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Los papeles perdidos: Lo que nunca he contado

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UN EPISODIO NACIONAL

Allá por el año 2002 o 2003, tuve una breve experiencia como guionista de televisión. Se puso en contacto conmigo Javier Lostalé, muy amigo por entonces del guionista principal de una serie titulada “Los papeles perdidos”. Pretendía dramatizar algunos episodios de la historia de España a partir de nueva documentación. El asesor histórico creo que era Ricardo de la Cierva.

Mis guiones, o proyectos de guiones, tenían que ver con anécdotas de la historia literaria, verídicas pero no siempre verosímiles. Ninguno de ellos fue aprobado. En un caso, al menos, me propusieron el tema. Lo recuerdo ahora, cuando leo en un tomo de Mundo Nuevo, encontrado en un mercadillo, la reseña de España trágica, el Episodio Nacionalen que se narra el asesinato de Prim.

Desde que apareció en 1909 corrió el rumor de que Galdós sabía mucho más sobre ese magnicidio y que lo calló, por temor o por respeto. Yo tenía que averiguar si había dejado alguna documentación que permitiera al menos intuir lo que había silenciado.

Por entonces Justo Jorge Padrón, un poeta incluido en mi antología Las voces y los ecos, me invitó a uno de los congresos que organizaba en Canarias. Acepté, aunque ya por esas fechas había disminuido bastante el aprecio que tuve por su poesía. Podía aprovechar el viaje para visitar la Casa Museo de Galdós en Las Palmas.

            El congreso resultó incluso peor de lo que yo temía. Cuando me invitaron, me dijeron que iban a asistir José Ángel Valente y no recuerdo qué premio nobel. Los únicos poetas que conocía de los que me encontré por allí fueron Jesús Munárriz, Manuel Rico y Antonio Enrique. Algo es algo. El programa, que no recibí con la invitación, confirmaba mis peores temores: el ochenta por ciento de las ponencias estaban dedicadas a la poesía de Justo Jorge Padrón.

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ENCUENTRO EN LAS PALMAS

De lo que supiera Galdós del asesinato de Prim, no averigüé nada nuevo, pero sí de otros crímenes que me tocaban más de cerca. Paseaba yo por la playa de La Puntilla, recordando los versos que le dedica el poeta Lázaro Santana, cuando se me acercó uno de los invitados al congreso.

            ---¿Aburrido?

            ---Como todos, no creo que haya mucha gente a quien le interese pasarse ocho horas durante ocho días escuchando hablar de la poesía de nuestro anfitrión.

            ---Usted es José Luis García Martín, ¿no? Usted a mí no me conoce. He publicado algunos poemas y un librito que ganó un premio extremeño, pero si estoy aquí es porque reseñé en el diario Lanza, de Ciudad Real, Los círculos del infierno. A usted le conocí en razón de mi oficio, ahora estoy jubilado. Si quiere, le invito a unas cervezas y le cuento mi historia. Yo fui policía, de la secreta, de la temida brigada político-social. Espero que eso no le asuste. No se preocupe de que le vean conmigo. Aquí no me conoce nadie y de mi antiguo trabajo no suelo hablar. Con usted voy a hacer una excepción.

            Naturalmente, lo primero que pensé fue largarme con cualquier pretexto. No me interesaba escuchar batallitas. ¿Qué tenía que contarme a mí un antiguo policía franquista? Pudo más la cortesía, o la curiosidad, y acabamos sentados en la terraza de un chiringuito.

            ---¿Le pegaron mucho cuando estuvo en la Dirección General de Seguridad?

            ---Prefiero no hablar de eso.

            ---Yo estaba entonces por allí, pero no fui de los que le interrogaron. Mi ocupación era otra. Estaba infiltrado en uno de los grupos literarios que jugaban, más o menos en serio, a hacer oposición. Tenía entonces veintipocos años, solo algunos más que usted. Había publicado tres o cuatro poemas sociales en revistillas multicopiadas de la época e incluso un soneto en Poesía española, la revista de García Nieto. Asistí a la tertulia de Angelina Gatell, una de las poetisas destacadas de la época, en la que a veces me encontré con José Hierro y otros poetas famosos. Fue ella quien me presentó a Eva Forest.

            ---¿Conoció usted a Eva Forest?

            ---A ella y a Mariluz Fernández. A usted no le conocí hasta ahora, treinta años después, pero durante un tiempo oí hablar mucho de usted. Tuvo un papel más importante en ciertos hechos de lo que nunca llegó a sospechar.

            ---Hay ciertas cosas que prefiero no saber. He pasado página de aquello. Fue como un capítulo de no sé qué novela negra incluido por error en mi biografía. ¿Qué le parece si terminamos la cerveza y volvemos al congreso? Creo que al final de la mañana hay una lectura de poemas, siempre más interesante que escuchar ponencias sobre la presencia del mar o de la noche en la poesía de Padrón.

