Sábado, 11 de octubre
NADIE ES PERFECTO
Me reprocha un amigo, y no es el único, que no haya arremetido inmisericordemente contra Jordi Pujol después de su “confesión” andorrana.
“Tengo muchos defectos, amigo Piquero, pero no todos. Qué se le va a hacer, nadie es perfecto. Y uno de los que me faltan es el instinto gregario de callar cuando todos callan y gritar cuando todos gritan, de adular al poderoso cuando toca y de darle patadas cuando viene a tierra. En un linchamiento, no seré yo de los que corren a unir sus manos a los que tiran de la cuerda. Esa costumbre no escasea entre los humanos en general ni entre mis compatriotas en particular, así que se me puede disculpar que carezca de ella”.
Domingo, 12 de octubre
REGALOS Y ADVERTENCIA
Todos los domingos iguales y ninguno repetido. Por la mañana, en el Fontán, encuentro el libro de Julio Camba, Haciendo de República, dedicado por un desconocido a otro desconocido, “en recuerdo de los días de barbarie”. Por la tarde, al ir a pagar el café tras la lectura habitual antes del cine, me dice la camarera: “Hoy le invito yo”. Luego, antes de que comience la película, oigo una voz enfadada tras de mí: “Siempre estás con lo mismo. Ya me lo has dicho mil veces. Me tienes harto”. Vuelvo discretamente la cabeza y veo una pareja de unos cincuenta años. El hombre sigue protestando: “Pasa el dinero a tu cuenta, si así te gusta más. Pero te recuerdo que ya he gastado contigo más de siete mil euros”. La mujer se da cuenta de que están llamando la atención y le dice algo en voz baja: “¡No me da la gana! Tú me atacas y yo me defiendo”. Afortunadamente, callan durante la película. No me parece que hayan escogido la más adecuada. El guionista de Perdida, de David Fincher, parece que piensa lo mismo que yo del matrimonio. ¿Qué pasaría por su mente mientras veían aquella intrigante, impactante, tremebunda historia de otra pareja? No se les oye ni respirar. Al final son los primeros en salir, separados, sin mirarse. No creo que el hombre duerma esta noche tranquilo.
Disfruto de la película de David Fincher, tan bien contada, como en la adolescencia de las novelas enrevesadas y tramposas de Ellery Queen o William Irish. Y salgo del cine contento de haber sabido evitar el matrimonio y otras trampas a menudo mortales.
Lunes, 13 de octubre
UNA TUMBA SIN NOMBRE
En esta mañana de lluvia y sol voy con Paulina hasta el cementerio de San Salvador, en Oviedo. Hay en él una tumba sin nombre y en ella una lápida oscura con unos versos anónimos: “Anduve entre vosotros. Vi las cosas / comunes a los hombres: la mañana / y el rojo atardecer; aquella ardiente / figura, casi inmóvil, en el aire, / de una rosa otoñal; ciertos lugares / curiosos de la Tierra. Me detuve / una vez (solo una) ante la extraña / pregunta de un amor. No te recuerdo / ahora: estarás triste (es tan difícil / asumir el olvido). Me das pena”. El poema no lleva firma, pero lo escribió Víctor Botas por encargo de una mujer para la tumba de otra. Ahora las dos descansan juntas bajo la misma lápida, sin nombres ni fechas, solo con unos versos que hablan de “la extraña pregunta de un amor”. ¿Un amor que no se atrevió a decir su nombre? Mejor un amor en el que los nombres y las fechas, en vida y en muerte, estaban de más. Ahí siguen las dos, juntas para siempre, a salvo de las miradas indiscretas y las venenosas lenguas de la Vetusta imperecedera.
Martes, 14 de octubre
EN EL CAFÉ DINDURRA
Paso por Gijón, para asistir a la presentación del nuevo número de la revista Anáfora, y aprovecho para tomar un café en el renovado Dindurra. Lo han estropeado un poco, pintando de purpurina las esbeltas columnas art deco, pero por lo demás sigue siendo el mismo. Me fijo en los grupos de señoras de cierta edad con sus pasteles, sus chismes y sus churros con chocolate. Parecen exactamente las mismas, y sentadas en las mismas mesas, de la última tarde antes del cierre. Como si las hubieran tenido guardadas, numeradas y envueltas en celofán para que no se llenaran de polvo, en algún almacén hasta el momento de la reapertura. Ya estaban cuando yo, en 1983, presenté en este café mi libro sobre Pessoa (ni siquiera levantaron la vista cuando recitamos sus versos) y también bastantes años antes, más de cuarenta, cuando entré por primera vez. Es preciso que algo cambie para que todo siga igual. En el Dindurra han cambiado lo mínimo, el color de las columnas, y todo sigue igual. Un reencuentro feliz.
