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Acción de gracias: La historia del Nautilus

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Viernes, 11 de mayo
TARDE, PERO APRENDO

En las polémicas soy como esos tiburones que se excitan con la sangre, que no perdonan el menor fallo argumental. Con la maquinaria pesada de mi lógica trato siempre de destrozar sin piedad al adversario. Busco dejarle maltrecho, acorralado, sin respiración. Soy un matón de barrio de la dialéctica.
            ¿Soy o era? Al salir esta tarde de la tertulia, después de haber hecho una de las mías, ocurrió algo que no había ocurrido nunca: pensé que me había pasado un poco, y de inmediato puse un mensaje a mi contrincante, que había había algo antes, pidiéndole disculpas.
            Y me sentí bastante mejor. Antes solo me disculpaba –ocurrió pocas veces, dos o tres en treinta años– cuando descubría que era yo el que estaba equivocado. A partir de ahora, lo haré siempre que no respete la cortesía, tenga o no razón.
            Acabo de descubrir, ya casi setentón, que las personas son más importantes que las razones. Más vale tarde que nunca.
            (Mi problema ahora será ver cómo me las arreglo para, cuando alguien diga una tontería, hacerle comprender que ha dicho una tontería sin herir sus sentimientos.)


Sábado, 12 de mayo
EL SÍNDROME JUAN RAMÓN

Escucho una vez más a Xuan Bello referir, con motivo de la nueva edición en asturiano de Historia universal de Paniceiros, la historia de ese libro, de tan inesperada y singular fortuna.
            Sonrío mientras le escucho, entre el barullo de la Feria del Libro. Él cuenta la leyenda, pero yo podría contar la verdadera historia: la idea primera de su publicación  –una antología de su obra narrativa dispersa en libros y colaboraciones en prensa– fue mía, y también creo recordar que el título, tomado de Unamuno (su historia universal no era, por supuesto, de Paniceiros, sino de una pequeña localidad castellana). Tuve la tentación de precisar estas cosas en el coloquio final, pero me contuve a tiempo.
            Las conté luego, entre cafés y cervezas, en charla con amigos. “A ti lo que te pasa –me dijo uno de ellos–, es que tienes el síndrome de Ruiz Contreras”.
            ––No sabía que fueras psiquiatra. ¿Qué síndrome es ese?
            ––Lo conoces de sobra, y de hecho fuiste tú quien me lo comentó alguna vez (claro que a propósito de otro). Luis Ruiz Contreras, a finales del siglo XIX, agrupó en torno suyo a un grupo de escritores jóvenes, a los que ayudó a darse a conocer. Fue el director de la Revista Nueva, en la que publicaron sus primeros trabajos importantes la mayoría de ellos. Pasó el tiempo y ese grupito de jóvenes airados fue adquiriendo cada vez más fama, mientras Ruiz Contreras seguía con sus traducciones de Anatole France, que le permitían vivir, y con publicaciones dispersas que no le producían ni prestigio ni dinero. Aquellos jóvenes se llamaban José Martínez Ruiz, el futuro Azorín, Pío Baroja, Ramón del Valle-Inclán… Ruiz Contreras se fue convirtiendo en un viejo cada vez más amargado mientras iba creciendo la gloria de aquellos pupilos que él, eso pensaba, había enseñado a escribir y que no solo no le habían dado las gracias, sino que ni siquiera recordaban su nombre. En la posguerra vertió todo su resentimiento en unas Memorias inmemoriales que se fueron publicando por entregas en El Español, de Juan Aparicio, más o menos lo que tú haces en tus malintencionados diarios, como afirmó Jordi Gracia, y ratificó Mainer, en la Historia de la Literatura que publicó Crítica.
            ––Bueno, vale, aceptemos que yo soy Ruiz Contreras, pero ¿quiénes son Baroja, Azorín, Valle-Inclán y demás glorias del 98?
            ––¡Quiénes van a ser1 Todos los jóvenes que han pasado por tu tertulia y ahora son mucho más importantes que tú. Xuan Bello, sin ir más lejos, el astro-rey de la lliteratura asturiana; Martín López-Vega, que anda por el mundo de Cervantes en Cervantes y se le rifan todas las editoriales; Lorenzo Olivan, que tras ganar todos los premios importantes, ha conseguido lo más difícil publicar sus libros en la mejor colección sin necesidad de ganar ningún premio; José Luis Piquero, reciente embajador de la poesía española en Roma; Fruela Fernández con su genial La familia socialista… ¿Sigo? Por no mencionar a Javier Almuzara, el más clásico o neoclásico de todos, el Metastasio de la tertulia, a punto de estrenar su primera ópera.
            ––Puestos a hacer comparaciones, más que como un nuevo 98 (eso ya vendrá después de la independencia de Cataluña),  yo los veo como otra generación del 27, y a mí, más que como otro Ruiz Contreras, como el resentido, malintencionado y genial Juan Ramón Jiménez.
            ––-¡Siempre tan modesto!, me digo a mí mismo para dar por concluida esta conversación –otra más– conmigo mismo.



