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Nada personal: El rumor de una fuente

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Sábado, 18 de mayo
POR EL PARQUE PASEAN

Cuando estuve en Pekín, un grupo de alumnos de la profesora Catarina Valdés se fue turnando para hacerme de guía. Ahora soy yo el que hace de guía de uno de esos alumnos de la Universidad de Estudios Extranjeros en un Avilés pasado por agua. Desde que le recojo en la estación de autobuses hasta el regreso a Oviedo no deja de llover ni un solo instante. Difícil hacer fotos sin poder cerrar el paraguas, salvo en las calles con soportales. Afortunadamente en Avilés abundan.
            Miramos lo mismo, pero qué distintas su fotos de las mías. Los ojos no ven, saben, decía Jorge Guillén. Y los ojos de Da Djo orientalizan el parque de Ferrera que se asoma a los ventanales de la biblioteca. Miro su fotografía y a la memoria me vienen unos versos de Tu Fu: “Muy juntas, / como buenas hermanas, / por el parque pasean / cogidas de la mano, / la lluvia, las palomas / y la melancolía”.


Domingo, 19 de mayo
TRANSPARENCIA

Ni he tenido tiempo para leer los suplementos literarios de la semana. Lo hago en Los Prados, antes de entrar a ver El gran Gatsby. Anoto una lección de ética periodística que me da mi admirado Luis María Ansón.  Su “Primera palabra” abre, como de costumbre, El Cultural de El Mundo. En este número dedica una encendida loa a Emilio Botín, “que ha sabido situarse en el centro neurálgico de la vida española”, y al Banco de Santander. El artículo termina con las siguientes palabras: “Sé que elogiar un Banco, hoy, significa una provocación. Pero desde niño aprendí que la verdad es lo que nos hace libres, y la verdad es que en España hay una entidad bancaria que en lugar de engrosar sus beneficios dedica una parte de ellos al estímulo de la Universidad, por mucho que eso moleste a cierto presidente mediático de acrisolada deslealtad y digno de toda desconfianza”.
            Pero cuando tras leer el ditirambo damos la vuelta a la página, nos encontramos con que, también a toda página, aparece un anuncio del Banco de Santander. Podía ir en otro lugar más disimulado. Pero entonces no quedaría tan claro que lo que hace el maestro de periodistas es publicidad y que como tal hay que tomarlo. Me gusta su irónico guiño, su tácito aviso de que no tomemos en serio nada de lo que dice. Transparencia se llama esa figura.


Lunes, 20 de mayo
UN CURIOSO OLVIDO

Mercedes Gallego entrevista hoy en La Nueva Españaa Joaquín Jiménez, magistrado del Supremo que presidió el tribunal que juzgó y condenó a Garzón, y sus palabras están llenas de sabiduría y sentido común, empezando por las que aparecen en el titular: “Quien diga que la justicia es igual para todos es que no sabe de qué habla”.
Pero como para demostrar ese aserto la sensatez desaparece en cuanto se menciona al “mediático” Garzón. Responde con una evasiva cuando se le pregunta si había “animadversión” de sus compañeros hacia el juez condenado y justifica con estas sorprendentes palabras la “unánime” sentencia condenatoria: “En todo proceso penal hay unas líneas rojas y la confidencialidad en el derecho de defensa es una de ellas. La comunicación entre el imputado y su abogado es un derecho absolutamente blindado, no cabe excepción, máxime cuando el cliente está en prisión”.
            Sorprendentes porque son rigurosamente falsas. La comunicación entre un imputado y su abogado no es un derecho “absolutamente blindado”. Se pueden intervenir esas comunicaciones en algunos casos, los señalados en el artículo 51.2 de la LOPJ, tal como indica Garzón en su resolución “prevaricadora”: “Dicho artículo 51 en su segundo párrafo recoge claramente el supuesto fáctico que aquí se denuncia, estableciendo que las comunicaciones de los internos con el Abogado defensor no podrán ser suspendidas o intervenidas salvo por orden de la autoridad judicial y en los supuestos de terrorismo”.
Una sentencia del Tribunal Supremo (nº 538/1997, de 23 de abril) razonaba así esta excepción: “En definitiva la regla general garantiza, en todo caso, la confidencialidad de las comunicaciones de los internos enmarcadas dentro del ejercicio de su derecho de defensa en un procedimiento penal, sin posibilidad de intervención ni administrativa ni judicial. Ahora bien la máxima tutela de los derechos individuales en un Estado de Derecho Social y Democrático no es incompatible con la admisión de reacciones proporcionadas frente a la constatada posibilidad de abusos en supuestos muy específicos y excepcionales. Concretamente, en el ámbito de las actividades de delincuencia organizada en grupos permanentes y estables…”. Por ello, “el art. 51.2 LOPJfaculta para la intervención de este tipo de comunicaciones singulares”.
            O sea, que, en ciertos casos, sí se pueden intervenir las comunicaciones entre los presos y sus abogados. ¿Era la red Gürtel uno de esos casos? El juez Garzón entendió que sí, el Supremo que no, que la única excepción eran “los supuestos de terrorismo” y que no se podía extender a otros ámbitos de la delincuencia organizada e infiltrada en las máximas instancias del poder político.
            Esa era la cuestión, desmemoriado Joaquín Jiménez, una discrepancia en la interpretación de la ley, no que no hubiera base en la ley para intervenir las comunicaciones entre abogados y presos.
            De otro magistrado, el que presidió el jurado que absolvió a Camps, afirma Jiménez que “no cumplió con su obligación de motivar la sentencia, de vigilar que el veredicto no fuera arbitrario”. Un magistrado no cumple con su obligación, deja sin condena a un presunto delincuente, y sin embargo nadie le acusa de prevaricación, ni se le amonesta siquiera. Otro interpreta razonablemente –aunque quizás equivocadamente– una ley y es expulsado de la carrera.
            “Hay que hacer justicia, y que parece que se hace”, afirma Joaquín Jiménez. Pues en el caso de Garzón quizá se haya hecho justicia, pero desde luego no lo parece. Y cuanto más se lee la sentencia condenatoria menos lo parece. Yo recuerdo bien esa sentencia minuciosamente cargada de razones porque la he leído varias veces. Del olvido que hacia ella muestra uno de los que la firmaron, Freud tendría sin duda mucho que decir.


