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Después y todavía: Basta ya

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Sábado, 28 de noviembre
BECARIO EN ROMA

Soy un poco sádico, no lo voy a negar. Pero solo un poco, que nadie piense que quiero competir con algún presidente autonómico de cuyo nombre no quiero acordarme. Yo disfruto solo destrozando un mal libro, riéndome de algún poetastro académico y multipremiado.

Roma, de Manuel Vilas, me ha salvado esta tarde de sábado en que, una vez más, no puedo desplazarme hasta Avilés dicen que para combatir la pandemia (así nos va). Desde los primeros versos –lo de versos es un decir-- no tiene desperdicio: “Vine a la ciudad de Roma / en un vuelo comercial, / sentado en mi asiento / como uno más en este mundo”. Nunca nos lo habríamos imaginado: fue a Roma en un vuelo comercial y sentado en su asiento. Un poeta tan excelso a lo mejor pensaba alguien podría creer que llegó transportado por ángeles.

Una nota nos indica que para escribir ese libro disfrutó de la beca Valle-Inclán, que incluye una larga estancia en Roma alojándose en un apartamento de la Academia de España, en el Gianicolo, al lado de San Pietro in Montorio, dominando toda la ciudad. Y no es ya que el libro resultante, escrito con financiación pública, sea malo, que lo es, sino que el autor se hace el tonto y parece tomarnos a los lectores por tontos. En el poema “500 kilómetros”, escribe: “son tantas clases de gafas / las que necesito, / que cierro los ojos y maldigo mi vista cansada”. ¿Tantas clases de gafas? Sí, para ver de cerca y para ver de lejos (dan ganas de llamarle para decirle que existen las lentes progresivas). En el mismo poema, sueña con comprar un coche para ir “de Roma a Venecia, / de Venecia a Palermo, / de Palermo a Génova, / de Génova a Nápoles, / de Nápoles a Turín, / de Turín de nuevo a Roma”. Convendría aconsejarle que se comprara un mapa de carreteras y así vería con sorpresa que para ir de Venecia a Palermo y de Palermo a Génova ya tiene que pasar por Nápoles.

De sobra sé que no hay que confundir el personaje que habla en el poema con el autor. Pero ciertos deslices solo se pueden atribuir al autor. Decirnos, por ejemplo, que el restaurante en que come “es minúsculo, pero siempre está lleno” (¿a qué viene ese “pero”?) o que cualquiera de las septuagenarias u octogenarias romanas “tuvo un pasado erótico lleno de placer, de amores confusos, de desengaños, de pasiones enormes”, mientras que eso no ocurre en los hombres (serían entonces todas lesbianas o solo se relacionaban con gente de fuera), o que pasa la noche “al lado del claustro / del Bramante” cuando quiere decir que la pasa al lado deltempieto de Bramante, que casi forma parte de la Academia de España. Tampoco es que Manuel Vilas, que juega a la autoficción, ponga mucho esmero en separar autor y personaje. Como un turista más visita la iglesia de Monserrat y se sorprende de que los sacerdotes que se la enseñan le sonrían y le traten con cariño: “Sonreír a un desconocido siempre es un esfuerzo”. Pero es que no solo le sonríen, es que además le invitan a cenar y le presentan al cocinero, “un hombre joven lleno de ilusión en los ojos”. Quien visita la iglesia de Monserrat en Roma no es el algo patoso personaje que roba cucharillas en los cafés y hace alarde de su vulgaridad, sino el escritor conocido, finalista del Planeta, becario en la Academia.

            En fin, que lo paso bien riéndome de Manuel Vilas y de quienes lo consideran un gran poeta (mi amigo José Luis Piquero sin ir más lejos). Y disfruto doblemente cuando cierro los ojos y me pongo a pasear por Roma tras los pasos de este becario, como antes acompañé a Xuan Bello y a Martín López-Vega, a Bruno Mesa y a Javier Rodríguez Marcos. Vuelvo a oír los cañonazos del medio día junto a la estatua de Garibaldi y a recordar allí en lo alto, con la ciudad a nuestros pies, los versos del poema “Roma”, de Víctor Botas, y algunas personales dichas y desdichas que la tuvieron por inagotable escenario.


Domingo, 29 de noviembre
ADIÓS, MERCEDES

Llevaba veinte o treinta años pasando intermitentemente por la tertulia y no se perdía ninguna de las presentaciones que tenían lugar en Gijón. No le hacíamos mucho caso, la verdad, y a  mí me exasperaba un poco su costumbre de llamar por teléfono y hablar y hablar sin interrupción hasta que no tenías más remedio que colgar. Publicó por su cuenta varios libros de poesía, que nos regalaba y hojeábamos distraídamente. Últimamente venía a la tertulia en un taxi que se quedaba a esperarla. Luego dejó de venir, le aconsejaron no salir de casa y me contaba, en las últimas llamadas telefónicas, lo deprimida que estaba al no poder siquiera dar unos pasos por el paseo de Begoña, que veía desde su ventana. Su única ilusión era el nuevo libro que estaba preparando.

