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En la retaguardia: La venganza mejor

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Sábado, 5 de noviembre
CÓMO TRIUNFAR

Un amigo, conocido más bien, que tiene una pequeña editorial dedicada sobre todo a publicar libros subvencionados, casi siempre por los propios autores, me llama porque se le ha ocurrido la brillante idea de publicar una colección de libros de autoayuda titulada genéricamente Cómo triunfar y encargarme a mí uno de los títulos, Cómo triunfar en el mundo literario. “Y supongo que tú mismo te encargarás de escribir Cómo triunfar en el mundo editorial”, le digo.

            No sé si capta la ironía. Rechazo la idea con buenas razones y, como insiste, para librarme de él le digo que lo pensaré. Y lo pienso y pienso que no lo haría tan mal.

            No soy un triunfador precisamente, aunque eso depende, por supuesto, de con quién se me compare. Si se compara con Irene Vallejo, cualquier ensayista es un fracasado. Y por poco éxito que uno tenga, siempre habrá alguien con menos: “Cuentan de un sabio que un día…”

            Sé lo que hay que hacer para triunfar, sé lo que yo debería haber hecho. Para triunfar en cualquier campo, hace falta tener unas cosas y carecer de otras. Tener talento, capacidad de trabajo y suerte, carecer de escrúpulos. Puedes protestar si te invitan como jurado a un premio y ves que está más o menos amañado; puedes protestar y quedar más o menos tranquilo con tu conciencia, pero también puedes estar seguro de que a ese premio —o a otros de los que gestiona esa misma editorial que gestiona casi todos— no te vuelven a invitar. Puedes decir lo que quieras del bodrio de la semana que en un suplemento te invitan a reseñar, pero o no lo publican o ya sabes que nunca más te encargarán otra reseña en ese suplemento.

            ¿Qué es el éxito? En novela, que los adelantos sean cada vez mayores, que tu agente te agencia un suculento premio comercial (el Nadal y, a ser posible, el Planeta) y que, a partir de los sesenta, comiences a conseguir premios institucionales.

            En poesía, más o menos lo mismo, solo que sin adelantos sustanciosos y con premios menos suculentos.

            Pero también puede entenderse por éxito hacer y decir lo que te dé la gana y, a pesar de los vetos, seguir ahí, aunque sea en un rincón, y hacerte oír, aunque sea por una minoría que tiene poco de inmensa.

            ¿Tienes talento, tienes ambición?, le preguntaría yo al joven que quiere triunfar en el medio literario. Pues no hagas como yo ni pierdas el tiempo tratando de adular a alguien como yo.

Domingo, 6 de noviembre
CONVICTO Y CONFESO

Leo las declaraciones que hace hoy José Barrionuevo y casi no me atrevo a salir a la calle de vergüenza. Sí, yo voté y volví a votar a un gobierno que utilizaba mis impuestos —como otros el impuesto revolucionario— para financiar el terrorismo. Y le apoyé una y otra vez y creí que las acusaciones eran falsas, que esos hechos deleznables eran solo obra de subordinados que se habían excedido. Ahora el ministro que fue a la cárcel, y del que yo defendí su inocencia, ya sin pelos en la lengua, declara en un periódico que él ordenó liberar a Segundo Marey. Lo que no dice, pero no hace falta, es quién ordenó secuestrarlo. Leo y no puedo creer tanta desvergüenza, o tanta senil sinceridad: “Marey estuvo detenido nueve días por un grupo de la policía española que se equivocó y cuando me entero yo digo que hay que soltarlo, porque la alternativa a ver cuál era”. El periodista aclara cuál era esa alternativa: “O lo liquidan o lo sueltan”.  Y Barrionuevo responde: “Digo que ni hablar. Basándome en el principio de que con el desorden causado ya es suficiente”. Marey se salvó porque no era etarra, y se salvó por poco, ya que, según indica el exministro, “era de ese ambientillo”. Así cuenta, Barrionuevo la liberación: “Lo sueltan al noveno día. Lo ponen al otro lado de la muga, como dicen ellos. Y le dicen: corre p’adelante y da gracias a Dios si existe”. Ni Putin hablaría de sus acciones en otros países con tanto desparpajo. Y sigue, impertérrito: “Amedo hizo muchas cosas mal, pero tenía confidentes en la ejecutiva de Herri Batasuna”. Y eso basta para que se perdonen asesinatos, secuestros, y se pague luego el silencio con fondos públicos.

