Sábado, 2 de mayo
PERDONO UNA VEZ MÁS
Siempre se ha dicho que cambiar de periódico es bastante más difícil que cambiar de pareja y casi tan difícil como cambiar de religión. Quizá por eso yo sigo fiel a una costumbre iniciada en 1976, aunque a veces tenga que tragar carros y carretas, como la ofensiva portada –ofensiva para la inteligencia de los lectores– dedicada a la dimisión de Juan Carlos Monedero: de ser el receptor de ilegales e ingentes fondos venezolanos y un defraudador de hacienda pasa a convertirse en el gran estadista cuyo abandono de la primera línea hunde a Podemos. Juro que cuando nos conocimos mi periódico era un periódico serio que no utilizaba esas artimañas.
Hoy mismo estuvo a punto de dejarlo en el quiosco y pedir el divorcio cuando me fijé en la única noticia que bajo el epígrafe de “cultura” destacan en la portada: “José Tomas vuelve a torear donde vio a la muerte de frente”. Recordé los versos de Cernuda sobre una España “estúpida y cruel como su fiesta de los toros”. Pero luego leí el artículo de Antonio Muñoz Molina, “Mozart en el Bronx”, una emocionante maravilla que habla de la salvación por el arte, el de Aurora Luque sobre la vigencia de la tragedia griega, la entrevista con Frédéric Pajak que ha dedicado una novela gráfica, La inmensa soledad, a Nietzsche y a Pavese, y me sentí enriquecido y feliz, dispuesto a darle una nueva oportunidad a El País, aunque sé de sobra que me seguirá tratando de engañar a la primera oportunidad.
Domingo, 3 de mayo
ESCRITORES FANTASMA
Leyendo la última novela de Donna Leon, Sangre o amor, me he acordado de Eduardo Aunós y su Biografía de Venecia. Eduardo Aunós fue un político español, ministro con Primo de Rivera y con Franco, que gustaba de escribir sobre los más diversos temas (en la colección Austral se encuentran algunos de sus libros) y que incluso compuso una ópera. Eugenio d’Ors, a quien dedica su Biografía de Venecia, afirmaba que si hubiera leído todos los libros que había escrito sería el hombre más culto del mundo. Al parecer pagaba tarde, mal y nunca a sus “ayudantes”. Uno de ellos se vengó haciéndole confundir dos emblemáticos lugares venecianos: “Llegamos ya a esa silueta conocida en el mundo entero, pasmo de todos cuantos la contemplaron: el puente del Rialto, en una de cuyas tiendas situó Shakespeare a Shylock. De él se han apoderado la leyenda y la poesía, por enlazar el Palacio con la Cárcel, y los suspiros que salieron de él no eran consecuencia de terribles tormentos, como algunos han supuesto, sino hijos de la desesperación que producía en los procesados la lectura de la sentencia condenatoria, conocida cuando eran conducidos a través de esa pétrea galería para sumergirse en los calabozos de donde no debían ver ya la luz del sol”.
Si Aunós confunde el puente de Rialto con el de los Suspiros, Donna Leon hace detenerse a su famoso comisario y a su culta esposa (venecianos los dos, hija ella de un noble con palacio cerca del Gran Canal) sobre el puente de la Accademia para contemplar el Lido y el Adriático. Unas páginas más allá, el comisario y la protagonista de la novela, la soprano Flavia Petrelli, que se encuentra representando Tosca en La Fenice, atraviesan un paso subterráneo para llegar desde Campo San Fantin hasta Campo Sant’Angelo. ¿Un paso subterráneo en Venecia? Y no es el único. En el capítulo 23 leemos: “Desembarcó en San Silvestro y atravesó el paso subterráneo, giró a la izquierda y salió a la calle principal para girar de nuevo a la izquierda”.
Es la venganza de los esclavos, de quienes escriben –o ayudan a escribir en el mejor de los casos– los libros de los autores que han convertido su nombre en una marca de éxito garantizado y a cambio del mucho dinero que hacen ganar a ellos y a su editor, reciben solo un precario estipendio.
Lunes, 4 de mayo
HAY DÍAS
Hay días en que uno se levanta sabiéndose culpable, aunque ignore de qué.
Si quienes me quieren me vieran como yo me veo, ¿me seguirían queriendo?
A veces es más fácil renunciar a un amigo que a un enemigo, sobre todo si ese enemigo eres tú mismo.
Cada día que pasa detesto más a mis semejantes. No soporto lo mucho que se parecen a mí.
Me aterran los espacios vacíos porque son los preferidos de los fantasmas.
Todos los días vislumbro el cielo mientras me doy una vuelta por el infierno.
Hay días en que estoy tan irritado conmigo mismo que hasta me niego el saludo.
Martes, 5 de mayo
MEJOR CALLAR
Ayer, al presentar a Víctor de la Concha, que hablaba de Santa Teresa en el Aula Magna de la Universidad, no pude por menos de aludir a un libelista “de cuyo nombre no quiero acordarme” y a su afirmación de que el actual director del Cervantes es “un intelectual ágrafo cuya obra cabe en un folleto”. Comencé el recuento de sus libros con Los senderos poéticos de Pérez de Ayala, de 1970, y cuando llegué a sumar mil páginas me pareció que la inexactitud resultaba excesiva incluso para quien está tan acostumbrada a ellas como el libelista “de cuyo nombre no quiero acordarme”. Cité luego los versos de Cernuda que hablan de “la furia de hombre ibero / que acecha lo cimero / con la piedra en la mano”.
