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En la retaguardia: La máquina de pensar

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Domingo, 11 de septiembre
DOS GALLOS EN UN CORRAL

Como yo soy más bien hipócrita, me divierten los escritores que no disimulan las ofensas a su vanidad. A Miguel Sánchez-Ostiz, una profesora de la universidad de Barcelona a la que no conoce de nada, se cuida de aclarar— le escribe mandándole la convocatoria de unas jornadas sobre Carlos Pujol con el ruego de que ayude a difundirlas. A Sánchez-Ostiz le fastidia —le “jode”, dice más expresivamente— no haber sido invitado, “a pesar de que le consta que he escrito sobre él y que mantuvimos en vida una buena relación”. Y concluye: “Obviamente le digo que no voy a ayudarle en nada y le pido que no vuelva a importunarme, cuando lo que de verdad tengo ganas de decirle es que se vaya a hacer puñetas, pero como me he hecho cortés, no se lo digo, solo lo pienso”.

            Recuerdo con una sonrisa esta anécdota al leer el libro Ejercicio sentimental, el homenaje a Julián Rodríguez que ha publicado la Editora Regional de Extremadura. Al lusista Antonio Sáez Delgado, que es el coordinador, le consta mi relación con él, pero a mí no me molesta ese olvido. De Julián Rodríguez me interesa más el personaje que el escritor y eso un escritor lo nota pronto y no lo perdona nunca. Cuando trabajaba para la Diputación de Cáceres, me invitó a participar en un ciclo de  conferencias. Acudió a recibirme a la estación de autobuses, me saludó, me pasó un casco y dijo: “He traído la moto”. No tuve tiempo de reaccionar. La moto subía a toda velocidad hasta el centro de la ciudad y allí iba yo, con la pequeña maleta sujeta con una mano, sujetándome como podía con la otra y temiendo salir disparado de un momento a otro. Así era Julián. Su vida tuvo mucho de novela picaresca (no fue mozo de muchos amos, como Lázaro, pero sí de mil y un negocios raros) hasta que triunfó con su último empeño, la editorial Periférica. Andrés Trapiello, en las páginas más divertidas de este homenaje, cuenta que le enseñó sus primeros versos y sus primeras prosas y que las segundas (los primeros no le parecieron destacables) me las envió para que se publicaran en Clarín. No fue en Clarín, sino en Reloj de Arena, donde aparecieron en 1994. Por entonces fundó una colección de poesía, Hotel Internacional, en la que me incluyó junto a Trapiello, José Carlos Llop y Abelardo Linares, que representaban el tipo de literatura que entonces admiraba. Luego la lectura de John Berger cambiaría por completo su manera de escribir. Esa nueva manera a mí me fue interesando cada vez menos, como supongo que a él la mía. Por eso hizo bien Antonio Sáez Delgado en no invitarme a este Ejercicio sentimental.

            En el distanciamiento con Julián, influyó algo más que el distanciamiento estético. Él era, o eso me pareció a mí, muy mandón y voluntarioso, siempre quería llevar la voz cantante, aunque hablara siempre en voz baja, y me temo que, al menos en eso, me parezco un poco a él.

Lunes, 12 de septiembre
EN EL DIVÁN

Últimamente ando un poco confuso. Creo que voy a tener que reanudar las sesiones con mi psicoanalista de cabecera. A él le cuento lo que no le cuento a nadie, ni siquiera a mí mismo. Bajo la luz del salón, me tiendo en el sofá, cierro los ojos y empiezo a hablar. Me escucho desde el sillón, un cuaderno en la mano en el que de vez en cuando finjo trazar algunos garabatos.

            —Empiezo a sospechar que no soy tan buena persona ni tan generoso como parezco. Ayudar a los demás es una manera de sentirnos superiores. Deberíamos estar más agradecidos a aquellos que nos necesitan que ellos a nosotros.

            —Suele ser así.

            —Lo sé. Y a mí no me importa que se olviden de uno en cuanto dejen de necesitarlo. De hecho, me temo que yo más de una vez me he comportado igual. Lo que me deprime últimamente, lo que me trae a mal traer, es que no siempre que queremos ayudar a alguien le ayudamos. A veces, con la mejor intención, contribuimos a hundirle más, a apretar la soga que lleva al cuello. Y eso es lo que lástima mi autoestima.

            —¿Duda de su generosidad? No creo que tenga motivo.

