Sábado, 30 de enero
¡TODOS A CASA!
Iris Murdoch, como me ocurre a mí, tenía en más aprecio a la imaginación que a la fantasía: “La imaginación es una herramienta para comprender el mundo mientras que la fantasía es una forma de fabular el mundo para concebirlo tal como nos gustaría que fuese”.
La imaginación es el guionista de la vida. Yo siempre, antes de dormirme, le hago preparar al menos dos guiones para el día siguiente. En lo que depende solo de mí, el plan A no suele fallar; cuando hay otros coprotagonistas, lo más frecuente es que tenga que echar mano de opciones alternativas.
La fantasía cura las heridas de la realidad. De noche, para propiciar el sueño, y ya bien precisado el guion del día siguiente, abro la puerta de la fantasía y encuentro, en un sótano de Estambul, muy cerca del Gran Bazar, en una de las callejuelas que bajan de Santa Sofía hasta el Cuerno de Oro, un revuelto montón de manuscritos salvados de la biblioteca de Alejandría por un ayudante del general árabe Amr Ibn al-As, al parecer siguiendo instrucciones del propio general. Como es sabido, el conquistador de Alejandría le preguntó al sultán Omar qué tenía que hacer con los miles y miles de libros de la biblioteca. El sultán, muy creyente, le respondió: “Si están de acuerdo con el Corán, son inútiles; si no están de acuerdo, son perjudiciales, así que mejor la destrucción, el fuego”. El general cumplió la orden, aunque con gran dolor de su alma porque era aficionado a la lectura. Pero volvió la vista hacia otro lado, cuando uno de sus ayudantes, salvó y escondió todo lo que pudo, parte de lo cual aparece ahora en el sótano de una vulgar tienda de alfombras. Lo primero que leo, desempolvando el griego que aprendí en los cursos comunes de la Facultad, son poemas de Safo que me parecen desconocidos. Con el teléfono, fotografío alguno y se lo envío a Aurora Luque, quien enseguida me responde deslumbrada y segura de su autenticidad.
Otras veces, recibo en herencia trescientos o cuatrocientos millones de euros y me dedico a disponer de ese dinero de la mejor manera posible. Últimamente, me ha dado por financiar un movimiento político transversal en el que caben personas de las más diversas ideologías políticas. Su lema sería “¡Todos a casa!”, y su finalidad retirar de la política a quienes han gestionado el mundo en los últimos meses. ¿Emmanuel Macron? ¡A casita a leer a Montaigne y a cultivar orquídeas con su señora! ¿Pedro Sánchez? ¡A escribir libros de autoayuda!
Naturalmente, como se trata de una fantasía, no falta el momento en que los lideres mundiales –preocupados por la desafección creciente de sus electores-- se acercan a mi despacho y me ruegan que, por favor, dado que golpear cada vez más duro a la población ya no sirve para nada, les dé yo alguna solución para acabar con la epidemia.
---Soluciones mágicas no tengo, señores mío, y si no las tengo yo es que no las hay. Solo les voy a dar un consejo que aprendí de mi maestro Sancho Panza: “Cuando las cosas están mal, si no puedes mejorarlas, por lo menos procura no empeorarlas”.
Con estas y con otras fantasías (en las que no voy a entrar aquí porque un caballero nunca habla de esas cosas), me entretengo mientras llega plácidamente el sueño.
