Sábado, 16 de marzo
NO ME TIENTES
––¿Te has dado cuenta de que la palabra que más se repite en todo lo que escribes es “yo”?
––Me he dado cuenta. En la revisión final, siempre elimino algunos por redundantes.
––¿Y no temes acabar cansando a tus lectores con ello?
––Si me leen, ya saben a lo que se exponen.
––Acabarás escribiendo solo para ti mismo.
––Lo dudo. Nunca he tenido la costumbre de leerme, salvo para corregir antes de dar por terminado un texto. Una vez publicado, no vuelvo sobre él. Ahí queda. Para quien pueda interesar.
––Pues como no cambies de tema, te lo digo yo, vas a interesar a cada vez menos.
––Hablo de mí, cierto, pero ningún hombre es solo un hombre: es el universo entero encerrado en un hombre. O en una mujer, por supuesto. Y no te olvides que un escritor solo es un verdadero escritor cuando consigue interesar a los lectores hable de lo que hable, aunque lo que diga –como es mi caso– vaya en contra de los prejuicios políticos de la mayoría de sus lectores.
–-Irritar se te da muy bien. Solo tienes que hablarnos de Cataluña.
––No me tientes…
Domingo, 17 de marzo
LA PRIMERA PELÍCULA
Acompaño a mi jovencísimo ahijado, dos años y medio, la primera vez que va al cine. Ha escogido bien la película: Mirai, mi hermana pequeña, de Mamoru Hosoda, que viene a ser una versión japonesa y en dibujos animados de la novela de Delibes El príncipe destronado.
“Qué oscuro”, dice cuando se apagan las luces. Luego sigue con atención la peripecias de aquel niño, un poco mayor que él, que ve cómo su mundo se derrumba cuando llega a casa su hermana recién nacida.
A media película, se cansa y salimos un rato a corretear por el largo pasillo estrellado de los Yelmo. Pronto pide volver con el pequeño Kun, que no soporta a su hermanita, que se siente marginado, que un día se escapa de casa y se pierde en la inmensa estación. El espectador primerizo observa fascinado el ir y venir de los trenes y la gente.
La historia de que nos cuenta Mirai, mi hermana pequeña es a la vez muy japonesa y muy universal, realista y fantástica, con toques de humor, comprensiva con nuestras limitaciones. Para niños de todas las edades, como Las aventuras de Martín que yo estoy escribiendo ahora.
Al salir, Martín mira a sus padres un tanto escamado. “Vamos a ver, ¿por qué me habéis traído a ver precisamente esta película? –parece pensar– ¿No me estaréis preparando una sorpresita?”
Ver Mirai, mi hermana pequeña tan bien acompañado es una emocionante e irrepetible maravilla.
Lunes, 18 de marzo
LOS PUÑOS Y LAS PISTOLAS
Siempre me ha fascinado la gente que no piensa como yo, o sea, que está equivocada (porque yo, como buen español, soy así de dogmático).
El azar, mi guía habitual en materia de lecturas, me hace alternar hoy un número de la Revista de Occidente, correspondiente a mayo del 31, el primero de la época republicana, y Los que nacimos con el siglo, las memorias de Guillén Salaya.
En la Revista de Occidente, un artículo de Carl Schmitt, “Hacia el Estado total”, explica las bondades del nuevo régimen que querían imponer los nazis. El término “totalitarismo” no había adquirido la connotación negativa que tiene hoy día. El joven y brillante catedrático de Derecho explica las ventajas de la nueva concepción del Estado que pretende sustituir al caótico e ineficaz Estado liberal.
Guillén Salaya fue miembro de la CNT, participó activamente en la renovación vanguardista de los años veinte (dirigió Atlántica, participó en La gaceta literaria) y combatió en Marruecos. Luego sería, junto a Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo, uno de los fundadores de las JONS, la organización fascista que acabó confluyendo con Falange Española.
El primero de los puntos de esas Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista podría firmarlo hoy lo mismo Abascal que Guerra: “Afirmación rotunda de la unidad española. Lucha implacable contra los elementos regionales sospechosos de separatismo”.
“Guerra y bohemia”, la sección inicial de las memorias de Guillén Salaya, se ocupa más de la guerra de Marruecos –entona un lírico canto a la Legión– que de la bohemia literaria. La parte final nos refiere los meses que pasó encarcelado en Gijón al comienzo de la guerra civil; la central, “Noche y alborada”, sus ataques a la legalidad republicana.
Baste un ejemplo, del que parece especialmente orgulloso: “Una mañana del 14 de julio de 1933 tres jóvenes entraron en la oficina de ‘Los amigos de la URSS’, sita en la Gran Vía de Madrid. En el local se hallaba el cobarde y pedante Wenceslao Roces, presidente de la entidad, una mecanógrafa y dos amiguitos más de Rusia. Después de un rápido saludo cordial, los tres jóvenes sacaron sendas pistolas y apuntaron con ellas a los bravos moscovitas. ‘Manos arriba y cara a la pared’, ordenaron. Roces se puso a temblar como una damisela histérica. ‘¡No me matéis! ¡No me matéis!’, gritaba con una voz aguda entrecortada por el pánico. ‘¡Silencio y cara a la pared!’. Los amigos de Rusia obedecieron, gentiles y sumisos, a las batutas de las pistolas jonsistas. ‘Venga, el fichero de la sociedad’, dijo un joven español. La muchacha entregó el fichero (durante la escena, fugaz, Roces temblaba como un azogado), Los tres jonsistas salieron al pasillo de aquel séptimo u octavo piso, bajaron la escalera tranquilos y ligeros y a los pocos minutos entregaban en la JONS el fichero de los amiguitos de Rusia y enemigos declarados o encubiertos de España”.
