Sábado, 30 de abril
INCLUSO EL DIABLO
“Un cierto número de biografías e innumerables historias escritas en el ardor de las batallas de propaganda de dos guerras mundiales me han descrito bajo todos los defectos inimaginables. He sido representado como maestro de espías y hombre misterioso, como intrigante y conspirador político y como diplomático de dos rostros. Me han tenido por un ser atontado y un candoroso jinete incapaz de comprender las verdaderas ilaciones de una situación política. Se ha escrito de mí que soy un reaccionario de corazón endurecido que deliberadamente urdió la subida de Hitler al poder y apoyó el régimen nazi con toda la influencia a su alcance. He sido acusado como el arquitecto de la sumisión de Austria y el exponente de la política agresiva de Hitler cuando fui embajador en Turquía”.
¿Cómo no sentirse atraído por un personaje así? Comenzó su trayectoria pública con el puesto de agregado militar de la embajada alemana en el México de la revolución. El ministro de la guerra, el general Blanquet, en la presentación oficial, le saludó con estas palabras. “Yo fui el sargento que mandaba el pelotón de fusilamiento que ejecutó al emperador Maximiliano en Querétaro”. Más de medio siglo después describió desde dentro —era uno de los inculpados— el proceso de Nuremberg, tan dudoso legalmente, tan justificado política y quizá moralmente. Y describe así al principal inculpado: “En las conversaciones que celebré con Goering durante el período final del proceso y el pronunciamiento de las sentencias, encontré en él el mismo carácter jovial y franco que siempre le conocí. Sin preocupación alguna por su muerte segura, discutía a menudo con Neurath, Keitel y conmigo ciertas fases del pasado. Me contó que en los últimos años de la guerra llegó a pensar que Hitler estaba loco, pero no pudo hacer nada por remediarlo. Como persona, Goering tuvo muchas virtudes. Fue un hombre de carácter abierto y varonil, con un gran encanto personal. Mantuvo este hasta el final”.
Hojeo las Memorias de Franz von Papen, de quien solo sabía que fue el aprendiz de brujo que entregó a Hitler la jefatura del gobierno creyendo poder manejarlo, y de inmediato comienzo a leerlas y no puedo dejar de hacerlo hasta la última página, y son más de seiscientas. Medio siglo de historia de Europa vista desde otro punto de vista. El confortable blanco y negro desaparece y es sustituido por una infinita gama de grises. Incluso el diablo tiene sus razones. Qué apasionante sería escucharlas.
Domingo, 1 de mayo
TODAVÍA
Los dos versos finales de un soneto de Edna Saint Vincent Millay me vienen con frecuencia a la memoria: “Solo sé que el verano cantó en mí / un breve tiempo, y ya no canta más”.
Pero yo de vez en cuando aún oigo cantar al pájaro de la felicidad. El breve tiempo, aunque sea intermitentemente, dura todavía.
Lunes, 2 de mayo
LAS DOS VARAS DE MEDIR
“Oigo patria tu aflicción / y escucho el triste concierto / que forman tocando a muerto / la campana y el cañón.”
Como de niño me enseñaron a admirar el heroico comportamiento de los españoles el 2 de mayo, luchando contra los invasores y el gobierno que los legitimaba (a un representante de ese gobierno, el poeta Meléndez Valdés, estuvieron a punto de lincharle en Oviedo), nunca acabe de entender del todo la diferencia entre un patriota, digno de todos los honores, y un despreciable nacionalista capaz de llegar al crimen por defender a su país.
“En este mundo traidor, / nada es verdad ni es mentira. / Todo es según el color / del cristal con que se mira”.
Martes, 3 de mayo
LO QUE NO CUENTO
Una vez a la semana, más o menos, visito a mi psicoanalista de cabecera y le cuento cosas que no me atrevería a contar ni al más íntimo de mis amigos.
