Sábado, 22 de febrero
LA PESTE EN VENECIA
A poco de llegar al Hotel des Bains, en el Lido, comenzó a notar que la clientela, en lugar de aumentar, como solía ocurrir por esas fechas, disminuía.
Una tarde el peluquero le habló de cierta familia alemana que acababa de partir tras una breve estancia. “Pero usted se queda, el mal no le da miedo”, añadió. “¿El mal?”, preguntó extrañado. El peluquero cambió de conversación.
Otro día, mientras tomaba el té en la terraza del Florian, notó un olor dulzón y medicinal que evocaba “miseria, heridas y una higiene sospechosa”.
Los periódicos locales no decían nada y en los alemanes, que pronto dejaron de aparecer en el hotel, se hablaba unas veces de una epidemia que había producido veinte, cuarenta o incluso cien muertos, y otras de casos aislados, llegados de fuera.
Preguntó en una agencia de viajes inglesa. “No hay razón para inquietarse, señor, este tipo de medidas se toman a menudo para prevenir los efectos malsanos del calor y el siroco”, le respondieron en un tono de lección mal aprendida. Y luego, bajando la voz: “Esa es la explicación oficial, pero la verdad es otra”.
A mediados de mayo, se descubrieron los bacilos del cólera en los cadáveres de un gondolero y una verdulera. Ambos casos fueron silenciados, pero una semana después ya eran más de una docena los brotes y en barrios diferentes.
Un austriaco que había pasado una semana en Venecia murió, con síntomas inequívocos del cólera, en su pueblo natal a poco de volver y así fue como llegaron las primeras noticias a los periódicos alemanes. La respuesta de las autoridades venecianas fue que las condiciones sanitarias de la ciudad nunca habían sido mejores, pero a la vez comenzaron a adoptarse ciertas medidas en secreto, para no alarmar al turismo.
La mortandad aumentó, afectando al ochenta por ciento de los infectados. El enfermo se consumía en pocas horas y entre convulsiones y estertores moría ahogado en su propia sangre.
Desde principios de junio se fueron llenando los pabellones de Ospedale Civico, se le añadieron dos orfelinatos, se buscaron nuevos locales aislados y pronto se inició un tráfico continuo entre la Fondamenta Nuove y la isla de San Michele, del hospital al cementerio. Pero por entonces se inauguró una gran exposición pictórica en los jardines de la Biennale y se negaba una y otra vez que hubiera el más mínimo peligro para la salud en la ciudad.
“Hará usted bien en marcharse –le dijo el empleado de la agencia inglesa a Gustav von Aschenbach–, y mejor hoy que mañana. Dentro de pocos días, no tendrán más remedio que declarar la cuarenta”.
Domingo, 23 de febrero
EL REMEDIO Y LA ENFERMEDAD
He releído Muerte en Venecia y ahora me han interesado menos el enamoramiento de Aschenbach y sus divagaciones sobre la belleza que esa peste que las autoridades tratan de ocultar para no perjudicar los buenos negocios.
Me temo que yo soy también algo irresponsable, como las autoridades sanitarias de entonces: me asustan menos los muertos del coronavirus (estadísticamente no parecen superiores a los de una epidemia de gripe, nada que ver con la peste negra) que el que el mundo se paralice, nadie se atreva a viajar y nos obliguen a quedarnos encerrados en casa.
Todo es cuestión de medida. No convirtamos el remedio en algo peor que la enfermedad.
Lunes, 24 de febrero
INTERMEDIO
Estar enamorado, y ser correspondido, es vivir en un continuo sobresalto. ¿Hasta cuándo me seguirás queriendo? ¿Hasta cuándo te seguiré queriendo? El más pequeño gesto de malhumor, inevitable en los encontronazos con la realidad, ya enciende en mí las alarmas.
Ser feliz es estar siempre a punto de dejar de serlo. Por eso yo, más que ser feliz, quiero estar siempre a punto de llegar a serlo.
Martes, 25 de febrero
CUESTIÓN DE MEDIDA
La pesadilla que no me deja dormir ya no es que, por la propagación del coronavirus, me vea obligado a pasar dos semanas encerrado en casa, sino que la cuarentena me llegue cuando estoy fuera en uno de mis viajes solitarios, que de pronto los tres o cuatro días en Viena, Venecia o Catania se vean convertidos en varias semanas sin salir de la habitación del hotel.
No creo que fuera capaz de soportarlo. En casa, al menos tengo libros, papeles por revisar, confortables rutinas. Pero nunca llevo libros cuando viajo, suelo aprovisionarme en las librerías locales. En la lectura, soy un poco exquisito o caprichoso (al contrario de lo que me ocurre con la comida) y me gusta la fruta del tiempo y los productos locales. Para encontrar cada día el libro adecuado al momento, necesito hojear por lo menos media docena.
