Viernes, 9 de diciembre
EN EL GRAN TEATRO
En el gran teatro del mundo todo resplandece si lo miras con amor y con curiosidad: eres tú quien enciendes y apagas las luces que iluminan el escenario.
(En mi caso podrá faltar el amor, pero nunca la curiosidad.)
Sábado, 10 de diciembre
QUÉ PREFIERES
¿Y tú qué prefieres, estar junto a gente a la que admiras o estar rodeado por gente que te admira?
(Si escoges lo segundo –que es lo que a mí me gustaría–, nunca serás digno de ser admirado.)
Domingo, 11 de diciembre
POESÍA, POESÍA
Hablar mal de lo que todos hablan bien es un placer al que resulta difícil resistirse. Veo Paterson, de Jim Jarmusch, y por un lado me alegra que en una película que se estrena en salas comerciales la poesía resulte protagonista, pero por otro....
¿La poesía? Bueno, el protagonista escribe versos a menudo en un cuaderno escolar, pero su poema favorito –y el de su mujer– es uno de Williams Carlos Williams que dice así: “Solo para decirte / que me he comido / las ciruelas / que había en / la nevera / y que / probablemente / guardaba / para el desayuno / Perdóname / estaban deliciosas / tan dulces / y tan frías”. (A mí se me ocurre un estrambote: “Y además / últimamente / ando / algo estreñido”.)
Como quien contempla en un museo el cuadro blanco de Malévich y dice “¡esto también lo hago yo!”, al bueno de Paterson, conductor de autobús de no muchas luces, se le ocurrió que si eso era poesía él también era poeta y en un cuaderno de anillas, y sin tachar jamás una palabra, nos describe las cerillas que usa y otros acontecimiento de su vida de similar interés. Un día se encuentra a una niña de diez años que también escribe poemas en un cuaderno y le pide que le lea uno. Queda admirado: comparado con los suyos es casi una obra maestra.
“¿Conoces a Emily Dickinson?”, le pregunta luego la niña. Y él: “Por supuesto, es uno de mis poetas favoritos”. Y ella: “¡Qué pasada! Un conductor de autobús que conoce a Emily Dickinson”.
Otro días, mientras contempla las cataratas de Paterson (se llama como la ciudad de New Jersey), un japonés le pide permiso para sentarse a su lado en el banco. Hablan de poesía. “Leer poesía traducida es como ducharse con chubasquero”, dice el japonés, que también es poeta. Luego mencionan a Frank O’Hara y a la escuela de Nueva York, un guiño para entendidos.
Se supone que debería interesarme mucho una película en la que la poesía es protagonista. Me aburre más o menos como al resto de los espectadores, aunque hay algo de hipnótico en la rutinaria sucesión de días iguales y distintos (como los de mi propia vida) que se reflejan en la pantalla. Y no dejo de sentir simpatías por el par de pánfilos que la protagoniza: el conductor poeta y su mujer artista que decora con el mismo arte las cortinas del cuarto de baño que sus indigestos cupcakes.
El bueno de Paterson no quiere tener teléfono móvil (eso sería sentirme atado, dice) y ha de pedirlo prestado cuando se le avería el autobús; tampoco utiliza el ordenador. Todo muy de acuerdo con la imagen que los no poetas tienen de los poetas.
Lo mejor de todo es el final: su perro destroza el cuaderno con los poemas, de los que su autor no tenía copia, a pesar de la insistencia de su mujer. Ese perro gruñón resultó ser un excelente crítico literario. Pero no cantemos victoria: en cuanto se lo proponga, y aprovechando las paradas del autobús, puede volver a llenar otro cuaderno similar. Son poemas los de Paterson que le salen de un tirón (jamás se le ve tachar siquiera una palabra): “Hoy / cuando ya arrancaba / he visto venir corriendo / a una niña / con un impermeable amarillo / y a una anciana / con un paraguas rojo / he frenado / de golpe / para dales tiempo / a subir / al autobús”.
Poesía, poesía, cuántas tonterías se cometen en tu nombre. Seguro que Jim Jarmusch filmó está película, tan aclamada en los festivales, solo para dar a conocer los malos poemas que sigue escribiendo a escondidas.
Lunes, 12 de diciembre
PERDER AMIGOS
“¿Cuántos amigos has perdido este año, Martín, cuántos? Seguro que llevas las cuenta”, me pregunta un joven poeta, más joven que poeta, en Los Porches, mi oficina matinal de Las Salesas..
