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A buen entendedor: Lágrimas de papel

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Sábado, 28 de septiembre
NADIE ESTÁ DE MÁS

“Hay un raro placer en no ser comprendido ni por los que te aman ni por los que te detestan”, escribió Nietzsche. Pero según pasan los años uno tiene la impresión de que todos le comprenden demasiado bien. Y sin misterio nos volvemos transparentes y prescindibles.
            Vuelvo a Nietzsche, siempre vuelvo a Nietzsche, ahora el pretexto es la selección de sus aforismos que acaba de publicar la editorial Renacimiento. Dos de los que más me impresionaron en mi adolescencia, y que no he olvidado desde entonces, no los he vuelto a encontrar:
“Nadie está de más en el mundo, pero sobramos todos”.
“Si Dios bajara a la Tierra y viera lo que había hecho, no podría perdonárselo jamás”.

Domingo, 29 de septiembre
COMO UN MAL SUEÑO

También se miente con la verdad, y yo soy especialista en ello. Dar la impresión de que se cuenta todo, incluso lo que menos nos beneficia, pero callar lo más importante, lo que no nos atrevemos a confesar ni a nosotros mismos. O sí, pero solo en las noches de insomnio, y luego tratamos de olvidarlo como un mal sueño.
            Eso fueron, un mal sueño, los días en la isla, cuando yo había decidido romper con todo y tú no tenías nada con lo que romper. El olor y el sabor del verano, las aguas tan azules, el velero con el que recorríamos los dispersos islotes, las calas escondidas, la ermita remota y blanca en lo alto de una colina, el rebaño de ovejas virgilianas.
            Los días en la isla, la súbita tormenta que estuvo a punto de hacernos naufragar, el sabor de los higos, de las uvas, del queso y de la miel, de la soledad lentamente saboreada en las noches claras en que brillaban todas las estrellas.
            Incluso cuando llegaron los días desapacibles del invierno, cuando soplaba el ventarrón y la lluvia era un látigo helado, era grato quedarse en casa, junto al fuego, que a veces tardaba en encenderse y llenaba de humo toda la gran cocina aldeana. O salir al jardín, cuando la lluvia cesaba, a tratar de arreglar un poco los desperfectos.
            Leíamos mucho aquellos días, había tiempo para todo. Recuerdo que tú siempre volvías a un largo poema de Lord Byron, su Don Juan, y de vez en cuando te entretenías en traducir al castellano una octava que te parecía especialmente brillante. “Amo el amor y soy correspondido”, comenzaba una de ellas, al menos en tu versión.
            Recuerdo aquellos días en la isla, los días más felices de mi vida. No teníamos teléfono, todavía no se había inventado los teléfonos móviles, solo había un teléfono público en la isla, apenas si teníamos noticias del mundo, la radio la encendíamos solo para escuchar música.
            Todos los días eran iguales y ningún día era igual a otro. Antes de cerrar los ojos cada noche, para ser consciente del prodigio, para no darlo por consabido, me repetía, a modo de oración, unos versos: “Tantos años que pasaron / con mis soledades solo / y hoy tú duermes a mi lado”. Y al despertar, por unos interminables segundos, siempre temía que todo hubiera sido un sueño. Pero no, ahí seguías, durmiendo feliz (siempre te despertabas mucho después que yo).
            No, tú no eras un sueño y, sin embargo, todo fue un sueño.
            Un mal sueño. Todavía no me explico cómo pudo ocurrir semejante metamorfosis.
            La vida es un mago bromista que gusta de hacer esos trucos, de gastarnos esas bromas.


Lunes, 30 de septiembre
SOBRE EL AMOR

Según he ido perdiendo la capacidad de estar enamorado, he ido perfeccionando mi capacidad de fingirlo.
            No me gusta enamorarme a menos de estar seguro de que no voy a ser correspondido.
            Yo no le doy más importancia al sexo que a beber un buen vaso de agua cuando se tiene sed.
            ¡Aquel vaso de agua fresca y perfumada una sofocante tarde de verano, cerca de la casa en que vivió Leopardi, tras volver de una excursión al Vesubio!
            Pero según van pasando los años, hasta el agua fresca parece que pierde sabor.
           
Martes, 1 de septiembre
VOY CONTRA MI INTERÉS AL CONFESARLO

Nadie mínimamente decente puede ser feliz, y yo lo soy a menudo.        
            Tener razón es una vulgaridad, pero a mí me encanta.
            En los duelos verbales nunca tiro a matar, me conformo con hacer sangre.
            Hablo para no tener que escuchar.
            Cuanto más me conozco a mí mismo, más me gusta mi gato.
            Odio el silencio: está lleno de ruido.
            Mi deporte favorito es decir lo contrario de lo que pienso.
Cuando quiero hacer el bien, todo me sale mal.
            Tener éxito es otra vulgaridad igualmente encantadora.
            Nada me divierte más que, después de una buena noche de sueño, observar la cara de los que han pasado la noche divirtiéndose; soy así de sádico.
            Puedo prescindir de cualquier cosa, salvo de mis caprichos.
            Sin espolvorearla con un poco de tontería, la inteligencia no sabe a nada.

