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Channel: Café Arcadia
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Razón de más: Todavía aprendo

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Viernes, 15 de junio
RUTINA Y PLEGARIA

Esté donde esté lo primero que hago es armar mi tenderete de rutinas. Sin ellas me siento perdido. Tengo que caminar un poco para llegar a la cafetería en que desayuno. Atravieso primero el campus del oeste, cruzo luego por el paso subterráneo el tercer anillo de circunvalación que separa un campus de otro, bordeo un parque, llego a una calle bulliciosa llena de pequeñas tiendas y en seguida encuentro el local de aire americano pero inconfundiblemente chino. La rica bollería se hace a la vista del público. Cada día pruebo un dulce distinto.
Subo a la parte alta y allí me entretengo sin prisas contemplando el ir y venir de la gente. Compruebo, en primer lugar, que hay dos modos de andar: una cierta molicie vagamente habanera y un decidido marcar el paso de los que saben lo que quieren y a dónde van. Procuro tomar nota de pequeños detalles y abstenerme de formular teorías. Me cuesta. Soy de los que con cuatro datos mal leídos ya se lanzan a generalizar, arreglar el mundo, sentar cátedra.
Hay poca gente en la parte alta del local. La mayoría hacen su compra y se van. Quienes están cuando yo llego, y siguen cuando marcho, son sobre todo estudiantes. Chicas por lo general. Ronronean aprendiéndose de memoria la lección.
Cerca está la entrada a no sé qué edificios oficiales. Los dos guardias siempre están entretenidos con sus teléfonos móviles, indiferentes a lo que ocurra en torno suyo. No parece que puedan ofrecer mucha seguridad. Sentado a una mesa, en plena calle, un médico atiende a los pacientes. Una furgoneta se detiene y llena de paquetes la acera. Se trata de empresas de mensajería, más rápidas y eficaces que el correo oficial, a las que no dejan entrar en el campus. Casi todos los envíos son compras que los estudiantes hacen por Internet. Han de recogerlos en plena calle.


Observo. No entiendo nada de lo que se habla a mi alrededor, no puedo leer ningún cartel. Quiero concentrarme en observar sin teorías ni prejuicios, pero no puedo escapar de la biblioteca de mi memoria. En la calma mañana, este rincón de la ciudad sigue desplegando su cotidianidad en torno mío, pero yo ya estoy dentro de mí, levantando un muro de palabras frente al mundo. La biblioteca de mi memoria está llena de libros leídos o fantaseados. ¿En qué obra encontré la plegaria que los funcionarios chinos debían formular al comenzar sus estudios?
            Enséñame a recordar el cumpleaños de cada general, y el cumpleaños de la madre de cada general.
            Enséñame suavidad, sangre fría, que parezca que la manteca no se derrite en mi boca.
            Enséñame a respetar las reglas y a desdeñar el juego.
            Enséñame oratoria.
            Enséñame caligrafía.
            Enséñame a ofrecer y a recibir regalos sin ofender ni ser ofendido.
            Enséñame a respetar todos los dioses y a no creer en ninguno.
            Enséñame a no tomarme mi vida demasiado en serio y a encogerme de hombros cuando  me dé la espalda.
            Enséñame a perdonar, a aceptar el perdón, a recordar y a olvidar.
            Enséñame a ocultar mis sentimientos, a no abrir mi corazón a nadie, a pasar por la vida desconocido incluso para aquellos a los que más quiero.
           
Sábado, 16 de junio
EL FALSO HÉROE

Mañana en la Gran Muralla. Al pie de las montañas de Huairou, hay una especie de mareante romería con incansables vendedores que acosan a los turistas, pero cuando el funicular te deja en lo alto y te pones a caminar por los kilómetros y kilómetros de muros que suben y bajan entre torreones de vigilancia, es fácil quedarse solo, sentirse perdido, no poder soportar toda la inmensa desolación de aquella remota frontera que de pronto se te viene encima. El cielo azul se llena de súbitos, negros nubarrones. Una tormenta en estas alturas puede ser mortal. Antes de venir, ya me hablaron de un despistado viajero muerto por un rayo.


Me entretengo contemplando el hondo valle hacia el sur, las varias líneas de montañas en el norte mongol. Ya había una barrera natural. ¿A qué construir esta obra de cíclopes en la ondulante cresta de las montañas? Quizá en aquella época sobraba gente, como ahora, y había que tenerlos entretenidos de alguna manera.
            Camino solo por la Gran Muralla, disfrutando con lo que habría disfrutado el adolescente que fui y que tantas vueltas dio al mundo sin moverse de casa.
            Camino solo, dispuesto a la aventura, jugando a ser un héroe que no le teme a nada. Pero por poco tiempo. Se alejan las nubes negras, vuelve a lucir un sol sofocante, grupos de turistas me dan alcance y al salir de una de las torres me encuentro con una pareja engalanada que se hace las fotos de boda. No, no estoy en el fin del mundo.  La cotidianidad me sigue y gratamente me arropa. Como al niño fantasioso y tímido que viajaba con el dedo sobre el mapa, todas las aventuras que me pasan únicamente pasan en mi imaginación.
            Pero por un instante he estado solo, perdido en este confín del mundo, sintiendo sobre mis hombros el peso de la inmensidad. Y he resistido ese peso. Vuelvo a Pekín, en el coche de la gentil Xu Lei, como si hubiera superado una gran prueba. También la verdad se inventa.


