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Nadie lo diría: El cotidiano folletín

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Viernes, 16 de enero
LAVORO TUTTO IL GIORNO

Al volver a casa, me vienen a la memoria unos versos de Pasolini que leí hace años: “Lavoro tutto il giorno come un monaco / e la notte in giro, como un gattacio / in cerca d’amore…”
            Trabajo todo el día como un monje y por la noche doy vueltas y más vueltas “in cerca d’amore”. O de algo que se le parezca.


Lunes, 19 de enero
LLAMAN A LA PUERTA

Una avería me deja sin calefacción y sin agua caliente en uno de los días más fríos del año. Me envuelvo en una manta y comienzo a leer El imperio de Yegorov, de Manuel Moyano. Me imagino que estoy en una casa de campo, rodeado de nieve, sin leña para encender fuego. Pronto dejo la novela, que finge ser una investigación sobre un medicamento que garantiza la eterna juventud, y fantaseo yo otra en la que estoy solo en una casa aislada en medio del campo y de pronto llaman a la puerta.
            Y de pronto, cuando son ya casi las doce de la noche, llaman a la puerta…


Martes, 20 de enero
CRIMEN EN LA HABITACIÓN CERRADA

Edgar Allan Poe, John Dickson Carr o Ellery sabrían sin duda resolver el misterio. Copio del periódico: “Pidió el sábado a varios de sus diez escoltas que lo recogieran al día siguiente en su casa a las 11.30. Vivía en el piso 13 de un edificio con cámaras de seguridad y vigilancia privada en el barrio de Puerto Madero, uno de los más caros y seguros de Buenos Aires. Los guardaespaldas encontraron la puerta cerrada. Llamaron a su teléfono y nadie contestó. Localizaron a su madre y la llevaron al edificio. Ella y un escolta debieron llamar a un cerrajero para abrir la puerta ya que las llaves estaban puestas por dentro. Hallaron al fiscal en el baño con un balazo en la sien, dos centímetros por encima de la oreja. Su cuerpo bloqueaba la puerta. La bala estaba dentro de la cabeza. A su lado, una pistola del calibre 22 y un casquillo”.
            Difícil imaginar otra hipótesis que no sea un suicidio. Pero el muerto era Alfredo Nisman, encargado de investigar un brutal atentado antisemita en el que murieron 85 personas y que lleva décadas sin esclarecer. Hacía menos de una semana había acusado a la presidenta argentina de pactar con el gobierno iraní la impunidad de los autores. El lunes tenía previsto acudir al parlamento para dar más detalles de su acusación. Y el domingo se pegó un tiro. Pero esa es la versión oficial, afirma Martín Caparrós, que pocos creen. En Argentina, como en todas partes, están acostumbrados a no creer la versión oficial.
            En una buena novela policial las cosas no son nunca como parecen. En la realidad, a menudo sí. De no ser un suicidio, a Alfredo Nisman solo pudo matarle alguien que entrara y saliera por la ventana del cuarto de baño, en un piso trece, sin que nadie le viera escalar ni quedara registrado en ninguna cámara. Alguien a quien el fiscal conociera y estuviera acostumbrado a verle entrar y salir de esa manera, puesto que no escapó del baño ni se enfrentó a él; simplemente, se recostó contra la puerta, cerró los ojos y dejo que le disparara un tiro, un solo tiro, en la sien.
            Demasiado inverosímil, incluso para Argentina.  Pero la pasión política impide razonar incluso a los cronistas más inteligentes, como Martín Caparrós. Los adversarios de Cristina Fernández confían en que se descubra a un robot de última generación, quizá un robot invisible (por eso no aparece en las cámaras de vigilancia), capaz de hacer tal cosa. Lo curioso es que nadie se interesó por las presuntas pruebas que el fiscal podía tener sobre la implicación de la presidenta en el pacto para lograr la impunidad de los autores del atentado. Esas pruebas, de existir, seguirían ahí. Y matar al fiscal solo serviría para acentuar su carga probatoria.
            Al contrario que en una buena novela policial las cosas en la realidad a veces son lo que parecen, aunque fastidien a los enemigos de Cristina Fernández.


