Domingo, 7 de abril
DON ERRE QUE ERRE
Soy una persona bastante irritante. Tan terco en las discusiones que casi siempre acabo sacando a mi interlocutor de sus casillas. Y es que, cuando creo que tengo razón, no hay nada que me haga cambiar de parecer (salvo, claro está, nuevos datos y razones más convincentes que las mías).
“¿Así que eso de que al rey no se le puede juzgar, haga lo que haga, no es más que un error al interpretar la Constitución ? ¿Así que todo el mundo la ha leído mal, menos tú”, me dice esta mañana triunfante mi amigo Luis (el viernes discutimos hasta la exasperación sobre el tema) y me alarga el periódico. “Este artículo no lo ha escrito cualquiera, sino Francisco Bastida, catedrático de Derecho Constitucional. Me imagino que a él no te atreverás a llevarle la contraria, aunque conociéndote nunca se sabe”.
Leo el párrafo que me señala: “El Rey podrá decir que todos son iguales ante la ley, si previamente reconoce que la ley no es igual para todos, empezando por él, pues, según la propia Constitución, ‘la persona del rey es inviolable’ (art. 56.3), lo que quiere decir que no se le puede someter a juicio y exigirle responsabilidad por sus actos, ya sean públicos o privados. A diferencia de las presidencias republicanas, esta prerrogativa no se limita a sus actos como Jefe del Estado; se extiende a todos porque su persona es inviolable”.
Yo leo el artículo completo, releo el párrafo que me indica mi amigo y sonrío. Nada me encanta más que tener razón frente a un experto.
—En ese artículo, amigo Luis, Francisco Bastida comete un error de primero de Derecho: no glosa lo que la Constitución dice, sino lo que “quiere decir”, esto es, la interpreta, y el único intérprete autorizado de la Constitución es el Tribunal Constitucional. Francisco Bastida saca sus conclusiones a partir de una cita parcial del artículo 56.3, cosa que nunca se debe hacer (con citas truncadas se puede demostrar cualquier cosa). Te leo el artículo completo (y ahora comprendes porque voy siempre a tomar café con el iPad: es un arma contundente en las discusiones): “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2” . Te aclaro lo que dicen los aludidos: el 64 alude a que el Presidente del Gobierno (o, en su caso, los Ministros competentes) ha de refrendar los actos del rey y el 65 a que distribuye libremente la cantidad global que recibe para el sostenimiento “de su Familia y Casa” y a que “nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su Casa”. Y ahora vamos al error de Bastida (un error muy compartido, pero inexplicable en un catedrático de Derecho Constitucional). Si la primera frase del artículo 53 dijera lo que él cree que dice, cualquier acto del rey (irse de vacaciones, comprar un regalo para una amiga muy especial, organizar una fiesta con sus amigos empresarios) debería estar refrendado por el Presidente del Gobierno. Y una disculpa como las que nos dio tras la famosa cacería (“Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir) sería un acto estrictamente anticonstitucional porque “de los actos del Rey –art. 64.2– serán responsables las personas que los refrendan”, no él. La interpretación de Francisco Bastida, por muy extendida que esté, no se sostiene tras la lectura de la Constitución. A menos que el Tribunal Constitucional diga otra casa, la inviolabilidad y la no sujeción a responsabilidad de la persona del Rey se refiere exclusivamente a su actividad pública, a sus actos como Jefe del Estado, que es la que “siempre” ha de estar refrendada por el gobierno. Como persona privada, el ciudadano Juan Carlos de Borbón está sujeto a las leyes que ha jurado “guardar y hacer guardar” igual que cualquier otro ciudadano español. Ni siquiera tiene un fuero especial, al contrario que los diputados y otros cargos públicos. Y no lo tiene porque en ninguna parte, que yo sepa, se dice que lo tenga. Esto es lo contrario de lo que todo el mundo afirma. Pero es lo que se deduce de la Constitución (salvo que el Tribunal Constitucional diga otra cosa). Su fuero judicial, en lo que a sus actividades privadas se refiere, es exactamente el mismo que el de la Infanta Cristina. Si el juez Castro sigue cumpliendo con su deber, esto es, si se limita a aplicar la ley, el siguiente implicado en la causa Nóos resulta bastante probable que sea el monarca.
––¡No creo que se atreva a tanto!
––Yo tampoco. Pero no, al contrario de lo que nos han hecho creer, porque la Constitución se lo impida, sino porque no se atreve. O porque no le dejan.
Lunes, 8 de abril
LAS TARDES INFINITAS
No hay vida tan corta que no le sobren algunos días, ni tan larga que no le falten.
Nunca he estado tan solo como algunas noches en la cama contigo.
Las fiestas que más nos importan no están marcadas de rojo en el calendario.
La realidad a veces deja de hacer pie en la realidad y se vuelve de lo más fantasiosa.
Le odiaba porque con sus continuas bondades me había hecho esclavo de una eterna gratitud.
Lo que más me fastidia de morir es no poder contar luego en el diario un acontecimiento tan importante.
No despertamos del sueño de la vida, solo dejamos de soñar.