            ---Como quiera, yo estoy escribiendo un libro en el que cuento todo esto, pero no sé si me dejarán publicarlo.

            No le dejaron. Murió poco después en accidente de tráfico, aunque yo tardé en enterarme. Lo supe por Manuel Rico, al que volví a ver en un homenaje a Ángel González en el que recuerdo que también intervino el cantante Nacho Vegas. El presidente de la Asociación Española de Escritores nunca llegó a sospechar que aquel poco conocido poeta social había sido policía.

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SE SABÍA

El libro no llegó a publicarse y no creo que se conserve ninguna copia del original. Lo que en él contaba acabó contándomelo a mí, tras el primer intento fallido, en la sala de espera del aeropuerto. Se retrasó el avión y pudo más mi curiosidad en aquellas horas tediosas que el deseo de olvidar el sanguinario enredo en que me vi involuntariamente involucrado.

            Xuan Cándano tiene a punto de aparecer, en Akal, un libro sobre el atentado de la Calle del Correo, del que el 13 de septiembre se cumplen exactamente  cincuenta años. Creo que también Eduardo Sánchez Gatell, el hijo de Angelina Gatell, que estuvo en la cárcel por las mismas fechas que yo, va a publicar su versión los hechos.

Cuando Xuan Cándano fue a verme para pedirme información a la cafetería Atípiko, no le dije nada de lo que me contó el policía jubilado en Las Palmas. Creo que entonces no le di demasiado crédito y por eso lo había olvidado. Ni siquiera sé si el nombre que me dio, bastante anodino, algo así como José García (los versos los firmaba con pseudónimo), era cierto y si verdaderamente fue policía. A fin de cuentas, las teorías de la conspiración no son un invento de Trump y los antivacunas.

Lo que me vino a decir –resumo-- es que Eva Forest no se recataba mucho al hablar del gran golpe que estaba preparando, orgullosa del éxito del atentado contra Carrero, que ella había ideado y que había cambiado la historia de España. Primero pensó colocar una bomba en la propia Dirección General de Seguridad. Las dificultades la llevaron a optar por una cafetería situada al lado, en una calle lateral, y cuyos clientes eran casi exclusivamente policías.

---Yo fui pasando toda la información. Casi llegué a averiguar el día y la hora en que estaba previsto el atentado. Se hizo circular el aviso de que ningún agente entrara en la cafetería Rolando. El día 13 estaba llena de turistas y visitantes ocasionales de Madrid. Ni un policía resultó herido. ¿Que por qué no se hizo nada para evitar el atentado? Quizá, aunque lo dudo, no se tomó en serio la amenaza. Más probable es que fuera por estrategia política. La revolución de los Claveles, ocurrida pocos meses antes, había metido mucho miedo a los jerarcas del Régimen. Y a mis compañeros policías, que ya se veían escapando de sus casas o de los cuarteles en calzoncillos. Santiago Carrillo pactaba con las fuerzas de la oposición, hasta con los monárquicos. Contaban incluso con militares demócratas para dar un golpe a la portuguesa. En la preparación del atentado de la calle del Correo intervenían comunistas. Dejar que se llevara a cabo era levantar contra ellos a la población. Carrillo y sus seguidores quedarían desactivados para siempre. “¿Y qué pinto yo en todo esto?”, se preguntará usted. Ese día estaba en Madrid y con su amiga Mariluz Fernández visitó el Prado y estuvo comprando libros en la cuesta de Moyano. Mis eficaces colegas dejaron escapar a los autores materiales y, en su lugar, pusieron a su amiga y a usted. Ella había estado en contacto con la embajada de Cuba y su padre, que entonces vivía clandestinamente en Madrid, era un destacado militante comunista. Pero usted no tenía ninguna militancia política, estudiaba, trabajaba para pagarse los estudios y había publicado un libro de versos. Eso era todo. Si hubiera estado afiliado al partido comunista, o mostrado alguna simpatía, si hubiera sido simplemente compañero de viaje, ahora no estaríamos hablando aquí. Le encerraron en la Séptima Galería, no en la Tercera, la de los políticos, para mantener oculto el feo tinglado que podía haberle hecho figurar entre los últimos ejecutados del franquismo. ¿Le maltrataron mucho? Yo sé bien cómo se las gastaban mis colegas. Pero en aquella oscura trama para desacreditar al partido comunista ellos no tuvieron nada que ver. La orden vino de más arriba, de muy arriba. Si se publica mi libro, si se investiga de verdad lo que ocurrió entonces, habrá sorpresas. Tan culpables como los que lo hicieron fueron lo que dejaron hacer por intereses políticos.



           

 


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