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Revelación de secretos: La posteridad ja ja

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Sábado, 29 de septiembre
A OTRO PERRO CON ESAS PARADOJAS

Siempre he sido una persona muy segura de sí misma, demasiado. ¿De dónde me viene esa seguridad? No tengo ni idea, pero la verdad es que no la he perdido con los años, aunque he aprendido a reírme de ella.
            Ando ahora con los últimos trámites jurídicos para que mis libros y papeles no se dispersen y queden a disposición de todo el que en el futuro quiera ocuparse de mi “obra”. Pero ¿y si la posteridad le dedica el mismo escaso interés que los contemporáneos?
            Como me gusta mucho la historia de la literatura –la historia de mi familia, en realidad–, sé de sobra que si enmienda el juicio de los contemporáneos es solo para bajarle los humos a algún figurón, pero que a los grandes –Lope, Galdós, Lorca– los deja en su sitio. Hay excepciones, claro, pero se trata de autores que, o murieron jóvenes o dejaron buena parte de su obra inédita. Es el caso de Bécquer o Pessoa, pero no el mío.
            Recuerdo el comienzo de “Enoch Soames”, el relato de Max Beerbohm: “Cuando el señor Holbrook Jackson publicó un libro sobre la penúltima década del siglo XIX, miré con ansiedad el índice en busca del nombre Soames Enoch. Temía no encontrarlo. Y en efecto, no lo encontré. Todos los otros nombres estaban ahí. Muchos escritores, así como sus libros ya olvidados, o que solo recordaba vagamente, renacieron para mí en las páginas del señor Holbrook Jackson. Era una obra exhaustiva, brillantemente escrita. Aquella omisión confirmaba el fracaso total del pobre Soames”.
            ¿Le pasará lo mismo, allá por el 2070 o 2080 a alguno de los más jóvenes contertulios de Óliver? ¿Abrirá un minucioso tomo sobre la poesía de finales del siglo XX y principios del XXI y se encontrará a todos loa nombres que ahora suenan, incluso a aquellos de los que nos burlamos en la tertulia, incluso a Carmelo C. Iribarren, Isla Correyero o David González, pero no a José Luis García Martín?
            La verdad es que no lo creo, pero aunque ocurriera así, aunque yo tuviera la certeza de que iba a ocurrir así, no perdería ni un átomo de seguridad en mí mismo. Le echaría la culpa al historiador falto de criterio.
            Tenía yo diez años y ya le discutía al maestro de Valliniello –al mejor maestro que he tenido, don José Ramón, que todavía vive, casi centenario– alguno de los axiomas de la geometría, como que dos puntos solo podían ser unidos por una línea recta. ¿Y por qué no por dos que vayan muy juntas, casi pegadas? Confundía el punto que dibujaba en el encerado con el punto abstracto de la geometría, pero eso era más o menos lo que confundía Zenón de Elea en su paradoja de Aquiles y la tortuga, que todavía se sigue citando y a mí ya me parecía una tontería a los quince años, tan tontería como eso de que según la mecánica cuántica algún día podremos estar en dos lugares al mismo tiempo. Yo el argumento de autoridad siempre lo he respetado poco. Siempre he respetado mucho, en cambio, mi capacidad de razonar. Quizá demasiado.



Domingo, 30 de septiembre
SUGERENCIA PARA EMPRENDEDORES

Todos los días me sobra un montón de minutos que dedico a aburrirme minuciosamente ¿A nadie se le ha ocurrido inventar una aplicación que nos permita guardar el tiempo que nos sobra para cuando nos falte?


Lunes, 1 de octubre
NO ES POLÍTICA, ES DECENCIA

Yo en política, no me meto, que luego siempre acaba uno en discusiones absurdas y perdiendo amigos. Pero ¿es meterse en política decir que siempre estaré del lado de los que quieren resolver los problemas políticos votando y no del lado de los que quieren resolverlos apaleando a los que votan?
            Yo creo que eso no es política, como tampoco es política afirmar que una constitución democrática no puede impedir que se investiguen los delitos comunes cometidos por ningún ciudadano, ocupe el cargo que ocupe.
            Tampoco es política afirmar que la clase política tiene hoy en España dos problemas: uno se llama Villarejo –que se las sabe todas de todos, que no podría haber hechos sus desmanes sin muchas complicidades– y el otro –que ídem de ídem– se llama como una universidad de cuyo nombre no quiero acordarme.


Martes, 2 de octubre
COMIENZO DE POEMA

Garabateo dos versos para un comienzo de poema: “Poco a poco ir perdiendo / lo que nunca he tenido”. Y un título: “Envejecer”.
           