Miércoles, 15 de octubre
LA BARBARIE ESPAÑOLA
Admiro mucho a Julio Camba, pero no puedo hojear siquiera su Haciendo de República sin sentirme indignado. La Segunda República tenía muchos puntos flacos, cometió grandes errores y yo no necesito que venga ningún historiador revisionista para conocerlos y reconocerlos; me crié en el franquismo, oí hablar de ellos una y otra vez. Pero Camba se burla del divorcio, de la libertad de cultos, del voto a la mujer (por no hablar del Estatuto de Cataluña: de ese se siguen burlando los Camba de hoy; de lo demás quizá también, pero no en público). Lo que dice del divorcio resulta especialmente indignante (aunque no muy distinto de lo que yo llegué a leer en 1981, cuando se tramitaba la ley, a muy sesudos catedráticos contrarios a ella). Resulta que, según él, se aprobó el divorcio y fue un fracaso, nadie se divorciaba: “Yo me explico perfectamente esta contumacia, porque, claro está, como los novios que se casaba antes del advenimiento de la República no contaban con el divorcio, tenían buen cuidado de ver lo que hacían y procuraban no casarse a tontas y a locas”.
El final del capitulo es tan bárbaro que nos cuesta seguir admirando a Camba después de leer este libelo antirrepublicano, este elogio de la ancestral barbarie española, escrito a sueldo de Pedro Sainz Rodríguez, efímero ministro de Franco: “Para esto, más valdría seguir a la antigua española y hacer como aquel caballero que, al pasar un día por delante de su casa, le dijo a un amigo que iba con él: ¿Tendría usted la bondad de esperarme un rato? La verdad, ya que estoy aquí, no quisiera desperdiciar la ocasión de darle una paliza a mi mujer; pero no se preocupe usted. Bajaré enseguida…”
Jueves, 16 de octubre
GRACIAS, ANDRÉS
Al fotocopiar unos textos de la antología Pequeñas resistencias para comentarlos en clase, me encuentro con un folio impreso y cuidadosamente doblado que me parece propaganda editorial. Antes de tirarlo a la papelera, le echo una ojeada y descubro que se trata de una carta en la que no había reparado cuando recibí el libro, allá por 2002. “Apreciando José Luis”, comienza, “me encuentro en la librería con tu nueva recopilación de artículos y compruebo que en esta, además de incluir tus últimas reseñas, vuelves a utilizar la correspondencia de alguien (en este caso la mía): es decir, a ejercer esa tan ovetense costumbre de contestar en público a palabras privadas”.
¡Una carta de reproche y la leo doce años tarde! Miro la firma: Andrés Newman. Me imagino que el tiempo y el éxito le habrán hecho olvidar sus resquemores hacia mí. En cualquier caso los reproches, leídos ahora, me parecen muy atinados. Señala que en mis críticas me detengo en lo que no me convence (incluyendo larguísimas citas literales), mientras que los poemas que mi entender son meritorios los despacho “con una cita apresurada”. Y no se refiere a él, o no solo a él, sino a Lorenzo Oliván, Pablo García Casado, Carlos Marzal “o tantos otros poetas cuyos mejores aciertos merecían quizá más aprecio, igual que sus textos menos afortunados se merecían algo de esa benevolencia que a veces muestras con poetas de menor fuste”. Y sigue con una frase que me ruboriza un poco porque me parece que da en el clavo: “Esta actitud, qué quieres que te diga, me recuerda a esos profesores irritables que le suben la nota a los alumnos corrientes, mientras suelen perseguir a los alumnos más destacados con el pretexto demagógico de que ellos podrán cargar con la exigencia”. Algo de eso hay, algo de eso hay, aunque yo soy más bien de esos profesores que suelen subirle la nota a todo el mundo. Y en cuanto a mi labor como crítico, ya hace tiempo que he dejado, me parece, esa actitud matonil del portero del Parnaso que se dedica a dictaminar, con rudas maneras, quién pasa y quién no pasa. En realidad, yo nunca me he visto así, pero si Newman y otros me veían así, algo de eso habría.
Después de otros varios reproches, y de matizados elogios, concluye así: “Ojalá quisieras contestarme con una carta, más allá de las réplicas rimbombantes de las tribunas públicas”. Le contesto doce años después y no en una carta privada (hace tiempo que hemos perdido el contacto), pero espero que sepa disculparme: “Gracias, Andrés, muchas gracias. Aunque tarde, tomo nota”.
Viernes, 17 de octubre
MIENTO, UNA VEZ MÁS
“Llevo una vida muy sana: no fumo, no bebo, no hago deporte”, me gusta repetir. Pero no es enteramente cierto. Hay un deporte que practico con frecuencia, y desde hace años: tirar piedras contra mi propio tejado.