Miércoles, 26 de febrero
NO PENSAR EN ESO
Nunca he sabido conservar a los amigos. Si alguno sigue siendo amigo mío después de muchos años, el mérito es suyo.
––Es que tú lo que quieres no son amigos sino admiradores o gente que te haga la corte –me dice mi mala conciencia.
Y algo de razón tiene, pero eso no creo que valga solo para mí, sino para todo el mundo, o al menos para todos los escritores de cierta edad. Ya se sabe que los gatos viejos se llevan mal con los otros gatazos, pero les encanta jugar con los gatitos.
No tengo yo mucha experiencia con admiradores, pero al menos en lo que a mí me toca me parece que son gente de poco fiar. Te admiran, sí, pero luego resulta que también admiran a Manuel Vilas o a cosas peores. Y claro, tu gozo en un pozo. O dejan de admirarte en cuando tú no correspondes a sus elogios, que creías sinceros, con otros a sus malos versos, que siempre acaban mostrándote.
––Tú lo que has sido siempre es un egoísta que nunca se ha preocupado por nadie. ¿Quién se va a ocupar de ti cuando seas viejo? –me dice mi mala conciencia.
Y yo me encojo de hombros. ¡Hay tanta buena gente que ha vivido para los demás y a la que su familia deja en los finales abandonada! Mejor no pensar en eso.
Jueves, 27 de febrero
MÁS ES MENOS
Las pesadillas tienden a convertirse en realidad. Se prohíbe el carnaval de Venecia, se encierra a la gente en los cruceros, en los hoteles. Y eso aparte de las ciudades clausuradas.
¿Qué será lo siguiente? ¿Cuánto tardará en declararse en cuarentena un país entero?
Primero se miraba mal a los chinos, todos sospechosos desde siempre, pero ahora son los italianos, tan parecidos a nosotros. Una de mis alumnas Erasmus acaba de regresar de estar unos días con su familia, creo que en el norte de Italia. ¿Qué ocurriría si de pronto tiene fiebre, ese síntoma común a tantas enfermedades? ¿Pondrán en cuarentena a todos sus compañeros? ¿Pondrán en cuarentena a todos sus profesores? ¿Y a los alumnos de los cursos a los que también daban clase esos profesores? ¿Y a las familias de esos alumnos y de esos profesores? ¿Se convertirá el antiguo cuartel del Milán, ahora Facultad de Filosofía y Letras, en un nuevo cuartel donde encerrar a tantos posibles apestados?
Aterra pensar hasta dónde puede llegar la estupidez humana, y no solo la de la gente común, también la de las autoridades más o menos sanitarias.
En un hotel de Tenerife, aparece un turista con coronavirus. Inmediatamente se declara la cuarentena para el millar de residentes en el hotel. Pero ese turista llegó en avión y ya entonces tenía el virus. ¿No habría que pedir la lista de los pasajeros del vuelo y ponerlos a todos en cuarentena? ¿Y no habría que hacerlo también con todos los que han tenido contacto con ellos, comenzando por sus familiares más directos y siguiendo con sus compañeros de trabajo? La lógica de las cuarentenas preventivas no tiene fin.
––¿Y qué harías tú, que siempre sabes más que nadie, incluso que la Organización Mundial de la Salud?, me preguntan en la tertulia.
––Más que esa Organización no sé, pero más que los analistas que en todos los periódicos españoles profetizaron la catástrofe que iba a ser para el Reino Unido el abandono de la Unión Europea, seguro. ¡Tiendas desabastecidas! Iban a escasear hasta los productos de primera necesidad. Y resulta que lo único que va a disminuir son los fondos europeos que recibían los agricultores españoles y con los que hacían lucrativos negocios todos los Fernández Villa de este mundo. ¿Qué haría yo en la crisis del coronavirus? Lo primero, haría pública la lista de los hospitalizados y los muertos por la última epidemia de gripe. Sorprenderían. Las urgencias y los hospitales de Asturias llegaron a estar saturados. Me imagino que algo semejante ocurriría en otros lugares.
––Pero para la gripe hay vacuna.
––Sí, pero no es obligatoria. Solo para los grupos de riesgo. Como en el coronavirus, no hay tratamiento. Solo quedarse en casa y esperar a que pase.
––Pero la gripe no es mortal.
––Lo es para los grupos de riesgo, como el coronavirus. Si los muertos por gripe, ocuparan la primera página de los periódicos y abrieran los telediarios se desataría también el terror.
––O sea que, como siempre, todo el mundo está equivocado menos tú.
––No creo ser yo el único que piense que el alarmismo resulta contraproducente. Y que confinar a una ciudad entera en sus casas, casi de película de terror, es una estupidez. Pero ¿qué gobernante se arriesga a perder votos porque le echen en cara que no tomo las medidas necesarias? Por eso, y por si acaso, sobreactúan.
Viernes, 28 de febrero
UN REPROCHE
––Piensas con claridad, pero sin caridad.