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Nada personal: De guante blanco

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Domingo, 23 de diciembre
RECUERDOS OLVIDADOS

Salgo de ver El cuerpo, la película de Oriol Paulo, con su intrigante comienzo, como de novela de William Irish, y su frustrante y rebuscado desenlace (raro es el enigma que no fracasa en la solución), y al cruzar el parque de Los Prados, solitario a estas horas, me encuentro de pronto con una mujer que me saluda.
Me asusto bastante porque no sé de dónde ha salido. “¿No te acuerdas de mí? ¿No me reconoces?”. No, no la reconozco, pero su cara me resulta familiar, me inspira confianza. “Si me puede dar alguna pista, o decirme directamente su nombre, la verdad es que tengo un poco de prisa”. Y ella: “Mi nombre no te lo puedo decir, tendrás que adivinarlo”. Aceleré el paso: “Disculpe…”
Cuando llegué a casa, pocos minutos después, allí estaba sentada en el sofá. “Tengo las llaves, no creas que soy un fantasma”, dijo mostrándomelas.
“Deberías recordarme, estuvimos a punto de casarnos, y esa no es una experiencia que hayas tenido muchas veces”. “Pues ahora sí que no recuerdo nada”, dije firmemente. Soy de esas personas que jamás recuerdan nada que no les interesa recordar. “Entonces me destrozaste el corazón, pero ahora me alegro de que no te casaras conmigo. Yo no habría podido vivir en esta leonera, con libros por todas partes. ¿Cómo eres capaz de encontrar lo que buscas? ¿No te ahogas entre tantos montones de papel?”.
Yo seguía sin recordar nada, estaba firmemente decidido a ello, pero sentía cierta mala conciencia por mi comportamiento de otro tiempo y quise ser amable. “En unos minutos preparo la cena. ¿Quieres cenar conmigo?”, “No me fío demasiado de tus habilidades en la cocina”, “Solo tengo que meterla en el microondas. La ha preparado la asistenta”.
“¿Por qué despareciste tres días antes cuando ya estaba todo preparado? ¿Por qué no diste ninguna explicación ni entonces ni en todos estos años?”, “No sé de qué me habla”, “¿Ahora vuelves a tratarme de usted?”, “Quizá tenga prisa. Si no puede quedarse a cenar conmigo, lo comprendo perfectamente”. “Ahora quieres echarme. No te preocupes, no estaré mucho tiempo. ¿Sabes que estuve en tratamiento psiquiátrico durante varios años? Pero no te preocupes, ya estoy curada, me casé, soy feliz, tengo tres hijos, nunca me acuerdo de ti, aquello fue una pesadilla hace tiempo desvanecida”, “¿Y qué haces aquí entonces?”, “Aquí, ¿dónde? ¿En tu casa o en tu cabeza?”, “¿No pretenderás hacerme creer que eres una alucinación mía?”, “¿Y qué otra cosa voy a ser? Crees que me has olvidado, nunca piensas en mí, nunca le has hablado a nadie de mí, encerraste mi cadáver en el sótano más profundo y atrancaste bien la puerta, pero los cadáveres se pudren y su hedor atraviesa cualquier rendija. Yo he superado el daño que me hiciste; tú, no; tú no lo superarás nunca. Seguirá ahí, agazapado en un rincón, como una alimaña que no perdona ni olvida dispuesta a saltar sobre ti cuando menos lo esperas. Pero te dejo, no te preocupes. Yo te quise de verdad, pero hace tiempo que no me importas nada; tú no me querías o tuviste miedo de quererme, pero nunca podrás librarte de mí. ¿Tienes a mano un papel? Apunta mi teléfono. Me alegrará que me llames, no te guardo ningún rencor. Te presentaré a mi hijo más pequeño; las dos hermanas mayores viven fuera. Ya le conoces en realidad. Estudia en el Milán. Es alumno tuyo”.


Lunes, 24 de diciembre
PESADILLLA ANTES DE NAVIDAD

Soñé que todos mis amigos dejaban de quererme. Y al despertarme, cuando los necesitaba, ninguno estaba allí.


Martes, 25 de diciembre
MITOS

Me gustan las mañanas que son como la primera mañana del mundo. Salgo del hotel por la escalera secreta, junto a la capilla, y paseo por el parque solitario. Ha llovido por la noche, los árboles y el césped brillan ahora como recién lavados, como recién creados. Voy saludando a viejos conocidos que abren sus brazos desnudos o todavía llenos de hojas en el azul, escucho el rumor de las sigilosas fuentes machadianas, visito la mansión del ciervo volante… Salgo luego a las calles, también todavía solitarias, tan familiares y tan desconocidas.


            Antes de la comida familiar, se me ocurre, no sé por qué, visitar el Fondo de Valliniello, mi primera residencia en Avilés, allá por 1960. Ahora ha recuperado su condición rural. No logro reconocer el lugar en que estaban la escuela, el lavadero, el cine, la casa en que viví. Todo pegado a los muros de la antigua Ensidesa, todo siempre cubierto de polvo y tóxicos desechos, todo temblando cuando el monstruo siderúrgico rugía (y lo hacía con frecuencia, especialmente a altas horas de la noche).
Han arrasado, maquillado, falseado el lugar. Han plantado árboles, borrado cualquier huella de cuando allí se hacinaron los emigrantes y sus familias. Solo los antiguos muros siguen presentes, y tras ellos el envejecido y achacoso monstruo de cien cabezas. Yo he hecho lo mismo con buena parte de mi vida.
            Termina la mañana en el Faro de Avilés, en San Juan de Nieva, que tantas veces he visto desde la otra orilla, o desde la ría, y al que nunca me había acercado. Como cualquier faro es una invitación a la ensoñación y al viaje, o a lo mejor del viaje, el regreso.
            Mañana de Navidad, un solsticio de invierno que es casi de verano. El pasado se borra, se reescribe, regresa, no se va nunca. O no ha existido nunca.
            El niño que fui renace cada Navidad. La mentira de los mitos es más verdadera que cualquier verdad.


