Jueves, 8 de diciembre
OLIVO Y LUNA
El azar es el mejor guía, como dijo Paul Morand y a mí me gusta repetir. Salgo del hotel y lo primero que me encuentro es un olivo que parece una caricatura de olivo: bajo y rechoncho, con un corto ramaje como crespa cabellera. Me acerco y en una placa leo su edad: unos ochocientos años. Ya estaba aquí en el siglo XIII, cuando los bárbaros de la Cuarta Cruzada arrasaron, saquearon Constantinopla y crearon el Imperio Latino. Y, por supuesto, fue testigo de los hechos aciagos de aquellos días de mayo de 1453, cuando un eclipse de luna anunció la caída de una ciudad que había durado más de mil años y resistido docenas de asedios. Miro a mi derecha: ahí están las murallas que la defendieron, las murallas de Teodosio, un prodigio de arquitectura militar, con sus tres anillos y sus altas torres. Por aquí, o muy cerca de aquí, entraron los otomanos, siguiendo el cauce del río Lycus. Y aquí, o muy cerca de aquí, murió luchando bravamente Constantino XI, el último emperador (otros, en cambio, dicen que lo mataron cerca del Cuerno de Oro, cuando buscaba un navío para huir). Cuánto podría contarme este olivo de aquellos días. A la memoria me vienen las palabras de uno de los últimos defensores, según las recuerda Juan Luis Panero: “Escucho griterío de mujeres, carreras enloquecidas, golpes de puertas, aullidos de la soldadesca, mandobles y agonías, eructos de borrachos. Aún podría escapar, ocultarme en el húmedo sótano disimulado, como aquella otra vez. Pero ahora todo está perdido. Sé bien que esto es el fin. Salgo a la calle, maldiciones, estruendo, sollozos, humo pestilente. En la hoja, con gotas de sangre, de un afilado alfanje, miro, tercamente, por última vez, el rostro de este pobre pecador abandonado”.
Sobre las murallas, una media luna en la roja bandera y otra, rodeada de estrellas, en el alto cielo.
Viernes, 9 de diciembre
ESE OTRO LIBRO
Paso la mañana en Kadiköy, frente al mar de Mármara. Antes he cruzado en metro hasta la zona asiática de Estambul. Siento una emoción casi infantil en este paso de Europa a Asia, aunque en este punto no haya diferencias entre una y otra. Desde la terraza del Starbucks, diviso las siluetas de la Mezquita Azul y de santa Sofía y, abajo, el ir y venir de la gente en este cruce de calles, junto al puerto. A un lado, el monumento a un Atatürk convertido en profesor que, ante una pizarra, enseña el nuevo alfabeto. Muy cerca, bajo los porches, se suceden las librerías de viejo. Hay un hondo pasaje que me atrae especialmente. Me pasaría en él la mañana descubriendo maravillas. Si supiera turco, claro, porque apenas hay títulos en un idioma que me resulte familiar. Pero temo que son solo nostalgias de otro tiempo. Ya, cuando viajo, apenas compro libros (nunca he sido coleccionista). Ahora —si estoy lejos de casa— prefiero trastear por la biblioteca de la memoria y leer el libro de la naturaleza y el de las calles y las gentes.
Sábado, 10 de diciembre
LA RELIGIÓN VERDADERA
Tras recorrer el Gran Bazar y el pequeño bazar de los libros, otro paraíso vedado para mí como el de Kadiköy, me descalzo y entro en la mezquita cercana. Hay unos pocos fieles meditando al fondo y soy el único infiel curioso. Trato de no pensar en nada, de dejarme acariciar por esta paz. Pero me fijo en un estante con folletos que se ofrecen gratis a los visitantes. Se trata de una Breve guía ilustrada para entender el islam en varios idiomas. Hojeo la versión española y lo primero que me encuentro es un dicho de Mahoma: “Los creyentes con la mejor fe son aquellos con mejor carácter. Y los mejores de entre ellos son aquellos que mejor tratan a sus esposas”. Luego doy con un cuentecillo: “Un hombre que caminaba por un sendero se sintió muy sediento. Al llegar a un pozo, descendió por él. Bebió hasta saciarse y después salió. Entonces vio a un perro con la lengua colgando y jadeante, tratando de lamer el barro para saciar su sed. El hombre se dijo: Este perro está sintiendo la misma sed que yo sentía. Entonces volvió a descender al pozo, llenó su zapato con agua y ascendió para dárselo al can. Dios mismo se lo agradeció. Alguien le preguntó al profeta: ¿Acaso somos recompensados por tener bondad con los animales? Y él respondió: Existe recompensa para quien tiene benevolencia hacia cualquier criatura viviente”. Y me explico entonces que esta ciudad esté llena de perros y gatos callejeros (yo soy especialmente amigo de los segundos).