Una cuenta fácil de llevar. Este año solo he perdido a dos, un profuso escritor y un veterano librero de viejo, y en los dos casos sospecho que la amistad ya se había perdido bastante antes. Siempre ando presumiendo de ser más listo que nadie y en realidad no me doy entero de nada. El librero estaba deseando librarse de mí, que hacía tiempo que había dejado de ser un buen cliente (en realidad nunca lo he sido, no colecciono primeras ediciones ni tratados de tauromaquia o cosas así) y que tenía la rara habilidad de sacarle de sus confortables casillas: nada me gusta más que discutir, que darle la vuelta a las evidencias, que poner patas arriba el tópico; hace falta una cierta agilidad mental para aguantarme y eso se pierde con los años (el librero tiene mi edad y como casi toda la gente de mi edad es mucho más viejo que yo). Lo de que le llamara “facha”, medio en broma y en una conversación informal, fue solo un pretexto para la ruptura. Ya no paso un rato al caer la tarde por la librería y seguro que su salud y su equilibrio han mejorado. Quien no mejoro soy yo: tardo en darme cuenta de que lo que a mi me divierte, debatir sobre esto y lo otro, ejercitar los músculos de la mente, a otros no les hace ninguna gracia, aunque a veces lo disimulen por educación. Ahora tengo mala conciencia por los malos ratos que le hice pasar a mi benemérito librero.
Con el escritor me pasa lo mismo. No siento que hayamos dejado de ser amigos, sino no haber dejado de serlo hace unos cuantos años cuando comenzó a ser un exitoso escritor profesional.
Un escritor profesional no publica obras literarias, sino productos que hay que comercializar adecuadamente. Las reseñas que se les dedican en los suplementos culturales no son parte de la crítica, sino de la promoción. Andrés Trapiello fue siempre muy generoso conmigo –me editó varios libros en La Veleta, me invitó a comer a su casa– y yo me he portado siempre con él como no se porta un amigo: comenté cada uno de sus libros como comento los de cualquier otro autor, sin tratar de engañar a los lectores, más amigo de la verdad que de Platón. A pesar de que en su caso esa verdad fue casi siempre elogiosa, él fue incubando un resentimiento al que dio salida en la presentación de uno de mis diarios. Ingenuo de mí, creí que ese desahogo habría sido suficiente. Pero solo era el principio de la supuración de la herida. Bien mirado, tuvo mucha paciencia. Aprendí la lección: no se puede jugar con dos barajas. Si eres crítico de literatura contemporánea, procura guardar la debida distancia con los autores y jamás aceptes un favor suyo. Sobre todo si son profesionales y temen –injustificadamente– que cualquier reparo les pueda, ni no echar abajo el negocio, sí hacerles disminuir las ganancias.
Martes, 13 de diciembre
DÍAS HERMOSOS
Una sucesión de días hermosos, anticipados regalos de Navidad. Como tiendo a ser pesimista, a profetizar lo peor (con la esperanza siempre de equivocarme), temo la tormenta que se estará fraguando en remotas regiones (o en el interior de mí mismo) y que estallará de pronto llevándose en fangosa riada tanta dicha.
Miércoles, 14 de diciembre
EN LA PARADA DEL AUTOBÚS
Un café de los de antes, de los que todavía existen en el centro de Europa, en Praga por ejemplo. Dos clientes que coinciden cada mañana sin ni siquiera verse, aunque están hechos el uno para el otro, sus dos perros que ladran al unísono, un pendiente que rueda por el suelo y los pone en contacto…
Mientras espero el autobús para ir a la Corredoira a ver qué me cuenta mi más joven amigo (pronto cumplirá tres meses), me fijo en el anuncio de una de las marquesinas. Gwyneth Paltrow, vestida de azul, sonríe con un vaso en la mano; “Check it out on Tous.com” si quiere conocer una de sus “Tender Stories”, leo al pie. Es lo que hago y durante unos pocos minutos –los que tarda en llegar el autobús– dejo que me cuenten la historia de Kate y Peter y sus perros Robin y Hood, una hermosa historia –azar y destino– que transcurre en uno de esos cafés con espejos que cantó Aquilino Duque: “Aún existen cafés en el centro del mundo / con salón de fumar y con globos de luz / y espejos biselados donde el tiempo es profundo / y al que mira devuelven toda su juventud”.
Guardo luego el teléfono y pienso en el poeta tontorrón protagonista de Paterson que no quería tener teléfono móvil “para no sentirse atado”. Yo lo llevo como si llevara una diminuta máquina de hacer prodigios guardada en el bolsillo. Y no quisiera parecer demasiado presuntuoso, pero creo que la razón está más de mi parte que de la suya y la de tantos intelectuales apocalípticos sobre los riesgos de las nuevas tecnologías.
Jueves, 15 de diciembre
SIGO CALLADO
––¿Sigues empeñado en no hablar de política?
––Sigo.
––¿Y no crees que darles la espalda es facilitar que sigan haciendo de las suyas?
––Todo está atado y bien atado y hasta que no haya nuevas elecciones no hay nada que hacer; desahogarse en la calle acaba reforzándoles.
––¿Y serás capaz de estar cuatro años sin hablar del tema, con el parlamento ganando una votación tras otra contra un gobierno que se pasa lo que decide ese parlamento títere –gracias al buen hacer de vuestro Javier Fernández– por debajo del puente colgante?
–-Seré capaz. Me siendo humillado y ofendido y me retiro a un rincón hasta que se me pase el cabreo.
––¿Ofendido y humillado por quién?