Miércoles, 26 de diciembre
RICO, RICO

“Estuve con Francisco Rico en la presentación del libro de Trapiello”, me cuenta mi amigo Enrique Bueres, que aprovecha estas breves vacaciones para pasar por la tertulia como en los viejos tiempos. “Me contó una historia confusa que tenía que ver contigo. Al parecer has publicado una reseña sobre su edición del Lazarillo que no has escrito tú sino una antigua alumna suya, medio loca (eso dio a entender), que se llama Rosa Navarro Durán”.
            Y yo sonrío. Qué raros somos los seres humanos. De cuántas piezas estamos hechos. Francisco Rico es un sabio, quién lo duda, pero pasará a la pequeña historia de la estupidez contemporánea por un furibundo artículo de opinión publicado en El País contra la ley del tabaco, en el que afirmaba –entre otras lindezas– que era “un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y vileza”. Y respaldaba la objetividad de sus argumentos con “en mi vida he probado un solo cigarrillo”. Luego resulta que era una broma, porque se trata de un pertinaz fumador. Una broma que a nadie hizo gracia.
            Una broma constituye quizá también su afirmación de que el Lazarillo no es una obra anónima, sino apócrifa. Se pretendería hacer creer que su autor, no solo su protagonista, era Lázaro de Tormes, el pregonero analfabeto de Toledo. Y así lo indica la portada de su edición: “Lázaro de Tormes” (entre comillas para indicar que es un apócrifo). Basta comenzar a leer la obra para darse cuenta de que esa interpretación no se sostiene: quien habla es un escritor que cita a Plinio y parafrasea a Horacio y Cicerón (como señalan las notas), no el pregonero que jamás ha tenido un libro en las manos.
            Pero Francisco Rico, en el ámbito de la filología, tiene algo de señor feudal de horca y cuchillo; es un catedrático a la antigua, de los que procuran no dejar crecer la hierba fuera de sus dominios. Por eso nadie se atrevió a decir que esa ocurrencia de última hora era una tontería insostenible. Lo dije yo en mi reseña, y la infantil manera que se le ocurre de refutarme es que esa reseña no puedo haberla escrito yo (que no soy especialista en el Siglo de Oro), sino una antigua alumna suya que sí es catedrática de la especialidad y a la que valora tan poco que ni siquiera se ocupa de rebatirla.
            Y luego dicen que la erudición no es divertida. Francisco Rico es un sabio, el mejor editor de los clásicos que hayamos tenido nunca, pero además es un disparatado personaje que parece sacado de uno de esos novelones anacolúticos de su amigo Marías. A mí, quizá porque no lo frecuento nada y nunca he tenido que padecerle, me hacen mucha gracia sus ocurrencias. Me imagino que a Rosa Navarro Durán le harán menos.


Jueves, 27 de diciembre
LA REALIDAD Y EL SUEÑO

Me gusta utilizar la televisión como cortinilla que separa la realidad y el sueño. Todos los días la enciendo media hora o una hora antes de irme a la cama. Durante un tiempo prefería las series cómicas, como Big Bang (tengo grabados todos los episodios), ahora me fascina Ladrón de guante blanco. Me identifico bastante con la maniática genialidad de Sheldon Cooper, pero todavía más con la inteligencia sofisticada de Neal Caffrey, un elegante estafador y falsificador obligado a colaborar con el FBI (aunque nunca está claro si colabora de verdad o no). La acción transcurre en una Nueva York que muestra su mejor cara y no hay cadáveres ni descuartizamientos ni crímenes rituales, solo robos en museos y complicadas estafas y tesoros escondidos en un submarino nazi. Veo cada episodio como quien escucha un cuento de hadas y voy a la cama, olvidado por un rato de los desastres del mundo, a soñar con los angelitos y con Matt Bomer, el actor protagonista, mi héroe favorito, la persona que me gustaría ser de mayor.


Viernes, 28 de diciembre
PASO LISTA

Como todos los que me conocen saben, nada me gusta más que hacer listas. De las cosas más pintorescas. De la gente que me quiere, por ejemplo. O de la que me odia. En este día melancólico me ha dado por revisar esta última, y me sorprende su brevedad. Solo hay diecisiete nombres. ¿Tan poco importante soy que solo me odian diecisiete personas? Pero no, no hay motivo para deprimirse: he dejado fuera todo lo que tiene que ver con motivos literarios. Quiero decir que no apunto los nombres de los poetas a los que he maltratado reiteradamente en mis reseñas, a la mayoría de los cuales no conozco personalmente. Supongo que también me odiarán, pero ellos no cuentan.
Separo luego en la lista los que me odian sin razón, porque sí (como hacemos todos a veces), de aquellos otros que tienen razón para odiarme, de aquellos a los que he hecho daño. Quedan diez. Diez que yo sé que no me han perdonado, porque –queriendo o sin querer– sin duda habré maltratado a bastantes más personas.
            De lo que no guardo lista es de los que me han hecho daño a mí. ¿Para qué? Si ya no pueden volver a hacérmelo, los borro de la memoria. La venganza es propia de gañanes, no de caballeros.


Sábado, 29 de diciembre
UN SECRETO INCONFESABLE

Soñé que era feliz. Y al despertarme lo seguía siendo.



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