            —Yo no lo llamaría generosidad. Mi instinto de propiedad se reduce a lo necesario para satisfacer mis necesidades, que no son excesivas. Si tengo algo más, no es mío, solo soy su administrador. Empiezo a sospechar que no siempre he administrado bien y que no soy tan buena persona como creía. Pero eso puedo soportarlo. Lo que me jode —para copiarle la expresión a Sánchez-Ostiz— es que quizá no sea tan inteligente como pensaba. Y que queriendo ayudar a veces he hecho más daño que otra cosa.

Martes, 13 de septiembre
VELETA
 

Como una veleta que se mueve al menor soplo de viento, así mi estado de ánimo. Ayer negros nubarrones cubrían el horizonte, hoy ha bastado una sonrisa para despejarlo. Me hundo fácilmente en el abismo, pero no suelo permanecer allí mucho tiempo. Siempre alguien me tiende una liana y yo soy un hábil escalador. ¿Hasta cuándo? Prefiero no pensarlo.

Miércoles, 14 de septiembre
LÁRGATE, QUE APESTAS

Al final de la tertulia, me pregunta Enrique Bueres si he visto el último documental sobre el rey Juan Carlos. “Vale la pena”, añade.

            No, no lo he visto, pero me lo han contado. No pienso verlo, no lo soportaría. Cada vez que aparece una nueva información sobre las actividades de ese señor mientras era jefe del Estado es como si arrojaran un saco de mierda sobre la bandera de España. Y no hace falta simpatizar con la extrema derecha para sentirse asqueado, ofendido, indignado, menos con él (algo de patológico hay en su comportamiento) que con quienes no solo se lo permitieron, sino que fueron cómplices de sus desmanes ayudándole a financiarlos con dinero público, el mismo que utilizaron para callar a quienes tenían vídeos comprometedores. Y lo más humillante es que a varios de esos políticos, cómplices por activa y por pasiva, los voté yo.

            Pues yo creo —dice Daniel Rodríguez Rodero— que esta veda que se ha abierto contra Juan Carlos, no va propiamente contra él, sino contra la monarquía.

            —A mí parece más bien una operación de limpieza a favor de la monarquía. A fin de cuentas, en España, mientras la fiscalía seguía actuando como abogado defensor cuando llegaba alguna causa de Suiza, el único que se atrevió a leerle la cartilla fue su hijo, Felipe VI, que le dijo aquello —traduzco al sermo vulgaris— de “lárgate, papá, que apestas”. Y le acusó de acumular dinero sucio, al renunciar públicamente a heredarlo. Ya sé que esa renuncia no tiene efectos jurídicos, pero era la única manera a su alcance de denunciar el enriquecimiento ilícito mientras la justicia española miraba para otro lado. Este no es un debate entre monarquía o república, amigo Daniel, sino de simple decencia. Un rey puede ser un indeseable, como Fernando VII o Juan Carlos I, o alguien que cumple su trabajo de manera ejemplar, como Felipe VI.

            —¡Ya salió el adulador! Siempre se hace leña del árbol caído, pero se alaba al que está en el poder.

            —Martín, no te confíes demasiado—interviene Bueres—. Se ha roto el pacto de silencio sobre el padre, pero sigue vigente sobre el hijo.

            —No te preocupes, que este no va a salirnos rana.

            —¡Monárquico estáis!

            —Un nuevo Estado independiente, sea en Escocia, el Donbás, Cataluña o Kosovo, siempre será una república (en Escocia tengo mis dudas, puede pasar lo que en otros territorios de la Commonwealth), pero donde hay una monarquía, mientras esa monarquía funcione, no se cambia de régimen, algo siempre arriesgado. No soy monárquico, ya digo, pero uno de los políticos actuales que más admiro es Carlos III, un intelectual, un excelente empresario agrícola, un hombre comprometido con la defensa del medio ambiente.

Jueves, 15 de septiembre
GATO VIEJO

En la tertulia de ayer, faltaron los pesos fuertes, Abelardo Linares y Jon Juaristi. “Están cansados de que te metas con ellos”, dijo alguien. “Al gato viejo le molestan los otros gatos viejos, pero le encanta jugar con los gatitos”, dije yo.

Viernes, 16 de septiembre
VANA ASPIRACIÓN

¡Quién pudiera, como Sherlock Holmes, ser solo una mente pensante, no sufrir las turbulencias del sentimiento!

Más que un ser humano me gustaría ser un robot con sofisticada inteligencia artificial, una máquina de pensar que ni siente ni padece. No falta quien piensa que lo soy, o estoy muy cerca de serlo, pero yo sé que no, para mi desdicha.




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