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Revelación de secretos: Con las primeras nieves

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Domingo, 28 de octubre
SE HA ESCRITO UN CRIMEN

Tras las fatigosas curvas de la carretera que ascendía desde Cervera del Pisuerga, apareció el parador. De arquitectura impersonal, no me dio una impresión demasiado buena. “Parece el hotel de El resplandor”, dije.
            Luces mortecinas, que impedían leer en las habitaciones y casi en cualquier otro lugar, algunas familias con niños, empleados con porte de funcionarios franquistas.
            Había comenzado a nevar, no apetecía salir a dar una vuelta. Tardé en dormirme, pero luego tuve un sueño angustiosamente entretenido. Quedábamos aislados por la nieve, se cortaba la luz, no había cobertura en los móviles y el hotel aquel de los tiempos de pretencioso desarrollismo se convertía en el escenario perfecto para un episodio de Se ha escrito un crimen. Una de las participantes en la excursión del Círculo de Valdediós –una avispada profesora de latín, casi centeraria– resultaba ser Angela Lansbury y nos reunía a todos en el salón para averiguar quien había asesinado al director del Círculo. Todas las pistas apuntaban hacía mí: me habían visto discutir con él pocas horas antes. Había un juez entre los excursionistas y en el sueño decía: “Es una suerte que Bolsonaro haya restaurado la pena de muerte”.
            Me desperté sudoroso. A la la hora de siempre, pero una hora antes por el cambio horario. Me asomé al balcón: todo estaba cubierto de nieve, como en el sueño. Afortunadamente no se había cortado la luz. Me vestí y bajé a desayunar. El salón de desayunos estaba cerrado y el hotel parecía desierto: no me encontré con ningún huésped en los largos pasillos, tampoco en la cafetería, Ni siquiera había nadie en recepción. Subí a ponerme ropa de más abrigo y salí a dar una vuelta. Caminar solitario bajo la leve nieve que seguía cayendo, rodeado de altas montañas, sin nadie a la vista, era una experiencia nueva para mí. No caminé mucho, pero lo suficiente para perder de vista el hotel. Me sentí entonces como el protagonista de una de las novelas de Jack London que leía en la adolescencia o de los cuentos de lobos que me contaban en mi infancia extremeña. Incluso creí reconocer huellas de oso.
            A lo lejos, apareció una negra silueta que se fue acercando poco a poco. Cuando estaba más cerca, creí reconocerla. Y tuve miedo, un miedo irracional. El pasado jueves, en la librería Cervantes,Fruela Fernández había recordado la presentación de su primer libro, ganados del premio Asturias Joven. En el último momento, los organizadores del concurso, me pidieron que presentara también a los otros ganadores. Dije que sí antes de leerlos. La novela premiada me pareció un bodrio. No debía haberla leído, solo hojeado, que es el método mejor para hacer una buena presentación o una reseña de las que gustan tanto a editores y autores.
            Cometí el error de leerla, ya digo, y aunque traté de ser amable no fui capaz de ocultar del todo mi verdadera impresión. El autor me interrumpió, dijo que yo no sabía de qué hablaba, que su próxima novela iba a salir en Alfaguara y que su agente le había dicho que estaba a punto de ganar el Planeta. Pensé que era una dolida fanfarronada, pero no. Publicó luego varios best selleren Alfaguara protagonizados por un detective que combate en la División Azul. Algunas de esas historias fueron llevadas al cine.
            Creí que tanto éxito le habría hecho olvidarse de mí, el crítico provinciano que no se entera de nada. Pero un amigo, José Luis Piquero,  se lo encontró  en los Encuentros de Pravia y me advirtió: “Ándate con cuidado, te odia a muerte. Yo que tú procuraría no encontrármelo en un camino solitario”.
            Y ahora se acercaba a mí en medio de la nieve, como en uno de los parajes rusos en que sitúa sus novelas. ¿Quién iba a oír mis gritos si decidía tomarse venganza?
            Pero paso muy cerca de mí, casi empujándome provocativamente, me miró con rencor y siguió su camino. Lo encontré en el hotel, desayudando al otro extremo del hotel, y entonces pensé que quizá no era el afamado novelista con buenas razones para detestarme. Pero su cara me resultaba vagamente familiar. Seguro que era poeta, seguro que había ganado muchos premios literarios, seguro que yo había aludido a él despectivamente alguna vez o, peor aún, que no le había mencionado jamás.
            Cuando el autocar se puso en marcha lentamente en medio de la nieve, camino de Aguilar de Campoo y Las edades del hombre, me alegré de dejar atrás aquel hotel que parecía preparado para rodar una nueva versión de El resplandor protagonizada por Manuel Fraga.