Hoy me entero de que ha muerto. Tenía ochenta y siete años. Se llamaba Mercedes Cavestany. Siempre, en estos casos, recuerdo a Guillén: el muro cano ha impuesto su ley, no su accidente. Aunque sus libros los leía con poca atención, lo mismo que los poemas manuscritos que me enviaba por correo, ahora que la notica de su muerte pone un crespón negro sobre la tibia luz dominical me vienen a la memoria unos versos suyos que recuerdo gracias a la rima y que pueden servir de epitafio: “El amor es una llamarada. / Si ahora eres ceniza, / es porque fuiste muy amada”.

            No sé si Mercedes Cavestany fue muy amada; sé que amó como nadie la poesía. Y que nos tuvo –a mí y a la tertulia-- una fidelidad que no supimos agradecer.



Lunes, 30 de noviembre
LOS DÍAS CONTADOS

“No hay mal que cien años dure”, nos consuela la sabiduría popular. No estoy yo tan seguro. Hoy he escrito un cuento futurista. Transcurre allá por el 2120. Unos niños, en clase de historia, se asombran de que, a comienzos del siglo anterior, la gente anduviera por la calle con la cara descubierta. “¿Y no les daba vergüenza?”, preguntaron asombrados.

            Contra el consuelo del refrán, el mal puede durar incluso un siglo o dos. Es la felicidad la que siempre tiene los días contados.

 


Martes, 1 de diciembre
LO QUE A MÍ ME PASA

No poder prescindir del pensamiento racional es una grave condena. Afortunadamente, afecta a muy pocos seres humanos.

 


Miércoles, 2 de diciembre
ALREDEDOR DEL CUELLO

Durante mi paseo matinal, mientras leo y tomo, en los altos de Abuli, el poco sol que nos va quedando, me llaman para una entrevista sobre El lector impertinente, mi último libro. Pero yo, en cuanto la periodista se descuida, dejo de hablar del libro para hablar de Calígula y los cobarbones que todavía le apoyan. “Dejemos el tema, que ya estamos todos cansados de darle vueltas. Sigamos con tu libro”, me interrumpe más de una vez Marifé Antuña. Pero yo, en cuanto se descuida, vuelvo a repetir exasperado que lo peor de la pandemia ha sido la tontemia con que se le ha intentado combatir.

            ----¡No sabes hablar de otra cosa!

            ----Bueno, cuando uno tiene alrededor del cuello dos manos que aprietan cada vez más, es difícil hablar de otra cosa.

  


Jueves, 3 de diciembre
CUANDO LA DICTADURA ES UN HECHO

No sé por qué me ha venido estos días a la memoria el homenaje a la operación Vagô que se encuentra en el cementerio lisboeta de Prazeres. El 10 de noviembre de 1961 tuvo lugar el primer secuestro de un aéreo de la historia. El avión de la TAP que hacía la ruta Casablanca-Lisboa fue obligado a sobrevolar la ciudad y otras localidades mientras se arrojaban miles de panfletos exigiendo elecciones libres. Al frente del grupo de antifascistas estaba Hermínio da Palma Inácio, que se escaparía dos veces de las prisiones de la Pide con fugas que tienen mucho de legendarias. El avión regresó a Casablanca. Los cazas militares que intentaron detenerlo no se decidieron a abatirlo en pleno vuelo, a pesar de la orden expresa. Palma Inácio pidió disculpas a los pasajeros y a las mujeres les fue regalando personalmente una rosa. Cuando abandonaron el avión, los secuestradores fueron aplaudidos. Marruecos se negó a extraditarlos. Marcharían a Brasil y luego a Francia para continuar su lucha contra Salazar.

            La inscripción colocada en el cementerio de Prazeres dice así: “Cuando la dictadura es un hecho, / la rebelión es un derecho”.


Viernes, 4 de diciembre
LOS BUEYES DOBLAN LA FRENTE

----Barbón aprieta, pero no ahoga, Martín. Este sábado podrás volver a pasar por tu casa de Avilés, como has hecho desde siempre.

            ----Lágrimas de gratitud vierto ante tanta generosidad. Lo que yo pienso de ese señor, que a lo mejor en su vida privada es una excelente persona --no tengo el gusto de conocerle--, resulta bien sabido, no voy a aburrirte repitiéndolo. Solo aventuraré una profecía: pasará a la historia, a la pequeña historia del Principado, con el apelativo de Presidente Calamidad. Pero dejemos en paz quien tanto daño nos está haciendo, quizá con la mejor de las intenciones, no tengo por qué dudarlo. A mí lo que me gustaría es entrevistar en la televisión pública al comité que lo asesora en cuestiones de Sanidad. Les preguntaría por las razones “sanitarias” que obligaron a impedir que el desplazamiento entre Avilés y Oviedo (o entre Avilés y Salinas, Oviedo y Pola de Siero), salvo por razones de trabajo, y por las razones “sanitarias” que un mes después les han llevado a levantar esa prohibición. Disfrutaría viéndoles hacer públicamente el ridículo. En qué manos estamos, Dios mío. Han conseguido el dudoso honor de ser la comunidad española menos eficaz en combatir la pandemia y la más eficaz en combatir a la población.

            ----Parece que estás perdiendo el humor.

            ----Este buen hombre, con la mejores intenciones, nos ha colocado a un paso del abismo y no le temblará la mano si tiene que obligarnos a dar un paso más.

            ----¿Piensas estar este lunes en la manifestación de los hosteleros?

            ----Por supuesto. Y me alegra que en una Asturias donde tantos bajan la frente ante el castigo alguien sea capaz de levantar la cabeza y decir “¡basta ya!”






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