Domingo, 31 de enero
TIRARSE DE UN PUENTE
“Da la impresión de que te burlas de la enfermedad”, me reprocha mi amigo José Luis Piquero, excelente poeta que para mí se ha convertido, quizá algo injustamente, en el símbolo de la España más sumisa y ajena a cualquier atisbo de pensamiento racional. “No me burlo de la Enfermedad con mayúscula ni deja de preocuparme cualquier otra enfermedad, al contario que a las autoridades político-sanitarias; me burlo, me carcajeo, ridiculizo todo lo que puedo algunas de las medidas que se quitan y se ponen (claro que, si son lo suficientemente dañinas, se ponen pero no quitan) para “protegernos” de la Enfermedad. Y eso de que son medidas sin ninguna justificación sanitaria no lo digo yo, lo dicen los jueces. Rara es la vez que no tumban una de esas medidas si se pone un recurso contra ellas. Adrián Barbón prohibió los exámenes presenciales en la universidad (no en los institutos). El rector recurrió la medida y un juez la anuló porque no estaba justificada sanitariamente. Lo mismo pasó con las elecciones catalanas cuando se quisieron posponer a mayo. ¿Por qué tenemos que andar por las calles vacías con la cara cubierta con un trapo? Pues porque nadie recurrió la disposición del BOPA que obligaba a ello. La justificación que se daba para tomar esa medida era de risa y ahí está (la fecha es el 14 de julio) para quien quiera comprobarlo. ¡Y ningún partido político, ninguna asociación de médicos, que algo deberían saber del asunto, recurrió! Y así estamos, cada vez con más contagios, y echándole la culpa al verano hasta que llega la Navidad y a la Navidad hasta que llega Semana Santa y dando palos y más palos en la espalda de la ciudadanía y especialmente en la de los hosteleros, los chivos expiatorios favoritos de quienes ordenan y mandan”. “En todas partes pasa lo mismo, Martín, pero tú la has tomado con Barbón”. “Y si todos los niños se tiran de un puente, ¿tú también te tirarías?, le preguntan las madres a los niños que justificaban cualquier mal comportamiento escudándose en que los otros niños también lo hacían. Espero que a nadie se le ocurra hacer a nuestro presidente autonómico la pregunta de si él se tiraría de un puente si Feijoo también lo hace. ¡Adrián Barbón se tiraría de cabeza sin dudarlo un instante y llevando de la mano a su consejero de Salud!”
Lunes, 1 de febrero
EL MEJOR REGALO
Ya conocía la anécdota. Se la había oído contar en alguna entrevista. César Antonio Molina habla de su biblioteca en el último número de la revista El Ciervo: “Tendría doce años cuando un día mi padre me llevó a la librería Arenas. El librero era muy amigo suyo. Yo a veces me había colado en ese establecimiento a husmear entre los estantes. Cogiéndome del hombro, mi padre le dijo al dueño: ‘A partir de hoy mi hijo se puede llevar todos los libros que quiera’. Esas palabras determinaron mi futuro”.
Martes, 2 de febrero
LAS COSAS COMO FUERON
Nunca me canso de elogiar el periodismo, la huella dactilar del tiempo que pasa. De las páginas del diario La Nación se rescata Eclipse de Francia, la serie de artículos que Fernando Ortiz Echagüe escribió, de junio a septiembre de 1940, en Burdeos y Vichy. No los pudo enviar hasta octubre de ese año, cuando se trasladó a Lisboa. Mucho se ha escrito --de Maurois a Chaves Nogales, pasando por la obra de teatro Morir por cerrar los ojos, de Max Aub-- sobre inesperada y vergonzosa derrota de Francia. Pero solo Ortiz Echagüe estaba allí y fue dejando constancia de lo que pasaba día a día. El 15 de junio, en Burdeos, firma la primera crónica. Pétain se hacer cargo del poder y los plenipotenciarios franceses marchan a Compiègne para firmar el armisticio. Al día siguiente, un barco, el Massilia, se hace a la mar rumbo a Casablanca, llevando a los que no querían aceptar la situación y “rompían voluntariamente todo vínculo con la patria vencida para intentar la quimera de defenderla bien o mal. La historia nos dirá si hicieron bien o mal”.