Guillén Salaya no es Carl Schmitt, no es Heidegger, es un matón con una pistola que se ríe de cómo tiemblan los malos españoles cuando están frente a él, desarmados.
Me gusta saber cómo piensa la gente que no piensa yo como yo, pero a veces descubro con sorpresa que no piensa, solo embiste.
Martes, 19 de marzo
LO SIGO PENSANDO
“¿Y nunca has pensado en tener hijos, Martín?”, me pregunta un amigo después de felicitarme por mi santo en este día tan señalado.
––¡Muchas veces! Y lo sigo pensando. Tendré que decidirme pronto, porque el tiempo pasa.
Miércoles, 20 de marzo
TIENE SU MÉRITO
Luis García Montero, en la cena que siguió a su conferencia-mitin sobre León Felipe y el exilio –no me aburrí demasiado: apenas si escribí media docena de haikus–, me dijo sonriendo: “Ya sé que te has quejado en el periódico de que Araceli Iravedra no te saluda”. Tras contarle la anécdota, añadió medio en serio, medio en broma: “Es que, compréndelo, no todo el mundo tiene la paciencia que tenemos Josefina y yo”.
Y la verdad es que él ha tenido conmigo algo de paciencia. Desde el primero, allá por 1980, comento puntualmente sus libros y no le he puesto menos reparos que a tantos otros poetas que hace años han dejado de hablarme. Y tampoco he callado nuestras discrepancias a la hora de interpretar las normas de los jurados literarios. Recuerdo –lo he contado varias veces– cuando me llamó Ángel González: “Me ha dicho Luis que hay un libro de Vicente Gallego presentado al premio y que no está entre los preseleccionados. Habría que incorporarlo”.
Me negué. Los libros se presentan anónimamente. Si algún miembro del jurado quiere añadir algún libro a la preselección, está en su derecho, pero debe leerse antes todos los libros presentados para poder escoger. García Montero insistió en que la norma habitual era otra, que un miembro del jurado se entera de que un libro de un autor importante no ha sido seleccionado puede solicitarlo, que así pasa en el Loewe y en todos los premios que publica Visor. Yo me mantuve en mis trece y el libro de Vicente Gallego no se tuvo en consideración. Y García Montero siguió siendo amigo mío, tras este y otros rifirrafes de política literaria.
Mientras Ana Caro, la gerente de la Universidad, que cena con nosotros, nos da una instructiva charla de derecho administrativo, yo me dedico a pensar en mis cosas y hacer recuento de cuántos amigos literarios me quedan. De los viejos tiempos de Jugar con fuego y Las voces y los ecos, solo han sobrevivido dos y medio (el primero en caer creo que fue Luis Antonio de Villena); de los ochenta, me quedan cinco (si incluyo a Andrés Trapiello, que es más bien intermitente); luego se fueron incorporando algunos más… No les reprocho nada a los que me retiraron su amistad, seguro que tenían buenas razones –alguna crítica atinada y destemplada– para ello. Pero su abandono hace más meritorio el gesto de los que siguieron apreciándome a pesar de que eso no les garantizaba un mejor trato (más bien todo lo contrario).
La verdad es que tiene su mérito persistir en ser amigo mío. Suelo callarme las alabanzas, pero nunca los reparos. Ciertas dosis de hipocresía no me vendrían nada mal.
Pase que, mientras el conferenciante habla y no ocupa más de la mitad de mi atención, yo haga como que tomo notas mientras en realidad escribo aforismos o haikus. Lo que no está bien, parece un poco de recochineo, es que, al final de la cena con García Montero, cuando nos despedimos, se lo cuente y luego le lea mis garabatos:
Vuelves a casa / y contigo no vuelven / los días perdidos.
Curiosa luna. / Sin perderme de vista, / sigue mis pasos.
Envuelta en niebla, / la mañana de marzo / se despereza.
En la montaña. / Se oye lejano el silbo / de algún pastor.
Una hoja cae, / un niño mira, / las nubes pasan.
Dejo los remos / sobre la barca. / ¡Tan alto el cielo!
Luce la yerba / temprano en la mañana / mil y un diamantes.
Toda la noche / esperando tu vuelta / la luna y yo.
Jueves, 21 de marzo
QUIEN LO PROBÓ LO SABE
––¿Qué es para usted la poesía?
––Una enfermedad contagiosa que afecta especialmente a los jóvenes y a la tercera edad.
––¿Tiene cura?
––Se cura leyendo, pero en cualquier caso no es peligrosa y solo puede matar de aburrimiento.
––Pero usted ¿no ha escrito poesía? ¿No forma parte de jurados poéticos? ¿No es un gran lector de poesía?
––Sí, por eso hablo con conocimiento de causa.
Viernes, 22 de marzo
MENTIRAS INOCENTES
Me dices que me quieres y yo finjo que te creo: “Si dos mentirosos hablan / es la mentira inocente. / Se mienten, más no se engañan”.
Qué razón tenía el poeta Bartrina: “Si quieres ser feliz, como me dices, / no analices, muchacho, no analices”.