Domingo, 13 de mayo
LITERATURA FÁCIL

“El cronista –escribe Ricardo Fuente en un artículo de hace cien años– ha de hablar de lo que todo el mundo habla y decir lo que nadie ha dicho; ha de poner alas a su pensamiento y revolotear por todas las flores del jardín humano. Como los que aprovechan los desechos de los joyeros para extraer minúsculas partículas de plata y oro, el cronista ha de sacar de las diarias miserias de la vida sus frases felices y la sal de sus paradojas. El cronista ha de ser filósofo sin parecerlo, ligero a la vez que profundo, irónico sin malignidad e incisivo sin pasar de la piel; ha de saber muchas cosas y ocultar su erudición, para no ofender al lector… ¿Y hay quien llama a la crónica literatura fácil?”

Lunes, 14 de mayo
TELEGRAMA

Enviado por CP a MR (con copia para PS y AR): “Los muertos que vos matáis / gozan de buena salud”.


Martes, 15 de mayo
VÍCTIMAS AYER, VERDUGOS HOY

Asisto a una concentración, en la Plaza de España, en apoyo de los palestinos, que conmemoran el día de la catástrofe, cuando fueron expulsados de sus tierras. Mientras en Gaza, la mayor cárcel del mundo, se amontonan los muertos por docenas, los heridos por cientos o miles, el mundo civilizado lanza sus condenas con la boca pequeña, como es habitual.
            Qué minúsculos, casi de opereta, parecen los problemas de Cataluña, que nos traen a todos con tanto mal traer, ante esta tragedia.
            Y qué sensación de impotencia. Escucho el “Cant dels ocells”, de Pau Casals, que cierra el acto, con lágrimas en los ojos.
            Unos seguirán matando, otros seguirán muriendo, la gente de bien seguirá condenando (pero no demasiado, no se vaya a molestar el Goliat que apoya al criminal David) y el canto de los pájaros haciéndonos soñar con que otro mundo es posible.


Miércoles, 16 de mayo
PROFECÍAS

¿Cómo se imaginaban el periodismo del futuro los periodistas de comienzos del siglo XX? Dos hipótesis encuentro en El libro de la prensa, prólogo de Miguel Moya, publicado en 1911.
            No acierta mucho Vicente Vera, de El Imparcial. En 2001, El Relámpago, periódico universal que publica diez ediciones diarias, solo tiene en su redacción a dos personas: el director y un mecanógrafo. Los periodistas andan dispersos por la ciudad y tan pronto como tienen algo importante que comunicar acuden al teléfono y refieren al director en pocas palabras lo ocurrido; este se lo dicta al mecanógrafo. La maquina de escribir está en contacto con la linotipia por medio de cables eléctricos. Luego se preparan unas planchas fotográficas que se colocan sobre una pila de hojas de papel y por medio de los rayos X, operando con tubos gigantescos, todas las hojas resultan impresas simultáneamente, obteniéndose tiradas de cien mil ejemplares en menos de un minuto. Máquinas automáticas recogen paquetes de cien ejemplares y por medio de tubos neumáticos los reparten por todos los kioscos de Madrid.
            Más atinado se muestra Martín Fernández en una crónica de La Prensa, de Buenos Aires: “El corresponsal, vehículo de progreso, sucumbe  a los violentos embates del progreso mismo. El siglo XIX fue el siglo del telégrafo y el teléfono. El siglo XX será el siglo del Fotocinematotelefonógrafo”.
            ¿Y eso qué es? Pues la ultima maravilla. No parece invento de ningún Edison, sino del mismísimo Lucifer. El primer resultado es la muerte violenta de la prensa periódica tal como la entendemos. El abonado –y abonarse costará una miseria– con solo oprimir un resorte podrá ver y escuchar en el Fotocinematotelefonógrafo las noticias que desee. Quiere enterarse de lo que pasa en el Senado, en los toros, en el teatro, oprime el correspondiente botón. El abonado verá las víctimas descuartizadas, al mismo tiempo que oirá el grito del moribundo. Y escuchará las declaraciones del ministro y verá el descarrilamiento de hace media hora, con un centenar de muertos, y las horribles escenas del hundimiento de una ciudad entera… ¡Todo, todo sin la intervención de los aborrecibles periodistas, falseadores de la verdad!
            A Martín Fernández solo le ha faltado acortar el nombre interminable de su invento para anticipar Internet.


Jueves, 17 de mayo
EN EL AVIÓN

En el avión, camino de Sofía, leo a Marina Tsevietáieva: “Todo el secreto consiste en relatar los acontecimientos actuales como si hubieran ocurrido hace un siglo, y lo ocurrido hace años como si estuviera sucediendo ahora”.
            No sé por qué se me ocurre pensar en el viaje del buque escuela Nautilus a La Habana en 1908. Solo había pasado diez años del final de una guerra sin piedad que había durado más de medio siglo. El Nautilus fue el primer buque escuela de la Armada española. Se construyó en 1866, en Glasgow, y Fernando Villaamil lo compró veinte años después por sesenta mil pesetas. En 1892 dio la vuelta al mundo. Pero yo lo que recuerdo ahora es su entrada triunfal en La Habana en 1908. Fue recibido con entusiasmo, con toda la gente en la calle, con la ciudad entera engalanada con las banderas españolas. Las heridas de la guerra habían cicatrizado con rapidez. España dejaba de ser el verdugo colonial para convertirse en la madre patria.
            Y yo sueño con un recibimiento semejante, menos de diez años después, del Juan Sebastián Elcano en el puerto de Barcelona.


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