Sábado, 18 de junio
FANTASÍA MORAL
Paso por la feria del libro de Gijón y vuelvo ilusionado con El chirrión de lo políticos, de Azorín, que encuentro en librería de viejo. Se trata de una sátira de los políticos de la Restauración publicada en 1923 cuando fueron barridos por Primo de Rivera con un aplauso casi general. Lo hojeé hace años en alguna biblioteca, pero nunca lo había leído por entero. Lo hago ahora —es un libro breve— y me parece que pocas veces se ha hecho un retrato tan certero de la farsa pseudo democrática en que suelen convertirse las democracias, un caciquil apaño entre partidos, ni un tan emocionante retrato del político ideal, que nada tiene del príncipe de Maquiavelo y sí mucho de un don Francisco Giner de los Ríos que confía sobre todo en la educación como medio de transformar el mundo.
En una de las páginas interiores del volumen me encuentro un sello con el nombre de José-Víctor Carreño, un escritor avilesino al que entreví a menudo —alto, calvo, con sombrero, elegantemente trajeado— cuando asistía como crítico a los estrenos teatrales en el Palacio Valdés. Muchos años más tarde, encontré parte de sus papeles en un puesto del Fontán. Había copias mecanografiadas de algunas de sus obras teatrales, que algo tenían de Valle-Inclán a la asturiana, y de poemas que sin duda enviaría a algún concurso. También la copia de una carta al director de un periódico falangista de Gijón, creo que se llamaba Voluntad, en la que pedía la expulsión de uno de los colaboradores por su pasado republicano. Me escandalizó esa carta y dejé de interesarme por el personaje, cuya obra literaria había comenzado a estudiar. ¿Por qué guardó copia de una carta en la que delataba a un compañero? Seguramente entonces —finales de los cuarenta— le pareció una acción elogiable tratar de limpiar a España de los que la habían llevado a la perdición.
Pienso en ese escritor olvidado, un día entre las glorias provinciales, mientras leo la “fantasía moral” azoriniana, nacida, según él indica, de una relectura quevedesca, pero tan poco quevedesca en el estilo. Tras la sátira, minuciosamente hilarante, la serenidad del epílogo, esa prosa en voz baja que nunca nos cansamos de escuchar: “El aire es levemente fresco. Del campo llega el concierto inmenso —inmenso y suave— de los ruidos nocturno. Los grillos cantan incansables. Y de cuando en cuando, cada dos minutos, un cuclillo misterioso lanza un grito sonoro y agudo. ¡Cómo parpadean en la inmensa bóveda las estrellas! Se oye el silbato lejano de un tren que pasa; un perro aúlla a lo lejos en la campiña. Y todos esos ruidos, acordes o aislados, dan más profunda densidad al sosiego nocturno”.
Domingo, 19 de junio
VUELVO A NÁPOLES
Voy a ver Un viaggio in Italia, la película de Rossellini que aquí se tituló anodinamente Te querré siempre, y desde el primer momento me desinteresan los problemas matrimoniales del matrimonio Joyce, pero me siento fascinado por ese Nápoles de principios de los cincuenta, apenas entrevisto en blanco y negro. La primera imagen es la de Fontana del Gigante, en el Lungomare, frente al Excelsior. Yo no me alojé en ese hotel, sin en el de al lado, y también tenía enfrente al isla de Capri y el Castel dell’Ovo. Al marido, un poco simpático Georges Sanders, le aburren las visitas turísticas, pero a mí me fascina acompañar a Ingrid Bergman y servirle de guía por esos lugares que creo conocer bien: el Museo Nazionale, con su impactante colección de esculturas, el cementerio Fontanelle y sus muertos anónimos adoptados y mimados, la gruta de la sibila de Cumas, la sulfatara de Pozzuoli, las ruinas de Pompeya… Pero yo no pude asistir, como ella, al descubrimiento y reconstrucción de alguno de los cadáveres enterrados. Impactantes imágenes al golpear el suelo se adivina una cavidad, se hace un agujero y por él se vierte yeso. Cuando aparece el molde de una pareja que murió junta, con su último gesto de angustia detenido, a mí también, como a la señora Joyce, se me llenan de lágrimas los ojos.
Lunes, 20 de junio
MEMORIA DE MARILYN
Hace tiempo encontré, y traduje al español, un puñado de poemas, o de borradores de poemas, escritos presuntamente por Marilyn Monroe. Ahora un amigo me regala My Story, las memorias de la actriz. Al parecer fueron dictadas en 1954 a Ben Hecht, pero luego desaparecieron y, no se sabe cómo, aparecieron en manos del fotógrafo Milton Greene, quien las publicó en 1974 sin mencionar a Hecht, como si hubieran sido redactadas directamente por la actriz.
