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Al servicio de quien me quiera: Trébol

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Sábado, 26 de abril
VOTO SECRETO

No tengo mucha experiencia como jurado de premios literarios, pero alguna tengo. Cosas de la edad. Y una de las cosas que he aprendido es que conviene darse cuenta de cuándo juega uno en campo contrario.

Participé el lunes pasado, por Zoom, en el primer premio Gonzalo de Berceo que organiza el gobierno de la Rioja. Éramos cinco y tenía dos a favor y dos en contra; dos miembros del jurado en los que puedo influir algo, los dos escritores de la casa, y dos en contra: Amalia Bautista y Juan Bonilla, a los que apoyé en sus comienzos, pero que parecen tener cierto resquemor contra mí porque creen que ya no los admiro tanto como los admiraba. Y puede que sea cierto o que sean ellos los que me admiren menos a mí.

De Juan Bonilla, muy en su papel de escritor profesional, es una frase que yo repito a menudo: “No me importan nada lo que escribas de mis libros, porque ni tus elogios me hacen vender un ejemplar más ni tus reproches un ejemplar menos”.

Cuando juego en campo contrario, me cuido mucho de mostrar mi interés por el libro que más me interesa. Elogio cualquier otro para que no se lancen en contra quienes me detestan.

Esta vez tenía dos libros favoritos, uno de Jesús Beades, que no sé si se ajustaba mucho a las bases, porque bastantes de sus poemas ya habían sido publicados (uno de ellos, “Ángel y Heráclito”, forma parte de mi antología particular desde que lo leí por primera vez) y otro –creo— de Gabriel Insausti, a la vez muy personal y muy Borges y Miguel d’Ors.

Ninguno de ellos interesaba demasiado al resto del jurado. Antes de dar la batalla por perdida, propuse que las votaciones fueran secretas. Amalia Bautista y Juan Bonilla se negaron de inmediato. “Es para que cada uno vote en conciencia y no se dejé influir por el voto de algún nombre prestigioso”, dije. “¿Pero tú crees que lo que tú votes me va hacer a mí cambiar de voto?”, me replicó de inmediato Bonilla. Yo recordé lo que pasaba en el premio Esquío, presidido por José Hierro. Él era siempre el primero en decir a qué libro votaba y, salvo yo, que unas veces coincidía y otras no, los demás siempre secundaban su elección. Algo semejante me ocurrió la única vez, o casi la única vez, que participé en un premio de relatos, el Alberto Lista, de Sevilla. Había hablado antes con algún jurado y parecíamos estar de acuerdo en uno de los cuentos, pero el presidente, José Saramago, defendió otro, que resultó ser, creo recordar, del Marqués de Tamarón (no muy afín ideológicamente), y que acabó teniendo todos los votos menos el mío. Si la votación hubiera sido secreta, el resultado podía haber sido otro. Pero fue un buen resultado, como el de este premio, que se le concedió a Soles de medianoche, el tercero de los libros que yo llevaba como favoritos.

Domingo, 27 de abril
QUEVEDO ME ROBA

Esta tarde, antes del cine (fascinante, impactante, disparatada Los pecadores de Ryan Coogler, con la música como aliento del diablo), me he dejado acompañar al café por Quevedo en la nueva antología –tan precisa en la selección y sin más notas que las imprescindibles-- de Rosa Navarro Durán, Soy un fue y un será y un es cansado. Algunos poemas me los sé de memoria, pero todos los leo como si los leyera por primera vez. Y qué sorpresa al encontrarme entre sus versos con uno mío: “Bien sé que soy aliento fugitivo”. Cierra uno de los sonetos de Treinta monedas y dio título, Aliento fugitivo, a un cuaderno de poemas.

            Ya sé que el gran Quevedo escribió ese verso unos cuantos siglos antes que yo, pero a mí no me cabe ninguna duda de que es mío y no suyo.

Martes, 29 de abril
EN BROMA Y EN SERIO

--¿Y qué tal pasaste el susto de ayer, Martín?

            --En mi caso, se cumplió lo de no hay mal que por bien no venga. Como mis vecinos tienen cocina que funciona con electricidad y la mía lo hace con gas, pasaron a mi casa a preparar la comida. Además vinieron familiares suyos que tenían el mismo problema. Todo eran niños que entraban y salían. Siempre he tenido vocación de patriarca, así que mientras España desesperaba fui feliz.

            ---¡Siempre caes de pie! No sé cómo te las arreglas.