Miércoles, 3 de octubre
NO TENGO ENMIENDA

No acostumbro pedir prólogos a nadie, pero como tengo por costumbre alterar de vez en cuando mi inalterable costumbre, se me ha ocurrido solicitárselos a Xuan Bello y a Juan Bonilla para dos libritos en prensa.
            La verdad es que, como los pedía con cierta urgencia, esperaba que se disculparan y me dijeran que les era imposible en tan corto plazo. Entonces yo les propondría el plan B: que los escribiera yo, en su estilo, que conozco bastante bien, y lo firmaran ellos.
            Me gustan esos juegos desde los tiempos de Jugar con fuego y los he practicado a menud. Pero tuve mala suerte y los dos aceptaron. Xuan Bello, cumplido el plazo, me dice cada día que lo tiene a punto, que solo le faltan los retoques finales (y yo traduzco: aún no ha empezado).
            Juan Bonilla cumplió con eficacia el encargo, pero dio la casualidad que al día siguiente de hacérselo me llegó un libro suyo de sugerente título, La novela del buscador de libro. Lo leí de inmediato, me defraudó un tanto –en contra de lo que esperaba– y escribí una reseña como suelen ser las mías con los libros de los amigos: subrayando lo negativo y despachando los elogios en dos o tres líneas. El prólogo me llegó cuando acababa de mandarla al periódico. Se lo dije: “He escrito algo que quizá no te va a gustar”. Y él: “No importa, estoy acostumbrado a que en cada reseña digas que mi mejor libro es el primero y que después he ido cuesta abajo”.
            Pero parece que lo ha pensado mejor: “Espero que la crítica del sábado no sea tan grave que me tenga que disfrazar de JRJ –porque eso te convertiría en Jorge Guillén– y enviar un telegrama (whatsapp) que memorablemente diga: ‘Quedan hoy retirados prólogo y amistad’ Por supuesto, esto último es broma. Ya sé que te gusta perder amistades, así que solo retiraría el prólogo”.
            La historia es bien conocida. En los años treinta los poetas del 27 publicaban la revista Los cuatro vientos. En ella, sus poemas venían encabezados por los de algún maestro. Para uno de los números pidieron colaboración a Juan Ramón Jiménez. Cuando estaba en prensa, Jorge Guillén, que era quien la había solicitado, recibe un tajante telegrama: “Retiro poema y amistad”. Los ataques de Juan Ramón fueron constantes desde entonces, Guillén nunca replicó en privado, pero en las cartas a Salinas no se quedó corto en descalificaciones.
            Hasta los años cincuenta, no supo Guillén la razón de aquel enfado. La contó Juan Ramón en la revista Índice: un trabajador de la imprenta –el poeta tenía espías en todas partes– le avisó de que su poema no iba a publicarse el primero y esa fue la razón para cortar por lo sano una amistad de años sin más explicaciones. ¿Y por qué aquella postergación? Pues porque les había llegado un poema a Unamuno.
            De sobra sé que Juan Bonilla no es tan susceptible como el autor de Platero y yo, pero la verdad es que mi antipática reseña no es de las que se hacen a un amigo. Lo que ocurre es que yo, cuando hago crítica, no tengo amigos, o si los tengo es para ser con ellos un poco más exigente que con los demás.
            No fue una buena idea pedir esos prólogos. Si uno no tiene amigos a la hora de escribir reseñas, tampoco debería tenerlos a la hora de pedir favores. Xuan Bello aceptó de inmediato mi petición, pero le dijo a Carlos Marzal: “Este Martín es la leche, quiere un prólogo mío para un libro en el que se mete conmigo tres o cuatro veces”. La verdad es que ni me acordaba. Como todo el mundo, tengo escasa memoria para los pisotones que doy, aunque muy buena para los que me dan.


Jueves, 4 de octubre
LOS CARGA EL DIABLO

No son cosa de hoy las noticias falsas. Recuerdo la escandalera que se armó cuando se dijo que la Unión Europea iba a quitar la letra eñe del alfabeto español. No hubo articulista que no hiciera su gracieta. “Europa prohíbe decir coño” tituló alguno. ¿Y que había de cierto en ello? Pues que en España estaba prohibido vender ordenadores que no tuvieran la letra eñe en su teclado y la Unión Europea recordó que eso iba en contra de no sé qué acuerdos. Eso era todo.
            Guardo los recortes de entonces, y me acuerdo de ello cada vez que leo la prensa patriótica española, o sea, toda la prensa española. Con la Patria hay que estar con razón, sin razón o contra ella: en eso coinciden El País y La Razón, Abc y El Mundo.
            Me imagino que, al leer esto, mi amigo José Luis Piquero saltará de inmediato: “¿Y no manipulan TV3 y los periódicos catalanes?”. “Manipularán, pero a mí eso no me afecta porque yo ni veo esa cadena ni leo esos periódicos”, “¿Y de dónde sacas la información tendenciosa que difundes en tus diarios?”, “Pues de los periódicos patrióticos españoles, que lo que dicen en los titulares suelen desmentirlo en el cuerpo de la noticia. Solo engañan a quien está deseando dejarse engañar. Te pondría ejemplos, pero no lo hago porque he decidido no meterme en política, que a los patriotas los carga el diablo”.


Viernes, 5 de octubre
ELOGIO DEL OLVIDO

Soy un hipócrita. Afirmo una y otra vez que a aspiro a seguir siendo leído dentro de cien, doscientos o mil año y en realidad no me molestaría nada que la posteridad no se ocupara de mí. No es ya que me aterre la idea de un Dalmau hozando en mi biografía como en la de Gil de Biedma (yo no tengo tantos turbios claroscuros) o de un aplicado García Gil contando el divorcio de Carlos Edmundo de Ory (yo no tengo divorcios en mi pasado) o de Estela Canto aireando los problemas materno-sexuales de Borges (yo no dejo atrás novias despechadas), pero la vida –cualquier vida– no es más que “una red de triviales miserias” si se mira de cerca. “Mejor ser la ceniza / de que está hecho el olvido”, como dice el poeta menor de la Antología Palatina.
            Mejor que el autor ilustre del que se cuenta todo lo que él quiso olvidar para siempre, ser el poeta del que solo se recuerda un nombre y un puñado de versos.
            Y si de mí no se recuerda ni eso, tampoco me voy a enfadar. Me divierto imaginando una escena de 2080: “¿Cómo se llamaba aquel poeta y crítico que tenía una tertulia y que se creía un genio?”, preguntará uno de los millennials que ahora pasan por Óliver. “Sí, hombre, aquel que escribió un diario en no sé cuántos tomos”. Y el veterano cantautor Xaime Martínez se encoge de hombros: “Tengo una vaga idea, pero tampoco recuerdo. Algo así como Pérez o Martínez o García”.


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