Lunes, 29 de octubre
ENCENDIDA ENCARNADURA

En Moarves de Ojeda me sorprende como una aparición, al darle la vuelta a su iglesiuca románica –que parece una más de las tantas que hay en la comarca–, la “encendida encarnadura”  de una fachada que ya admiró a Unamuno cuando pasó por aquí el día de San Juan de 1934. Venía, como yo, de Cervera del Pisuerga y de admirar “el espléndido panorama de los picos de Europa, bosques al pie y cumbres veteadas de nieve sobre las que pasa la sombra de las nubes”.
            Un Pantocrátor con elegantes bigotes y disfraz de caballero medieval nos bendice rodeado de símbolos –ángel, águila, león y toro–, los apóstoles escoltándole a ambos lados. Muy serio, con los ojos cerrados, sonríe de pronto cuando, en la gélida mañana, el sol aparta las nubes y el mundo entero parece resplandecer.
            Enfrente, sobre la caediza fachada de un caserón, un escudo que lleva la fecha de 1614 proclama orgulloso: “De esta raíz los Calderones / descienden por recta ley / con la fe de los mayores / sirviendo a Dios y a su rey”.
            Martín Calderón son los apellidos de mi madre. ¿Desciendo yo también de este rincón repoblado por mozárabes? ¿Me mirarán mal mis mayores porque he olvidado su fe y ya no sirvo al rey más que por imperativo legal?


Martes, 30 de octubre
ARTE Y PARTE

“En los museos de arte contemporáneo, el arte suele irse con la música a otra parte”, me dice un amigo cuando le cuento mi visita al Centro Botín.
            La verdad es que a mí de los museos lo que más suele interesarme es el propio museo y sobre todo las ventanas. El Centro Botín no es una excepción. Su mejor colección es la colección de vistas  sobre la bahía, los jardines de Pereda y los tejados de la ciudad. Si yo viviera aquí, no me cansaría nunca de admirarlas con la cambiante luz.
            El resto me interesa menos. El arte es, en buena medida, cuestión de fe y yo soy bastante escéptico, no solo en lo que se refiere a la fe de mis mayores. En los museos, como en las galerías, las obras deberían llevar en la cartela, junto al nombre del autor y los datos técnicos, el precio aproximado en el mercado. Así sabríamos con claridad, si vamos con prisa, dónde tenemos que detenernos más tiempo.
            Yo me detengo en las ingeniosas estructuras paseables de Cristina Iglesias. Todo arte es conceptual, como el mural de Sol LeWitt. Tiene más que ver con la ocurrencia, que es cosa del artista, que con la realización material, que puede estar a cargo de otros.
            Una mirada que piensa, una imaginación que razona. Eso es el arte. Cristina Iglesias traza unas líneas sobre un papel, dobla cartones, hace fotos. Luego en el taller, eficaces técnicos harán realidad estas celosías colgantes, estos laberintos que se abren y cierran sobre nosotros, estas broncíneas cortezas de árboles que se retuercen sobre sí mismas, estos herméticos cubos de cristal verde donde nos aguarda el murmullo del agua.
            Un mural de Sol LeWtt no es más que un dibujo sobre un papel y un conjunto de instrucciones, como la partitura de una pieza musical. Uno y otra se pueden hacer realidad tantas veces como se quiera.
            El mural que ahora veo aquí, a la entrada de la primera planta del museo, compitiendo vanamente con un gran ventanal, antes estuvo en el escenario del salón de actos. Cuando el director del museo decida, pintarán de blanco la pared parte, y el mural se irá con sus geometrías y sus colores planos a otra parte, o a ninguna parte, a dormir en los papeles hasta que una mano amiga le diga “levántate y anda”.
            Todo arte es así, “cosa mentale”, como decía Leonardo da Vinci. ¿En cuantos lugares me he encontrado yo El Pensador de Rodin? Recuerdo ahora la plaza de los Dos Congresos, en Buenos Aires, y los jardines de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Y qué sorpresa la mía al tropezarme con La Maternidad de Botero, que yo creía exclusiva de la ovetense plaza de la Escandalera, en el parque Eduardo VII de Lisboa disfrutando de la vista de la Avenida de la Libertad, como un turista cualquiera..
            La obra original y única no es más que fetichismo, superstición del mercado para encarecer el producto. Eso resulta evidente en el caso de la fotografía. De cualquier fotografía se pueden obtener infinitas copias y la última no tiene menor calidad que la primera, o que las tres o cuatro primeras, que son las que firma el artista y tienen valor de original.
            Con la escultura pasa lo mismo. Hecho un molde, hecho un ciento de obras de arte que valen todas –la primera y la última– lo que vale ese molde, aunque no cuesten lo mismo.
            De la arquitectura no hace falta decir nada. Ahí está el caso de Calatrava, que vende llamativas maquetas –más esculturas que edificios– y que se desentiende por completo de la realización práctica de sus obras.
            ––Pero eso que dices no vale para el gran arte”, me replica mi amigo José Cereijo–. Las Meninas no se pueden pintar en cualquier parte, una reproducción de Las Meninas nunca equivaldrá a Las Meninas.
            ––No estoy yo tan seguro. En el refectorio del convento de San Giorgio, en Venecia, estaban Las bodas de Caná, de Veronesse, hasta que los soldados de Napoleón partieron en dos trozos y se llevaron al Louvre. Ahora ha vuelto a su lugar original si sin moverse de París. Una empersa española, Factum Arte, ha escaneado el original y lo ha reproducido tal cual, incluso con las imperfecciones del paso del tiempo. No hay ninguna diferencia, ni de tamaño ni de matices de color, entre la reproducción y el original. Si Veronesse tuviera que elegir entre uno y otro, seguro que la copia le parecería más próxima a lo que él pintó –entre otras cosas porque está en el lugar en que fue pintada–  que el original. Cuanquier museo que la quisiera, y estuviera dispuesto a pagar por ella, podría tener Las Meninas, como puede tener un mural de Sol LeWitt. Por otra parte, ya los museos están llenos de originales que no son más que copias hechas por algún discípulo en el taller del maestro. Arte es lo que se expone en los museos de arte. Y su valor, como la de cualquier otra mercancía, tiene que ver con la ley de la oferta y la demanda. Los herederos de Picasso, un artista de producción casi industrial, tienen mucho cuidado de sacar poco a poco sus obras al mercado para que no bajen de precio.