Pero luego leo el folleto completo y veo que dedica la mayor parte de sus páginas a demostrar “científicamente” que el Corán es verdadera palabra de Dios. Y lo hace con una ingenuidad candorosa, como los Testigos de Jehová cuando explican la verdad de la Biblia.
Yo creo que todas las religiones —respuestas a preguntas que no tienen respuesta— son verdaderas si nos ayudan a ser mejores, y falsas en caso contrario.
Domingo, 11 de diciembre
LA PEOR PESADILLA
El sultán que tomó Constantinopla, animó a sus soldados prometiéndoles tres días en que podrían saquear libremente. Pero hubo saqueos peores, antes y después, aunque alguno piadosamente quiera ser borrado de la memoria. Paseo por la calle Istiklal, la antigua Grand Rue de Pera, entro en el rincón veneciano que preside la iglesia de San Antonio de Padua, tan semejante a Madonna dell’Orto, con su estatua a Juan XXIII, “amigo del pueblo turco”, y de pronto, al salir, en una rara alucinación, veo la calzada llena de objetos —lavadoras, vajillas, juguetes, muebles— destrozados minuciosamente. En septiembre de 1955, cuando los ingleses abandonaron Chipre y Grecia quería anexionarse la isla, hubo un supuesto atentado contra la casa en que había nacido Atatürk en Salónica. Los periódicos alentaron el afán de venganza y durante dos días ningún no musulmán —pero especialmente los rumíes, los descendientes de la antigua población bizantina— pudo tener su vida segura. Lo cuenta Orhan Pamuk, en su libro sobre la ciudad, que he estado releyendo estos días: “Mucho más tarde se supo que para poner en marcha a aquellos asaltantes que aterrorizaron la ciudad y que convirtieron Estambul en un sitio más infernal que la peor pesadilla orientalista de los cristianos y los occidentales en general, miembros de ciertas organizaciones apoyadas por el Estado les habían dicho que podían saquear con entera libertad”.
Lunes, 12 de diciembre
VIEJOS VERSOS
En 1972 publiqué mi primer libro, Marineros perdidos en los puertos, del que pronto me arrepentí, y que no he vuelto a releer. Sin embargo, cuando asoman en una de las orillas las torres del castillo de Rumeli, construido por el sultán Mehmed para facilitar la toma de Constantinopla, me vieneN a la memoria algunos de sus versos: “Vivir en un castillo junto al Bósforo, / viendo pasar los barcos y la historia”. Los barcos siguen yendo y viniendo como en aquel poema de hace medio siglo, y la historia sigue pasando por aquí.
Martes, 13 de diciembre
NO, GRACIAS
Vuelvo a casa y me encuentro con que José María Mohedano —un veterano comunista, luego socialista— me envía un manifiesto para evitar de nuevo que se rompa España. “Antes roja que rota”, leí en un cartel falangista de los años setenta. “Antes facha que rota”, gritan hoy antiguos adalides de la izquierda. Pues lo siento mucho pero para mí, si se rompe España, es como si se rompe la comunidad castellanoleonesa. Si los leoneses se alzan en armas contra Valladolid y crean una comunidad propia por la fuerza, me parecería mal. Si votan a partidos que desean esa separación y esta se logra por decisión libre de los ciudadanos, me parecería muy bien. Si los catalanes crean un ejército clandestino, como en Argelia, y buscan la independencia por la fuerza de las armas, entonces sí tendríamos un gravísimo problema, pero si deciden votar a partidos independentistas y estos alcanzan una mayoría suficiente, lo que hay que hacer es negociar con ellos, lo mismo que Castilla con León, para que ninguna de las partes salga perjudicada. ¿Que España no es una artificiosa comunidad autónoma, sino otra cosa, una unidad de destino en lo universal, con unas inmutables fronteras trazadas por el dedo de Dios al comienzo de los tiempos? Habrá quien crea en esos cuentos, pero yo hace tiempo que tengo uso de razón. En una democracia son los ciudadanos quienes deciden con sus votos la organización política de su país, los que hacen las constituciones y los que las reforman o las cambian. ¿Encarcelar a los que desean con la sola fuerza de los votos conseguir la independencia? Eso sí que me parece un grave delito, por el momento impune.
Miércoles, 14 de diciembre
LA PROFECÍA
“Cuídate de la gente que quieres, es la que más daño puede hacerte”, me dijo una vez una adivina a la que alargué la mano por broma en una caseta de feria. Y desde entonces su profecía no ha dejado de cumplirse.