Viernes, 25 de mayo
EL REGIO ALUMBRAMIENTO
Mientras la historia se acelera y nadie sabe qué va a pasar la próxima semana, cuando vuelvo a estar orgullo de haber votado a Pedro Sánchez y de haber luchado con uñas y dientes por su vuelta, tengo que aguantarme las ganas de hablar de la actualidad y ocuparme de otra cosa.
Resulta que, imitando a Podemos y su democracia directa, ante las quejas recibidas de bastantes amigos (comenzando por mi editor, Abelardo Linares, y siguiendo por mi admirada Rosa Navarro Durán), he decidido consultar a los lectores si me ocupo demasiado de política. Una abrumadora mayoría, cerca del ochenta por ciento, ha respondido afirmativamente.
Hablemos, pues, de otra cosa. De la inmortalidad del cangrejo o del nacimiento del desdichado príncipe de Asturias, por ejemplo. El azar pone en mis manos un número de la revista Por esos mundos que da minuciosa cuenta del acontecimiento.
El alumbramiento tuvo lugar a las doce y media de la mañana del 10 de mayo. Inmediatamente se anunció que era un niño por medio de banderas y salvas de veintiún cañonazos. Los españoles (no sé si las españolas) recibieron con alborozo indescriptible la noticia de que el trono no habría de quedar en manos de una mujer. El rey hizo un donativo de cuarenta mil pesetas para los pobres y el Ayuntamiento y la Diputación acordaron repartir veinte cartillas de doscientas cincuenta pesetas a los niños pobres nacidos en dicho día.
A las doce y cincuenta minutos, en uno de los salones del palacio real, se presentó el recién nacido al gobierno en pleno. Iba en una bandeja cubierto con un riquísimo velo de encaje; la llevaba en sus manos el rey, vestido con uniforme de capitán general y luciendo el Toisón de Oro, el collar de Carlos III e insignias de todas las órdenes militares. Avanzó hasta el lugar en que estaba el gobierno, presidido por Antonio Maura, y este levantó los encajes. El ministro de Gracia y Justicia, como notario mayor del reino, se acercó entonces para certificar que efectivamente era un niño. Más de un centenar de personas se amontonaban en aquella espaciosa sala, comenzando por el cuerpo diplomático en pleno y terminando con los jefes de palacio, el obispo de Sión, el cuarto militar del rey, los jefes de alabarderos, los jefes de las casas de la reina Cristina y de los infantes...
No menos nutrida fue la comitiva que le acompañó al bautizo, pocos días después. Estaba formada por dos jefes de oficios, diez gentiles hombres de caza y boca, dos maceros, diez mayordomos, dos reyes de armas, diez grandes de España cubiertos, gentiles hombres de cámara con las insignias del bautismo: duque de Tovar, llevando el salero; duque de Mantomar, el capillo; conde de Velle, la vela; duque de Béjar, el aguamanil; duque de San Pedro, la toalla; Conde de Valdelagrana, el mazapán; don Salvador Sarriá, los algodones.
Una página entera dedica la revista a enumerar aquella interminable comitiva. que produjo la natural sensación al pasar por las galerías del palacio, atestadas de hermosas y elegantes damas ataviadas con la mantilla española y de caballeros vestidos de frac o uniforme.
El cardenal Sancha, primado de las Españas, impuso el agua bautismal, que fue traída expresamente del Jordán, al nuevo cristiano, que lloró un rato. Luego vino la imposición de insignias al bebé, con sus discursos correspondientes: el Toisón de Oro, las Órdenes de Carlos III e Isabel la Católica. El padrino fue el papa Pío X, que le envió como regalo un preciosísimo ajuar, confeccionado por las hermanas misioneras franciscanas de Santa Elena, en Roma: un trajecito de bautismo, un corpiño hilado a mano, una falda bordada con los escudos de la familia, otro corpiño de linón, una mantillita con pelerina calada, un cubrefajas de raso duquesa, dos gorritos (uno de velo de seda y otro con encaje de punto de Bruselas), dos camisetas con entredoses, volantes y adornos de encaje de Venecia, cuatro pares de sábanas, cuatro funditas para almohada, la cubierta para la cama, de raso blanco con guirnaldas de rosa sostenidas por cordoncillos de oro, el cojín para el bautismo, con bellísimas representaciones de los emblemas eucarísticos y en el centro un gran escudo de España… Mucho tuvieron que trabajar, pienso yo, las habilidosas monjitas misioneras.
No podía faltar la comisión del Principado de Asturias que hizo entrega al príncipe, como acto de vasallaje, de un cofre de plata conteniendo mil doblas de oro, "moneda foral con que los asturianos reconocían en tiempos antiguos el señorío sobre aquella tierra del heredero de la corona".
Sábado, 26 de mayo
A MAL FIN NO HAY BUEN PRINCIPIO
España parece que por fin se pone en marcha, tras el tapón de los últimos años, y yo, fiel a mis compromisos, me veo obligado a hablar de otra cosa.
¿Quién le iba a decir a aquel niño, que recibió al nacer mil doblas de oro y todas las bendiciones, destinado a continuar la gloriosa historia de España, que iba a morir en Miami, tras estrellarse borracho contra una cabina telefónica, acompañado de la cigarrera de un cabaret, Mildred Gaynor, guapa y pobre y encantada de sacarle lo poco que le quedaba de su fortuna?