Yo las leo ahora en la versión de Marta Pessarrodona, la poeta catalana, uno de los grandes amores de Gabriel Ferrater. Apócrifas o no, se escucha su voz en estas páginas: “Tengo muchos hábitos sociales malos. La gente siempre me está dando lecciones a este propósito. Cuando debo ir a cenar a alguna parte a las ocho, me quedo tendida en la bañera durante una hora o más. Llegan las ocho y todavía sigo en la bañera. Voy echando perfumes en el agua y dejando que se vacíe y llenando de nuevo la bañera con agua limpia. Olvido que son las ocho y mi cita para cenar. Sigo pensando y sintiéndome muy lejos. A veces conozco la verdad de lo que estoy haciendo. No es Marilyn Monroe la que está en la bañera sino Norma Jeane. Estoy dándole gusto a Norma Jeane. Solía tener que bañarse en el agua que habían utilizado seis o siete personas. Ahora puede bañarse en agua tan limpia y transparente como el cristal. Y parece que Norma no tenga nunca suficiente agua limpia que huele a verdadera colonia”.
Miércoles, 22 de junio
REGALOS DEL AZAR
Cuando viajo por España, apenas visito librerías de nuevo porque las novedades que me interesan suelen estar en todas partes o los puedo conseguir fácilmente. Las sorpresas están en las librerías de viejo, y cuanto más revueltas y menos de bibliófilo son más me gustan. Esta noche, en que tarda en llegar el sueño, me entretiene una antología poética de los poemas dedicados a Riego durante el trienio liberal, ditirámbicos en un principio, cada vez más denigratorios después. La poesía era entonces un arma propagandística de primer orden. Más que cortejar a los periodistas, el prócer de entonces debía mimar a los poetas. Así comienza el “Himno de los descamisados a Riego”: “Llega, llega, adalid generoso, / de la patria esperanza y honor: / ven a ser de los pobres consuelo / y de infames afrenta y terror”. Según cuenta el antólogo, Gérard Dufour, el odio mortal de Fernando VII al coronel Riego se debía menos a sus hechos que al famoso “Trágala”, que tantas veces le habían cantado, y cuya autoría él atribuía al propio Riego: “Ya no hay vasallos, / ya no hay esclavos, / sino españoles / libres y bravos. / Al que le pese, que roa el hueso / que el liberal le dirá eso: / Trágala, trágala, / trágala, perro, / la Constitución”. La poesía era entonces un arma cargada de presente.
Jueves, 23 de junio
MISIÓN CUMPLIDA
Por Torrelavega, rodeada de chimeneas fabriles que me recordaban al Avilés de los tiempos de Ensidesa, había cruzado siempre sin detenerme. Era el patito feo de Cantabria, mirado siempre un poco por encima del hombro por la hidalga Santander. El azar de una feria del libro me trae a ella y me deja libre unas horas para pasear a mi aire, incluso para aburrirme un poco. Y no tarde en sentirme a gusto en la llaneza de sus calles y plazas. ¿Que no hay grandes monumentos? Cierto y no cierto del todo. Yo añado a mi colección de secretas maravillas la iglesia de San José Obrero, toda ella una inmensa cúpula que tiene la desnudez del Panteón, o de Santa Sofía, que no esconde los trampantojos de Brunelleschi o de Wren. La construyó Luis Moya, el arquitecto de la Universidad Laboral de Gijón.
Luego, en la feria, en la que vendo poco, como es costumbre (solo venden los autores locales, a familiares y amigos, y los bestsellers de la temporada), la alegría de reencontrarse con algún lector amigo. A Luis Miguel Malo Macaya, una de esas personas para las que la poesía es sangre de su sangre, lo conocí en 1983 en un encuentro poético celebrado en San Vicente de la Barquera. No le había vuelto a ver desde entonces, aunque Facebook —no soy de los que abominan de las redes sociales— me lo tenía muy presente. Me enseña un libro mío, Principios y finales, leído, releído, anotado, con las esquinas dobladas. Se nota que le ha acompañado durante años. Yo tengo en mis manos un momento ese volumen y —que me perdone Aleixandre— pienso que el diploma del Nobel no me haría más ilusión. No sé si contaré con más lectores así, pero basta uno solo para que pueda respirar tranquilo y afirmar: “Misión cumplida”.
Viernes, 24 de junio
CERCANÍAS
“El mundo es más hondo que extenso”, dije una vez. A los grandes viajes, con sus aeropuertos y el albur de los irracionales controles, prefiero ahora los paseos de cercanía. Ayer andaba por Torrelavega, donde ya me siento en casa, mañana como en Chaves —con su puente romano sobre el Támega—, duermo en Braga, subo a la ermita del Bom Jesus —una promesa del tiempo de la Revolución de los Claveles— y luego me pondré a recorrer a pie el borde marino de la ría de Aveiro, uno de mis rincones del paraíso preferidos. Son 45 quilómetros. Yo quizá me conforme con diez o doce. No importa. Para ir lejos no hace falta ir muy lejos. Basta con contemplar lo que borra la costumbre como si nunca lo hubieras visto antes.