Domingo, 30 de mayo
LA FE SALVA
Como San Pablo, yo también me he caído del caballo. Al hombre viejo sustituye el hombre nuevo. Antes me guiaba por la razón, ahora sé que solo la fe salva. ¿Cuándo ocurrió el milagro? Iba yo en el avión, durante un obligado viaje de trabajo, y me pareció de pronto que no sería capaz de resistir las pocas horas de vuelo. A un lado, por el lado de la ventanilla, tenía a un señor doble ancho; al otro, por el del pasillo, a una señora mórbidamente obesa. “¿Podría cambiar de sitio?”, le dije a la azafata. “Es que materialmente no quepo”. “Pues tendrá que acomodarse como pueda, vamos completos”, respondió ante lo que le pareció un capricho. Y allí me acomodé, casi con calzador. Efectivamente, íbamos completos. ¿Doscientos, trescientos pasajeros? Tocábamos a poco más de un metro cúbico de aire por cabeza en la estrecha cabina. El avión tardó en salir, hasta que no se puso en marcha no comenzó a funcionar el aire acondicionado. ¿Era yo el único que estaba a punto de desmayarse? Pensé que muy pronto el pasaje empezaría a protestar, pero todos callaban y bajaban los ojos resignados, salvo tres o cuatro bebés que no dejaban de patalear y llorar. Una voz monótona repetía: “Señores pasajeros, les rogamos que respeten la distancia de seguridad en el pasillo”. Ganas me dieron de levantarme y gritar: “¿Y por qué solo en el pasillo? ¿Por qué no nos permiten mantenerla en nuestro asiento? ¿Cómo es que, si los bares, los cines, las tiendas y hasta los espectáculos deportivos al aire libre tienen limitaciones de aforo, no las tienen los aviones? A poco estuve de organizar un motín. Pero entonces me vino la iluminación. Recordé primero los versos de Bartrina: “Si quieres ser feliz como me dices, / no analices, muchacho, no analices”. Y yo quiero ser feliz, no que la cabeza me estalle de incomprensión cuando viajo en ALSAde Oviedo a Madrid con el pasaje completo o cuando veo que en los asientos de las estaciones del metro marcan los lugares en que uno no puede sentarse para mantener la distancia de seguridad mientras que el interior del vagón los viajeros se sientan unos al lado de otros, sin limitación ninguna. ¡En qué manos estamos, Dios mío, desde hace ya más de un año! Mejor no pensar, limitarme a obedecer, ser uno más del sumiso rebaño que acata sin rechistar lo que le echen y repetir los versos, no sé si de Juan Ramón o de Pemán, o quizá de José María Jiménez, que diría Cernuda: “Bendito seas, Señor, / por tu infinita bondad, / porque pones con amor, / sobre espinas de dolor, / rosas de conformidad. / Gracias si queréis que viva, / gracias si queréis matarme. / Gracias por todo y por nada / y sea lo que queráis”. (Donde dice “Señor”, debe leerse, por supuesto, “autoridades político-sanitarias”.)
Lunes, 31 de mayo
CRÍTICA ACRÍTICA
Hablo en Ca´ Foscari, la laberíntica universidad de Venecia que juega a asomarse y esconderse junto al Gran Canal, de las relaciones entre la crítica académica y la crítica valorativa o crítica policíaca o crítica higiénica, para utilizar la terminología de Clarín. Cuento que hasta hace no muchos años en la universidad no se estudiaba la literatura actual, que al catedrático Martínez Cachero no le dejaron dedicar su tesis doctoral a las novelas de Azorín y que tuvo que hacerla sobre un poeta segundón del XIX. Fue Bousoño, con su tesis sobre Aleixandre, el primero el estudiar en la universidad española a un poeta contemporáneo, y eso gracias a que el director, Dámaso Alonso, era amigo del poeta estudiado. Algo de razón había en ello. Aplicar a una edición de Luis Alberto de Cuenca los mismos métodos que a las de Garcilaso no es hacerla más rigurosa, sino solo más ridícula y Juan José Lanz no me dejará mentir. La minuciosa enumeración de borradores y variantes tiene sentido –si se hace bien-- cuando se trata de un clásico, no de un contemporáneo del que contamos con una edición fiable preparada por el propio autor.
Es necesaria una cierta distancia temporal, para que sepamos qué autor forma parte de la historia de la literatura y cuál de la efímera actualidad. Y eso no se decide –o no solo o no principalmente-- en los departamentos universitarios. La crítica universitaria suele ser acrítica. Allí los autores deben llegar acreditados en otra parte.
Martes, 1 de junio
TENGO LA SOSPECHA
Ningún lugar mejor para comenzar mi mes favorito que esta Venecia que hoy estalla de luz y júbilo. Vuelve a abrir el interior de los bares y restaurantes, puede uno acomodarse de nuevo en la barra y contarle sus cuitas al camarero. Las terrazas están llenas de felicidad. Comemos en el restaurante kosher que está frente al canal del Cannaregio, a la entrada del gueto. Un amigo se niega a acompañarnos. “No es que yo tenga nada contra los judíos, por supuesto que no, pero estos de Venecia son ultraortodoxos y no me gustan nada. Hace poco hubo un gran escándalo que salió en los periódicos. Despidieron en ese restaurante a un camarero, que no era judío, porque se enamoró de una camarera judía. Los denunció por despido improcedente y el caso aún está en los juzgados. Además he oído que jóvenes judíos de vez en cuando se juntan para apalear a algún musulmán”. Yo no me creo nada, por supuesto, pero luego, mientras disfruto de nuevos sabores, me entretengo en tratar de adivinar cuál de las dos camareras que deambulan por el local, las dos muy reina de Saba, es la que despertó esa pasión prohibida.