            
Miércoles, 2 de septiembre
NEGOCIOS RAROS

Al llegar a las siete en punto de la tarde a la cafetería de costumbre a tomar el café de costumbre, la encuentro cerrada. ¿Avería, cierre definitivo? No veo ningún cartel, pero no me extrañaría nada esto último. Mis amigos se ríen de mí porque dicen que cierro todos los locales que frecuento (el más reciente, de esta misma cadena, hace pocos meses en la calle del Rosal). Y lo que ocurre es que, como soy tan rutinario, siempre sigo a bordo hasta que el barco se hunde.
            El naufragio de hoy se veía venir desde hace tiempo. El nuevo gestor parecía empeñado en espantar a los clientes, abundantes hasta hace bien poco, hasta que se hizo con el negocio. Recurrió a todas las artimañas, la más eficaz poner dos televisores enfrentados, cada uno en un canal distinto y siempre en marcha y con estridente sonido aunque nadie los mirara (nunca nadie los miraba) y, por supuesto, acompañarlos con un no menos disonante hilo musical. Recuerdo que un día de verano sofocante, más sofocante todavía el local que la calle, al entrar a la hora en punto para comenzar la tertulia, preguntamos: “¿No funciona el aire acondicionado?” Y el camarero respondió: “Funciona, pero el dueño nos ha prohibido ponerlo en marcha”.
            “Qué raro personaje empeñado en tirar piedras contra su propio negocio”, pensé yo, no menos raro que él, empeñado en ser fiel a mis rutinas contra viento y marea.
            ¿Y cómo soportas una vida tan monótona?, me preguntan a veces quienes me conocen poco. Yo sonrío y no digo nada. Pongo todo mi empeño en evitar el más mínimo cambio y aún, en ventitrés mil ciento dos que llevo de vida, no he conseguido un día igual a otro.
            Nada más cotidiano que el asombro y la aventura, nada más imposible que la monotonía.


Jueves, 3 de septiembre
ILUSIONISMO

Me divierte el programa Brain Games, de National Geographic, y me enseña a conocerme un poco mejor. Viendo lo fácil que resulta engañar a nuestro cerebro –al menos para Apollo Robins, “especialista en el engaño”–, lo extraño es que alguna vez estemos en lo cierto, seamos capaces de conseguir que la realidad no nos dé gato por liebre.
            No se puede ser realista sin mucha imaginación. Y la imaginación nos gasta a veces malas pasadas.
            Yo hago recuento de mi vida a menudo y el resultado pocas veces es el mismo. Hay días en que el saldo resulta negativo, hay días, como hoy, en que llego a la conclusión de que, si no en todo (tampoco hay que exagerar), sí que me he equivocado en todo lo verdaderamente importante.
            Sabemos que ahí fuera hay algo, pero no sabemos qué. Lo que pasa dentro de las cabezas de los otros es un misterio. Cuando esperamos una sonrisa, nos encontramos con un mordisco. Y quien parecía no poder prescindir de nuestra compañía cualquier día, cuando menos lo esperamos, se aleja sin despedirse.
            También es un misterio para mí lo que pasa dentro de mi cabeza, ese laberinto de espejos. Esta noche me siento estafado y yo mismo soy el estafador. Me he creído todos los cuentos que me contaba.
            Los días más felices de mi vida no han existido nunca.


Viernes, 4 de septiembre
LLORO SOBRE TU HOMBRO

Van y vienen las lecturas. Tenía olvidado a François Mauriac, que leí con pasión en la adolescencia, y ahora una película de Claude Millar, Thérèse Desqueyroux, me hace volver sobre los tomos de tapas azules de sus obras completas. Abro al azar uno de ellos y me encuentro con la siguiente anotación del Diario de un hombre de treinta años: “Tarde chorreante de lluvia, tenebrosa y solitaria. Si quisiera telefonear a un amigo para que viniera a acompañarme, no hallaría un solo nombre”.
            ¿Lo hallaría yo? La verdad es que siempre estoy dispuesto a dejar que alguien llore sobre mi hombro,  pero no me veo llorando sobre el hombro de nadie.
            Soy incapaz de abrir en privado mi corazón, pero en público no tengo ningún problema.
            Lo que no le cuento a nadie, con un papel por delante se lo cuento a todos.
            Mis lágrimas son siempre lágrimas de papel.









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