Hoy sabemos lo que dijo la historia, pero entonces no se sabía y Ortiz Echagüe nos presenta a un Pétain aplaudido y querido por la mayoría de los franceses. Y nos da muy precisos detalles para reconstruir aquel tiempo sombrío. El ministro de Asuntos Exteriores le recibe en su dormitorio, ya que en la sede del gobierno de Vichy, el Hotel du Parc, “solo tienen salón para recibir el mariscal Pétain y M. Laval. Los demás ministros reciben en el cuarto que les sirve además de dormitorio y suele ser frecuente ver interrumpida la conversación por la entrada de la planchadora, que trae en un canasto la ropa de Su Excelencia”. Sabemos, por una carta de Marañón, la admiración que sentía el ilustre liberal, coincidente en esto con la mayor parte de los franceses, por los ocupantes: “Los alemanes son de una corrección ejemplar, absoluta, y, a veces, emocionante. Sin duda es táctica política; pero hay que reconocer que un pueblo capaz d esta disciplina, que llega a todos los actos de la vida y no solo en las formaciones, sino en la vida individual de cada soldado, es digno de respeto”.
Antes de que el gobierno alemán exija al de la zona ocupada la adopción de medidas antisemitas, ya los periodistas franceses –a sueldo del vencedor o simplemente para congraciarse con él-- “firman furibundos artículos antisemitas, piden una política de radical y violenta depuración racial”. Son los mismos periódicos, y a veces los mismos firmantes, que cinco años después pedían una radical y violenta depuración de los colaboracionistas.
El periodismo, el buen periodismo, nos permite viajar en el tiempo, regresar a una época para contemplarla tal como fue para los que la vivieron, sin las manipulaciones de la historia y la memoria que juegan con las cartas marcadas de conocer el desenlace.
Miércoles, 3 de febrero
LO QUE SE AVECINA
Hace unos días vacunaron a una amiga –trabaja en una empresa que cuida de personas mayores-- y desde entonces está baldada, con dolores en el brazo y en la espalda y sin poder dormir. “Mi hermana lo pasó peor, tuvo que ir a urgencias y pedir la baja una semana”, se consuela. “Afirma que esto no es nada, que ya veré con la segunda dosis. Yo por mí no me vacunaría, pero me dijeron en la empresa que solo renovarían el contrato a quienes estén vacunadas”.
Yo saco mis conclusiones, pero cuido muy bien de exponerlas en público, no vaya a ser que empiecen a lapidarme acusándome de insolidario y antivacunas.
Jueves, 4 de febrero
SIGUEN LAS TERRAZAS
El lunes cerraron al parecer las terrazas en Avilés, hoy nada más levantarme me asomo con miedo a la ventana para ver si han hecho aquí lo mismo. Sonrío al verlas dispuestas como siempre en el bar de la esquina. No sé qué razones “sanitarias” habrán dado para permitirnos a nosotros sentarnos a tomar un café al aire libre a la vez que se lo niegan a otros. Me imagino que el que el alcalde de Oviedo, al contrario de lo que ocurre con la alcaldesa de Avilés, sea de un partido político diferente al del presidente del Principado, y por tanto capaz de dar un puñetazo en la mesa cuando la arbitrariedad se pasa de la raya, algo habrá tenido que ver.
Viernes, 5 de febrero
NUESTRAS MISERIAS
Cuenta Zenobia Camprubí, en una de las cartas a Gabriela Mistral que se acaban de publicar en el volumen De mujer a mujer, que cuando un escritor italiano, al que el poeta admiraba mucho, quiso visitar en Puerto Rico a Juan Ramón Jiménez, este, que no pasaba por un buen momento, se negó a recibirle. “Todos tenemos derecho a ocultar nuestras miserias”, fue la razón que le dio a Zenobia.
Ayer me llegó el volumen Leer la vida en el que una treintena de escritores comentan mis diarios, desde el primero, de 1989, hasta el más reciente, este que todavía está en marcha en las páginas de El Comercio. Los colaboradores son, por lo general, muy generosos, pero yo lo he pasado mal con la lectura. Las citas continuas me han hecho recordar al que fui. Y no siempre me he sentido orgulloso. Todos tenemos derecho a ocultar nuestras miserias, y yo tengo bastante habilidad para ocultárselas a los demás, pero no a mí mismo.