            Salgo a la calle, ya digo, avergonzado. Recuerdo una viñeta, creo que de El Roto: un ciudadano junta las manos, alza los brazos al cielo y gime “Señor, Señor, ¿por qué tenemos políticos tan corruptos?”. Y Dios asoma el rostro entre nubes y señalándole con el dedo dice: “Porque los votas, imbécil”.

            Hoy me siento aludido con ese imbécil.

Lunes, 7 de noviembre
EL MOMENTO EXACTO

Si todos pudieran elegir su trabajo, no habría mejor manera de ocio.

La felicidad, más pronto o más tarde, siempre acaba haciendo daño.

La verdad de unos es la mentira de otro.

Pensar no es lo mismo que tener ocurrencias, pero hay ocurrencias felices y razonamientos disparatados.

Nos honra el odio de ciertas personas.

Los elogios siempre saben a poco.

En cumplimiento del deber se cometen las mayores atrocidades.

Hace falta mucho talento para saber el momento exacto de poner punto final. 

Martes, 8 de noviembre
EXACTO

El problema de un escritor no es saber decir lo que quiere decir, sino saber si lo que quiere decir merece la pena.

Miércoles, 9 de noviembre
COSAS DEL PERIODISMO

Ayer hubo elecciones en Estados Unidos. Todavía no se conocen los resultados, pero ya desde ayer el periódico que yo suelo leer desde 1976 —y no es el único— anuncia en titulares el triunfo de la democracia, o sea del partido demócrata, y el fracaso del populismo, o sea del partido republicano. Don de la profecía se llama esa figura. Lo curioso es que, si se lee el cuerpo de la noticia y no solo los titulares y editoriales, de momento parece que las cosas están sucediendo al revés.

Yo no entiendo nada. O sí. Ya la verdad no es la verdad de los hechos, sino lo que cuentan los medios “rigurosos”. Lo que pasa, si no nos gusta, no pasa de una “fake news”. 

Jueves, 10 de noviembre
HABLAR POR HABLAR

Vanidad, vanidad, cuántas tonterías se cometen en tu nombre. Resulta que a un poeta y periodista amigo, José Luis Argüelles, se le ocurrió hacerme un libro de entrevistas. Yo acepté encantado, por supuesto. Cada jueves, grabamos una hora de conversación, en la que cabe mucho porque yo hablo bastante rápido. Él la transcribe y yo me limito a corregir algún nombre y los habituales anacolutos Ya llevamos ocho. Él quiere que hable de mi vida y obra y yo prefiero hablar de todo lo demás. Me he pasado la vida hablando de mí mismo y ahora descubro que lo utilizaba solo como pretexto para hablar de otras cosas y esconderme tras ellas.

Acepté de inmediato, no solo por vanidad, sino porque disfruto mucho con los libros de conversaciones, de los que tengo una buena colección. Pero, claro, no es lo mismo escuchar a Borges, a Steiner o a Isaac Berlin que escucharme a mí.

Añado otro tormento a mi infierno personal: transcribir todas las tonterías que digo cuando me pongo trascendental y luego obligarme a leerlas cada noche. 

Viernes, 11 de noviembre
EN PEQUEÑOS SORBOS

En el recuerdo, duelen menos los dolores que la felicidad perdida.

Sin un buen enemigo, es imposible mantenerse en forma.

Las mejores jaulas las construye el amor.

Los jóvenes se equivocan a menudo y los viejos también, pero con menos gracia.

Ser superior a todos, pero ir de incógnito, procurando que nadie lo note.

Como quien esconde un tesoro, le gustaba esconder sus buenas obras para que solo se supieran después de muerto.

Era tan fiel que seguía queriendo a todas las personas a las que alguna vez había querido.

Es más fácil a un vivo imaginarse muerto que a un muerto imaginarse vivo.

Ponía demasiado empeño en ser feliz como para llegar a serlo.

Las injusticias unas veces se pagan y otras se cobran con buenos dividendos.

La soledad a grandes tragos, la compañía solo en pequeños sorbos.

Siempre que hablo de mí procuro no decir nada que me pueda molestar.

Poder vengarse y no hacerlo y que el ofensor y el resto del mundo se enteren, qué gran venganza.

 


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