Martes, 9 de abril
FRÁGILES, FRAGANTES
Me gusta mucho el título que el profesor Guojian Chen ha puesto a su última selección de poesía china: Poemas para disfrutar. Y mientras él, ayudado por nuestro joven contertulio Da Jo, nos presenta, con milenaria calma, el breve volumen en la librería Cervantes, yo aprovecho para reescribir a Tu Fu:
“Alrededor de mi cabaña / serpentea un arroyo. / Ante la puerta enramada, / pasa un viejo camino. / Altas hierbas ocultan / el resto de la aldea. / Nada tengo y no me falta nada. / Frágiles las ramas de los sauces. / Fragantes los árboles de nísperos. / Se pone el sol, los cormoranes / agitan sus alas en el dique / y yo sueño que soy el rey del mundo”.
Y de algún modo –pienso mientras escucho los poemas– lo soy.
Miércoles, 10 de abril
TEORÍA DE LA RELATIVIDAD
Qué bien suena la palabra independencia cuando la gritamos nosotros y qué mal cuando nos la gritan a nosotros.
Jueves, 11 de abril
ELOGIO DEL ABURRIMIENTO
Hace tiempo que he dejado de asistir a las conferencias (salvo, claro está, que no tenga más remedio porque sea yo quien la dé). Debería recuperar esa costumbre. Cierto que, en la mayoría de los casos, se trata de un aburrido rito social. Pero el aburrimiento tiene sus ventajas. Favorece la errabundia fantasiosa y la creatividad. A las ocho comenzó la conferencia de esta tarde. A los ocho y media todavía no había comenzado la conferencia y los miembros de la mesa seguían intercambiando flores, gratitudes y otra retórica hojarasca. Yo, como suelo hacer en estos casos, me puse a escribir haikus:
Cae la noche / aún más negra que el día / y me cae encima
Quién como el río / que cada día pasa / y aquí se queda
Esa tortuga / junto al camino inmóvil / espera a Aquiles
Cuando estoy solo / hay tanta algarabía / que no me escucho
Entre la hierba / del jardín de los muertos / una serpiente
Viejas campanas / en la tarde de hoy / y en otro siglo
Aguas heladas / y tengo que cruzar / al otro lado
He llegado al final / después de un largo viaje / y es el principio
Cuántos regalos / un día y otro día / y nunca iguales
En el jardín / la tarde se distrae / y no anochece
En el estanque / chapotea la tarde / antes de irse
A veces llego / al final del camino / y sigo andando
Luego el conferenciante, tras otros diez minutos de agradecidas zalamerías, se puso a contarnos el Edipo rey de Sófocles. Como yo ya lo había leído, aproveché para reescribir en clave autobiográfica un relato de David Roas: “Cuando salía de casa, caminaba siempre dos pasos por delante de él. Al llegar a cualquier sitio, tenía que detenerse un rato a esperarse. Uno de sus juegos preferidos era desafiarse a ver quién leía más rápido, pasando rápidamente la página e impidiéndose leer cómodamente. En las conferencias, cuando el conferenciante empezaba a hablar, él ya había tomado nota de la conferencia entera y luego se aburría soberanamente. El día en que murió fue el único en que no quiso adelantarse a sí mismo y se lo encontraron sentado frente al ataúd en que reposaba escribiendo un epitafio”.
Viernes, 12 de abril
NECESIDAD DE EDIPO
Aquel psicoanalista era tan ortodoxo que quería prohibir adoptar a las parejas homosexuales porque en ella los niños no podrían tener complejo de Edipo.
Sábado, 13 de abril
TODAVÍA NO
––¿”Delenda est monarchia”, amigo Martín?
––Todavía, no, amigo Xuan. Vayamos por pasos. Ahora tenemos recambio, cosa que no ocurría cuando Ortega tituló así su famoso artículo. Ahora lo que hace falta es un nuevo Cid Campeador.
––¡Épico te pones!
––¡Épico te pones!
––Hace falta un español de verdad, que ante las dudas sobre el comportamiento del monarca, se adelante y, como en Santa Gadea de Burgos, le tome juramento: “Villanos te maten, rey, / villanos, que non hidalgos, / si no dices la verdad / de lo que te es preguntado: / si tú fuiste o consentiste / del yerno en los malos pasos”. Se afirma que la mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo; con más razón debe parecerlo el propio César, además de serlo. “Viva España con honra” gritaban los revolucionarios de Septiembre hartos de las licencias de la reina castiza y campechana. Eso mismo, con unas palabras o con otras, gritamos ahora muchos buenos españoles. Y para despejar dudas hace falta un nuevo juramento de Santa Gadea, ante Congreso y Senado reunidos, o en un juzgado de Palma. Y si las dudas no se disipan creo que resulta inevitable, por simple cuestión de decencia (además de por exigencia constitucional: un rey que falta a su juramente de “guardar y hacer guardar las leyes” incurre en inhabilitación), un cambio en la Jefatura del Estado. Afortunadamente ahora tenemos recambio. La opción republicana (ya sabes, amigo Xuan, que yo soy muy conservador y moderado y nada amigo de aventuras) solo si también nos falla Felipe VI.