Miércoles, 21 de enero
TUMBAS DE LEOPARDI Y DE VIRGILIO

Como soy una persona muy racionalista, procuro encontrarle una explicación a todo y, cuando no se la encuentro, no pensar que no la tiene, sino eso, que yo no se la he encontrado. Pero a veces no se trata de hechos aislados, sino de toda una serie de acontecimientos.
            La última historia ocurrió en Nápoles, donde pasé unos días a comienzos de año. Una mañana, fresca y más bien desapacible, decidí, nada más salir del hotel, visitar las tumbas de Virgilio y Leopardi. Caminé a lo largo del Lungomare hasta el puerto de Mergellina y luego callejeé hacia la estación del mismo nombre. Ante la iglesia de Santa Maria de Piedigrotta había un mendigo que me pidió limosna llamándome por mi nombre. Me sorprendió que me conociera. Le dejé un euro y se lo pregunté, primero en espontáneo español, luego en italiano. No parecía entender ninguna de las dos lenguas y se limitó a mirarme con extrañeza. Pensé que sería una casualidad. Tras visitar la iglesia, por una estrecha acera llegué hasta la entrada del parque virgiliano. Lo acababan de abrir, no había nadie. Ascendí lentamente, leyendo las cartelas con fragmentos de Virgilio que hablaban de las plantas que allí había y al llegar hasta el recodo donde está el busto del poeta encontré de nuevo al mendigo, como esperándome. Me dio un poco de miedo. Tenía un aspecto nada tranquilizador. Y no podía ser él. Lo dejé ante la iglesia y no había ningún atajo para llegar hasta allí. No me detuve. Seguí caminando con cierto temor, volviendo de vez en cuando la cabeza para ver si me seguía. Pero continuaba inmóvil, con los ojos fijos en mí y una sonrisa que me pareció burlona, como si le hiciera gracia mi evidente temor. Llegué hasta la tumba de Leopardi, majestuosa y mussolinianamente excavada en la roca, y me acordé de la película de Mario Martone, Il giovane favoloso, que vi en Venecia y que me gustaría volver a ver. En uno de sus poemas, “Il sogno”, cuando entreabre los ojos una mañana encuentra ante sí “il simulacro de colei che amore / prima insegnommi, e poi lasciommi in pianto”, el fantasma de quien primero le enseñó a amar y luego le abandonó entre lágrimas. No parecía muerta, sino triste, continúa el poema. Se acercó a él, le puso la mano en la frente y le preguntó “¿Aún vives? ¿Aún te acuerdas de mí?”. Y de pronto se me contagió la tristeza del poema y de la aparición  y sentí que los ojos se me humedecían. Me sentí solo, lo cual no era de extrañar porque estaba solo, pero solo de otra manera, como si de pronto me hubiera abandonado todo lo que hacía valiosa mi vida, cualquier vida. Seguí ascendiendo hasta la tumba de Virgilio, en realidad una tumba romana en la que no es probable que esté enterrado el poeta. Antes de llegar a ella, me entretuve contemplando la hermosa vista de la ciudad, con el Vesubio dominándolo todo. Abajo, muy cerca, la estación y los trenes pasaban alterando la tranquilidad del lugar. Entré en la tumba, una especie de torreón de piedra con un pebetero en el centro y una corona de reseco laurel. Allí dentro estaba el mendigo y esta vez no me extrañó encontrarle. No había amenaza, sino piedad en sus ojos. Me alargó la botella de la que bebía y yo, sin asco ninguno, bebí un largo trago de aquel mal vino. Me sentí mejor, reconfortado. Y recordé el verso de Virgilio que siempre se cita como ejemplo de hipálage: “Ibant obscuri sola sub nocte per umbram”. Iban oscuros en la noche sola. Pero al salir el día había cambiado, el cielo estaba azul, lucía un sol espléndido. Al mendigo lo volví a encontrar frente a la iglesia, de donde es probable que ni siquiera se hubiera movido.


Jueves, 22 de enero
EL MISTERIO CONTINÚA

Ahora resulta que la muerte del fiscal argentino parece que fue un crimen y no un suicidio. Hasta Cristina Fernández señala en su Facebook que se inclina por la hipótesis del asesinato. Al parecer, el cerrajero que abrió la puerta dijo que estaba puesta la llave, pero que no le habían dado la vuelta, que cualquiera podía haber salido y haberla dejado así, que no había ninguna dificultad para entrar. ¿Y entonces por qué, si se podía abrir tan fácilmente, la madre del fiscal y su escolta llamaron al cerrajero? ¿Y qué pasa con el que el cadáver apareciera en el cuarto de baño bloqueando la puerta? Otra presunta prueba que apunta al crimen es que, según dicen, la pistola con la que se mató se la había prestado un vecino el día anterior, aunque él tenía dos armas. ¿Y el asesino estaba tan escaso de recursos que tuvo que buscar precisamente esa pistola que le habían prestado el día anterior? ¿Y cómo se las arregló para entrar y salir del cuarto de baño a buscarla?
            Claro que si el narrador es no fiable, si los periodistas no cumplen con su obligación, todo es posible. A lo mejor ni la puerta estaba cerrada ni el cadáver apareció en el cuarto de baño.
            Cuando la pasión política entra en escena, el buen hacer periodístico sale por la ventana. Sea o no la ventana del cuarto de baño. Y quien lo dude que invente cualquier patraña denigratoria sobre Nicolás Maduro y la haga circular por las redes sociales. Al día siguiente la verá en la portada de El País.


Viernes, 23 de enero
NUNCA ME DEFRAUDA


Mi fantasiosa novela de aventuras favorita se llama realidad. Nunca me defrauda. Con qué impaciencia espero la nueva entrega de cada mañana.



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