En el conflicto entre el gobierno de Israel y los palestinos, nunca tuve dudas de en qué parte estaban la razón y la justicia, y nunca dejaré de denunciar el terrorismo de Estado, pero eso no afecta en nada a mi pasión por la cultura judía. Me gusta imaginar que entre mis antepasados hubo algún criptojudío de los que se quedaron por tierras de Extremadura tras la expulsión.
Miércoles, 2 de junio
MOLO AUDACE
Hay ciudades que he pisado infinitas veces antes de pisarlas por primera vez. Trieste es una de ellas. Con el placer del reencuentro, del primer abrazo después de tantos años, toda una vida, abandono la estación central e impaciente camino hacia los lugares que primero fueron de tinta y de papel y ahora se alzan en tres dimensiones en una historia ilustrada de la literatura. Corso Cavour adelante, en seguida me encuentro con el Canal Grande, la neoclásica iglesia de san Antonio Taumaturgo al fondo y James Joyce caminando junto a uno de los puentes. Admiro, desde fuera, la iglesia ortodoxa serbia, pero sin detenerme. Tengo prisa por saludar a uno de mis más queridos amigos de esta ciudad. Paso por delante de su librería –hoy está cerrada, es el día de la República--, pero me lo encuentro en el cruce de Dante Alighieri con San Nicoló, sin duda va a trabajar al local, aunque no esté abierto. Recuerdo sus: “Trieste tiene una hosca / gracia. Si gusta, / es como un áspero y voraz granuja, / de ojos azules y manos ya muy grandes / para dar una flor, / como un amor / con celos. / En torno a cada cosa / circula / un aire extraño, un aire tormentoso: / es el aire nativo”.
Ningún aire extraño, amigo Umberto Saba, ningún aire tormentoso encuentro yo en esta ciudad que acaricio hoy por primera vez. Me dejo sorprender por la fastuosidad de la Piazza della Unità d`Italia, con uno de sus lados abierto al mar y al mundo, y luego voy hasta un pequeño parque, el Giardino Hortis, a cuya entrada, entre puestos de libros, me espera Ettore Schmitz, discreto comerciante en la fábrica de pintura de sus suegros, amigo de Joyce y autor de una novela, La conciencia de Zeno, que hizo famoso a partir de los años veinte, no su nombre, sino el pseudónimo tras el que quiso esconderse. La antivida de Italo Svevo tituló Maurizio Serra la biografía que le dedicó. Pocas vidas más aparentemente anodinas e insignificantes que la suya. Todas sus tormentas fueron interiores. En eso creo que nos parecemos.
El libro que compro en uno de los puestos es la crónica de un viaje a la Rusia soviética cuando asombraba y espantaba al mundo. Nella terra dei Soviet, de Mario Nordio,se publicó en Trieste en el año 1932, el año X de la era fascista (y así se indica en el colofón), pero no tiene nada del panfleto antisoviético que podría esperarse. Todo lo contrario. Son tantos los puntos de contacto que encuentra que concluye afirmando que “Roma y Moscú son los únicos centros que construyen el porvenir en un mundo que cruje bajo el peso del pasado”. Faltaba un año, pero por entonces nadie pensaba que Hitler pudiera llegar al poder.
Hojeo el libro en un banco del parque (me sorprende que los árboles estén dedicados a distintas personas, como los bancos del Central Park) y luego asciendo hasta la catedral y el castillo de San Giusto. Desde allí diviso toda la ciudad y el inmenso azul. Juego a ir reconociendo los lugares. Lo que más me llama la atención es una especie de pista de aterrizaje llena de gente que se adentra en el mar. De pronto la reconozco. ¡Es el Molo Audace, el antiguo Molo de San Carlo!
Termino la tarde, la hermosa tarde en la que no me canso de acariciar la ciudad, paseando yo también por él, emborrachándome de infinito. En el siglo XVIII aquí se hundió un barco, el San Carlo, y en lugar de retirar los restos se decidió construir un nuevo muelle. Se fue ampliando varias veces y en los años veinte, como homenaje a otro navío, el torpedero Audace, que fue el primero en entrar en el puerto tras la Gran Guerra, cambió su nombre por el que ahora tiene, que parece propio de una aventura de Corto Maltese. Aquí atracaron durante años los barcos de pasajeros, pero ahora lo hacen en otra parte y sirve solo como fantástico paseo sobre las aguas. Al final hay una rosa de los vientos y junto a ella puede uno soñar con lugares que están fuera del mapa y del calendario..
Jueves, 3 de junio
VILLA MARAVEGE
El rio San Trovaso une el canal de la Giudecca con el Gran Canal. Al comienzo, junto a a Fondamenta Zattere, está el squero de San Trovaso, el más hermoso de los talleres de góndolas. Aquí tuvo lugar una famosa representación al aire libre de El mercader de Venecia a la que asistió Eugenio d’Ors, quien la comentó en sus glosas. La tarde en la que yo paso por allí está lleno de estudiantes que celebran su graduación. Lo que no sabía es el secreto que el río encierra al final. Siempre lo cruzaba por el ponte de le Maravegie, el puente de las Maravillas, pero hoy he avanzado un poco más por la acera sin salida y he descubierto la Pensione Accademia, que ocupa Villa Maravege, una mansión del siglo XVIII que fue embajada rusa durante la República Veneciana y consulado después durante mucho años. Aquí se alojaba Josif Brodsky y aquí escribió buena parte del libro que en español se titula Marcas de agua y en el original lleva el nombre de la cercana Fondamenta degli Incurabili. Con un jardín de verano y otro de invierno y dos columnas supervivientes del campanile original (el que se derrumbó en 1902) ningún lugar mejor para esconderse del mundo y estar en el centro del mundo.