Martes, 21 de mayo
UN CONFORMISTA

Soy capaz de soportar cualquier cosa, salvo la injusticia y las corrientes de aire.

Miércoles, 22 de mayo
ARTESANÍA Y MAGIA

Dios es, como el gran arte, como la gran literatura, una creación del hombre superior al hombre. El demonio en cambio es un invento más hecho a nuestra medida. Yo presumo de estar por encima de las supersticiones de la religión, pero a veces pienso que no soy más que un católito desteñido. Que habré dejado de creer en Dios, pero que sigo siendo inquisitorial y dogmático como mis ancestros del siglo XVI.
Pienso estas cosas mientras escucho a un torrencial, chispeante y paradójico Jesús Beades leer sus poemas. Al igual que sus maestros, Miguel d’Ors, Julio Martínez Mesanza o Enrique García-Máiquez –en este caso más bien un compañero de un curso más adelantado–, escribe poesía, no ya religiosa, sino a veces muy directamente confesional, muy ligada al catolicismo más integrista, al de ciertas organizaciones religiosas, como el Opus Dei, por las que yo no siento precisamente mucha simpatía.
Pero qué poco importan todas esas discrepancias ideológicas cuando un poeta lo es de verdad. Si no me importa que Neruda fuera durante tantos años un aprovechado estalinista, ¿cómo me va a importar que estos autores, además de escribir versos admirables, recen el rosario? Otra cosa es que, como ciudadano, esté muy alerta para que las organizaciones a las que son afines no pretendan imponernos por ley su personal concepción del mundo.
De Jesús Beades y de sus compañeros lo que más admiro es el buen conocimiento que muestran del oficio de poeta. No pretenden ser genialmente originales, como tantos adolescentes de cualquier edad. Respetan la tradición y aprenden de ella, aunque sepan de sobra que eso no basta.
Artesanía y magia es la poesía. La magia no depende de nosotros, pero la artesanía sí. Y sin artesanía no hay poesía.


Jueves, 23 de mayo
LO QUE DE VERDAD ME GUSTA

Partir, partir… Interrumpir las gratas rutinas, subirse al coche, devorar quilómetros. A un sedentario como yo nada debería molestarle más.
Y, sin embargo, qué felicidad. Y es que lo que a mí me gusta, lo que de verdad me gusta, es llevar la contraria. A todo el mundo y, más que a nadie,  a mí mismo.


Viernes, 24 de mayo
CALLEJEAR

Caminar por las calles de esta ciudad es como darse un paseo por la historia de la literatura. Entre los versos de Garcilaso y la prosa de Cervantes, entre la sutil melodía de Bécquer y el tantarantán de Zorrilla, recuerdo de pronto una glosa de Eugenio d’Ors: “Conviene al que ha llegado a Atenas y ha orado en la Acrópolis, y tiene su alma en paz con la Razón y con el Orden, llegarse hasta Santo Tomé de Toledo y ante El entierro del conde de  Orgaz sentir toda la sabiduría del ímpetu y de la pasión”.
            Mientras camino sin rumbo por las callejuelas en cuesta me viene a la memoria Camino de perfección, la novela de Baroja. También Fernando Ossorio, el inquieto protagonista, caminó sin rumbo por estas callejuelas hasta encontrarse de pronto frente a  Santo Tomé. La iglesia estaba a oscuras. El cuadro del Greco, bajo su cúpula blanca, apenas se veía. No importaba. Lo que no percibían los ojos lo completaba la imaginación: “En el ambiente oscuro de la capilla el cuadro aquel parecía una oquedad lóbrega, tenebrosa, habitada por fantasmas inquietos, inmóviles, pensativos”. Súbitamente ocurrió el milagro: un rayo de sol atravesó los cristales de la cúpula y las figuras del cuadro salieron de su cueva.
            Mi experiencia es muy distinta. Yo, en paz con la Razón y con el Orden, no recibo aquí el ímpetu y la pasión que buscaba d’Ors ni la emoción del misterio que encontró el personaje barojiano. La capilla del cuadro ha sido separada de la iglesia y convertida en una fría sala de exposiciones. Al cuadro lo han cambiado de lugar para que pueda verse mejor. Brillante, como recién pintado, parece una perfecta reproducción, solo el tamaño le diferencia de las láminas de una historia del Arte. Le faltan el alma y el aura. O eso me parece a mí mientras me martillea los oídos la explicación que la guía da un grupo de turistas tópicamente japoneses. No entiendo lo que dice, pero más parece una proclama militar que otra cosa.
            El arte, la fascinación del misterio, lo encuentro mejor en la luz matizada por los los toldos que anticipan la procesión del Corpus y serpentean sobre las estrechas calles, en una ventana a la que se asoma fugazmente un rostro, en un caserón en ruinas o en ese alto jardín del que me llega el rumor de una fuente.



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