Miércoles, 31 de octubre
UN LUJO

Paso por el notario y en un cuarto de hora despacho el trámite. No creí que fuera tan sencillo. Sonrío al pensar que es noche de Halloween, víspera del día de difuntos. La verdad es que he escogido una fecha muy apropiada para hacer testamento. Siempre pensé que sería algo deprimente, pero todo lo contrario. Salgo tranquilo y feliz. Ya mis libros y papeles no acabarán en ningún mercadillo ni mis obras dependerán del capricho de los herederos (me aterraba que pudieran caer en manos alocadas como las de cierta viuda).
            La verdad es que, aparte del piso en que vivo (el único que he tenido de mi propiedad), los libros que me acompañan y los libros que he escrito, de poca fortuna más puedo disponer.
            Medio siglo de trabajo, una vida monacal y ni pingües ahorros ni otro patrimonio que el legado a la Fundación. Alguien dirá que soy un pésimo administrador. Yo pienso todo lo contrario. Llegar a la última o penúltima vuelta del camino sin haber despilfarrado un solo euro y sin un euro más de lo que necesito para vivir, y necesito más bien poco, es un lujo que no todos pueden permitirse.
           

Jueves, 1 de noviembre
PARECE QUE ESTOY SOLO

“Parece que estoy solo, pero llevo conmigo un mundo de fantasmas”, escribió Gastón Baquero.
            ¿Y quién no? Hace siglos que los muertos son más que los vivos. Es difícil dar un paso sin que nos los tropecemos. Unos duelen, otros asustan, todos acompañan. Qué poca cosa sería el mundo sin ellos.


Viernes, 2 de noviembre
NOSTALGIA DE OTRAS VIDAS

Paso un momento por el piso, tan lleno de amor y cachivaches, de mi ahijado Martín y qué gris y fría me parece luego mi casa, toda libros y papeles. No es un hogar, es solo la sede de una Fundación.


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