Domingo, 17 de junio
CAPRICHOSOS REGALOS

Este día, en que cumplo 62 años, recibo el más raro de los regalos. Nada menos que 360 minutos de propina. El día de hoy tiene treinta horas. Hay tiempo para todo. Para comenzar a celebrarlo en China, para continuar en Madrid, en la sala Vips del aeropuerto de Barajas (un regalo de Iberia) y para terminarlo, con un café y un libro y una película, como cualquier otro domingo, en Los Prados. Salgo de ver Profesor Lazhar, una historia que me llena los ojos de lágrimas (pero yo en el cine lloro fácilmente, menos por lo que ocurre en la pantalla que por lo que la película me trae a la memoria), y me parece imposible que el día, tan cotidiano ya, comenzara en Pekín. En las vidas en las que nunca pasa nada pasan a veces estas cosas. Y yo disfruto como un niño al que todo le asombra con estos caprichosos regalos del azar y de los usos horarios.


Lunes, 18 de junio
NO ENTIENDO NADA

Retener los nombres chinos resulta bastante complicado. Por eso los alumnos de español juegan a ponerse otro nombre para que sus profesores puedan distinguirlos. Así Fu Yi Wen se convierte en Miguel. Nos acompañó en la visita al Palacio de Verano, una rara mañana nublada y fresca en la que las colinas, los templos, los puentes y las embarcaciones sobre el lago Kunnming apagaban sus colores y parecían trazados con un delicado pincel impresionista. De pronto, el silencio fue roto por un montón de voces jubilosas. Disonaba aquel entusiasmo con la melancolía del recinto. Un coro cantaba y también lo hacía la gente que estaba a su alrededor, muchos de ellos con la partitura en la mano. El coro se llamaba, según se leía en inglés, “Corazón a corazón”, e incluso yo, que solo canto en sueños, sentí ganas de unirme a él. Entre aquellas voces uno se sentía parte de un gran todo. “¿Qué cantan?”, le pregunté a Miguel. “Es una antigua canción revolucionaria. Dice: Avanzamos por el camino grande. / Mao Tse Tung nos enseña el camino / y retumbamos en la tempestad”. El repetido estribillo, que a mí tanto me conmovía, decía: “¡Adelante, adelante, la Revolución arrolladora! / ¡Adelante, adelante, el triunfo nos espera!”


            A mí me gusta explicarlo todo, pero el resultado de mezclar la minuciosa y arcaica belleza de los palacios imperiales, los no menos arcaicos entusiasmos revolucionarios de Mao y las grandes corporaciones que hacen doblar la cerviz al mundo capitalista occidental es algo que escapa a mi comprensión. Recordé unos versos de Alberti en su libro Sonríe China: “Venid, los que dudéis, a ver este milagro. / No hay ya nubes que puedan confundiros los ojos. / Confesad si os lastima. Gritad, si os apasiona. / Aquí ha nacido algo que ha de asombrar al mundo”.
            A mí me asombraron los jóvenes universitarios, tan formales, tan estudiosos, con su español casi perfecto y graciosamente libresco, tan competitivos. Liu Yang, que nos acompañó a ver el Templo del Cielo, me repitió sonriente un famoso verso de Zorrilla: “El ruido con que rueda la ronca tempestad”. Pronunciar la erre fuerte es una de las dificultades de los chinos; él, para conseguirlo, me comentó que el primer año se paseaba por el campus repitiendo en voz alta “rrrrrrrrrr”. Al principio, le miraban con curiosidad; al poco, los otros estudiantes le imitaban.


Martes, 19 de junio
PARA MI COLECCIÓN

A mi colección de calles, añado la de Wang Fu Jing, con sus indolentes terrazas, sus familiares o exóticas tiendas de lujo, los anuncios luminosos que tanto recuerdan a Time Square, los centros comerciales, las inagotables librerías. “Pero esta calle podría estar en Nueva York o en cualquier parte”, me dice mi amiga Catarina. “Fíjate bien y verás que, aunque ahí se encuentre Zara y más allá haya un McDonald’s, solo podría estar en Pekín”.
            En la Librería de Lenguas Extranjeras compro una antología de la dinastía Tang, hermosamente ilustrada y traducida al español por Chang Shiru. Me siento luego en la terraza de un café. Un retrato de Mao mira con indulgencia a la gente que camina sin prisa disfrutando del aire fresco de la noche. Leo un poema de Wei Yingwu: “Melancólico, alejándome de mi mejor amigo, / navego hacia la infinita niebla. / ¿Cuándo y dónde nos volveremos a encontrar? / Las cosas del mundo son como la barca en las olas, / van a la deriva y no se detienen con tu voluntad”.


Miércoles, 20 de junio
MÁS Y MEJOR

Quizá sea debido al cambio horario, pero desde que regresé de China me entra el sueño primero y en torno a las seis despierto. Remoloneo un poco en la cama, pero a las siete ya estoy desayunado y trabajando. Antes me levantaba a las ocho. Creo que voy a adoptar esta nueva costumbre. Dos horas añadidas al día para trabajar más y mejor. Uno de mis lemas es “Todavía aprendo”. El otro, “Rápido y bien”. La primera parte ya la he cumplido; ahora solo me falta la segunda.
            Todavía aprendo, pero con dificultad. Me esforzaba cada día por retener alguna frase de cortesía en chino, y apenas si logré decir: “xiè xiè”, que significa “gracias”. Bueno, si bien se mira, no es mal principio.



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