Acababa de cumplir treinta y un años, se había casado dos veces, le habían retirado el título de Príncipe de Asturias (le dejaron en un modesto conde de Covadonga), su padre, al que había defraudado muy pronto, le odiaba, nadie de su familia asistió a su funeral (la madre le envío una desganada corona de flores), se había pasado media vida en hospitales y la otra media tratando de divertirse y olvidar.
Cuando echaron de España a su padre, él, que debía sostener el trono, ni siquiera tenía fuerzas para abandonar por su pie el palacio en que había nacido y recibido todas las bendiciones. Tuvieron que sacarle en brazos como a un niño pequeño.
¡Pobre Alfonso de Borbón! Al nacer, le recibieron como a un Dios, pero toda su vida no fue más que un pobre diablo.
Domingo, 27 de mayo
ESTOY VIVO
Soy de esas personas recelosas que nunca se acaban de creer los elogios ni el afecto de los demás. Mi vanidad es un poco extraña: detesta homenajes y reconocimientos, que siempre apestan a jubilación.
Me gusta ser combatido, me rejuvenece ser odiado (siempre que sea sin demasiada razón, aclaro).
Si no molestas a nadie, no eres nadie. Ese es mi lema.
Mientras tengas enemigos, estás vivo.
Lunes, 28 de mayo
NO PIERDO LA ESPERANZA
A mi edad, y aun antes, a mucha gente le molesta cumplir años. A mí no, todo lo contrario. Me gusta tanto que a ello dedico todo un mes, el de junio. Desde el día primero, comienzo a recibir regalos. Este año tengo el pálpito de que me preparan uno muy especial para el día uno. Pero no puedo revelar nada, no sea que se frustre esa esperanza.
Habitualmente, el 17, que es el día en que nací, estoy en Venecia, pero este año en que cumplo 68, el café espero tomármelo en Toulouse después de darme una vuelta por Montauban. Se cumplen cincuenta años del mayo francés y a mí se me ha ocurrido celebrarlo visitando la tumba de Manuel Azaña, una de mis más viejas admiraciones.
Siempre he sido republicano, pero sin impaciencias. Mientras la monarquía funcionara, no había ninguna prisa en cambiar de régimen. Y con don Felipe me pareció que podíamos tener un jefe del Estado ponderado, equilibrado y decente. No había prisas porque llegara la república.
Pero el nuevo reinado no arrancó con buen pie: primero, el sucio apaño de la Gestora socialista que permitió seguir en el gobierno al representante de la corrupción anterior; luego, el recrudecimiento de la cuestión catalana, que hizo perder los nervios al jefe del Estado y, mal aconsejado por su entorno próximo a Ciudadanos, le llevó a pronunciar un discurso en el que dejó de ser rey de todos los españoles para serlo solo de aquellos que pedían mano dura contra los españoles que no querían seguir siéndolo.
La verdad es que todavía siento simpatía por don Felipe, a pesar de mi republicanismo. Aún está a tiempo de rectificar y volver a ser lo que nunca debió dejar de ser. Le bastará con otro discurso en el que exprese su deseo de defender los derechos civiles y las libertades tanto de los independentistas como de los no independentistas, todos ellos ciudadanos españoles.
Martes, 29 de mayo
LO QUE MÁS ENVIDIO
Reúne Ricardo Álamo en Escritores al desnudo las respuestas a los cuestionarios Proust y Bolaño de varios escritores. Yo me avergüenzo al releer las mías, por demasiado sinceras. ¿Te consideras un hombre inteligente?, dice una de las preguntas. Y soy el único que responde con un escueto “sí”, sin matizaciones ni bromas (“Si lo admitiera, no lo sería”, afirma Fernando Iwasaki; “Me considero un hombre curioso, con tendencia a saber cosas absurdas”, Luis Alberto de Cuenca), aunque sospecho que la mayoría, por no decir todos, si fueran sinceros habrían respondido de la misma manera. A fin de cuentas, todo el mundo se queja de su memoria, pero pocos de su inteligencia.
La verdad es que la inteligencia es la cualidad que más admiro y la única que envidio. ¿Es más rico que yo? Pues con su pan se lo coma. ¿Tiene más éxito que yo? Pues que lo disfrute. ¿Es afortunado en el amor? Pues no le arriendo la ganancia. Pero escucho o leo a alguien más inteligente que yo (soy muy sensible a la inteligencia ajena) y mi primera reacción es amarillecer de envidia. Afortunadamente, se me pasa pronto.
Me gustaría tener más talento que el que tengo, pero como eso no es posible trato de sacarle todo el partido al poco o mucho que tengo (creo que lo hago bastante bien). Y tras la primera reacción de envidia, que no puedo evitar, me llena de alegría comprobar que el mundo está lleno de gente que vale más que yo (bueno, lleno, lleno... Tampoco hay que pasarse en la falsa modestia).
Miércoles, 30 de mayo
MI VERDAD
Miento mucho, pero no engaño a nadie.
Jueves, 31 de mayo
POR FIN
¡Vaya momento que he escogido para dejar de hablar de política! Tras unas cuantas horas llenas de temores y esperanzas, por fin parece seguro que Rajoy se marcha, Rivera se queda en la cuneta y España se pone en marcha. Y yo, que siempre cumplo mi palabra, no puedo hablar de ello.