Quantcast
Channel: Café Arcadia
Viewing all articles
Browse latest Browse all 705

Después y todavía: Espero lo mejor

$
0
0

  

Sábado, 26 de diciembre
LA NARIZ DE CLEOPATRA
 

Un elogio a destiempo puede cambiar el rumbo de la historia. En 1931, recién estrenada la República, Indalecio Prieto ofrece un almuerzo al resto de los componentes del gobierno provisional en el palacio de la Zarzuela. ¿El motivo? Que conozcan los terrenos en que se va a construir el nuevo hipódromo y comprueben que no perjudicará al arbolado y la mutilación del parque natural sería insignificante. Un día espléndido, la mesa para el almuerzo se dispuso fuera del palacio, a la sombra de un inmenso cedro secular. Presidían la reunión Niceto Alcalá Zamora y Alejandro Lerroux. A los postres, se habló de las recién elegidas Cortes Constituyentes, que comenzarían a reunirse en breve. Se pasó revista a los mejores oradores del anterior momento revolucionario y de la restauración borbónica. Se aventuró el nombre de quienes podrían brillar en las nuevas cortes. Varios coincidieron en Alcalá Zamora, que sonrió satisfecho. Lerroux, sin desdeñar al presidente del gobierno provisional ni mucho menos, como se apresuró a indicar, mencionó a Melquiades Álvarez. Y entonces ocurrió el hecho de apariencia insignificante que cambiaría la historia de España. Prieto tomó la palabra: “Quedan pocos oradores parlamentarios. Yo no conozco más que uno que merezca el título de gran orador”. Hizo una pausa y todos quedaron expectantes. “A la muda y breve interrogación general –cedo la palabra a uno de los protagonistas-- contestó avanzando el dorso sobre la mesa, extendiendo el macizo brazo izquierdo, señalándome con el índice de su mano episcopal que por la postura en que se hallaba se retorció como un tirabuzón y, sin mirarme, dijo: Don Alejandro”.

            Cuando, pocos meses después, Alcalá Zamora, ya presidente de la República, tuvo que formar gobierno, desdeñó al candidato natural, Alejandro Lerroux, que llevaba más de treinta años al servicio de las ideas republicanas y cuyo Partido Radical era la minoría mayoritaria en las Cortes y se inclinó por un republicano de ayer mismo, Manuel Azaña, y cuyo partido era de los que tenían menor representación. Alcalá Zamora no había sido capaz de olvidar aquel almuerzo en la Zarzuela y no quería dar alas al único político que podía hacerle sombra.

            ¿Fracasó la república por los celos que Alcalá Zamora tenía de Lerroux? Eso es lo que este pensaba y así lo cuenta en La pequeña historia, su libro de memorias escrito en Portugal cuando habían pasado poco más de cinco años de los anteriores acontecimientos y parecía que pasado cinco siglos.

 

Domingo, 27 de diciembre
EL PRECIO DEL DESEO
 

Una cita apócrifa de Santa Teresa, la que Truman Capone pone al frente de su novela Plegarias atendidas, y uno de los cuentos de terror más impactantes que yo haya leído nunca, “La pata de mono”, están detrás de la historia que nos cuenta Wonder Woman 1984, una de esas películas nacidas para arrasar las taquillas y que yo veo en una sala desoladoramente vacía.

            “Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por la no atendidas”, la cita de Capote, es una variante de un dictum clásico: “Cuando los dioses quieren perder a un hombre, le conceden todos sus deseos”.

            “La pata de mono”, el cuento de W.W. Jacobs, lo leí por primera vez en la Antología de la literatura fantástica de Borges. Todavía vuelve de vez en cuando a mis pesadillas.

            Y me ha dejado secuelas: cuando algo me sale bien, demasiado bien, siempre me aterra pensar en el precio que me veré obligado a pagar por ello.

Lunes, 28 de diciembre
ESO ME BASTA

Soy de los que se conforman con poco. Para ser feliz me basta con tener un gran amor imposible y algún que otro pequeño amor posible.

Martes, 29 de diciembre
NO SIEMPRE

No siempre tengo razón, por supuesto. Solo casi siempre.

Miércoles, 30 de diciembre
A PENSAR Y A VIVIR
 

“Escribes demasiado”, me repiten a menudo los amigos que tienen la buena costumbre de no leerme.

            “¿Demasiado? Una hora al día. Ahora, eso sí, todos los días y dedicando las veintitrés horas restantes a pensar y vivir lo que escribo.