            ---También me llegarán mal dadas, como a todos, pero la verdad es que no tengo ninguna prisa. También viví un momento napolitano. Es un tópico criticar el caótico tráfico de Nápoles. Yo recuerdo que la primera vez que llegué, al salir de la estación, me quedé aterrado ante la plaza Garibaldi. No sabía cómo cruzar. Los coches no respetaban los semáforos ni los límites de velocidad. De pronto, vi a una mujer con un bebé en su carrito que se metía en la calzada. ¡Se la van a llevar por delante!, pensé. Pero no. Los automóviles se detuvieron a un lado y a otro como las aguas del mar Rojo para dejar paso a los judíos. Ahora los malignos semáforos que me encuentro al subir al centro no funcionaban. Uno de ellos, dura solo un parpadeo en rojo para los coches. En cuanto, dejas la acera para cruzar al ver el verde, se pone en ámbar para los conductores. Ellos lo interpretan como “no se detenga, acelere” y pasan rozándote la espalda, Por supuesto, antes de que llegues a la otra orilla, ya se ha puesto en rojo para ti, así que pueden atropellarte sin riesgo de multa. Se podrían hacer campeonatos para ver quién es capaz de cruzar mientras está verde sin tener que echar a correr. El otro semáforo, el del final de General Elorza, es un semáforo trampa. Dura una eternidad, Durante largo tiempo los coches que vienen de la derecha tienen el semáforo en rojo; de la izquierda, no viene ninguno porque tienen otro semáforo en rojo un poco más atrás. Los más impacientes comienzan a pasar, les siguen otros y en el momento en que se anima un matrimonio con niños se abre el distante semáforo y aparecen dos o tres coches a toda velocidad, como si estuvieran esperando el momento preciso para el homicidio impune. Se fue la luz y desaparecieron todos esos despropósitos. Los coches paraban educadamente en cuando veían a algún peatón que quería cruzar. ¡Qué maravilla! Parecía Nápoles.

            ---Nunca sé si hablas en broma o en serio.

Jueves, 1 de mayo
EL ALMA A LOS PIES

Pocos libros tan apasionantes como Primer cuaderno Borges de Roberto Alifano. Durante más de una década le visitaba casi todos los días, copiaba sus textos. En este tomo, habrá otros, cuenta su relación ente 1974 y 1976. Son años cruciales en la vida de Borges, por entonces moriría su madre, y en la historia de Argentina: muere Perón en la presidencia del país, le sucede Isabel Martínez de Perón, se gesta el golpe militar. Alifano es periodista y además de retratar a Borges traza un panorama de la situación que nos permite viajar en el tiempo. Cuando comienza el libro, Borges tiene exactamente la edad que yo tengo ahora. Eso le añade una resonancia particular a la lectura.

Alifano está fascinado por Borges. Pienso en el doctor Johnson y en Boswell, en Holmes y Watson. Pero de pronto, no encuentro mejor manera de decirlo, siento una bofetada. Borges habla de los seis esclavos que su familia tenía, de los muchos negros que había en Buenos Aires cuando él era chico y de cómo súbitamente desaparecieron.

            --Menos mal. Le digo con sinceridad, Alifano, que yo no soporto a los negros. Mi abuela contaba que había una familia encargada de venderlos, Esos negros eran como chicos o como animalitos. Tenían fama de ser muy haraganes.

            ---Y de los negros de Estados Unidos, ¿usted qué opina, Borges?

            ---No me gustan para nada, son pendencieros. Es gente rudimentaria y, por lo general, analfabeta. Viven en guetos donde los blancos no pueden entrar. En cambio, los negros si pueden entrar a los barrios blancos y obligadamente, por una causa de educación, los blancos deben respetarlos.

            ---Ahí disiento con usted, Borges. Yo recuerdo, estando en Washington, a un pobre negro que intentó entrar en un club nocturno y un grupo de blancos le pegaron una soberana paliza.

            Escucho esta conversación y se me cae el alma a los pies. Habla Borges de que había un diario, La voz del Norte, en el que los redactores tenían ilustres apellidos argentinos, Anchorena, Unzué, Mitre, pero eran todos negros, ya que tenían la costumbre de adoptar el apellido de la familia de la que habían sido esclavos. “Todos negros”, repite Borges y añade con una sonrisa: “Negros de mierda, por supuesto”.

            Borges aceptó una condecoración de Pinochet. Hay pocas dudas de que si el Ku Klux Klan hubiera organizado una comida en su honor también la habría aceptado, contento de estar entre caballeros.

Viernes, 2 de mayo
AL SALIR DE CASA
 

Hoy, al salir de casa, sin buscarlo, he encontrado un trébol de cuatro hojas. Si fuera supersticioso, me alegraría el día. No lo soy, pero me lo alegra igual.


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