Soy más amigo de la verdad que de Platón y por eso lo que me indignó de la calumniosa tosquedad del libelista no fue el ataque a una persona que no es solo un eficaz gestor literario, con no ser eso poco, sino la mentira, una mentira repetida luego por todos los periódicos, incluso, y muy especialmente, por los asturianos.
Víctor de la Concha, más inteligente que yo, no replicó a los ataques, dejó que amainara la tormenta en elegante silencio, y tampoco ayer dijo nada del asunto. Hoy sé cual fue el contraproducente resultado de mi vehemente defensa. Varios de los asistentes a la conferencia le han preguntado a Josefina Martínez, organizadora del acto, si sabía el título del libro al que yo aludía y me consta que en las dos principales librerías de Oviedo, Cervantes y Ojanguren, más de uno ha preguntado por el aludido tocho. Nada vende tanto como el morbo y ninguna mejor propaganda que el escándalo. De eso saben mucho el libelista de cuyo nombre no quiero acordarme y quienes ofrecen cada tarde y cada noche a los españolitos de a pie su ración de telebasura.
Miércoles, 6 de mayo
CENSURAR ANÓNIMOS
“¿También tú te has vuelto partidario de la censura?”, me reprocha un amigo al comprobar que he decidido someter a aprobación previa los comentarios a mis blogs.
––Sí, me he cansado de que los utilicen descerebrados anónimos para sus desahogos.
––Pues tú solías entrar al trapo y discutir con todos ellos.
––Debo reconocer que una buena polémica es mi deporte favorito, pero como todo deporte tiene sus reglas.
––Tú las respetas poco. Acostumbras a descalificar al contrario.
––Reconozco que soy algo bruto, de los de “al pan pan y al memo memo”. Soy apasionado y nada versallesco en los debates, irónicamente burlón e incluso bastante despectivo a veces. Pero me esfuerzo en ser honesto y en no confundir hechos con opiniones. Y en rectificar cuando me equivoco, cosa bastante frecuente, todo hay que decirlo.
––Pues yo nunca te he visto rectificar. ¿Y a qué se debe que ahora te decidas a jugar con ventaja y solo aparezcan los comentarios que a ti te parezcan adecuados, o sea, los elogiosos y los que puedes rebatir fácilmente?
––-Es la única manera de evitar que se te cuele algún pertinaz chiflado. Y me he cansado del anónimo habitual en Internet. No me interesa la opinión de quien no tiene el valor de dar la cara.
Jueves, 7 de mayo
CATFISCH
Todos los días me piden tres o cuatro personas amistad en Facebook. Acepto de inmediato. Mi muro de Facebook es como un ilustrado libro sin fin. Cada día pongo una de mis fotos y un pequeño texto que tiene que ver con ella. Mi modelo fue uno de los libros de Borges que prefiero, Atlas, y al principio pensé que las publicaciones en la Red serían como un anticipo de ese libro algún día impreso. Pero ya van más de dos mil entradas y he perdido la superstición del papel. No utilizo el muro para ningún privado desahogo ni para hacerme publicidad con lo que se escribe sobre mí o con los actos en que participo. Nada publico en él, como nada publico en libro o en el periódico, que no pueda leer todo el mundo. Por eso acepto a todo el que me pide amistad, que yo traduzco como que quiere seguirme y leerme. Y mis lectores son mis amigos.
Pero he tenido ocasión de comprobar que, una vez más, mi vanidad me engaña. A Facebook va asociado Messenger, que permite enviar mensajes privados. Y junto a los mensajes normales de quien solicita mi dirección para enviarme alguno de sus libros o me manda un poema para que se lo comente, me encuentro con otros del siguiente estilo: “Gracias por aceptar mi amistad” (“De nada”), “¿Vives en Madrid?” (“Todos mis datos están en el muro”), “¿Estás casado?”. Dejo de contestar, pero los hay que insisten. Entendí de qué iba el asunto cuando un reciente contacto escribió escuetamente: “De Jaén. Cincuenta años. Moreno”. ¡Y yo que creía que los que me pedían amistad en Facebook lo hacían porque admiraban mi literatura! Hay quien pretende utilizarlo para sus húmedas y solitarias citas a ciegas. Me divierte mucho ver los resultados en un programa de televisión que se llama “Catfisch. Engaños en la Red”. Ahora ya detesto al primer “hola” a esos enmascarados buscadores de fantasiosos escarceos y los bloqueo de inmediato.
Viernes, 8 de mayo
ESTAR SOLO
Estar solo me gusta casi tanto como estar acompañado y estar acompañado casi tanto como estar solo.
No me creo nada. Ni siquiera me creo que no me creo nada.
La ironía es la sal de la literatura. Pero no conviene abusar de ella.