Jueves, 31 de diciembre
HE SIDO FELIZ

Me entretengo, antes de ir a la cama, en hacer recuento del año que acaba. Para el mundo en general, no hace falta repetirlo, ha sido nefasto, pero ¿y para a mí en particular? La verdad es que he salido bastante bien parado, casi tanto como el gobierno central, al que parece que le tocó la lotería con la pandemia. Apenas he salido del país –antes, anduve por Praga y Viena; durante el verano, por Burdeos, Biarritz, Bayona--, pero apenas he parado en casa. Soy un hombre de buen conformar: si no puedo viajar en avión, pues lo hago a pie y así he descubierto cercanos paraísos. He añadido nuevos rincones a mi biblioteca: la ermita de Santa Ana de Abuli, por ejemplo, en cuyo muro me sentaba al sol de otoño con un libro de poesía en las manos y las lejanas cumbres y el perfil de Oviedo al fondo. Soy un hombre tan de costumbres que si me quitan mis costumbres a los dos días ya tengo otras que me gustan tanto como las primeras. He cuidado, como siempre, de mi salud: no he pasado el día lavándome las manos, no me he encerrado en casa, he caminado mucho, no he escuchado las noticias de la televisión, no he interrumpido ni una sola semana la tertulia de los viernes –presencial cuando era posible, virtual cuando no--, no he dejado de pasar un solo día por mi despacho del Milán ni interrumpido otras actividades –que no voy a enumerar aquí—imprescindibles para el equilibro físico y mental. He tenido suerte, ya lo sé: mis ingresos –como los de los ministros y los funcionarios que nos teledesatienden-- han seguido llegando con puntualidad y no se han visto mermados por la situación. Podía haber sido tan feliz como de costumbre, y todos los días he sido durante algún rato, a veces durante un buen rato, feliz. También muy desdichado. Ha habido noches en los que no podía dormir de indignación y rabia. No era capaz de comprender que se permitiera a los perros salir a dar una vuelta y no a los niños, aunque fueran solos y de la mano de un progenitor. Luché por acabar con ese estúpido, dañino, presuntamente delictivo encierro, compartí peticiones al gobierno y nada me dolió más que algunas queridas amigas –ganas me dan de escribir sus nombres para eterna vergüenza--  se negaran a firmar esas peticiones porque los niños “contagiaban cinco veces más que los adultos”. ¿También se creía tal bulo el ministro de Sanidad, que ahora parece que se marcha a Cataluña despidiéndose con un “ahí queda eso”? Mi confianza en la racionalidad del ser humano cayó entonces por los suelos y me espantó el nivel de aturdida crueldad a la que pueden llegar las buenas personas. A los niños, finalmente los liberaron de su encierro (previo el sainete, que habría causado la rechifla y la dimisión de cualquier gobierno en un país serio, de dejarlos salir solo al supermercado), pero el maltrato institucional de los ancianos ahí sigue. Y la desatención a los enfermos.

            A veces me avergüenzo de ser tan egoísta. A pesar de tanto dolor, debido menos a una catástrofe natural –aunque también, por supuesto-- que a decisiones tomadas por irresponsables con nombre y apellidos, a pesar de ello ha habido momentos –y no escasos-- en que he sido feliz. Sé lo que me espera, pero el tiempo inhóspito de la decrepitud aún no ha llamado a la puerta, aunque puede hacerlo de un momento a otro: siento su aliento cada vez más cerca.

Solo una cosa le pido al nuevo año: que para todo el mundo, no solo para mí, sea tan benévolo como el que acaba de pasar.

Viernes, 1 de enero
ENCANTADO DE CONOCERME

Mis amigos, más de los que merezco, y mis enemigos, ganados a pulso, coinciden en que soy una de esas personas encantadas de haberse conocido. No seré yo quien les lleve la contraria.

            Al nacer, reparten cartas para que juguemos la partida de la vida. No podemos cambiar las que nos tocan, no nos queda más remedio que jugar con ellas. Las que me tocaron a mí quizá no fueron de las mejores, pero podían haber sido peores- En lugar de quejarme, como tantos otros, he procurado sacarles siempre el mayor partido posible.

            No seré el hombre más inteligente del mundo, como dicen que estoy continuamente dando a entender, pero siempre me he esforzado por mantener ágil, bien lustrada, ejercitada de continuo, la poca o mucha inteligencia que me ha tocado en suerte.

            No seré el mejor economista del mundo, pero desde que empecé a trabajar a los veintiún años nunca he necesitado un préstamo y he llegado a los setenta sin dejar de trabajar un solo día, sin despilfarrar un euro, sin un euro ahorrado y sin más propiedades que el pequeño piso en que vivo.

            No seré el escritor más exitoso del mundo, pero siempre he podido escribir a mi aire, llamar al pan pan y al barbón barbón, publicar todo lo que escribo, no rebajarme a premios, no callar por miedo, no mendigar alabanzas.

            En fin, que amigos y enemigos tienen razón: estoy encantado de haberme conocido y creo que he jugado de la mejor manera las cartas que me tocaron en suerte.

            Y todavía disfruto como un niño con el regalo que me encuentro, al despertar, cada primero de enero: nada menos que un año nuevecito y por estrenar.

Siempre optimista, espero lo mejor del 2021, pero por si acaso me preparo para lo peor, que sé de sobra en qué manos estamos.

             


Viewing all articles
Browse latest Browse all 705

Trending Articles