—-Cada vez me invade más la sensación de fracaso. No por no ser rico (soy más bien austero y como no tengo familia me bastaría con el salario mínimo); no por vivir solo (creo que nadie me aguantaría, ni yo aguantaría a nadie, más de una semana); no por no haber recibido premios, importantes o no (soy de los que piensan que galardón rima con baldón y con humillación), sino por no tener poder, capacidad de influir, de manipular a la opinión pública. Debería haber sido más ambicioso, pero escogí —equivocadamente— ser feliz antes que ser importante. Y ahora, ni una cosa ni otra. Veo, como Casandra, las desdichas que se avecinan y no puedo hacer nada por evitarlas porque nadie escucha mis advertencias. En el actual conflicto entre Rusia y la OTAN, Ucrania pone los muertos, Europa sufre las consecuencias económicas y Estados Unidos se frota las manos mientras su economía crece y crecen los votos para el partido del Presidente. En Ucrania —que tiene un actor en la jefatura el Estado— se está representando una versión actualizada de La Numancia de Cervantes. Los numantinos no pueden vencer a los romanos, pero pueden desgastarlos lo más posible, antes de perecer por completo, mientras lejos del conflicto, al otro lado del mar, los rivales de los romanos se frotan las manos. A Europa y a Ucrania les conviene llevarse lo mejor posible con Rusia, que es parte y prolongación de Europa. A Estados Unidos, que se lleven de la peor manera posible para que la Federación Rusa no les haga sombra en el liderazgo mundial, ahora que China se ha enredado los pies de la más estúpida manera con el famoso virus que creyeron haber derrotado triunfalmente. ¿Que haría yo para terminar esta guerra? Forzar a las dos partes a negociar. Una Ucrania neutral, las regiones culturalmente rusas con una autonomía especial que protegiera su identidad (algo así como la de Euskadi en el Estado español), una investigación imparcial e internacional de los posibles crímenes de guerra, cosas así. Lo que inevitablemente acabará ocurriendo (aunque con bastantes más muertos y destrucción de por medio) si a alguno de los monaguillos de la OTAN (el gobierno inglés ya está en ello) no se les ocurre añadir al guion de Zelenski unas líneas para que envíe algunos de esos misiles que recibe como ayuda humanitaria a territorio ruso. Entraríamos en un principio de acción y reacción que pasaría a la historia —si después sigue habiendo historia— como tercera guerra mundial. De más nimia manera (y sin que nadie se diera cuenta de lo que se les venía encima) empezaron las anteriores, si es que esta todavía no ha empezado.
Estas cosas le cuento yo a mi psicoanalista, o se las contaría si tuviera psicoanalista. Mejor así. Mejor no contárselas a nadie. Vivimos en un mundo en el que la Verdad es lo que las autoridades competentes —en Rusia o en “el mundo libre”— deciden que sea la verdad. Pensar por cuenta propia se ha convertido en una actividad de riesgo.
Miércoles, 4 de mayo
POR QUÉ SOY TAN IRRITANTE
“No eres mala persona, no careces de ingenio, pero eso no impide que seas pesado e insoportable, ni que resulte sumamente penoso convivir contigo. Todas tus buenas cualidades quedan ensombrecidas y son inútiles para el mundo porque eres incapaz de dominar la manía de tener siempre la razón, de criticarlo todo y ser maestro en todo. Eso te convierte en la persona más irritante que conozco.”
Seguro que la mayoría de los contertulios de los miércoles —y no solo— tienen esa opinión de mí, pero son palabras que las madre de Arthur Schopenhauer le escribió a su hijo, por entonces de diecinueve años. Como Arthur se creía un genio, y lo era (en lo primero nos parecemos), seguro que le hicieron tanta gracia como me hacen a mí.
Jueves, 5 de mayo
ABUELITO, CUÉNTAME
Asisto al estreno del largometraje, largo de verdad, Más moderna que Londres, de Iván Martínez y Carlos Navarro, sobre el Oviedo de los ochenta. Parece que entonces la ciudad levítica que dormía la siesta sintió de pronto un apretón psicodélico y se puso perdida de sexo, drogas y rock and roll. Yo ni mi enteré. En aquellos años, como ahora, me retiraba a casa en torno a las diez, salvo que Enrique Bueres me invitara a su programa “El expreso de media noche”, que hizo un poco de hilo musical de la época, pero en el que también se hablaba de literatura. Me aburre un tanto todo este recuento de bares míticos, pero me divierte verme en pantalla grande hablando de la tertulia Óliver junto a imágenes de los contertulios de entonces, tan jovencitos. Y me emociona ver a Víctor Botas (Miguel Munárriz cuenta la vieja historia de que algunos pensaron que era una invención mía) haciendo su último saludo desde el escenario. Yo le vi salir de la cafetería tras aquel saludo y luego ya no le vi más, aunque nunca dejara de verle y de leerle. Enrique Bueres es uno de los hilos conductores de este cuento de viejos que un día fueron jóvenes que viajaban a Londres y que lograron que fuéramos más modernos que Móstoles. Se trata de un Enrique Bueres que hace tiempo que se ha bajado de su legendario expreso y ahora se dedica a alertarnos sobre las amenazas del feminismo y del pensamiento inclusivo. “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, que diría Neruda. ¿Nosotros? Yo, sí, y así me luce “el poco pelo que me va quedando”, que diría Víctor Botas.