ser despedido. Y me alegra que, de momento, no me haya “sugerido” que hable menos de política, que es lo que más me divierte últimamente. Y lo que más lectores me resta, para qué nos vamos a engañar. Cada vez que defiendo algo tan obvio como el derecho de los catalanes (o de los asturianos) a opinar sobre su futuro político (tan obvio que hasta el Tribunal Constitucional ha tenido que admitirlo y recordar a los más papistas que el Papa que la Constitución no es inamovible), unos cuantos seguidores, españoles a machamartillo, deciden dejar de leerme. Creo que bastantes más que si hablo de libros, que a fin de cuentas es lo que mejor sé hacer. Pero quien manda manda. No soy yo nadie para llevarle la contraria a la superioridad, no vaya a ser que me despidan (claro que ya he tomado la precaución de cobrar unos honorarios simbólicos para que no resulte demasiado traumático).
Viernes, 28 de marzo
FRENTE A LA CATEDRAL
Entro por primera vez en el palacio de la Rúa , frente a la catedral, y paseo por el jardín en que Ana Ozores se sentaba a soñar mientras el Magistral la observaba desde lo alto de la torre. Mañana leeremos allí poemas y me gusta pensar que van a venir a escucharnos don Fermín de Pas, que no tendrá ojos más que para las modelos que nos acompañan, la Regenta , tímida y cabizbaja, y el catedrático don Leopoldo Alas, que convirtió a esta ciudad y nos convirtió a todos en un sueño suyo.